Las MUJERES DE NEGRO de la Barranca de Lardero

La Barranca de Lardero word pressLa Barranca no es sólo Lardero, ni Logroño, ni La Rioja. La Barranca es el mundo entero. Un lugar, como tantos, donde el recuerdo y el homenaje se imponen, pero no acaban con la tragedia y la vergüenza. Allí los franquistas asesinaron, entre septiembre y diciembre de 1936, a más de 400 seres humanos. A las 12 del mediodía del 10 de septiembre, un camión recogió a 6 personas en Navarrete y enfiló hacia Lardero. La parada y los asesinatos se produjeron en la Dehesa de Barriguelo. Esa misma noche, otro grupo de 6 personas fue reconducido a la Grajera porque aún no se había ultimado el escenario.

La madrugada del 12 de septiembre, 8 personas fueron asesinadas y enterradas en la Dehesa de Barriguelo, un lugar que pasará a la historia de La Rioja y de la Humanidad con el nombre de la Barranca. Eran Mauricio Blanco, Laureano Blasco, Celedonio Cabezón, Anastasio Castroviejo, Jesús Hermosilla, Jaime López Olave, Constantino Marín y Millán Pascual. Hubo noches en las que fueron asesinados junto a Lardero sólo 3 o 4 personas. Lo normal es que fueran más, 14 o 15. Casi llegaron a 20 los cadáveres el 16 de octubre y los días 25 y 26 de noviembre. La saca mayor tuvo lugar la madrugada del 24 de septiembre. Casi 50 personas. De Agoncillo, Autol, Briones, Calahorra, Entrena, Fuenmayor, Logroño, Murillo, Nalda, San Román de Cameros y Santo Domingo. En los últimos días de actuación de los pelotones de la muerte fueron asesinados en la Barranca gentes de Herramélluri, Logroño, Santo Domingo, Treviana, Viguera y Villamediana. Los últimos 6 no vieron el amanecer el día 15 de diciembre: Lucio García Gómez, Manuel Martínez Ochagavía y Santos Montalvo, de Albelda, Daniel Maza y Ramón Nadal, de Logroño, y Feliciano Nalda Pérez, de Tricio.

Entre las 2 y las 4 de la mañana, un convoy de camiones provenientes de las cárceles, transportaba su cargamento humano. En la entrada de una de las casas de Lardero se recogía la cal necesaria para la faena. A las víctimas se les ataban los pulgares, con los brazos a la espalda. Nemesio Rodríguez pudo soltarse, tirarse por «la barranca» y escapar. Sus 8 compañeros se quedaron allí aquella madrugada del lunes 23 de noviembre: Nemesio escuchó la matanza: “Cada vez 2 disparos”. Aquellas 3 zanjas fueron recibiendo cadáveres que se iban abrazando a medida que otros caían encima, separados por una capa de cal.

Antonio Cillero, testigo de excepción, recuerda su paseo por la Barranca: «cuidando de no pisar tanta sangre, me acerqué a una zanja de unos 2 metros de profundidad por uno de ancho. Asomaban hileras de alpargatas de humildes trabajadores». Los adobes de una chabola que debió usarse como confesionario se los robaron al vecino de Lardero Braulio López, que fue asesinado en noviembre. Dos curas se alternaban en aquel tétrico oficio, que si cristazos, que si tiros de gracia. A uno de los confesores, Celedonio Ezquerro Cordón, se le recuerda con sotana, y con el uniforme de requeté. El otro era falangista, se perdía por las tabernas, dejando la pistola en el mostrador y contando que había dado el tiro de gracia a unos cuantos.

Los verdugos de la escuadra de la muerte, estaban comandados por el sargento de la guardia civil Juan Sánchez Herrero, encargado de organizar los fusilamientos. «Este bárbaro carnicero», según lo describe en su testimonio Nemesio Rodríguez, tenía una oficina en la Industrial y un cuaderno con declaraciones y listas, «los nombres escritos en tinta roja quedaban condenados inmediatamente a muerte». Algunos firmaban la recogida de su carga en la misma hoja de salida que firmaba el gobernador Bellod.

La Barranca, con lluvia, truenos o nieve, se convirtió en punto de reunión de familiares y amigos de las víctimas. Nada pudieron alambres ni guardia civil contra su tozudez y determinación, contra las mujeres de negro que pelearon, año tras año, por la tierra que cubría a los suyos. Su gesto dio sus frutos. El 1 de mayo de 1979, las viudas y las hijas de los asesinados, las mujeres de negro, pudieron sentarse junto a las fosas que guardaban los restos de los suyos convertidas ahora en cementerio civil.

Alejandro Rubio Dalmati, artista riojano-chileno preso en Logroño durante la guerra civil, es el autor del monumento donde se agolpan hombres, mujeres y manos que se retuercen y claman al cielo: Alejandro, murió en 2009, lo recordaba bien: «En la cárcel, cuando yo hacía aquellos dibujos, los compañeros decían: Rubio Dalmati nos hará un monumento cuando nos maten». En 2011 se añadió otro del escultor Óscar Cenzano, dedicado a las Mujeres de Negro, que enfrentaron las consecuencias de aquella tragedia y abrazaron y pisaron aquella tierra desbordada de sangre hasta hacerla suya también: La Barranca de Lardero, un lugar digno y tristemente hermoso donde nunca les ha faltado un recuerdo y una flor a los que allí murieron y fueron enterrados. Seguramente uno de los monumentos y recordatorios más antiguos en todo el País.


Documentos: Jesús Vicente Aguirre González, Autor de «Aquí nunca pasó nada. La Rioja 1936«. Y sus artículos en Público (1, y 2). Público (Diego Barcala). Imagen de Foto Teo, Casa De La Imagen, aparecida en La Rioja.com (Marcelino Izquierdo Vozmediano). ARMH (Juan Miguel Baquero)


En MEMORIA de las mujeres y hombres del Ejército de la REPÚBLICA Española