¿Te dedicas a lo que te apasiona?

En 2001, mi primo Roberto abrió las puertas de su centro de buceo, el cual mantuvo su actividad durante casi una década. Tras su etapa emprendedora, se centró en trabajar en puestos relacionados con sus estudios de turismo. Aunque tomó posesión de puestos muy relevantes, retadores e interesantes, siempre me dio la sensación de que le faltaba el brillo que antes tenía en los ojos y no terminaba de encontrar su sitio.

De hecho, no me sorprendí cuando me comentó que iba a reabrir las puertas de aquel local desde el que instruía a los amantes de las profundidades marinas, pero con una actividad diferente: la venta de productos ecológicos, pero ecológicos de los de verdad, sin envoltorios ni envases de plásticos que dañan esos mares que Roberto siempre ha amado tanto.

Para acondicionar el nuevo comercio, tuvo que quitar el rótulo de la última empresa que se estableció allí. El corazón le palpitó fuerte y la nostalgia hizo mella en él cuando, al retirarlo, sobre las tablas de madera que presidían la cabecera de la tienda, vio la luz un antiguo vinilo de color azul marino que había permanecido oculto tras el paso del tiempo y de los negocios que por allí desfilaron. Dicha rotulación estaba compuesta por letras que formaban tres palabras: “centro de buceo”. Para Roberto, fue una gran sorpresa y un valioso hallazgo. ¿Acaso se trataba de una señal del destino?

La época en la que fue instructor de submarinismo le había regalado momentos y emociones tan inolvidables y satisfactorias que quedaron atesoradas en su alma y se mantuvieron vivas para siempre en su recuerdo. La idea de volver a aquella actividad que tanto le apasionaba y le acercaba al mar le rondaba constantemente por la mente. Para evitar quebraderos de cabeza, dejó a un lado el tema de la rotulación del frontal del local y se centró en otros aspectos de su nuevo reto empresarial y, poco a poco, fue transformando aquel lugar en una entrañable tienda de barrio ecológica con una fuerte conciencia de protección del mar al evitar los plásticos.

Los días, las semanas y los meses pasaban. El negocio comenzó a funcionar poco a poco y pronto se creó una clientela que acudía fielmente a comprar sus productos. Sin embargo, cada vez que Roberto se aproximaba por la calle para abrir su comercio, tres palabras en vinilo de color marino le recordaban su pasado y la antigua identidad de aquel lugar. La nostalgia iba creciendo en su interior día a día hasta que se hizo con todo el hueco en su corazón.

Han sido necesarias unas vacaciones de desconexión junto al inmenso e imponente mar para que éste le susurrara al oído, le ayudase a reflexionar y, finalmente, tomar la decisión de que sí, de que merece la pena, de que hay que dedicarse a lo que uno ama y hace con pasión.

Ayer recibí vía Instagram y Facebook la noticia de que mi primo va a compaginar su actual negocio con su gran pasión: enseñar a otros a amar el mar y mostrarles cómo sumergirse en él hasta tener la sensación de ser un pez más que nada feliz bajo el agua.

¡Enhorabuena, capitán!

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