[ A+ ] /[ A- ]

20 de febrero de 2012. Hoy empieza la Cuaresma. El gesto exterior que sólo se realiza hoy de imponer la ceniza sobre nuestras cabezas no es un mero ritualismo. Apunta a lo que señala el profeta Joel en la primera lectura: Convertíos a mí de todo corazón; con ayuno, con llanto, con luto. Rasgad los corazones, no las vestiduras. Es el mismo sentido que tienen las enseñanzas proclamadas por Jesucristo en el evangelio de hoy. Frente a la tentación de un cambio superficial, o de reordenar la vida para satisfacer la propia vanidad o en busca de la autocomplacencia, se apunta a lo más íntimo de cada uno: Que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha. Entra en tu cuarto, cierra la puerta y reza. Perfúmate la cabeza y lávate la cara. Porque no se trata de ganarse un lugar entre los hombres ni tampoco de disimular la propia debilidad, sino de afrontar la posibilidad de salvación que Dios nos ofrece. A ello se refieren las palabras del Apóstol: Dejaos reconciliar con Dios.

Quizá el primer paso para dejarnos reconciliar sea tomarnos en serio la Cuaresma. El beato Newman reflexionaba sobre el hecho de que muchos cristianos no valoraran los distintos tiempos litúrgicos y consideraban igual los días de fiesta y los de ayuno. Decía en 1838: «Para ellos, los evangelios no son sino una historia más, una serie de historias que tuvieron lugar hace mil ochocientos años. No les traen al presente la vida y la muerte de nuestro Salvador… No vuelven a revivir y celebrar esa historia en su observancia y la consecuencia es que no tienen ningún interés por ella. No tienen fe ni amor por ella; no les afectan».

Tal vez lo primero que podemos hacer en el inicio de este tiempo es reflexionar sobre el sentido de la Cuaresma, que se nos ofrece como un tiempo de salvación que conlleva una transformación. En tiempos recientes hemos visto cómo muchas personas se manifiestan, incluso violentamente, deseando cambiar lo que creían estaba mal en el mundo. La Cuaresma nos invita a mirar lo que está mal dentro de nosotros mismos y a pedir con humildad, como hace el salmo de hoy, que Dios nos renueve por dentro con espíritu firme.

En la oración colecta de este día se habla del «combate cristiano». Se recuerda así que no se trata de algo fácil. Continuamente nos acechará la tentación de abandonar bajo diversas formas: «No hay que ser tan radical, no vale la pena intentarlo, siempre he sido así…» Frente a esta tentación, debemos recordar las palabras de Pablo: Ahora es el tiempo de la gracia; ahora es el día de la salvación. Desde esa afirmación positiva es posible afrontar con confianza en Dios la lucha contra el mal que anida en nosotros  y que nos aparta de Dios. Convertirse significa en primer lugar reconocer que la victoria es de Dios y que él quiere hacerla eficaz en nosotros.

La oración, el ayuno y la limosna en todas sus formas son las «armas» de que disponemos. Todas ellas nos ayudan a descentrarnos de nosotros mismos y a reconocer que dependemos de Dios y que sólo en él está nuestra salvación. Por eso muchos autores han señalado que en el fundamento de toda está la humildad. Por ella reconocemos nuestra flaqueza, pero también la incomprensible misericordia de Dios que no deja de amarnos y nos tiende su mano.