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lunes, 29 abril, 2024
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El desorden político del neoliberalismo: renovar el contrato social (tercera parte)

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Por: Juan Carlos Monedero •

El deterioro de los medios de comunicación arranca igual con la crisis económica de 1973 y el comienzo del neoliberalismo. El trabajo periodístico en el Watergate de Bob Woodward y Carl Bernstein, o la información puntual sobre las bajas norteamericanas en la guerra de Vietnam doblaron el brazo al establishment desde la izquierda y crearon una alerta (Woodward y Bernstein recibieron un Pulitzer por esa investigación. Hoy los grupos editoriales señalan con premios millonarios a los presentadores de sus informativos por libros que ni siquiera necesitarían escribir ellos). En La crisis de la democracia, un informe sobre la gobernabilidad a la Trilateral, Samuel Huntington dice que hay que controlar a los medios para frenar el «exceso de democracia». Las leyes mordaza suman todos estos asuntos: frenar la protesta y su visibilidad en un momento de ajustes económicos y de aumento de las desigualdades.

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Igualmente, la pérdida de confianza en la ciencia tiene que ver con su mercantilización y su colaboración en una estrategia de mentiras políticas o económicas. El científico deja de verse como alguien al servicio de la verdad y pasa a entenderse como una pieza más de intereses particulares (evidente en el caso de la salud y las farmacéuticas y en los primeros momentos negacionistas del calentamiento global).

El auge de la nación tiene que ver con el abandono de amplios sectores a los que solo les queda la identidad nacional como refugio ante una sociedad que le quita su bienestar o que les amenaza con poder perderlo (lo que explica por qué clases medias acomodadas en los países nórdicos o en Austria apoyan a la extrema derecha, o como en los países del este, tras el brutal desmantelamiento del sistema socialista de Estado, se recuperaron a través de un discurso nacionalista excluyente). La misma lógica neoliberal permite guerras de saqueo y desposesión, lo que genera refugiados y emigrantes, frente a los cuales, las clases medias blancas heterosexuales y cristianas necesitan conjurar su inquietud y el empeoriamiento de sus condiciones de vida reforzando su identidad nacional frente a los enemigos de dentro –los «malos» españoles, franceses, húngaros, chilenos- y los de fuera –subsaharianos, árabes, marroquíes, guatemaltecos, mexicanos-. El nacionalismo húngaro o polaco no se entiende, como decíamos, sin el desmantelamiento brutal y sin escrúpulos de la Unión Soviética y luego del régimen socialista en esos países, sustituido por laboratorios neoliberales que arrojaron a esos pueblos durante dos décadas al basurero de la historia.

Por último, la racionalidad neoliberal otorga una utopía en el futuro – todo el mundo tiene derecho a sus sueños siempre y cuando se conviertan en una mercancía- y otra en el pasado -el viejo orden natural de las cosas-. Por el primero, hasta los cuerpos de mujeres pobres se convierten en vasijas para que gesten los hijos de parejas pudientes; por el segundo, las mujeres deben subordinarse al orden natural -antiguo, religioso, patriarcal- donde los hombres tenían privilegios, las mujeres estaban subordinadas y las cuestiones sexuales estaban al servicio del mensaje de virilidad y poder que justificaba la situación de dominio masculino.

Conclusión: hacia procesos constituyentes

Y así, rompiéndose los contratos sociales vigentes, hasta dibujar el mapa de la confusión actual (como subtitulé un libro en 2009, El gobierno de las palabras. Política para tiempos de confusión, FCE), mapa que nos permite también entender que toda la emergencia democrática actual en el mundo, desde el caracazo de 1989 hasta las protestas del 1º de mayo de 2022, pasando por el 15M, Podemos, Occupy Wal Street o las primaveras árabes y las luchas contra el calentamiento global no son sino expresiones contra el modelo neoliberal.

La confusión de la izquierda no tiene tanto que ver con recuperar una representación virtuosa -tarea imposible bajo la racionalidad neoliberal que hace que las víctimas voten a sus verdugos- sino, como sostiene Sánchez-Cuenca, exigiendo a la imaginación que se atreva a reinventar la democracia. En otras palabras, esa confusión tiene que ver con que no termina de entender que su tarea central es, al tiempo que garantizar derechos sociales –para que haya menos frustrados que engrosen las listas de la extrema derecha-, pelear por un nuevo contrato social que supere el neoliberalismo y la mercantilización de la vida. Cuando la socialdemocracia pacta con la derecha está cavando su propia tumba. Podrá argumentar que lo hace porque lo viejo no termina de marcharse y lo nuevo no termina de llegar, pero estará alimentando a los monstruos.

La lucha emancipadora pasa por procesos constituyentes reales. No es extraño que Chile, en donde empezó el neoliberalismo, esté precisamente ahora mismo en marcha ese proceso. Y que la vieja Europa, marcada por el miedo, aprendería algo mirando hacia el Sur donde están construyendo desde la esperanza.

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