EL NUEVO RICO INTELECTUAL

En tiempos difíciles leo a Jardiel Poncela. Era feo, bajito, insoportable, adorable y no tengo ninguna duda de que si lo hubiera conocido, me habría enamorado de él como una loca. Por fortuna, no coincidimos en el tiempo.

Jardiel contaba que se había criado en un ambiente artístico e intelectual: <<y en fuerza de convivir con la intelectualidad y con el arte, he aprendido a no concederles importancia>>. Por eso no soportaba a los que denominaba <<nuevos ricos del arte y de la intelectualidad>>, aquellos que <<no se hallan habituados a éstos y se inflan como neumáticos al verse sumergidos de pronto en tales conceptos>>.

Bendito seas, Enrique. Si llegas a vivir en estos tiempos en los que todos tenemos acceso a juntar letras y sin ningún coste publicarlas, te hubieras tirado por los suelos o, no sé, estarías quemando contenedores con los de Podemos muerto de la risa. Por supuesto, yo te hubiera seguido, aunque fuera dentro del contenedor, mi lugar natural.

Vuelvo a esos seres inflados como neumáticos que, como diría mi amiga Aurora, necesitan empezar todos sus textos citando a Kant para que se sepa que lo han leído. Se han constituido, sin proponérselo, en una tribu urbana propia y maravillosa alojada en ciertos rincones de Twitter en los compiten entre ellos con cualquier excusa para demostrar quién tiene más lecturas. Es decir, quién la tiene más grande. Hubieran hecho las delicias de Jardiel. Nuestros nuevos ricos intelectuales. La democratización de la cultura ha tenido estos terroríficos daños colaterales.

Leí una vez, no tengo ni idea a quien, porque en este blog no encontrarán ni periodismo ni intelectualidad ni nada de calado, que la cultura debía hacer al ser humano más sabio. No se refería a un acumulador de conocimientos, que hoy en día con los ordenadores ya no hacen la más mínima falta, sino a una persona con la inteligencia suficiente como para incorporar lo aprendido a su vida, a una mejor forma de conducirse y de relacionarse con los demás. La diferencia entre el sabio y el culto es maravillosa. Son dos cosas distintas, pero no incompatibles.

Desconfíe, querido lector, del que cita a cinco a autores en una frase y a toda su corte de admiradores. De aquel que habla de forma constante y cansina de sus trescientas publicaciones y su larguísimo currículo. Diviértase, relájese, ría, lea cosas buenas y no se fíe del nuevo rico intelectual. Es muy pesado.

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