La vida sigue sonriéndome, a su manera pero lo hace, aunque nada vaya tan bien como me gustaría. A pesar de que no tengo muchas de las cosas que creo que merezco, a pesar de que sigo arrastrando errores y respiro el aire viciado de mi interior. Entiendo ya que el gris no tiene por qué pintarlo todo de tristeza y que sólo soy otro color más en el lienzo que recorre nuestros días.
¿Sigues respirando?
A veces tengo que repetirme esa pregunta y ser consciente de que sigo vivo, de que esta ruina diaria en la que ando metido no ha acabado conmigo.
Cierro los ojos y vuelvo a abrirlos.
Soy consciente de mi peso sobre el colchón, del silencio, de que el sol se va elevando y ya entra por mi ventana.
Soy consciente de que he vuelto a sobrevivir a un día y a una noche, y supongo que es mucho más de lo que esperaba.
La de veces que he querido quedarme inconsciente para siempre, mirar hacia otro lado, perderme en la nada. Y ahora el único lugar en el que quiero perderme es en el iris de tus ojos, verme reflejado porque sigues a mi lado.
Me envuelve el humo de mil cigarros sin apagar, los restos secos de cerveza en las botellas, las palabras perdidas de Brautigan en Babilonia y la soledad. La soledad, como un lastre que se abraza a mi columna y me obliga a arrastrarla allá por donde vaya.
Ojalá fuera capaz de quitarme esa sensación perenne de encima, dejar de sentirme siempre tan vacío, insatisfecho y perdido.
Ojalá tuviera armas para enfrentarme a mí mismo y a todos esos demonios que creé en el pasado y soy incapaz de destruir.
Inseguridad, miedo y abismo.
Me siento el juguete roto del fondo del baúl, ese que nadie elige si no queda más remedio. Ese que un día nos hizo felices y que ya no nos sirve para nada.
Quizá la vida no está sonriéndome, quizá es que la estoy mirando del revés.