La Rueda que nos mueve, y otros poemas huérfanos…

POEMA XXVIII

Mientras el vehemente corazón
desbocado libre su contienda
nada habrá en la voz de la razón
capaz de contener sus riendas.

Cuando hastiado al fin de batallar
a contemplar su obra se detenga,
verá sobre los campos arrasados
una débil luz que tiembla.

El pasado, que no vuelve;
el ardor en sus entrañas,
que aún le queman;
y volviéndose a sí mismo
se dirá:

«Tarde, muy tarde llega por mí
este día,
en que agotado ya el fervor,
desvaneciéndose con él va
la vida mía».

Tiemblo al pensar que aquel fulgor
que de mi alma el fuego me infundía,
no era sino flaqueza y rencor
que yo confundí con osadía.

¿De qué me habrá servido tal valor?
Yo os lo diré:
¡No me sirvió de nada!
Pues muy tarde comprendo que el dolor
no muere por la espada.

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