Reflexiones acerca de nuestro cerebro, el inconsciente y la intuición

¿Y qué consecuencias tendría aceptar esta doble especialización de nuestro cerebro? Apartar nuestra mirada de toda esta problemática parece ser un grave error. La gélida ciencia la hace el científico pero a éste lo hace la gélida y fogosa naturaleza. El mundo del inconsciente es una realidad que perfila y determina nuestra vida. El terreno de investigación es, por lo menos, interesante y, por lo más, misterioso. Y eso no es todo, puesto que indirectamente interesa a la propia ciencia en la medida que gran parte de ideas que, al ser verificadas científicamente, generaron importantes cambios de paradigma, resultaron ser fruto de intuiciones que inspiraron brillantes hipótesis.


Por qué no aceptar

¿Y qué explicación encontramos al preguntarnos por este defecto mundialmente repartido y por ello tan característico de nuestro hoy que es la creciente desatención a la funcionalidad de la intuición?

Tal vez sea rencor histórico al discurso de la fe, la magia y todo aquello que fue causa de tantos despropósitos al Conocimiento en mayúsculas. Quizás sea esta inevitable comparación tecnológica y sapiencial respecto a etapas anteriores. O posiblemente sea la asfixia del estrés, la pereza después de la milenaria jornada laboral, después de haber soportado durante evos el juicio desquiciante, desde nuestra máxima intimidad, de un Dios perfectamente riguroso con nuestra realidad más inconfesable. El rigor intimista nos llega así con suficiente inercia en forma de prejuicios.

¿Acaso el problema sea por esta libertad nihilista? Por la ilusión del todo vale, el relevo de Dios, la nueva ética ante las diferencias, el no tener que dar explicaciones a nadie sino sólo por unos mínimos hábitos políticos, por haber separado el trabajo y el hogar, por haber creído haber separado a Apolo y a Dionisio.

«Mundo de la vida cotidiana» significará el mundo intersubjetivo que existía mucho antes de nuestro nacimiento, experimentado e interpretado por Otros, nuestros predecesores, como un mundo organizado. Ahora está dado a nuestra experiencia e interpretación. Toda interpretación de este mundo se basa en un acervo de experiencias anteriores a él, nuestras propias experiencias y las que nos han transmitido nuestros padres y maestros, que funcionan como un esquema de referencia en la forma de «conocimiento a mano».” (1)

Como Alfred Schutz hace notar, cada actualidad tiene su interpretación del mundo y así nos llega en multiplicidad de formatos (pensamiento, arte, política, hábitos, ciencia, hechos…) según la organización social, según la realidad histórica, geológica, personal… así nos llega a través de “nuestros padres y maestros”. Todo ello, desde nuestra interpretación personal (y social) determinante de la frontera de lo conocido. El conocimiento queda así afectado para una nueva interpretación: la actual. Los valores reinantes determinan a lo que se atiende, de igual modo que una mujer embarazada ve por doquier a mujeres en estado. Y el lenguaje, posibilitadora de la tecnificación hace 90 000 años, ¿No jugará un papel clave en toda esta problemática?

“Puede que los primeros ruidos que acompañaban a la «gramática» de la fabricación secuencial de instrumentos sirvieran también como gramática básica del habla, ya que ésta consta de sonidos que sólo cobran sentido al pronunciarse en el orden debido, como era el caso con las operaciones requeridas para la fabricación de instrumentos. Instrumento y frase vendrían a ser la misma cosa” (2)


Muy posiblemente así sea. En contraposición al pensamiento lineal del hemisferio izquierdo, encontramos teorías y prácticas que cuestionan el eliminativismo gnoseológico al que parece abocado lo intuitivo. Pongo dos ejemplos bien punzantes: en filosofía del lenguaje a Quine, cuando critica el segundo dogma del empirismo concluyendo el holismo semántico, y en biología, psicología y ciencia de la información, al pensamiento sistémico:

“El pensamiento sistémico contempla el todo y las partes, así como las conexiones entre las partes, y estudia el todo para poder comprender las partes. (…) Una serie de partes que no están conectadas no es un sistema, es sencillamente un montón”

“Los sistemas tienen propiedades emergentes que no se encuentran en las partes que lo componen. No se pueden predecir las propiedades de un sistema entero dividiéndolo y analizando sus partes”

“Nuestro pensamiento es, de forma natural, emocional y asociativo, y a veces infravaloramos este aspecto y sobrevaloramos la lógica. (…) Se ha desarrollado la disciplina completamente nueva de la «lógica difusa» porque nuestros juicios y decisiones rara vez están perfectamente definidos, suelen ser aproximados e inciertos.” (3)

Entendemos ahora por qué ante cualquier acotación se tenga que considerar, como diría Gurwitsch, el campo temático. De esta manera, un químico no puede hacer química sin conocer biología, y aún más, aplicando esta regla de un modo más global y apuntando a lo que me interesa, cualquier saber objetivo requiere del saber de la subjetividad (lo cual es mucho más que psicología). Podemos vislumbrar la importancia de la constitución del sujeto, de la conciencia y del inconsciente, de los dos modos humanos de gestionar información.

Lo más seguro es que todo esto suponga el salto insalvable entre ciencias humanas y ciencias como la mineralogía. En el caso de las ciencias humanas el desarrollo personal del sujeto es crucial pues tales ciencias se ocupan de aquello en lo que es imposible no involucrarse personalmente. En materia de política, por ejemplo, será crucial, más allá de la aplicación técnica y el pensar racional, la experiencia de un político a nivel de educación, cultura, vida. Todo ello determina una serie de valores que desde la oscuridad del inconsciente condicionará su posicionamiento ideológico y su conducta.

En cambio, en una primera aproximación, las ciencias como la mineralogía no tendrían el riesgo de la subjetividad. No obstante, habría que advertir que el científico se apoya en unos axiomas que en un primer momento son actos de aprehensión, teóricamente evidentes por sí mismos (¿intuitivamente inequívocos?), lo cual, por su indemostrabilidad, abre un espacio de dudas suficientemente amplio para añadir o desplazar presupuestos. Por ejemplo, en otro tiempo, en una sociedad culturalmente basada en las emociones, el principio de intersubjetividad que caracteriza la objetividad beneficiaría el saber emocional por lo que las ciencias humanas no se verían como algo confuso e indemostrable. Sería posible diferenciar con exactitud una emoción de la otra (aunque no necesariamente por cualquiera, igual que no cualquiera es capaz de analizar una radiografía). Así pues, se establecerían axiomas adecuados a tal realidad conciente. El hecho de que estuviesen sensibilizados para ver el ánimo interno de los demás propiciaría otras técnicas. Ante el caso de tener que examinar un sujeto, por ejemplo un político empresario hinchadísimo, vamos a suponer, de intereses materiales (por lo que desatendería necesidades sociales ajenas a lo material), se le aplicaría un determinado método perfectamente observable para todos aquellos que pertenecieran a tal comunidad. Científicamente se podría determinar que tal político empresario no debiera ejercer la responsabilidad de su puesto debido al amalgama de prejuicios que le alejarían de ser un político objetivo (quedando la justificación teórica que pudiese hacer como una mera coraza de argumentos sin fundamento).

Por el contrario, en una sociedad así, no habría un conocimiento del mundo (fuera de nuestro ser interior) tal como nosotros tenemos (ciencias como la mineralogía). Al contemplar y querer hacer constatar la actividad de cualquier fenómeno, éste provocaría tal abanico de sensaciones, impresiones, imágenes, etc, que encontrar un consenso sería casi imposible. Además, esto se agravaría cuando le sumáramos una falta de aptitudes analíticas. Con esta explicación quisiera mostrar lo pernicioso que resulta todo exceso o defecto. No se trata, por lo tanto, de excluir o eliminar, sino de buscar cómo integrar.

Indispuestos a experimentarse

El reconocimiento de una estructura oculta del yo ¿Implicaría la readmisión de los impertinentes héroes moralistas del desarrollo personal? ¿Se legitimarían así aseveraciones como estás estancado; tienes X problema en tu inconsciente; algún oscuro motivo te hace pensar o sentir o hacer esto o aquello?

Pone la piel de gallina pensar que nuestros mayores defectos y virtudes moran en el lado oscuro de la conciencia, en el vacío de formas. Y ocurre que, como ante el vacío inconmensurable y difuminado de un precipicio de noche de playa, desde lo más alto de un peñasco costero, la sensación de vértigo e ignorancia es, como poco, desmoralizadora, aún a sabiendas de encontrar un camino que bajara hasta el fondo ¡Siempre ha aterrorizado la oscuridad y sus desconocidas posibilidades! ¡Siempre ha dado flojera todo descenso!

Pero claro, una ética centrada en el conocimiento técnico, como ocurre en la actualidad, no nos conduce sino a un tipo de conducta carente de experiencias que quizás no sean necesarias para la humanidad, entendida ésta como complejísima organización, pero sí para los individuos que la forman, entendidos éstos como complejísimos organismos. La ilusión de que la omnisapiencia de tal organización implica la omnisapiencia de tales organismos no ayuda al reconocimiento de la necesidad de alternativas de aprendizaje orientadas al bien del individuo en toda su complejidad. Recordemos la mente china de Ned Block y la habitación china de John Searle, ambos ideados para criticar el funcionalismo de H.Putman. Una enciclopedia virtual que concentre todo el conocimiento de nuestra cultura será todo lo culta que queramos pero, veamos como lo veamos, carecerá de estados intencionales. Tener a nuestro alcance tal información, memorizada, no implica, en ningún caso, la comprensión de todo aquello que el desarrollo personal pone en juego.

La cuestión es: ¿Hasta qué punto es necesario el desarrollo intuitivo para el conocimiento técnico? Y a la inversa: ¿Hasta qué punto es necesario este conocimiento para el desarrollo personal? El conocimiento técnico es, sin duda, imprescindible, pero en la medida que quiere asumir todos los problemas de la humanidad, deja en fuera de juego otras soluciones que jamás podrían estabilizarse como procedimientos secuencialmente determinados susceptibles de ser transmitidos y reproducidos. El conocimiento orientado al desarrollo personal se ocuparía, entre otras cosas, del inevitable eterno reaprender del hombre naciente y su aplicación distaría mucho de poder controlarse. Por ejemplo, en el caso de encontrarnos con un individuo en un estado psíquico negativo. Podemos aplicarle las técnicas materiales y psicoterapéuticas que hoy en día nos brinda la psiquiatría y la mayoría de ramas de la psicología, sin embargo, podría ser, y sucede, que lo único que le causara la deseada curación fueran vivencias, por ejemplo, del tipo artístico. Y es que ¿Cuántas veces los problemas de las personas se han resuelto con determinadas experiencias?

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1- Alfred Schutz, “El problema de la realidad social”, Ed. Amorrortu, 1962

2-Burke J., y Robert Ornstein, “Del hacha al chip: Cómo la tecnología cambia nuestras mentes”, Ed. Planeta,
2001.

3- O’Connor, Joseph y McDermott, Ian, “Introducción al Pensamiento Sistémico”, Ed. Urano, 1998.

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