Yo, Attagsa, hija predilecta de Ibrahím,
me acojo al Señor del Alba
de la mañana para que me salve,
porque he arrojado sobre mi alma
el oscuro peso de mi conciencia
atormentada por este amor
del que no quiero libertarme.
Con el asombro de mi espíritu
lo he recibido;
a sabiendas de su penalidad
lo he retenido en mi corazón;
con desmesurado júbilo lo he aceptado
en mi pecho, cobijándolo.
Como alargada sombra desdobla
todos mis pasos;
como almenara, dulcemente alumbra
mi aposento;
como planta almizcleña me embriaga.
Y nada hay ya que desprenderme pueda
de tan divino poderío.