El caracol que no quería ir hacia allá

Cada año en épocas lluviosas se registran las tasas más altas de desaparición de caracoles. Ocurre sobre todo cuando un caracol sale de los arbustos para andar por la vereda mojada y un humano que se cruza en su camino lo coloca en otro lugar, casi siempre un jardín, para que otras personas no lo pisen.

¡Qué, bondadoso soy!, se va pensando el humano y mucho tiempo después sigue felicitándose en su cabeza. Lo que no sabe es que para el caracol no ha sido ninguna gracia y ahora se encuentra perdido en un mundo del que tal vez no pueda volver.

Un caso similar, por ejemplo, le pasó al bodeguero de la esquina. Un día lluvioso en que tuvo que salir corriendo de su tienda para arreglar unos asuntos pendientes,  se cruzó con un caracol que iba andando lento por la vereda. Entonces se detuvo de golpe y, antes de continuar, cargó al animalito y lo dejó sobre el pasto de un jardincito cercano. Luego siguió a toda prisa como si nada.

Pero dentro de la concha del caracol ocurría otra historia. Al sentir que era movido de un lado a otro, cerró los ojos y rezó por su vida. Ya había oído hablar de estos casos, pero nunca le había pasado. Cuando volvió a ver, le pareció estar en un inmenso bosque tenebroso habitado por un perro blanco que no dejaba de escarbar. Entonces se acercó a él para preguntarle cómo volver a casa, pero una sacudida de su cola lo lanzó hacia un charco fuera del jardín.

Ahí encontró a un escarabajo que no se veía muy amable y que, al verlo, avanzó hacia él agitando sus pinzas. El caracol trató de huir, pero el escarabajo lo hizo prisionero en un segundo. Si no fuera por una hormiga que andaba cerca, la historia habría terminado aquí. Pero resulta que el escarabajo se estaba escondiendo precisamente de esa hormiga porque le debía plata desde hacía tiempo. Así que se fue rápidamente para evitar que lo viera.

La hormiga, por otro lado, estaba acostumbrada a recibir caracoles perdidos. Así que cuando el caracol de este cuento se le acercó, no tuvo que decirle nada para saber lo que quería escuchar.

caracolTodo esto lo veía el hijo del bodeguero desde la ventana de la tienda. Su papá acababa de irse apurado pidiéndole que lo esperara durante una hora. Sin embargo a los diez minutos ya estaba de vuelta, aunque no para quedarse, sino para llevarse a su hijo con él. Al parecer sus asuntos se habían tornado más complicados y no bastaría una hora para solucionarlos, pero no hablaremos de eso ahora. Lo importantes es que el niño se emocionó y cerró la puerta tras de sí para salir corriendo junto a su papá.

Para entonces el caracol ya había emprendido su viaje de regreso gracias a las indicaciones de la hormiga. En el camino se enfrentó con la tempestad de la lluvia y esquivó las pelusas que el viento traía desde lejos. Por un momento un pelo de gato se le enredó en las antenas y le impidió ver dónde se hallaba. Pero entonces la lluvia se detuvo y el horizonte pareció más claro. Pudo ver su casa a cerca de dos metros. Tendría que andar toda la noche, pero al menos ya sabía dónde estaba. Dio un resoplido de tranquilidad.

Pero de pronto sintió que flotaba en el aire y ya conocía esa sensación. El bodeguero, que andaba en el mismo camino, se había agachado a recogerlo al notar que su hijo estaba a punto de pisarlo. Tienes que ver por dónde vas, le decía, en esta época están por todos lados. Entonces dio un giro y el caracol fue a parar junto a la misma hormiga de antes, que lo miró sin sorpresa, como si nunca se hubiera ido.

Pero papá, dijo el niño preocupado, ¿y si el caracol no quería ir hacia allá?

No seas tonto, le respondió él, los caracoles no piensan.

Entonces el niño buscó al caracol con la mirada y le pareció que él también lo buscaba. Se puso a pensar: ¿y si su familia lo está esperando? (su papá lo jalaba del brazo), ¿o si tiene que ir a su trabajo? (su papá seguía jalando), ¿o si tiene que ir de viaje y ahora se irán sin él? (su papá lo llamó por su nombre y no tuvo más remedio que avanzar). No seas tonto, le había dicho, los caracoles no piensan.


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