Pedro Almodóvar: cine para compartir

Aprovechando que Netflix subió parte del catálogo del director español, Clara Vázquez Vila recorre el cine de Pedro Almodóvar

Decir que el arte es mucho mejor cuando es compartido no es nada nuevo, pero sí un pensamiento que confirmo todo el tiempo: cuando voy a un recital para disfrutar de la música junto a los artistas y ser parte del público, cuando voy al cine y la risa de la persona sentada a una butaca de distancia me hace encontrar más graciosa la película que estamos viendo, cuando miro películas en videollamada con mis amigos que viven lejos y los pongo al costado de la pantalla para verlos también a ellos mientras comentamos todo lo que pasa, lo que enaltece la experiencia no es solo la posibilidad de un intercambio intelectual sobre la obra en cuestión, sino, sencillamente, el momento de comunión, saber que estoy viviendo ese momento junto a otro que también está dejándose conmover por la obra, para bien o para mal, dándole sentido, generando ideas. 

Como si fuera hacer gatekeeping al revés, cuanto más me gusta una película, un álbum o un libro, más quiero compartirlo con el resto del mundo. Por esta razón es una gran noticia que Netflix haya agregado a su catálogo varias de las mejores películas de Pedro Almodóvar. A partir del mes pasado, en la plataforma están disponibles una decena de títulos que abarcan todas sus etapas, desde los 80, con películas como ¿Qué he hecho yo para merecer esto? y La ley del deseo, hasta sus obras más recientes, como la recién estrenada (y olvidable) Madres paralelas, pasando por algunas de sus películas más célebres de los 90 y los 2000, como Carne trémula y Volver. Desde entonces, varias de ellas llegaron a estar en el top 10 de las más vistas de Uruguay y yo, además de contribuir con ese resultado volviendo a mis favoritas y aprovechando para ver las que me faltan, estoy entusiasmada de ver que mis amigos y conocidos (y desconocidos de internet que me caen bien) también las están disfrutando. Por supuesto, el entusiasmo por Almodóvar no muere en Netflix, por lo que todas las películas que no entraron a esa plataforma también están recibiendo todavía más atención que de costumbre. 

Comentando las películas en diferentes ocasiones descubrí que las historias se mezclan en la cabeza con el tiempo. Gracias a este efecto es posible visualizar fácilmente las marcas distintivas de la obra del director. Las películas de Almodóvar tienen una teatralidad y una artificialidad que es fundamental en el melodrama, y que hereda en parte del cine clásico. Los actores, siempre los mismos, interpretando personajes similares en sus vestuarios llamativos y sus escenografías tan cuidadosamente ornamentadas (no con la elegancia y fastuosidad de Douglas Sirk o Ernst Lubitsch, sino como maquetas o casitas de muñecas kitsch) a través de décadas de películas generan una intertextualidad que obliga a ser consciente de que una está viendo una película, y no cualquiera, sino una de Almodóvar. Si está Antonio Banderas, lo más probable es que interprete a un hombre más o menos desquiciado. Si está Chus Lampreave seguramente sea la madre o suegra del protagonista, o en su defecto el personaje secundario más gracioso de la película. Si está Penélope Cruz será madre, y probablemente se la vea parir. Si están Carmen Maura, Victoria Abril o Marisa Paredes interpretarán a la protagonista almodovariana por excelencia: una mujer que sufre pero se las arregla, y haciendo de tripas corazón enfrenta su dolor y su vida con dignidad y astucia. 

Lo almodovariano no es únicamente una cuestión de estilo, por distintivo e inseparable de las historias y temas que articula que sea. El melodrama, tal como lo define Linda Williams, es un género del exceso como el horror y la pornografía, porque supone un sacudimiento del cuerpo en el espectador (en forma de llanto) y por la exposición destapada de las emociones. El exceso, por lo tanto, es clave para entender qué es lo almodovariano. Los personajes de Almodóvar son desborde, lo anticipan sus vestuarios y sus escenarios, sí, pero más allá de su estilo se ven desbordados por el deseo, la pasión, el dolor. Este desborde no es algo para castigar, reprimir o disciplinar. Tampoco es algo para festejar necesariamente, simplemente es así. No hay moralejas, porque sus historias no son fábulas, sino retratos de vidas enredadas, complicadas, a veces turbulentas, y la mirada del director no está ahí para juzgarlas, sino para mostrarlas en todo su esplendor: lo almodovariano es dar voz y agencia a quienes la sociedad madrileña no quiso ver o escuchar por mucho tiempo: madres trabajadoras de clase obrera, jóvenes embarazadas y llenas de miedo y angustia, señoras de Madrid que aunque nadie las quiera oír aún lloran por el pueblo en el que nacieron, prostitutas, sadomasoquistas, monjas, mujeres trans, travestis, gays, lesbianas, bisexuales. En lo almodovariano hay destape y denuncia, hay un desafío a la norma y la autoridad, como poner personajes policías en dos de cada tres películas para ridiculizarlos constantemente, tengan horas o segundos de pantalla.

Almodóvar no pierde ocasión para compartir su amor por el cine. La cinefilia se manifiesta en las historias y en toda la puesta en escena, y es vital en la construcción de sentido a nivel textual y de subtexto. El director trata a sus maestros con el mismo respeto y cariño que trata a sus personajes, y maneja su lenguaje y recursos con destreza y un gran sentido del humor. Cuando adopta elementos de cineastas como Sirk, Howard Hawks o George Cukor, no lo hace con pedantería sino con genuina pasión por el cine, transformando a su manera distintiva lo que toma para contar la historia que desea. La intertextualidad con la época dorada de Hollywood va por eso más allá del pastiche, el homenaje a directores y estrellas y las referencias a modo de chiste, aunque todo esto también abunda: la abuela que le pide a su nieto que le escriba una carta a su amiga con la letra de Grace Kelly en ¿Qué he hecho yo…?, los DVDs de Written on the Wind y All that Heaven Allows que organiza la protagonista de La voz humana, el poster de Peeping Tom en Kika (una historia donde el voyeurismo es un tema central) y cientos de citas más. El ejemplo paradigmático de esto es el cine de Alfred Hitchcock y la forma en que Almodóvar lo ha referenciado constantemente a lo largo de su carrera, de diferentes formas y con objetivos distintos. En películas como Átame y Tacones lejanos, con motivos humorísticos y para difuminar los límites entre el suspenso, el melodrama y la comedia romántica y pensar así en la relación entre los protagonistas; en Mujeres al borde de un ataque de nervios, para reflexionar críticamente sobre el lugar de las mujeres en el cine del directori inglés. 

Revisitar la filmografía de Almodóvar no deja nunca, por eso, de ser fascinante, porque se siente como volver a casa, pero siempre guarda sorpresas inesperadas. Revisitar a Pedro es encontrar nuevos vínculos entre sus películas, es volver a sentir y llorar y reír junto a los personajes, compartiendo sus dolores y recordando los propios, es encontrar compañía en ellos sin ser juzgado, es dejarse emocionar hasta las lágrimas por una obra que por todos lados deja ver el inmenso amor de su autor por el cine. 

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