Antònia Font, «Lamparetes»: Celebración de la diferencia

En los siete largos editados hasta el momento, la banda mallorquina Antònia Font se ha caracterizado por un sonido fresco, torrencial y ecléctico, que bebe tanto de la herencia de la música popular y tradicional catalanobalear (rumba, habaneras…) y de cantautores como Sisa, Serrat o Pau Riba, como de la psicodelia y el rock progresivo anglosajones y el tecnopop de los años 80, mientras que otros estilos musicales nutren de forma más esporádica, aunque igual de explícita, sus composiciones; es fácil rastrear en ellas influencias de la bossa nova, el reggie, el flamenco rock…

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Su nuevo LP, Lamparetes, confirma la calidad y el talento de Joan Miquel Oliver, verdadero factotum del grupo, en tanto guitarrista, compositor, letrista y productor, quien ha ido depurando progresivamente su estilo hasta dotarlo de una personalidad inconfundible. La obra, una oda luminosa y optimista en honor al progreso, es una nueva vuelta de tuerca a su universo lírico, sincero, vitalista y expansivo, donde la voz de Pau Debón y, sobre todo, las guitarras del mismo Oliver y de Joan Roca recobran el protagonismo.

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Los catorce cortes que conforman Lamparetes son tan breves como precisos y brillantes, y mantienen una regularidad –que no uniformidad– que evidencia la trabazón del álbum. El tema que abre el largo, “Me sobren paraules”, es una composición de pop emotiva y simpática, tras la cual encontramos la programática “Totes ses coses modernes”, que patentiza con el uso de coros, los cambios de ritmo o el sonido de las guitarras eléctricas la amalgama entre el folclore mallorquín y el prog rock de los 70. En un mundo completamente diferente se halla “Islas Baleares”, imbuida de sones caribeños y árabes, que se erige en un nuevo himno, afectuoso pero también irónico, a la patria chica del grupo, según es habitual en su discografía (véase, por ejemplo, el tema “Loco” de Taxi). En cuanto a “Clint Estwood”, el primer single del nuevo trabajo, es una melancólica balada cuyo sonido recuerda a “E-Bow The Letter” de R.E.M., además de una reflexión sobre el paso del tiempo y la evolución –positiva– de los roles sexuales. Le sigue “Icebergs i guèisers”, pieza que pone la única nota negativa a ese progreso que ha marcado la historia humana, de ahí los acentos solemnes de su cadencia y su letra, que contrapone la existencia de un mundo sin personas –monótono, frío– a las plataformas petrolíferas como símbolos de lo peor de la especie humana, esas “portes de l’infern”. En cuanto a “Calgary 88”, es una canción que bien podrían haber firmado los donostarrias Family, donde los teclados a cargo de Jaume Manresa toman puntualmente la voz cantante en una “melodia moderna” alegre y tierna, mientras que la magnífica “Pioners” forma un díptico junto a la no menos lograda “Boreal”; en ambos temas adquiere una gran relevancia la ambientación conseguida en el estudio, que los carga de diferentes matices épicos y los hace idóneos como banda sonora de paisajes inhóspitos y maravillosos. Mención a parte merece “Carreteres que no van enlloc”, donde se recuerda el lado ballardiano del progreso, una visión plasmada en unas notas dulces y sentimentales cercanas al jazz y al pop italiano. Finalmente, el emotivo instrumental “Minutos musicales”, evocador del Mike Oldfield de los primeros años 80, cierra con nota alta el LP.

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Silenciosamente, sin pretensiones, con el poderío del trabajo hecho desde la honestidad, Antònia Font se ha ganado por méritos propios un puesto preferente en el panorama de la música nacional. No queda, pues, sino volver a disfrutar de unas composiciones cuyas cadencias, letras y atmósferas nos remiten a unos sueños infantiles marcados por la televisión, la ciencia-ficción, el arte popular, la fantasía marítima, la Guerra Fría, el sol y la arena, los juguetes de plástico, los aparatos de reproducción en cinta, la informática primitiva, la fascinación por los paisajes polares… En definitiva, por la nostalgia de la mirada mágica, ya perdida, de quienes en los años 70 y 80 eran niños anhelantes de vivir en otros mundos, sensibles soñadores extraños a su realidad, a sus compañeros e incluso a sus familias. El quinteto balear eleva su voz para reconocer el placer que subyace en las pequeñas cosas, en el arrebato propiciado por ellas, y su trayectoria es toda una celebración posmoderna a la diferencia, una apoteosis gozosa del freakismo entendido sin complejos, sin materialismo y sin pedantería. ¡Larga vida, pues, a Antònia Font!

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