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Somos lo que hay

En una ciudad como la de México caben todas las historias, hasta la antropofagia, cuando una familia afronta la ferocidad de la supervivencia luego del fallecimiento de quien hasta entonces actuó siempre como el proveedor del clan, el padre.

Sin recaer en los excesos del género, Jorge Michel Grau consigue un tratamiento original al centrarse no en el horror del canibalismo sino en la peculiar dinámica familiar que de pronto se ve alterada, cuando los roles, antes bien definidos de repente se vuelven difusos, hasta desaparecer para volverse a trazar.

Encima de ello la juventud e inexperiencia de los hijos, dos varones y una mujer, quienes además de la tragedia y la supervivencia tienen que lidiar con los dolores propios de crecer. De fondo la existencia siempre precaria del monstruo de infinitas cabezas de una urbe capaz de gestar y albergar toda clase de existencias.

La música original, a cargo de Enrico Chapela acompaña muy bien a las imágenes y la melodía diegética de Amanecer Huasteco logra uno de los momentos mejor logrados de la película.

El diseño de arte y la fotografía están bien cuidados, encauzados a reafirmar la sensación de reclusión y aislamiento, espacios confinados y acumulados, puertas que se cierran todo el tiempo y la proliferación de relojes descompuestos.

El ritmo, lento al principio, devela de a poco las numerosas capas de la historia, los pequeños y los grandes misterios, algunos de los cuales incluso olvida para culminar en un gran final.  No la dejen ir.

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