Caso Otero Alcántara: Un artista y un sargento

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Luis Manuel Otero Alcántara. Foto: Belo PCruz.

Siete años después de haber sido juzgado por asuntos políticos, al prisionero B. le entregan una bolsa con su ropa ajada y sus zapatos enmohecidos, en un cuento escrito por el húngaro Tibor Déry, publicado en el libro El ajuste de cuentas.

—¿Adónde piensa usted dirigirse ahora? –le pregunta el sargento que se está ocupando del papeleo.

—No lo sé.

—¿Cómo? ¿No lo sabe?

—No, no sé a dónde me llevan.

—Puede irse a su casa, cenar con su mujer.

—¿Por qué me dejan salir?

—Son ya demasiadas preguntas. Lo dejamos salir y basta. Alégrese de verse al fin libre de nosotros.

Cuando B. tuvo todas sus pertenencias en sus manos, se detuvo y observó su hoja de liberación. El espacio donde debía haber sido inscrita la “causa de su arresto” aparecía vacío.

Son demasiadas las líneas de contacto entre este relato titulado “Amor”, escrito en 1956, y la historia del artista plástico y performer cubano Luis Manuel Otero Alcántara, puesto tras las rejas en marzo de 2020 por un Estado que lo primero que ha hecho ha sido no entenderlo.

Porque no puede. Y porque la “Revolución” no puede permitirse veleidades.

Los Estados totalitarios suelen fruncir el entrecejo ante el arte más incómodo: por cómo es y por lo que dice. Ahí está el epíteto de “engreído” que los capitostes del Partido Comunista Soviético le endilgaron a Malévich, Kandinsky y otros tantos vanguardistas en los años veinte en la URSS, o el Entartete Kunst (arte degenerado) denostado por los nazis a partir de 1937.

¿No se están repitiendo los mismos reflejos –entendido este término como respuesta automática a un estímulo–? Otero Alcántara incomprensible. Otero Alcántara poco refinado. Otero Alcántara “creído”, endiosado por sabe Dios qué fuerza. Otero Alcántara como artista improvisado…

No reconocer a Luis Manuel Otero Alcántara, que es lo mismo que deslegitimarlo, fue el paso previo. Su trabajo incomoda, primero por espontáneo, por raw y por irreverente. Pero luego, y sobre todo, porque no ha cesado de poner en entredicho la función normativa de las instituciones y el mundo muerto de los ministerios.

Y como no es un artista de salón, su sitio ha estado en la calle, el lugar más delicado, el espacio a controlar (¿la casa no era de Fidel y la calle no era de los revolucionarios?), buscando todo el tiempo hurtarle al Estado un trozo de su hegemonía sobre el espacio público para, a partir de ahí, poner en solfa goznes tan delicados como la Patria, la Nación, la Historia… y todos los símbolos que de estos cuelgan, a veces lastimeramente.

Arte político con todas sus letras.

Ahora, como en el caso del personaje de Tibor Déry, no ha habido causa creíble para los tantos arrestos temporales a los que este artista cubano ha sido sometido, como tampoco la hay para la condena con que amenazan –punto esencial– a los que permanecen del lado de afuera de los barrotes.

Esperemos que Otero Alcántara no tenga que esperar siete años –ni tres, ni uno, ni una semana más– para que le devuelvan la ropa con la que lo arrestaron.

Sabemos que lo demás lo tiene garantizado: un sargento cansado que no quiere que le hagan demasiadas preguntas y que, en el fondo, tampoco entiende nada.

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Publicado en el especial «Retrato colectivo de Luis Manuel Otero Alcántara: proclama por la libertad del artista», Rialta Magazine, 9 de marzo de 2020.

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