El poder en manos de incompetentes

Carlos Rodríguez Nichols

En el último mes el planeta ha estado aterrorizado ante la irresponsabilidad de dos histriónicas figuras públicas: el líder del régimen norcoreano y el Jefe de Estado norteamericano. El heredero de la dinastía norcoreana, un inexperto político calificado de una virulenta adolescencia tardía, amenaza el equilibrio mundial con armamento de destrucción masiva. Este beligerante dictador está llevando al mundo a una guerra nuclear al enfrentarse a potencias nucleares de larga trayectoria con equipos demoledores capaces de destruir vidas humanas, fauna y flora a niveles inenarrables.

En el otro lado del hemisferio, un aprendiz de mago en materia de política doméstica e internacional lidera el mundo en medio de frecuentes bravuconadas y constantes extravíos. A tal extremo, que los generales del Pentágono, los multimillonarios banqueros y su joven yerno son los que llevan las riendas de la Casa Blanca. Durante los primeros cien días a la cabeza de la primera potencia mundial, el Jefe de Estado norteamericano ha cambiado abruptamente de estrategia según las recomendaciones del asesor de turno que con más fuerza susurre al oído del neófito presidente. Ante esta deriva de decisiones, el mandatario estadounidense intenta marear la perdiz con desdichados muros fronterizos, ilusorios recortes tributarios en un país con una deuda trillonaria, y despidos repentinos a jueces y personal del servicio de inteligencia por abstenerse a rendir ciega lealtad a la investidura presidencial. Un escenario habitual en gobiernos de repúblicas bananeras, pero desdichado en una potencia mundial que hace alarde de un sistema democrático, honesto y transparente.

El torpe mandatario estadounidense empalma un incidente fallido con otro igual de desproporcionado. En abril, el presidente estadounidense ordenó lanzar cincuenta y nueve misiles sobre una base aérea siria. Estados Unidos no logró nada sustancial de la invasión al territorio sirio. No obtuvo más injerencia política ni militar en la región, no fue capaz de persuadir a Rusia de abandonar el apoyo incondicional del Kremlin al régimen de Bashar al-Ásad, al contrario se incrementó la presencia rusa e iraní en Siria enfatizando el padrinazgo de estas potencias a Damasco. Y, para completar el fallido plan estadounidense en la península arábica, el Kremlin rechazó todas las propuestas esgrimidas por Rex Tillison, el Secretario de Estado norteamericano, en su reciente viaje oficial a Moscú. El ataque a la base siria no sirvió más que para dar un respiro momentáneo al Jefe de Estado americano cuyas encuestan naufragan en cifras históricas. Esta ramplona demostración de fuerza de la nueva Administración de Washington en Oriente Próximo fue una falaz disposición minuciosamente tamizada a la opinión pública, dado la implicación de los servicios de inteligencia de Estados Unidos, la comunidad de naciones europeas y Rusia.

A los pocos días del ataque a la base siria, el presidente norteamericano lanzó la llamada madre de las bombas al este de Afganistán. Una maniobra militar para poner a prueba el mayor avance tecnológico de la industria armamentista norteamericana capaz de desequilibrar el ecosistema de la zona. Una vez más, Estados Unidos aparte de poner en marcha su aniquilante armamento no consiguió más poder ni mayor intrusión en la nación afgana.

Como si fuera poco, y en un intento de apagar un fuego con otro incendio, el presidente Trump decide enviar portaviones y una batería de antimisiles a la península norcoreana. En este caso, habría que recordarle al novato presidente estadunidense que Corea del Norte no es Irak o Libia. El gobierno norcoreano, apadrinado por la potencia china, efectivamente cuenta con armamento de destrucción a gran escala, y un proyecto nuclear suficientemente elaborado para poner en estado de alerta a la primera potencia mundial. Prueba de esto es que el dictador norcoreano, en un acto de provocación a Estados Unidos, continúa lanzando misiles y haciendo caso omiso a la presencia norteamericana en la península coreana; todo este despliegue de fuerza ante la mirada cómplice de Rusia y China.

Irónicamente, después de semanas de tener al planeta en vilo ante la amenaza de un conflicto en la región asiática, el mandatario norteamericano entre risas y bufas gesticulaciones faciales dice estar dispuesto a tener una conversación con el líder norcoreano. Un comportamiento que ha servido de plataforma para burlas y comentarios jocosos acerca del Comandante en Jefe estadounidense y la carencia de un hilo conductor de la Administración de Washington. Los principales titulares de Moscú se mofan de la inmadurez política del presidente Trump y de la obsesión de los norteamericanos con Rusia. En una reciente entrevista a Vladimir Putin, el presidente ruso en el tono autoritario que lo caracteriza, enfatizó que tiene asuntos nacionales de gran envergadura para perder su tiempo en habladurías e intrigas de la política interna norteamericana. Independiente de los claros oscuros de su respuesta y la veracidad de los hechos suscitados, existe un descrédito a la figura del mandatario norteamericano y un desprestigio de Estados Unidos en materia internacional.

No hay que ser docto en política exterior para entender que un enfrentamiento en la península coreana acarraría un enorme peligro al mundo entero aparte de las numerosas consecuencias negativas para la primera potencia mundial. Una contienda nuclear en la zona pondría en riesgo la población de Corea del Sur, principal aliado de Estados Unidos en la región, y posiblemente consolidaría la alianza existente entre Pekín, Pyongyang y Rusia a nivel comercial y militar. Obviamente la potencia china va a resguardar sus intereses en su espacio de control territorial antes de fortalecer a otras potencias rivales en la región asiática. No hay que olvidar que China es uno de los líderes del planeta, y una de sus principales metas es ubicarse en el centro de un nuevo orden económico global, como alternativa al auge de políticas proteccionistas de gobiernos nacionalistas.

Ante este panorama, un acercamiento diplomático de Estados Unidos al régimen dictatorial de Corea del Norte es la única solución viable. Una salida decorosa sin poner en franca evidencia el fracaso de la operación estadounidense en la península coreana; esto dicho, en el presunto caso de tener que levantar velas y regresar buques y portaviones al puerto de origen norteamericano. Una situación embarazosa que se traduciría, después del ataque al territorio sirio y afgano, en el tercer acto fallido de la Administración Trump durante sus primeros cien días al mando de la Casa Blanca. Pero, invitar al régimen norcoreano a la mesa de negociaciones exige conocimiento y experiencia diplomática, talante que el Jefe de Estado norteamericano carece y que su Secretario de Estado está apenas en proceso de aprendizaje de la nueva función. Ante todo, una solución diplomática requiere de una propuesta convincente para que Pyongyang acceda a abandonar el desarrollo nuclear. Opción poco factible.

A este punto no se trata de “si renuncia al desarrollo atómico lo quito de la lista del eje del mal”. Esas son simplezas que ninguna potencia contempla porque es evidente que la arena política internacional no está compuesta de malos o buenos y mucho menos de ejes malignos. Se trata de fuerzas geopolíticas con intereses económicos y militares que luchan por preservar el equilibrio de poder.  Por lo tanto, una negociación diplomática con Corea del Norte implicaría la elaboración de un proyecto de crecimiento sostenible para la nación coreana; una propuesta a nivel regional y no exclusivamente de Estados Unidos. Si no, Pyongyang continuará consolidando su programa nuclear y el mundo liderado por incompetentes gobernantes estará cada vez más cerca de un conflicto atómico a gran escala.

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