Una historia más…

Amigas mías.

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Elia castro Gordillo

 

 

 

 

26

 

Continúo soñando  o por el contario he despertado pero el sueño continúa. Retiro las sábanas que nos han ofrecido el escondite perfecto para desplegar el ansia que ambos teníamos por tenernos. Me pongo su camiseta para ocultar mi desnudez. Me queda como un vestido minifaldero, me siento sexy dada por la situación en la que me hallo. Recojo el pelo en una coleta alta. En el cuarto de baño, frente al espejo, doy unos pequeños toquecitos a las mejillas para que tomen algo de color, simulando al colorete. Me abraza por detrás besándome el cuello.

          —Buenos días —me dice mientras continúa besando el cuello en toda su extensión. — Espero que aún no te hayas pintado los labios porque habrías perdido el tiempo.

            Me giro haciéndole ver que no me gusta desperdiciar el tiempo de esa forma. Nos besamos. Rodeo su cintura desnuda, su cuerpo está cubierto tan solo por unos Bóxer Slip cortos en rojo. Aprovechando su erección matutina —fenómeno fisiológico que no tiene por qué llevar implícito el deseo sexual— nos abandonamos al placer de las caricias que nos van llevando de nuevo a esa cama —ya revuelta— comenzando de nuevo el ritual de emparejamiento: va subiendo la camiseta lentamente, deslizando sus manos por mi silueta. Levanto ambos brazos. Cae al suelo, a mis pies. Me coge en volandas para depositarme sobre la cama. Su cuerpo sobre el mío, desnudo, noto su miembro ejerciendo presión en lo que viene siendo mi copa de Higea —en mi caso de champán—. Se la ofrezco, está sediento. Sus dedos entrelazan los míos, mis piernas se enrollan en sus caderas como serpiente vertiendo veneno para incrementar  la dosis, no letal, del deseo sexual. Me acomodo al ritmo de su respiración, a cada embate, estremeciéndome en las sucesivas  acometidas impetuosas. Pausa. Permanece dentro de mí, susurra al oído «te amo». Se hace a un lado, rodeándome con uno de sus brazos para atraerme hacia él. Acurrucada en su pecho, oigo al corazón cada vez más sereno, más confiado.

            ¿Qué  le pasaría a Julia para querer deshacerse de este abrazo? Yo no encuentro lugar mejor para pasar el resto de mis días. Pero por qué pienso en ella ahora. ¿Sentimiento de culpabilidad quizás? No he robado nada que no perteneciera a nadie. ¿La habrá amado como dice me ama a mí? ¿Le habrá hecho el amor de igual forma? ¿Acaso se puede hacer el amor a distintas personas sin que estas no se pregunten si con ellas se siente diferente? Y ¿Por qué tantas preguntas después de haber vivido la mejor noche de mi existencia? ¿Dudas? Tengo lo que he deseado durante mucho tiempo, aquí justo a mi lado, cuerpo con cuerpo. El domingo se ha levantado con sol, despejado, son mis nubes las que ennegrecen la mañana.

            —¿Todo bien? —pregunta.

            —Sí. —respondo. No puedo estropear el momento con mi preguntadera. Está fuera de lugar y de toda lógica.

            —¿Tienes hambre? Puedo preparar el desayuno, creo que algo de comer no nos vendría nada mal.

            Él también tiene muchas preguntas pero las suyas son más fáciles de responder.

            —Un café con tostadas y zumo.

            —Dicho y hecho, marchando un desayuno Continental para la señora.

            Se levanta, exhibiendo por completo su anatomía, exponiéndose a los posibles e irremediables comentarios que pueda realizar sobre ella. Nada decepcionantes por otro lado. Me cubro el pecho que ha quedado al descubierto cuando ha retirado las  sábanas que nos arropaban. Por unos segundos he sentido vergüenza y me he sonrojado, como si la luz del día hiciese menos atractivos mis atributos, opacando la espontaneidad. Espero que desaparezca por la puerta para levantarme enrollada en la manta que anoche cubría parte de la cama. «No empieces con tus inseguridades Sofía» me digo «¡Basta ya!» Aparezco en la cocina vestida de nuevo con su camiseta.

            —Sabes, voy a tener que regalarte esta camiseta, te sienta mejor a ti que a mí —besándome.

            —No me digas.

            —Bueno, lo que realmente me gusta es quitártela.

            —Pero no íbamos a desayunar —apartándolo hacia un lado—. Huele a café recién hecho.

            —Es verdad, perdóname, pero es que no puedo evitarlo. ¿Te sirvo una taza?

            —Gracias.

            —Sólo o con leche.

            —Sólo y con una cucharada de azúcar, por favor.

            —A la orden.

            Se sitúa en el taburete de al lado. Su cuerpo está ligeramente inclinado hacia mí. Sus rodillas rozan las mías. Se da cuenta de mi apocamiento. Coloca ambas manos sobre la parte de mis muslos que la camiseta no cubre.

            —¿Estás bien?

            —Sí ¿por qué?

            —No sé, te noto algo distante, como distraída.

            —Pues no me pasa nada, y no sé a qué viene tantas preguntas.

            —Perdona, es que siento que me rehúyes. Como si te molestara que te tocase.

            Pero qué demonios estoy haciendo. Voy a echar por la borda todo lo que he conseguido. Como puedo ser tan imbécil.

            —Lo siento, eres tú quien me tiene que perdonar. Es que… —Sé que no debo continuar, podría empeorar la situación.

            —Qué, Sofía, qué ocurre.

            —Por favor Cristóbal, no me obligues a…

           —Obligarte a qué… Te juro que no entiendo nada. Si no me explicas voy a entender que…

         Se levanta casi de un salto. Me da la espalda apoyando las manos sobre la encimera. Habla por encima del hombro.

      —Si es porque te arrepientes de lo que ha sucedido entre nosotros o te ves comprometida a seguir con algo que no estaba en tus planes, no te preocupes, no seré un estorbo y ni mucho menos un impedimento para que salgas por esa puerta.

      ¡Qué he hecho! ¡Han sido mis gestos! ¿Por qué siempre expreso mal mis sentimientos? ¿Por qué tengo que joderlo todo? ¿Por qué soy incapaz de amar y dejarme amar sin que aparezcan los miedos? No tengo alternativa. Las manos me tiemblan. Derramo un poco de café cuando suelto la taza. Con pasos presurosos e inseguros me dirijo a la habitación, recojo el vestido del suelo, me calzo los zapatos de tacón de aguja sujetando entre las piernas el bolso Clutch de Menbur. Maldigo el momento en que escogí este conjunto para presentarme en su casa, ahora me veo demasiado sofisticada para un domingo por la mañana, cuando la mayoría de las personas salen a la calle en chándal. Tendré que recorrer dos manzanas hasta donde dejé aparcado el coche de esta guisa.

            Se encuentra en medio del pasillo, impidiendo que salga si no se retira hacia un  lado para que pueda pasar.

            —Entonces te vas.

            —Es lo mejor.

            —Por favor, hablemos, no quiero que te marches de esta forma.

            —Créeme, no hay otra.

            —Si te he molestado por algo que he hecho o he dicho yo… te pido disculpas. Lo último que quiero es hacerte daño.

            No puedo quedarme más tiempo, frente a él, mirarle a los ojos sabiendo el daño que le estoy causando. No debe rogarme ni tan siquiera pedirme perdón, no debo consentir que cargue con este sentimiento de culpa cuando no ha hecho nada.

            —No eres tú, soy yo.

            No puedo creer lo que acabo de soltar por la boca. La típica frase cliché que se dice para parecer  la culpable cuando la realidad es que evades el enfrentamiento con la otra persona a la hora de romper toda relación con ella.

            —Entiendo.

            Me abre la puerta. Inhalo por última vez su olor cuando paso cerca de él. Me paro en el rellano, tras de mí una puerta cerrada. Salgo del portal tambaleándome, el camino se me hace eterno e inaccesible con tanta gente deambulando, miradas que se posan e mi persona como si estuvieran viendo a una mujer trasnochada, impertérrita a las reacciones, juicios, apreciaciones y pareceres de los que hoy se creen con derecho a opinar sobre mi estado. Por fin llego a casa, maltrecha, como si hubiera estado en un entrenamiento de los Boinas verdes, saltando y corriendo con la mochila de maniobras, el chaleco y el fusil. Una proeza si consigues terminar, no importa cómo, sólo te alivia el hecho de saber que ya has acabado.

          Me adentro en mi cama con sábanas de coralina aportándome el calor que tanto me hace falta en estos días de invierno. Hace unas horas no las necesitaba, con solo pegar mi cuerpo al suyo obtenía la temperatura apropiada para permanecer desnuda, sin ninguna prenda que obstaculizara sentir su piel. ¡Tonta, más que tonta! ¿Cómo has podido transformar un fin de semana que se aventuraba inolvidable en una mañana desastrosa y ridícula? Agotada cierro los ojos, no hay nada que ver.

DIARIO

 

Domingo 4 de noviembre

Miro el reloj, son las 20 h de la tarde. ¡Cómo he podido dormir tanto! Me he pasado el fin de semana metida prácticamente en la cama. En distintas pero en la cama. De diferente forma pero en la cama. Disfrutando en una y durmiendo en la otra pero en la cama. Cama, cama, cama ¡joder! y pensar que ahora mismo que estoy saliendo de ella, volvería a entrar si Cristóbal me lo pidiese. Siete horas de lapsus desde que entré en la última que me han servido para amortiguar el cargo de conciencia que acarreo desde esta mañana. Sentada en el borde me preparo para ser consciente de lo que he hecho, el error tan grande que he cometido y  que no deja de golpear las sienes. Es como un martillo hidráulico, si no me tomo un paracetamol es posible que llegue a perforar el cráneo llegando al cerebro y ahí pueda descubrir lo gilipollas que puedo llegar a ser, que soy. Me doy perfecta cuenta que tanta sesiones con mi terapeuta no han servido para nada, sigo metida en el hoyo donde me dejó el desgraciado de Quique. Creí que lo había superado pero no es así. Me encuentro con el hombre más maravilloso sobre «la faz de la tierra», Jeremías 27:5 ¡joder! es que no puedo escribir otra fase que no tenga connotaciones religiosas. Lo que se aprende de niña por ahí queda, aguardando el momento justo para salir y joderlo todo. Qué buena labor hicieron las monjitas del Colegio Esclavas Del Sagrado Corazón. Tatuado a fuego en la memoria. Borro rápidamente «la faz de la tierra», tengo que encontrar otra forma de terminar la frase: el hombre más maravilloso sobre… mí, que me ha hecho temblar y retorcerme de gozo abierta en canal acogiéndolo con devoción, venerando su miembro —actitud religiosa, sin acritud— creyendo fervientemente en la posesión de dos cuerpos hasta culminarlo con la impudicia más desvergonzante  que puede darse entre dos personas o más. Amén.

            Cómo es posible que halle las palabras exactas cuando estoy cabreada, utilizando términos que hasta a mí misma me sorprenden y que sin esfuerzo alguno van saliendo, tirando unos de otros hasta construir una oración en la que el 90%  son exabruptos. ¡Qué dominio del lenguaje ordinario, chabacano e irreverente! Si dominara de igual forma el lenguaje amable, afectuoso, sensible, no estaría echando pestes.

            No puedo más. Arreglar mi relación con Cristóbal va a estar complicado. Es la segunda vez que meto la pata y de qué manera. Darle a entender que simplemente es un rollo, atracción sexual que una vez culminada —en mi caso; dos veces— lo único que deseas es desaparecer. Pues eso es exactamente lo que he hecho, obrar contrariamente a lo que se esperaba de mí. Debe estar odiándonos; primero Julia, luego Patricia y después yo: trío de damas. Esta mano de póquer no le ha ido nada bien.

          Estoy viendo que voy a necesitar unas cuantas sesiones de diván. Mi incapacidad de sobrellevar una ruptura —el volver a ver a Quique me ha removido por dentro— sumada a las equivocaciones que reiteradamente cometo, son claros indicios de que no estoy bien. Y si a todo ello le sumo la última frase lapidaria del malnacido de mi ex es que va a estar en lo cierto el muy hijo de puta: «Nunca vas a poder tener una relación sana con un hombre Sofía. Te provoqué una herida que no es limpia, la has cerrado pero sigue contaminada de porquerías, desperdicios y sobras que aún quedan dentro de ti,  esparciendo la infección, generando una sepsis. Estás muerta Sofía y aún no te quieres dar cuenta». ¡Cabrón de mierda! —esto valdría la expulsión inmediata del colegio—. «Por algún lado lo debo de tener» me digo mientras rebusco entre papales, «tiene que estar por aquí, tampoco hace tanto tiempo» «¡aquí está, menos mal!».

ANA LAURA CIDONCHA

Psicóloga Clínica

Teléf: 626 401 327             E-mail: lauracidon@.com

27

Como ya me prometí a mí misma, he quedado con las chicas. A excepción de Sofía, que me ha comentado —no sé si es por poner una excusa ya que Julia estará presente— que tenía una cita anterior a la que no podía faltar. Me ha dado a entender que era poco más que imperioso acudir. No me ha dicho de qué se trataba y tampoco le he querido preguntar, se ha mostrado reticente a la hora de dar explicaciones.

            En casa —lugar donde las he citado— no me pongo el pañuelo, me libero de él por unas horas,  además ya me está empezando a salir el pelo y aunque aún no me veo favorecida para dejar de utilizarlo en la calle, ya no tengo por cabeza un jodido melón. Lo que ocurre es que me está saliendo medio rizado y el número de canas ha aumentado. Dicen que generalmente desde la última sesión de quimio —depende también del tratamiento al que hayas estado expuesta— pasan unas cuatro semanas hasta que vuelve a aparecer. Y es al año, aproximadamente, cuando vuelve a tener su aspecto natural. Pero si algo tengo claro —como cuando decidí raparme por completo cuando noté que se iba cayendo a mechones— es de no teñirme nunca más. Puede que me den aspecto de añosa pero lo que yo digo: ¡viva la senectud! Es un pago simbólico que le haces por alargar tu estancia en este mundo. Porque aunque a veces nos resulte insufrible lo que está claro es que nadie quiere abandonarlo antes de tiempo y muchísimo menos por exigencias de una maldita enfermedad.

            Han llegado al mismo tiempo, es como si se hubieran estado esperando, haciendo cola para entrar juntas. Un solo toque de timbre y al abrir la puerta entran ambas a la vez, casi a empujones, como si estuviesen en el primer día de rebajas del Corte Inglés. Están en el salón cuchicheando —sabia madre naturaleza— cuando reaparezco con la bandeja de hojaldres hechos por mí y el silencio se hace.

            —No deberías de haberte molestado.

            —Si no ha sido nada —respondo.

            —Parece mentira que no conozcas a Nuria, jamás nos invitaría a un café si algún dulce no estuviera hecho por ella —dice Julia.

            —¡Qué buena pinta tienen!

            —Mejor sabrán —digo convencida.

            Seguidamente lo único que se oye son sonidos onomatopéyicos e interjecciones: «¡hum!» «¡caramba!» «¡uff!» «¡caray!».

            —Esto está de diez.

            —Apruebo con sobresaliente.

            —Yo voy más lejos, te doy matrícula porque hasta ahora todos han estado de diez como bien dice Patricia.

            —Gracias chicas.

            —A todo esto, y Sofía, ¿no viene?

            Julia tuerce el gesto.

            —No, me ha dicho que tenía una cita que le coincidía exactamente con el día y la hora.

            —Me imagino con quién —responde Julia molesta.

            —Por qué dices eso —pregunta Patricia.

            —¡Ah! Es que a lo mejor no estás enterada de que está con mi ex. Parece ser que le gustan los segundos platos —sarcástica.

            —No creo que hayas estado muy acertada con el comentario Julia —dice Patricia— creo que eres la menos indicada para hablar de ella en esos términos.

            —A qué te estás refiriendo.

            —Bien lo sabes, no me hagas hablar.

            Es hora de poner orden, la tensión se palpa en el ambiente volviéndolo incómodo y no quiero que llegue a ser inaguantable, así que decido tomar cartas en el asunto.

            —Con quién esté o deje de estar, creo que es un asunto que solo a ella le concierne.

            —Totalmente de acuerdo —opina Patricia.

            —Aquí la que más o la que menos tiene trapos sucios que esconder, con lo cual, deberíamos hacer introspección y saber hasta dónde podemos llegar con nuestras críticas.

            —Lo dices por mí ¿no?

            —No lo digo por ti, Julia, lo estoy diciendo por todas, incluyéndome a mí, no seas tan susceptible. Cada una tiene derecho a vivir su vida como le plazca, sin rendir cuentas a las demás. A eso me estoy refiriendo. Ya va siendo hora de que abandones esa inquina que tienes por Sofía. Ella no te ha hecho nada malo.

            —Liarse con mi ex cuando aún seguía siendo mi marido no es de ser hipócrita.

            —No ha sido así exactamente —replica Patricia conocedora al dedillo de la relación de Sofía y Cristóbal.

            —Ahora me vais a decir que nunca se ha sentido atraída por él, ¡por el amor de Dios! Si le faltó tiempo para echarse a sus brazos.

            —Que le gustase Cristóbal no significa que no te respetase como amiga que eras. Ella nunca se hubiera atrevido a crear discordia entre vosotros como pareja. Sé perfectamente que aún estando ya divorciados, Sofía mantuvo las distancias, tenía un miedo atroz a exponerse a un juicio, porque sabía lo mal que lo estabas pasando a causa de lo hirientes y malintencionadas que pueden ser las personas.

            —Es lo que tú dices —escéptica—. Lo que yo creo es que os habéis puesto de su lado.

            —Esa es la verdad, lo creas o no. Y será mejor que cambiemos de tema porque ni yo te voy a convencer a ti, ni tú me vas a convencer a mí.

            —Patricia tiene toda la razón del mundo, aquí no hay bandos, así que dejemos las suspicacias de una vez y centrémonos en las que estamos ahora mismo aquí.

            —De lo que me doy cuenta es de que siempre voy a tener las de perder tratándose de Sofía. —Algo más relajada—; en fin, entonces de qué queréis que hablemos.

            A años luz estaba la reconciliación de Sofía y Julia. Esta, había entrado en bucle con su animadversión sobre la que consideraba de alguna forma la principal instigadora de un plan urdido para que Cristóbal no regresara con ella. Yo, en particular, no entendía su proceder, porque tal como habrían ocurrido los hechos, más que enfadada o indignada  debería de estar agradecida ya que la situación en sí, más que perjudicarle le habría beneficiado.

            —Pedro ha vuelto a casa —nos dice sin más.

            Me alegro por la feliz noticia aunque ya la conociera, hace un par de días que Diego me había comentado la decisión de Pedro de volver con Patricia. ¡Otro cavo suelto! A Pedro tampoco se le veía muy dispuesto a conciliarse con Cristóbal. Diego lo habría intentado pero este, no se avino a un posible encuentro entre ambos. El daño causado es difícil de reparar y mucho me temo que va a llevar más tiempo del que en un principio pensaba.

            —Enhorabuena, me alegro mucho —dándole un beso.

            —Igualmente Patricia —más cortante.

            —Gracias Julia.

            —Ya tenemos algo qué celebrar —digo— ¡por fin sucede algo bueno!

            —Hay una cosa que me gustaría deciros —nos salta Julia en medio del alborozo.

            Ambas la miramos esperando a que nos diga de qué se trata.

            —Estoy con Miguel.

            —¡Joder! —Lo siento, digo, no he podido evitarlo.

            —¡¿Cómo que estás con Miguel?! —Patricia no sale de su asombro.

            —Bueno, es que tú no estás al tanto de lo que ha pasado en estos últimos meses.

            —Me estoy dando cuenta, así que ponedme al corriente.

            —Nos estamos dando una segunda oportunidad.

            —¿Pero no estaba casado? —pregunta Patricia.

            Le doy una patada en las espinillas por debajo de la mesa. Patricia tiene a veces la misma sutileza que un elefante entrando en una cacharrería. Veo que hace un gesto de dolor mientras me sostiene la mirada con tirria.

            —Se está divorciando —concluye Julia tajantemente—. No quiere que haya ningún género de dudas o malentendidos.

            —Me alegro mucho por ti también Julia —alcanzo a decir—. Parece que os habéis puesto de acuerdo para alegrarme el día.

            —Pues qué bien… entonces ¿no? —Está claro que Patricia no sabe qué decir.

            —Eh… esto se merece una copita, yo no puedo, ya me gustaría pero vosotras la tomaréis por mí.

            Sirvo dos copas de Orujo de Potes con un par de hielos cada una. Brindar es una costumbre que no se debería de perder nunca. Hay algunos brindis que se recitan pero para mí el más simple es el más querido: ¡Por  todas nosotras chicas!

            —Tengo que hacer referencia al nuevo vocabulario de Nuria —dice Julia—. No tengo ni idea de cómo lo has conseguido pero no has dicho ni una palabra grosera en toda la tarde, bueno, a excepción de ese «joder» tan tuyo.

            —Pero todo es debido a una causa, cariño —le explico—: uno de los efectos de la quimio es el problema para concentrarse, la memoria y pensar con cierta nitidez. Con lo cual, supongo, que mi cabeza no debe acordarse de mi antiguo léxico adoptando este que es más exquisito. Lo mismo le ocurre a mi pelo; está naciendo rizado cuando yo siempre lo he tenido liso como una tabla. Tantos cambios que ni yo misma me reconozco.

            —En la mayoría de los casos, los efectos secundarios desaparecen después del tratamiento, es lo que he escuchado en alguna ocasión.

            —Pues eso espero Patricia, porque estoy deseando volver a decir: «hostias» «coño».

            —Pues me parece, si no he escuchado mal, que las acabas de pronunciar muy correctamente.

            —Sí, pero he necesitado unos segundos para pensarlas cuando antes salían con fluidez por mi boca, sin reparo a que pudiera desbarrar.

            —¿¡Desbarrar!?

            —Ya, no me preguntes, ni yo misma sé su significado. Lo que os he dicho: un léxico exquisito, refinado, elegante a la par que selecto y distinguido.

            —¡Nos dejas pasmadas! Esto bien se merece otro brindis —sugiere Julia— a no ser que quieras llamarlo; congratulación.

            —Pues no irías muy desencaminada.

            Las carcajadas retumban de nuevo por toda la habitación, hacía ya tiempo que la mueca asimétrica de desánimo e infelicidad marcaba nuestros labios en una casi perpetua sonrisa triste. No puedo olvidarme de Sofía, ella también tiene derecho a festejar con nosotras. La echo de menos.

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