“Literatura, muerte y desesperación: crónica de un país despedazado”

Sí, sé que desde el título de esta ocasión no se muestra ninguna luz de esperanza en las palabras que vienen, pero es que después de leer “La parte de los crímenes” de la novela de Roberto Bolaño titulada 2666, no pude pensar en otro título, y sinceramente, no quise pensar en otro.  

Roberto Bolaño es uno de los grandes escritores latinoamericanos de los últimos 30 años. De origen chileno, el escritor fallecido en 2003 ha dejado obras imprescindibles para la literatura latinoamericana (y por qué no decirlo, para el mundo literario en general) como lo son Los detectives salvajes y Nocturno de Chile, sin embargo, la obra de la que hoy les vengo a hablar es su última novela, publicada de manera póstuma con el título de 2666.

La lectura de esta obra es complicadísima, no sólo por la enorme extensión de la novela (entre 1,000 y 1,200 páginas, dependiendo de la edición), sino que el tema que inunda sus cuartillas es indigesto, al grado de que por momentos uno desea cerrar el libro y no volverlo a abrir, y es que el hilo central de 2666 son las denominadas “Muertas de Juárez”, aquellas mujeres que a principios de la década de los noventas del siglo pasado pusieron, lastimosamente, a México en el mapa del mundo.

2666 le da un nombre y una historia a todas aquellas mujeres que fueron brutalmente asesinadas en la ciudad fronteriza de Ciudad Juárez, México, sólo que en la novela de Bolaño la ciudad en la que acontecen los crímenes es conocida como “Santa Teresa”.

La obra en cuestión estaba pensada para publicarse como cinco novelas por separado, sin embargo, a la muerte de Bolaño, su editor y su esposa decidieron publicarla como una sola; aun así, si uno se acerca a la obra puede constatar que, efectivamente, el libro puede ser leído como si se trataron de cinco obras independientes. “La parte de los crímenes” es aquella en que se relatan la muerte de 110 mujeres, de las cuales, se narra con lujo de detalle la forma en que fueron violadas, torturadas y finalmente, asesinadas. En lo personal, nunca había tenido que enfrentarme a un texto como el de Bolaño, en el cual, repito, se describen 110 asesinatos de mujeres. La experiencia literaria de eso es sui generis.

Sin lugar a dudas, es cuestionable la estrategia de Bolaño, ya que al querer denunciar la ola de violencia inaudita que significaron en ese momento las «Muertas de Juárez”, somete al lector en una orgia esquizofrénica de sangre, violación anal y estrangulamiento, entre otros actos propios de la barbarie. ¿Por qué leer, entonces, 2666?, La respuesta es sencilla: se trata de una obra maestra, tanto en su forma como en su contenido.

Antes que nada, aclaro: no he leído la obra completa, sólo “La parte de los crímenes”, por lo que todas mis opiniones remiten, obviamente, a dicha sección de la novela.

Al leer la presente obra de Bolaño, el lector se sumerge en una distopia, un lugar que parecería no pertenecer a este mundo en el que la impunidad y el crimen se mezclan con la droga, la brujería, la pobreza extrema, el american way of life justo a unos pasos de la frontera norteamericana, todo narrado con una cercanía y familiaridad con la que el autor logra transportarnos a esa “Santa Teresa”, tan lejana pero a la vez tan real para nosotros los mexicanos.

Como dije, no puedo dejar de pensar en un título como con el que nombro la presente columna, debido a que, las «Muertas de Juárez” nos sumergieron a todos los mexicanos en un país que comenzaba a demostrarse como hoy lo vivimos: una tierra violenta, sin futuro alguno para varios sectores de la población, con un sistema impune y corrupto, y que parece que no va para ningún lado. Ese México trágico de 2666 se multiplicó a la enésima potencia en los años posteriores a la presentación de esos casos, porque si en ese momento las «Muertas de Juárez” paralizaron a la opinión pública en México y allende sus fronteras, nadie se imaginaba cómo se pondría la situación unos años después, cuando la cifra en promedio en toda la República Mexicana de mujeres asesinadas asciende, hoy por hoy, a nueve mujeres privadas de su vida por día. Aquella pesadilla que antaño le aparecía a Bolaño y a muchos otros como un problema endémico de una región del país, hoy se extiende por todo el territorio mexicano.

La lectura de este texto se inscribe en un curso que tomé en su momento con el célebre escritor mexicano Jorge Volpi (En busca de Klingsor), curso en el cual el profesor nos comentó que la idea de leer una obra como 2666 es, por una parte, hacer caso a la denuncia que un texto como ese pretende lanzar, lo que nos lleva a re-pensar nuestra actualidad; por otro lado, la lectura de una novela como la de Bolaño tiene por objetivo, más allá del morbo inútil e improductivo, generar empatía con todas aquellas mujeres que en su momento fueron una estadística más, pero que gracias a una obra como 2666, ahora tienen un nombre, y su historia ha sido contada. Lo escalofriante de la novela es que, entre tanta locura, uno puede ir adivinando que la realidad actual encuentra su eco en la ficción desarrollada por Bolaño: en ninguno de los 110 casos se encuentra al culpable de los homicidios. Como dije, esto no es ningún spoiler, sino que es el sentimiento tan (desgraciadamente) familiar con el que lector convive desde la primera lectura de los casos.

En conclusión, 2666 se trata de una obra sólo apta para estómagos fuertes, pero indispensable para todos aquellos interesados en la violencia de género y los feminicidios, cuestiones que, desafortunadamente, parece que se incrementan día a día en nuestro país.

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