contema catorce

concurso

Concurso. Biolog. Folkl. Dícese de la metodología prevista para el equilibrio poblacional. El concurso nació con la primera computadora que pudo alfabetizar todos los apellidos de los censados universales. El ordenador estaba sincronizado con los dispositivos móviles de los censados, y emitía una llamada al individuo cuando el apellido y nombres alfabetizados –y en los casos indiscernibles la cédula de identificación acompañante– se concretaban en el suyo.

Esta llamada se analizaba como un mensaje de los recibidos ordinariamente por el dispositivo en cuestión, un celular por ejemplo, y generaba un mensaje con una pregunta. El individuo debía estar atento tanto a la secuencia sonora –lo que no era difícil, dado la dependencia que a principios de siglo se había patentizado al respecto de estos dispositivos– como a la pregunta generada. Ésta podía abordar cualquier ámbito, o –en los casos más inquietantes y en individuos de edad media o superior– algún aspecto, irrelevante casi siempre, de la propia vida, o la de seres próximos.

El detalle solía incidir en la desazón, pues el individuo, amargamente, reparaba en que era capaz de recordar toda la incidencia que rodeaba al núcleo de la pregunta formulada menos su inequívoca respuesta. Por eso muchos preferían una cuestión científica o cultural, o acaso un dato numérico, incluso. Al menos entonces existía una posibilidad azarosa de acierto.

Hay quien, advertido, se encargaba (a través de un software especializado, de millonarias ventas) de anotar circunstancias de este tipo consigo. En algunos casos, y para no dar lugar a la pérdida irreparable de las anotaciones, se había procedido a implantar el dispositivo en el cuerpo del individuo –fue una moda– e instalar varios programas de almacenamiento alternativo de memoria. Pero el tiempo destinado a la respuesta es limitado, y, en muchas ocasiones, insuficiente. Queda registrar entonces, en los individuos que no han podido contestar, o en los que permanecen en la incertidumbre de la solución al enigma, un amargor desquiciante, que torna frías las manos y acelera el aliento, para después detenerlo.

Por supuesto que las consecuencias de un acierto disponen a una vida sin estrecheces, a una salvación casi definitiva de todo. Este es el mayor aliciente cuando los censados se someten al concurso, en el momento más decisivo de sus existencias. Una iniciación que ya lo es todo, absolutamente todo, y que postcede, normalmente, a la adquisición –usualmente regalo, según la costumbre popular– del primer dispositivo móvil de garantías.

Sin embargo, qué decir cuando el individuo falla al responder. O no responde.

Normalmente siempre transcurren unos días, o una pieza considerable de tiempo tras el error. Todos lo saben. Pero esto sólo es una preparación para lo posterior, y entonces el individuo se deshace de todo cuanto ama o ambiciona, se va desprendiendo del mundo que lo rodea. Porque jamás ignora que, en una plaza, o en el café, o mientras presencia un espectáculo, otros dos individuos –quién sabe si también concursantes– se le aproximarán y con voz queda pero decidida dirán, para que sólo él lo oiga, acompáñenos.

(c) félix molina, texto e ilustración