Coronurbanosis

/ Javier González de Durana /

Las epidemias crearon la ciudad moderna, fueron su motor de desarrollo. Durante la Ilustración y el Neoclasicismo se incorporaron fuentes a las plazas públicas y se retiraron los cementerios fuera de las ciudades. Estas prácticas, introducidas en España durante el reinado de Carlos III, sirvieron para paliar los efectos de las epidemias que diezmaban la población. Bilbao es un buen ejemplo de ello con las fuentes diseñadas por Luis Paret y la construcción del cementerio de Mallona.

Para salvaguardarse de las infecciones y sanear las viejas ciudades, desde mediados del siglo XIX se abrieron anchas avenidas que metieron aire fresco en las estrechas callejas de París (bulevares de Haussmann), Barcelona (Vía Laietana) y Madrid (Gran Vía) -menos mal que el proyecto de similares características concebido por Secundino Zuazo para el casco viejo bilbaíno no se llevó a cabo-, a la vez que el planeamiento de los nuevos Ensanches era pensado en términos de higienismo y salubridad gracias a una potente infraestructura de alcantarillado, la supresión de pozos negros, viviendas en las que entraba abundante luz y se mantenían aireadas con patios interiores, y calles arboladas.

Las epidemias a principios del siglo XX también provocaron la aparición de los primeros conjuntos de casas baratas y viviendas de protección oficial para los más necesitados que se hacinaban en cuchitriles y chabolas, en quienes las enfermedades se cebaban primero para, a veces después, expandirse por toda la ciudad.

La actual epidemia también traerá cambios a las ciudades donde residimos y a las casas en que vivimos. Es lógico preguntarse por qué son interiores los cuartos de baño, ocupando las habitaciones menos aireadas de los pisos, por qué se han miniaturizado las zonas comunitarias (zaguanes en portales, escaleras, ascensores, rellanos…) en los condominios. En tiempos de cuarentena cada vivienda se convierte en una pequeña ciudad, pues sus habitantes realizan todas las actividades fundamentales (asearse, comer, teletrabajar, jugar, hacer ejercicio, dormir…) en su interior. De pronto, L’Unité d’habitation marsellesa de Le Corbusier ya no parece una idea tan superada por el paso del tiempo. La coronurbanosis (palabro que me acabo de inventar) es el proceso urbanístico que, denotando padecimiento de coronavirus, enfermedades infecciosas o parasitosis, cambiará el aspecto de las ciudades futuras mediante la articulación de prevenciones que deberían empezar a tomarse ahora mismo.

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Detalle de la fachada de un edificio diseñado por Julián Larrea en 1966. Algunas de las terrazas abalconadas se conservan en su estado original, mientras otras han sido cerradas.

Hace unas pocas semanas, justo antes de establecerse el confinamiento (parece que hayan sido siglos), participé en un coloquio organizado por la Delegación en Bizkaia del COAVN. El objetivo era rendir un homenaje al arquitecto Julián Larrea, fallecido unos meses antes. Dejé noticia en este blog de aquel acto.

Hice un repaso de su trayectoria profesional desde finales de los años 50 hasta los primeros 90. El número de trabajos que realizó es muy elevado, más de 400, así que seleccioné unos quince -los que me parecieron significativos- articulados en las dos tipologías que más frecuentemente afrontó: el edificio de viviendas por pisos y el edificio de oficinas.

En las fachadas de los edificios de viviendas se aprecia su gusto por crear volúmenes salientes y huecos entrantes. Los primeros adoptan la función de miradores y los segundos, de pequeñas terrazas o balcones remetidos respecto a la piel del edificio. La suma de ambos da lugar a interesantes juegos de luces y sombras, el recurso del claroscuro. Al proyectar imágenes actuales de estos bloques de viviendas construidos durante los años 60 y 70 llamaba la atención que numerosas terrazas están cerradas por cristaleras que han convertido en espacio interior lo que en origen fue concebido y ejecutado como espacio exterior o, mejor dicho, como un espacio intermedio entre el interior y el exterior.

Estos días, en el balcón desde el que a las ocho de la tarde aplaudo y muestro mi agradecimiento a los sanitarios de este país por su trabajo, he recordado esas transformaciones que pervierten los diseños de Larrea y de otros muchos arquitectos que trabajaron en aquellas décadas. Por lo general, estas modificaciones se hicieron sin permiso municipal, sin encomendarse sus promotores ni a Dios ni al diablo. Tampoco los servicios técnicos municipales vigilaban que estas prácticas, en principio prohibidas, no ocurrieran. A partir de mediados de los años 80 el control se hizo más estricto y fueron desapareciendo.

de balcón a mirador
Los primeros miradores surgieron en el siglo XIX como «balcones cerrados». En esta imagen de un antiguo palacio en Toledo se aprecia que ambos miradores conservan la herrería original del balcón y que, además, adecuaron sus dimensiones a las del espacio original, más grande abajo y más pequeño arriba, como se aprecia en los balcones colindantes no modificados.

En realidad, el control también dependía de las comunidades de vecinos y se nota que hace medio siglo tampoco dichas comunidades ejercían la vigilancia de los inmuebles que ocupaban: todo era un poco anárquico y cada piso, un reino de taifa. Igualmente, se aprecia que, si los edificios se encuentran en zonas centrales de la ciudad, el Ensanche, por ejemplo, el respeto de los vecinos hacia la arquitectura de su condominio es más respetuosa que en los barrios de la periferia. Es verdad que en estos barrios las viviendas eran pequeñas y las familias numerosas, así que ganar unos pocos metros interiores al precio de prescindir de una terracita -por lo habitual, ya atestada con armarios y cachivaches- no era simple capricho.

El objetivo de estos cierres individualistas ha sido siempre el de ganar unos metros para el interior del piso, incluso una habitación, dependiendo de las dimensiones de la terraza. La justificación para hacerlo era ésta, partiendo de la excusa de que no hay necesidad de un balcón o terraza en una ciudad como Bilbao, en donde llueve con tanta frecuencia y, por tanto, ese espacio apenas se utiliza…., ¡como si esos espacios sólo tuvieran la función de permitir salir a tomar el sol!

El actual estado de confinamiento demuestra que balcones exteriores y terrazas interiores en inmuebles de pisos no fueron concebidos únicamente para el soleamiento del vecino o para salir a aplaudir. Esto último está revelando las otras cualidades de tales elementos constructivos que en los países del sur de Europa siempre han sido muy populares, tanto en viviendas colectivas modestas como en residencias de alto nivel. Muchos que compraron pisos sin balcones ni terrazas interiores porque ¡total, para qué!, prefiriendo viviendas con más metros interiores, habrán lamentado durante la cuarentena no haber tenido esos espacios de desahogo.

cerrados y abiertos
Edificio con balcones interiores, unos abiertos y otros cerrados. Los vecinos de los abiertos se comunican entre ellos, los de los cerrados ni se asoman.

La verdad es que estos pulmones intermedios, además de permitir la salida al exterior sin abandonar la vivienda, ofrecen mayor luminosidad al interior y vistas más amplias hacia el exterior que unas simples ventanas. En paralelo, protegen las fachadas del sol y la lluvia. Si ese futuro que estos días vamos imaginando se hace realidad y con el teletrabajo pasaremos más tiempo en casa, quizás haya que volver a escenarios en los que existan no sólo balcones y terrazas, sino incluso un gabinete cerca del salón, como acostumbraban las casas burguesas de finales del XIX y principios del XX.

Ahora que nos vemos privados del espacio público por confinamiento, el pequeño reducto del balcón es la gran ágora de nuestra única sociabilidad posible -por la distancia de seguridad que ofrece- y desde donde cada cual, seguramente sin ser consciente de ello, intenta conciliar la extrañeza acosada por temores que acuñamos dentro de casa y el deseo de recuperar la sensación de participar en un acto colectivo, aunque diseminado y precario, fuera de casa. Mediante este gesto de salir al balcón o la terraza vemos y somos vistos, festiva y teatralmente. Nos convertimos en actores y en público, a la vez. El balcón y la terraza nos permiten conectar con los demás, prescindiendo del Zoom, el FaceTime y otros dispositivos pantalleros de telecomunicación.

balcones y gente festiva
Espacios de sociabilidad, entre otras funciones.

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