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Micro IX «El carnicero de la villa»


Cuando me mude al pequeño pueblo para tener menos ruidos y tranquilidad, omito su nombre para seguir así, ya en la primera ronda que pagué, en el único bar que allí había, me contaron, medio en broma medio en serio, la leyenda del carnicero de la villa.

Me dijeron que nadie había visto nunca un camión de reparto llegar a su tienda; que él, periódicamente, iba a la ciudad, en su furgoneta, a reponer el género, y nadie sabía la procedencia, ni los animales en cuestión. Añadieron que, de hecho, se había notado en ocasiones la falta de ganado y hasta de animales de compañía en la villa y en los pueblos vecinos.

Seguro que, si esa noche hubiésemos seguido bebiendo, algún convecino diría haber comprado carne, hasta de alienígena, al buen tendero. Que, por cierto, allí estaba en una mesa, jugando a las cartas, y parecía no enterarse de nada en la fiesta, que conmigo, tenían sus paisanos.

Al día siguiente visité tan comentado negocio y no salí con las manos vacías: 

El alcohol suelta mucho la lengua, y más cuando lo paga otro, pero también dicen que los borrachos no mienten. Yo, por si acaso, en salud me curé y pedí la carne bien picada, así fuera de lo que fuera no reconocería al animal, doméstico o de compañía, a quien pertenecía.

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La imaginación nos brinda todo aquello la vida nos pueda negar y más...

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