El viaje a Aviano, Italia

«Ángeles de Helheim» es sin duda una de las obras más oscuras que he escrito. Su naturaleza es la ciencia ficción, sin duda, y es sobre todo novela negra. Y así ha de leerse. Ambientada principalmente en Argentina, Venezuela, e Italia, explica el origen de uno de los personajes de «La leyenda de Darwan», Vasyl Pavlov, cuando suceden unos hechos en su vida que le cambiarán para siempre.

Además, en esta novela podemos conocer el origen de Sandra, y por qué su naturaleza es tan especial y compleja.

En esta escena, Pavlov, y una oficial de la policía federal de Argentina, Irina Musilova, parten para Aviano, Italia, donde deberán buscar a Rachel, la cuñada de Pavlov, que ha desaparecido secuestrada por un cártel responsable de varios asesinatos en la zona del sur de Buenos Aires…

Pavlov e Irina partieron hacia Aviano, en Italia, en un aerodeslizador. Guillermo iba en otro aparato con Peter y Alexey. Era mejor distribuirse en dos aparatos, para dispersar objetivos. Claro que tanto Guillermo como los demás habían coincidido en que la casualidad dejase a Irina y Pavlov juntos. Los tres eran partidarios de la famosa frase de que un clavo saca a otro clavo…

La suave música de jazz cortaba el humo del enésimo cigarrillo. En aquella sala a media luz, ella sonrió cuando vio las cartas. Él no parecía tan convencido. Pero lo importante en el póker es, precisamente, poner cara de póker.

—Vamos, cariño. No te vas a rendir ahora.

—No presumas tanto —respondió él sin dejar de mirar las cartas, mientras apuraba el cigarrillo. Ella le tocó con la pierna a él suavemente.

—Eso es jugar sucio —dijo mientras la miraba por encima de las cartas.

—Es lo que te gusta ¿no? Respondió ella sonriente—. Solo tienes que ganar una mano más y me habré quedado desnuda. Pero si soy yo quien gana… Serás mío. Él sonrió. Pero solo tenía una doble pareja. Pidió una carta. Quería un full. Pero no fue posible. Puso las cartas sobre la mesa.

—Doble pareja de sietes y nueves. —Ella sonrió.

—Escalera de color.

—Vaya, siempre ganas la mano que más importa. ¿Cómo lo haces?

De pronto, la imagen desapareció. Pavlov se quejó:

—¿Qué haces? Esta es la escena en que él ha perdido, y ella está a punto de someterlo a un suplicio sexual. Luego resulta que son un par de espías rivales en un juego erótico, antes de que haya una explosión, y tengan que… Irina le cortó:

—¿De verdad te gusta esa película? —preguntó ella sorprendida—. ¡Es malísima!

—Sí, pero el viaje hasta Italia es aburrido, y no quiero pensar en nada. —Irina lo dejó por imposible, y cambió de tema.

—Me voy a tomar un batido. ¿Quieres algo, Vasyl? —preguntó mientras se acercaba al refrigerador.

—Una cerveza.

—¿Has bebido algo en tu vida que no sea cerveza?

—Leche de la teta de mi madre. Pero ya no me acuerdo.

—Ya, claro. ¿Siempre eres tan chistoso?

—No siempre.

Ambos se mantuvieron en un tenso silencio. Irina suspiró. Se sentó en uno de los asientos laterales. De pronto, comentó:

—Tengo la impresión de que Kathryn era una mujer excepcional.

—Lo era. Sin ninguna duda. Puedes estar segura de eso.

—¿Cómo os conocisteis? —preguntó con curiosidad. Pavlov pareció navegar por el tiempo. Contestó:

—En un seminario de biología molecular. Algo sobre genómica y no sé cuántas palabras raras más. —Irina rió.

—¿Y qué hacía una bestia sin cerebro como tú en algo tan sofisticado como un seminario de biología molecular?

—Pues… intentar hacerle entender a la conferenciante que había cosas más interesantes que hacer esa tarde que estar hablando de genes y de ciencia.

—Entiendo. La conferenciante era Kathryn.

—Exacto. Era el acto final de la presentación de su tesis doctoral. Yo había quedado con su hermano para ir a tomar unas cervezas en su casa, cuando salió ella. Nos presentaron, y dijo que se iba volando a dar aquella conferencia. La verdad es que me atrapó al instante. Me miró y sonrió, y yo tomé una decisión: le prometí a mi amigo que le pagaría diez rondas si me decía a dónde iba su hermana.

—¿No se sorprendió ella de verte allí, en la conferencia?

—Por supuesto. Lo hizo. Y en el turno de preguntas, ella se dirigió a mí como «doctor», y me preguntó qué me parecía no sé qué historia de un reciente descubrimiento importante. Yo le respondí que me parecía genial. Todo el mundo rió. Fue su venganza por haberla perseguido. Luego, cuando la gente se hubo ido, yo iba a irme también. Pero se acercó a mí, y me dijo que si la invitaba a una copa, ella me explicaría lo de ese descubrimiento. Y así empezó todo. No sé qué vio en mí, con todos aquellos genios brillantes a su alrededor. —Irina sonrió, y contestó:

—Puedo imaginármelo.

—Fue una trampa de ella. Muy bien urdida.

—Esto sí que es una trampa —susurró Irina levemente.

—¿El qué? —¿El asunto de Rachel? Ya sabemos que su computadora estaba controlada. Y no van a hacerle daño hasta que crean que tienen el material. Luego acabarán con ella si no lo evitamos. Pero vamos a evitarlo. —Irina negó con la cabeza.

—No, no me refiero a eso. Por cierto, sobre tu cuñada, Rachel, su comportamiento es el de una histérica, eso es evidente. Y tiene todos los rasgos de los psicópatas. Pero tiene una mente realmente brillante, a pesar de la trampa en la que ha caído con su computadora. Pero lo que más me llama la atención es su odio visceral hacia ti. Casi podría tocarse. Y no es que quiera ofenderte, pero…

—No, no me ofendes —comentó Pavlov mientras tomaba un sorbo de su cerveza—. Rachel y yo nunca congeniamos. Ella es una mujer difícil. Su hermana la quería mucho, y siempre me pedía paciencia con ella. Y a ella le pedía paciencia conmigo. Pero Rachel tiene ahora todos los argumentos del mundo para odiarme.

—Pero vas a jugarte la vida por ella. —Pavlov pareció sorprendido.

—Naturalmente. Es la hermana de Kathryn. Se lo debo.

—Sí, lo sé. Pero no es solo eso, ¿no es cierto? Lo haces porque es tu familia. Lo haces porque, a pesar de todo, aún queda algo de honor y de respeto por los demás en ti. —Pavlov miró a través del cristal del aerodeslizador. Luego se volvió, y confesó:

—Desde que dejé la aviación y me metí en esa unidad de operaciones especiales conocida como Alfa Zebra, he pasado momentos difíciles. He vivido situaciones muy duras, y he visto mucha sangre. Demasiada. La lucha contra los narcos, los traficantes de armas, la trata de blancas, la extorsión, los secuestros, no entiende de piedad, ni de respeto a nada, ni a nadie. Todo es sangre, terror, y fuego. Pero no he perdido la razón. Sé que existen unas normas mínimas en la vida, y Rachel es una de ellas.  Hago esto porque es, de algún modo, lo que debía haber hecho con Kathryn. Si le pasa algo a Rachel, no me lo perdonaré.

—Pero ella sí se ha metido en este juego, Vasyl. Sabe lo que hace. Ambos os habéis metido en el mismo mundo de la gente que perseguís. Rachel lo sabe.

—¿Rachel? No tiene ni idea de todo esto. Está jugando a las venganzas. —Irina rió, y contestó:

—Claro que sí, está jugando a las venganzas. ¿Y tú qué estás haciendo, Vasyl?

—Yo hago lo que debo hacer —respondió solemne.

—No me vengas con cuentos, Vasyl. Esto es pura y dura venganza. Yo no conocí a tu mujer, pero si tenía dos dedos de frente, y todo indica que era así, te recriminaría todo esto. A ti y a su hermana.

—Es cierto, ya lo hemos hablado; pero seguiré hasta el final.

—Terco como una mula —dijo ella.

—Cabezota como un Beagle —contestó él. Irina giró la cabeza.

—¿Los Beagle son cabezotas? —A Pavlov le dejó descolocada esa pregunta. Respondió.

—Pues… sí. Tuve uno hace años, que… —Ella se acercó a él. Lo miró, y dijo:

—Tus amigos nos han hecho una encerrona. Tenernos aquí cinco horas, para que hablemos, para que nos conozcamos mejor.

—Pensamos que con esta distribución…

—Tus amigos son más inteligentes de lo que crees, Vasyl. Y yo más estúpida de lo que creía. Y tú… Vives en tu mundo de fantasía. No te enteras de nada. Quizás seas muy bueno para la guerra y las explosiones, pero para los sentimientos…

—No te entiendo, Irina. —Ella hizo un gesto de negación.

—Déjalo.

—Ya te dije que…

—Que tienes que vivir amargado el resto de tu vida, sí, lo sé. Solo te falta el látigo, y fustigarte cada día tres veces. El problema es a cuánta gente te vas a llevar por delante manteniendo esa actitud tan negativa sobre ti mismo. Te crees un mártir, pero no eres más que otro ser humano tratando de sobrevivir. No eres más que otra alma atormentada por el dolor del odio y la ira… ¡Oh, basta, es como darse contra una pared! Voy a echarme un rato. Avisa si pasa algo.

Irina se incorporó. Iba a irse, cuando él se levantó y se acercó a ella. Iba a decir algo, cuando ella le besó mientras le sujetaba. Ambos se abrazaron unos instantes. Luego se separaron. De los grises ojos de Irina prendían algunas lágrimas.

—Debo de estar loca —confesó—. ¿Cómo puedo ni siquiera imaginar el sentirme atraída por un animal salvaje y loco como tú? ¿Por un asesino sin alma? ¿Qué he hecho yo para tener que condenarme así? —Pavlov esperó unos segundos antes de contestar.

—Yo… no puedo prometerte nada. Mi vida siempre ha sido un caos, es cierto. Pero la actual lo es aún más. Sin embargo, si dijese que no me siento atraído por ti mentiría. Pero la herida…

—La herida es muy grande, sí, ya lo has dicho mil veces, ya nos hemos enterado todos de tu dolor y de tu pesar infinitos.

—No es algo para bromear, o para ser sarcástica, Irina.

—No bromeo, ni soy sarcástica. Yo también he perdido seres queridos. Y en mi trabajo ha muerto gente querida mientras era mi deber protegerles.

—Eso no es culpa tuya. —Irina reflexionó:

—Es cierto. No puedo culparme. Pero ¿sabes qué? Tú tampoco puedes culparte. Kathryn te eligió a ti. Eligió tu vida. Y tú trabajabas para protegerla a ella de esos narcos, de esos asesinos. Hubo un soplo, alguien te traicionó. Esto ocurre aquí también, ¿sabes? Y muere gente inocente todos los días. No te digo que te sirva de consuelo. Pero las cosas son así. Elegimos jugarnos la vida, pero, sin darnos cuenta, ponemos en peligro la vida de nuestros seres queridos.

—¿Es por eso que no estás casada? ¿Es por eso por lo que no tienes hijos? —Irina se sentó un momento. Luego se levantó, y dijo.

—Puede ser. Rachel lo sabe. No se le escapa nada a tu cuñada.

—¿Qué sabe?

—Que a mi marido lo mataron en un tiroteo entre dos bandas. De eso hace casi tres años. —Pavlov se quedó congelado.

—Vaya, lo siento. Yo…

—No tienes que decir nada. Sufrí mucho. Y siempre lo llevaré conmigo. Pero no voy a atarme de pies y manos a mi dolor. Tengo que salir adelante, y rehacer mi vida. Y es en ese momento cuando aparece una bestia asesina, y, de forma inexplicable, me siento atraída por esa bestia. Y me pregunto dónde ha quedado mi fría lógica, y mis convicciones sobre lo que está bien y lo que está mal. Ahora me encuentro con alguien que puede comprender mi vida, y me hallo en la paradoja de que yo no puedo entender la suya. Me refiero a ti, por supuesto. Y me estoy volviendo loca.

—Entiendo… —Irina negó con la cabeza.

—No, tú no entiendes nada. Pero dime una cosa, Vasyl Sergei Pavlov. Una sola cosa: ¿habrá en tu vida algo de sitio para la esperanza, para el futuro? ¿Incluso, para el amor? —Pavlov suspiró.

—Supongo que mi primera intención era dejarme llevar y acabar muerto en cualquier agujero. Estos seis meses pasados he vivido en el infierno cada día, y cada noche. Pero desde que te he conocido, veo las cosas de otra manera. Creo que puedo seguir adelante. Que debo seguir adelante. Quizás rehacer mi vida. Quizás…

—Si esa es tu forma más elaborada de decir que sientes algo por mí, es para pegarse un tiro, sin necesidad de que lo hagan esos bestias a los que perseguimos.

—Lo siento, Irina…

—No, no lo sientas. Eres así, qué le vamos a hacer. Pero me estoy enamorando de ti, y Dios sabe por qué misteriosa razón, no puedo dejar de pensar en ti. Algo debí de hacer muy mal en alguna vida pasada para tener que sufrir esta condena. Y ahora sí, voy a dormir un rato. Estoy agotada de estos días. Sigue viendo tu película. No quiero quitarte la ilusión.

—Mejor me dedico a controlar el aerodeslizador y a repasar la documentación y el check list.

—¿Qué check list?

—Tiene que ver con la misión. Te lo explicaré luego. Descansa.

Irina se fue a dormir. Pavlov sintió la necesidad de ir tras ella. Pero consideró que no era el mejor momento. Tenían que terminar aquella operación. Tenía que concentrarse en rescatar a Rachel. Pero, tras unos minutos, de pronto, sin darse cuenta, se levantó de la silla. Caminó hasta el camarote de ella, y dio dos golpes en la puerta.

—Entra, o no entres. Pero haz el favor de no llamar a la puerta. —Pavlov se asomó. Dentro estaba Irina, sentada en la cama. Era evidente que había estado llorando.

—Perdona, yo…

—¿Quieres hacer el favor de callarte de una maldita vez? —le rogó ella—. ¿Hasta cuándo vas a seguir jugando a este juego?

Pavlov terminó de entrar, y cerró la puerta. Aquel día es probable que no encontrase todas las respuestas a su dolor. Pero encontró un alma con la que compartir el daño de ambos. Y el dolor siempre se soporta mejor con una buena compañía, una sonrisa, y una pizca de amor.


Autor: Fenrir

Amateur writer, I like aviation, movies, beer, and a good talk about anything that concerns the human being. Current status: Deceased.