AMISTAD, Autor: Joaquín Pérez Sánchez

Amigos, lo que se dice amigos, amigos…

Según la Real Academia Española de la lengua (RAE), la amistad es: afecto personal puro y desinteresado, compartido con otra persona, que nace y se fortalece con el trato. A lo largo de la vida puede decirse que este afecto, en realidad es un amasijo de sentires que crece y se pluraliza, sufre cambios, se fragmenta y se diluye en medio de múltiples variables. El espacio y el tiempo se vuelven esenciales para definir esos afectos.

Yo recuerdo a mis amigos del barrio y de la escuela primaria de manera distinta. En el barrio, los amigos tienen nombres o apodos y sus caras se reflejan con mayor claridad, debido a que ahí pasaba más tiempo, en cambio, los de la escuela los recuerdo vagamente. Algunos rostros, un par de nombres y ya está.

Sin embargo, hay escenas perfectas donde esas caras sin nombre se despliegan felices. Por ejemplo, en 1970 fue el mundial de futbol en México y en las escuelas primarias públicas se ofrecía un “desayuno” a los alumnos. Una bolsa plástica contenía un tetrapack de leche o chocolate que, junto con un panecillo, una fruta o una palanqueta, proporcionaban la energía necesaria para estudiar y también para jugar. Aunque usted no lo crea el “Estado de bienestar” quería existir en México.

Comíamos en un santiamén y guardábamos las bolsas plásticas. Estas se apretujaban en una sola y las convertíamos en una pelota de futbol. Las trabes de cemento que sostenían la escuela dibujaban, junto con una pared de ladrillo rojo, una portería. Eso era todo el escenario que se necesitaba para que un montón de niños corriendo desaforados, sudara copiosamente la camiseta y devorara los 20 minutos que quedaban de recreo. El juego era rutinario y el afecto genuino.

Afuera del recinto escolar se intercambiaban las estampitas (cromos), las revistas de historietas (cómics) y en ocasiones también se dirimían las diferencias, celos o enemistades. “Nos vemos a la salida”, era la frase de la ruptura. Sin temor a equivocarme, la amistad ganó abrumadoramente en esa etapa de la vida.

La amistad era casi espontánea, por ejemplo, no todo mundo tenía televisión en su casa, pero algunos privilegiados compartían el aparato monocromático en alguna hora con los vecinos o amigos de la escuela (cole). Nos emocionábamos con Ultraman y Ultraseven, Meteoro, Tarzán o con la Señorita Cometa. Creo que ahí se afincó mi gusto por algunos aspectos de la cultura japonesa.

La adolescencia es otra cosa. Las hormonas hacen su efecto y un cúmulo de nuevas variables se activan y se incorporan a ese entramado que conforma la amistad.

Los rostros ganan espacio y expresión, y la memoria registra con mayor precisión. Se memoriza el número de la lista en clase, la ruta del autobús, las estaciones del metro y las características de los amigos. Las escenas son más nítidas. La música, el vestir, la comida, entre otros referentes, ganan mayor peso. Gustar empieza a ser una necesidad o un propósito. Así, por ejemplo, al cumplir quince años, Francisco (“Lobito”, para los amigos) nos llevaba ventaja. No sólo tenía una barba oscura que lo hacía verse mayor, también tocaba dos o tres acordes y se sabía varios boleros y algunas baladas de moda. Era el personaje perfecto para atraer la atención, un éxito total, envidia y admiración, en resumen, un buen amigo.

El baile era otro factor que aglutinaba. La salsa, el rock, la música disco se entremezclaban en el barrio y la escuela para incorporar su sabor a la amistad y al amor juvenil. Aprender a bailar se convertía en otro objetivo educativo si se pretendía tener pareja.

Las mujeres siempre van un paso adelante en esos terrenos, quizá porque maduran más temprano. La mayoría de las chicas de nuestra edad tenía novios mayores. Las que iban en secundaria, novios de preparatoria (bachillerato) y las que ya estaban en esa etapa, buscaban a los chicos de la universidad. La personalidad se iba moldeando y se expresaba en pósteres en la pared o algún forro de cuaderno o de libro escolar. Así conocí la mítica fotografía del “Che Guevara”.

Cumplir 18 implica el cambio sustancial en los procesos de amistad. Ser adulto difumina para siempre lo “puro y desinteresado” que conformaba la amistad de la niñez y quizá la de la adolescencia. Así como en el amor, la química de la amistad se hará presente, pero ahora con una agenda oculta, aquella que forjó la personalidad, la suerte genética y su mezcla con el entorno social. Ya eres adulto, tú decides, te rebelas o no. Las ilusiones te impulsan, ya la realidad dirá otra cosa.

El bachillerato y los estudios universitarios son la amalgama que moldea y nutre la amistad. El afecto se hace cotidiano, en las lecturas, en ir al cine, compartir ideas, risas y amor. La frustración, el miedo y el dolor son neutralizados por el afecto. Los amigos son el motor privilegiado de esa etapa.

En mi caso, recuerdo que los afectos orbitaban en lo que se denominaba la izquierda del espectro político. Así por ejemplo, en la década de los ochenta, me vi departiendo ante una fogata en medio de una huelga universitaria; compartiendo con los amigos la lectura de libros como: El Origen de las Especies o Las Venas Abiertas de América Latina; intercambiando impresiones sobre la poesía de Jaime Sabines; compartiendo discos (vinilos) o casetes sobre la trova cubana o rock progresivo; visitando cada semana la Cineteca Nacional para disfrutar del cine; jugar al futbol los domingos y analizar la vida al frescor de unas cervezas.

La amistad acompañaba el asombro que provocaban noticias impactantes, como el asesinato de John Lennon, las guerras de “baja intensidad” en Centroamérica, las marchas reivindicativas de los trabajadores, de los indígenas.

Los hechos del pasado convertidos en símbolos que se transforman en banderas. Los amigos ya no son rostros y apodos difusos en la memoria, ahora sus nombres y apellidos vibran con intensidad en el cerebro. Creo que, al finalizar la escuela profesional, si se tuvo esa oportunidad, se termina esa etapa romántica de la amistad.

Cambiar de barrio, de ciudad o de país se suma a la evolución de intereses. La amistad se fragmenta e incorpora términos ambiguos para diferentes experiencias, así tienes colegas, vecinos, conocidos, amistades, peña, gentes, cuadrilla, en resumen, tienes personas. Y sólo tú sabes con quién cultivas o deshaces afectos.

Tener un hijo modifica las rutinas y por ende determina el flujo de la amistad. Muchas nacen al calor del crecimiento y la evolución de los hijos. Los amigos padres de los compañeros de clase, del evento deportivo, de la nueva escuela, de los vecinos que tienen un menor de la edad, del parque cercano, etcétera. Las actividades cotidianas nos cercan e imprimen rutinas que forjan esos afectos.

Ahora, con las nuevas tecnologías digitales, estas irrumpen y acaparan la atención de la mayoría, sobre todo en las ciudades y se convierten en el caldo de cultivo de insospechadas interacciones, pero ¿cumple ello con la definición de amistad?

Por ejemplo, según alguna red social que utilizamos los boomers (generaciones comprendidas entre los 45 y los 59 años según la jerga digital), tengo 199 “amigos”, entre los cuales algunos pocos anteriores a la vida en la red, la mayoría familiares o “amigos de otros amigos”.

Es evidente que, en este tipo de redes sociales, un “afecto” personal, puro y desinteresado, cultivado con el trato no existe, es imposible. Hay una comunicación de cierto tipo, buenos deseos, mucha información. Propaganda la mayoría de las veces.

No obstante, a veces surge un intercambio digital que produce amistad, sobre todo cuando este surge de la práctica cotidiana de alguna actividad, ya sea profesional, deportiva o cultural. Los aparatos móviles, hoy en día, rebosan de grupos de todo tipo, además la pandemia del Covid nos obligó a experimentar estas nuevas formas de afecto. El encierro y la distancia social han provocado una especie de freno al vértigo de la vida que la mayoría llevábamos.

Ha sido un instante minúsculo, apenas un parpadeo, porque todo parece indicar que pronto volveremos a las andadas. En tanto, dejemos que las rutinas de la vida nos sigan determinando el suculento plato de los afectos.

Madrid, 21 de abril de 2022.

(Fotografía de cabecera, Autor: Luis Alberto Pérez Sánchez)


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