Búsqueda de la belleza
En la incesante búsqueda de la belleza,
me acerco a cuantas plantaciones veo de colza,
busco el contraste del amarillo con el cielo,
huelo el polen que destilan las infinitas flores
y escucho el zumbido continuado de los insectos.
La bicicleta se alía con la fotografía
en encuadres de pinos míticos,
observables desde cualquier punto del valle.
Una parte sustancial de la belleza está en el cielo,
en amaneceres que parecen dolorosos
y en escandalosas puestas de sol con el cielo turbado.
Correr por el pinar de Antequera, recién amanecido
es un acto de sumo esplendor:
luz, color, el frescor desbordante de la vegetación,
un sonido inexistente en la ciudad.
Leo un poema de Carlos Marzal en un banco al sol
rodeado de lilas y cantos de pájaros
sobre su descubrimiento juvenil de las librerías;
el verso sobre la extirpación del cromosoma del aburrimiento
me parece solemne y magnífico:
quien tiene un libro, una película, un disco, aún vírgenes
ha encontrado su tesoro vital.
La belleza aparece allá donde los sentidos se afanan
por encontrarla,
allá, en la cotidianeidad inesperada y monótona,
en medio del solemne acto de vivir cada día.