¡No pites a un extraño!

Santiago Alonso 


Tal como han estudiado numerosos críticos e historiadores culturales, en muchas películas de terror estadounidenses pueden rastrearse jugosos subtextos sociológicos que ilustran con tino la época en la que se rodaron. Pasaba, por ejemplo, en El diablo sobre ruedas (1972), donde el entramado de carreteras del país americano era escenario de una lucha por la supervivencia en la que el camión perseguía al utilitario conducido por un representante comercial, mientras que los programas de radio que escuchaba el protagonista (como analizó con propiedad Jason Zinoman en su estudio Shock Value, un libro sobre los cineastas que pusieron patas arriba el género en los años setenta) apuntaban cuestiones sobre los nuevos modelos de familia y el consiguiente desconcierto de muchos representantes de la masculinidad tradicional. En Salvaje no solo no se oculta la evidente deuda argumental con el largometraje de Steven Spielberg, sino que además se recurre a la crónica actual ya desde los títulos de crédito, pues en ellos se presentan infinidad de sucesos extraídos de noticiarios para subrayar una máxima que condensa el descontento y el miedo actuales en Estados Unidos: parece que, definitivamente, el hombre es un lobo para el hombre.

Recordando al mismo tiempo a otra película muy conocida sobre descontroles ciudadanos, Un día de furia (1993) de Joel Schumacher, toda la cinta se construye en torno a la premisa de qué te puede pasar si, durante un atasco, le pitas a un conductor que decide tomársela contigo hasta el final. Eso es lo que le sucede a una joven (Caren Pisturius) y a su hijo, quienes se ven atrapados en la red de circunvalaciones y diversos vecindarios de Nueva Orleans mientras los persigue una tremenda furgoneta pick up conducida por un matarife de manual (cinematográfico), aunque sea un personaje con una explicación detrás. La diferencia con el filme de Spielberg estriba, entonces, en que le vemos la cara al malo malísimo, al tiempo que estamos un poco al corriente de sus circunstancias; y la diferencia con el de Schumacher, en que más que un hombre frustrado con un violento brote psicótico, tenemos a una mala bestia irracional. De hecho, en el crudo prólogo, que el alemán Derrick Borte rueda muy bien, se presenta al personaje como un psicópata asesino espoleado por un machismo profundo, algo que explica la persecución a la protagonista y enlaza con un problema muy real.

Salvaje es un thriller de acción que al final funciona más como película de terror de serie B, por el grado de violencia explícita que se muestra y que, a veces, acaba imponiéndose a la intriga. Por lo demás, su planteamiento tampoco ofrece finalmente grandes sorpresas argumentales o formales como juego mortal del ratón y el gato, aunque Borte y el guionista Carl Ellsworth (Disturbia) se sirven con acierto de dos cuestiones. La primera es el desconcierto que el público puede sentir ante un casi irreconocible Russell Crowe, un actor cuyo aspecto físico actual lo aleja de su antigua figura de galán (de tipo brutote, de acuerdo, pero galán al fin y al cabo) y aquí acentúa la ferocidad de su papel. Y la segunda, un revés dramático que definitivamente sitúa esta producción en nuestros tristes tiempos, cuando al perseguidor solo le basta robarle el móvil a la perseguida para acogotarla. Ni acechos entre las sombras ni ataques nocturnos ni esfuerzos para descubrir puntos débiles: al depredador contemporáneo le basta un clic y de golpe, a kilómetros de distancia y a la luz del día, ya tiene en sus manos la vida de su víctima, que está totalmente perdida sin su apéndice tecnológico.



SALVAJE

Dirección: Derrick Borte.

Intérpretes: Russell Crowe, Caren Pistorius, Gabriel Bateman.

Género: thriller, terror. Estados Unidos, 2020.

Duración: 90 minutos.


Deja un comentario

Este sitio utiliza Akismet para reducir el spam. Conoce cómo se procesan los datos de tus comentarios.