El día 1 de enero del año 398 a.C. Platón se levantó muy cabreado. A sus 28 años acababa de sufrir la pérdida de su maestro, Sócrates de Atenas, y no estaba para bromas. Vivía en una casamata más que humilde, miserable, cerca de un arroyuelo prístino donde se acicalaba cada mañana. Se puso la toga blanca de lino llena de lamparones grasientos y marchó con buen paso hacia Atenas. Solía reunirse en el Ágora con otros amantes de la dialéctica para saborear el placer de la duda metódica.
Pasó una vez más por la boca de la caverna en la que años atrás se le reveló la que fue su principal IDEA sobre el mundo. «¡Qué sorprendente es que LA IDEA surgiera de una sombra en movimiento, mi propia sombra, y del pedo que llevaba ese día de vino de Mesina!».
Platón que era hombre parco, pero amante de la dieta mediterránea, se desvió hacia el olivar de Demetrius (llamado así por Demetra, Diosa griega de la agricultura) para desearle un buen año de Musas y de aceitunas gordales, picuales y arbequinas, que eran las variedades que cultivaba en su finca. Demetrius tenía una habilidad extraordinaria para preparar las aceitunas maceradas con aceite de oliva extra virgen, romero, ajo, tomillo, pimientos de Siracusa, vinagre de Taormina, vino fino de Tartessos y unas gotas de miel de Esparta que aportaba, según creían los atenienses, virilidad y algo de eternidad.
Saludó a Demetrius con una reverencia a la griega, es decir dejando el culo al aire para un observador en cierta posición, lo que no dejaba en muy buen lugar a Platón y su pericia en el tema de la higiene personal. Los griegos eran grandes pensadores pero en otras áreas de la vida aún no habían alcanzado la pureza.
Comentaron temas de rabiosa actualidad como el resultado del último partido de pelota entre el Atenas y el Koryntos, indigno para el equipo de la capital, entregado últimamente a la molicie filosófica que su último entrenador les había inoculado. El preparador ateniense, cuyo nombre era Narciso, olvidó que los Korintios eran gente industriosa e ingeniosa y aplicaban tales talentos al manejo de la pelota en el tablero, mientras sus pupilos se demoraban en personales cuitas innecesarias en un juego de equipo.
Cuando Demetrius rellenó el tarro para Platón con sus aceitunas más sabrosas, plantéo a su amigo una pregunta de carácter filosófico. «¿Cuál es la idea que subyace en las aceitunas maceradas que te acabo de regalar, querido maestro? ¿Es el olivo LA IDEA, la aceituna la sombra, y el placer que provoca su ingestión la pantalla a través de la que atisbamos LA IDEA?».
Platón miró a Demetrius con cara de pocos amigos y con un gesto despectivo le envió a hacer gárgaras. «Demetrius, no estoy de humor para preguntas estúpidas esta mañana; hace escasos meses que Sócrates de Atenas, mi amigo, mentor y maestro, se tomó la cicuta. Dedícate a tu huerto y no pienses más en gilipolleces».
Así estaban las cosas en el mundo platónico aquella cálida mañana de invierno.
(Continuará)
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