A lo menos tres razones explican esa apreciación inicial ambigua en los partidos y gobiernos de América Latina. Primero, Chávez tocó la fibra del antimperialismo que, aunque desgastada, todavía resuena. Segundo, prestó apoyo a países de menor desarrollo, especialmente del Caribe y Centroamérica, lo que le otorgó una impronta latinoamericanista. Tercero, impulsó una política social, creó las “misiones”, desplegó médicos cubanos en los barrios pobres, entre otras. También le favoreció la actitud de gobiernos como el argentino con los Kirchner, Brasil con el PT, y los países del ALBA (Ecuador con Correa, Nicaragua con Ortega, Bolivia con Evo Morales, más Cuba). Maduro heredó este impulso y logra vivir a la sombra de Chávez. El triunfo opositor en la elección de la Asamblea Nacional, en 2015, le dio un nuevo aire de legitimidad, mostrando que la democracia funcionaba y la oposición lograba triunfar en una importante elección. La división opositora también abonó a favor del gobierno.