Hoy os presentaré uno de los episodios más dramáticos de la historia de la medicina, la operación cesárea en la gestante viva. Es un procedimiento cuyas raíces se pierden en el tiempo y en el que la mitología y la leyenda siempre la han acompañado. En la actualidad es una intervención segura y se realiza casi hasta en el 20% de los partos (las cifras varían dependiendo los países y las zonas) y su práctica ha ayudado a disminuir la morbimortalidad perinatal en todo el mundo.
Según una leyenda, Cayo Julio César (100-44 a. C.) nació por esta vía y de ahí se originaría el nombre. Esta errónea afirmación se la debemos a Plinio el Viejo (23-79 d. C.) cuando hace referencia de este hecho en su Historia Natural. Hoy pocos dudan que no se refiere al nacimiento del general romano ya que su madre aún vivía cuando el conquistador estaba inmerso en su campaña de las Galias y lo más probable es que hubiera muerto durante la operación. Esta asociación se la debemos sobre todo al médico francés Francois Rousset, que a finales del siglo XVI afirma que la palabra César se relaciona etimológicamente con la intervención.
Hay otras explicaciones -menos convincentes todavía- que intentan explicar el nombre de César . Unas dicen que uno de los miembros de la dinastía mató a un elefante (César en lengua púnica significa elefante), otras que deriva de la palabra caesius, que significa azul grisáceo, y uno de los Césares tenía este color en los ojos, incluso se especuló que, caesaries en sánscrito significa largos cabellos, y en aquellos tiempos llevar mucho pelo era signo de regia dignidad.
Dejando a César a un lado, ya se conocía la cesárea en el año 715 a. C. y en el libro más antiguo de la cultura hindú (Rig-Veda) se relata que el dios Indra quiso “salir oblicuamente por el lado”. En la mitología griega encontramos otros dioses nacidos por esta vía, como Asklepios (dios de la medicina) o Dionisos (dios del vino).
Pero claro, no era lo mismo hacer una cesárea en la mujer muerta que en una viva…
Respecto a la mujer ya muerta encontramos una primera regulación de su práctica en la colección de leyes romanas (Digesto) del emperador Justiniano (siglo VI) cuando dice:
“La Lex Regia prohíbe enterrar a una mujer que ha muerto durante el embarazo, antes de extraerle el fruto por escisión del abdomen. Quien obra en contra de esto, destruye la esperanza de un ser viviente”.
Podemos apreciar la influencia del Cristianismo en estas palabras y así fue durante los siglos posteriores. La Iglesia promulgó durante la Edad Media la Lex Regia por la que no se enterraría ninguna mujer que falleciera durante el trabajo de parto sin intentar extraer por “parto por corte” abdominal al feto para reanimarlo y bautizarlo.
Respecto a la cesárea en la mujer viva, la primera cesárea que se practicó con éxito la realizó en el año 1500 el castrador de cerdos Jacob Nufer a su propia mujer. Este hecho se recoge un siglo después (por tanto su veracidad puede quedar en entredicho) afirmando que tanto la madre como el niño sobrevivieron.
Sea cierto o no, lo que es incuestionable es el hecho de que nadie quería hacer esta intervención ya que implicaba la muerte de la madre. Será François Rousset el que publique en 1581 el primer libro sobre la cesárea en mujer viva. En él precisa las situaciones que aconsejaban su práctica y cómo debía hacerse. Su manual se difundió por toda Europa y se comenzaron a practicar cada vez con más frecuencia aunque la mortalidad por hemorragias e infecciones era elevadísima.
Durante el siglo XVIII comienzan a desaparecer prejuicios y se efectúan experimentos en perros y ovejas preñadas (Joseph Cavallini) y autopsias en mujeres a las que se habían realizado cesáreas (Lebas de Moulleron) descubriendo que los úteros no cicatrizaban espontáneamente tras abrirlos y por tanto el origen de las hemorragias internas era precisamente que no se suturaban. Puede parecernos extraño pensar que no se hubieran dado cuenta antes de ello, pero entonces se creía que el músculo uterino era capaz de controlar la hemorragia y cerrarse por sí solo sin necesidad de sutura.
El 27 de abril de 1876 una joven de veinticinco años llamada Giulia Cavallini (no tiene nada que ver con Joseph) fue asistida por el brillante ginecólogo de Milán Edoardo Porro (1842-1902). A consecuencia del raquitismo que padecía desde niña presentaba una importante deformidad en la pelvis que le impediría parir vía vaginal. Cuando se puso de parto, el profesor Porro decidió hacerle una cesárea, la anestesió con cloroformo y sobre una mesa de madera procedió a abrirle el útero. Tras sacar al niño procedió a extraer el útero a través de la pared, y con un lazo de alambre que ya tenía preparado, lo colocó en su parte inferior (cerca del cuello uterino) y extirpó el útero (histerectomía), suturando el muñón residual en la pared. La mujer sobrevivió y desde entonces se comenzó a utilizar esta técnica a la vez que se iba perfeccionando.
En 1882 el ginecólogo alemán Max Sänger practicó la primera cesárea seguida del cierre del útero suturando la herida con hilo de plata y seda, de esta forma se podía conservar el útero. A finales del siglo XIX, con más de 50 casos publicados de cesárea-histerectomía, se consiguió reducir la mortalidad de la madre a un 58% y la del feto a un 86%.
Más tarde, en 1911, John Munro Kerr propone la incisión transversa baja del segmento del útero, disminuyendo las hemorragias y facilitando la operación, que junto a los avances en anestesia, asepsia y la aparición de los antibióticos en el siglo XX, contribuyeron a mejorar y aumentar la supervivencia.
Y para terminar quisiera dejar en el aire esta pregunta… ¿no se está abusando en la actualidad de este tipo de parto? Según mi opinión, sí. Aquí os dejo este enlace a otro artículo del blog que trata este aspecto. Espero os guste y el debate está abierto.
Para saber más:
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Cómo Brasil se convirtió en el país con más cesáreas en el mundo
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