Reflexiones: Salario y miseria infantil 2

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BGC.-Los padres de los niños quieren pero no pueden generar condiciones propicias para que sus familias se desarrollen adecuadamente. No hay manera, ya que desde 1976 los salarios reales han presentado una constante caída en su poder adquisitivo. Tan sólo de 2006 a 2012 los precios de mercancías de consumo necesario presentaron incrementos lamentables: La tortilla subió 82 por ciento, el pan blanco 66, el huevo 148 y la mantequilla 97 por ciento, por ejemplo. Al contrario, el aumento al salario mínimo durante este mismo periodo fue 21.91 por ciento.
El salario se especializa en perder. Y para colmo, el primer aumento otorgado por el nuevo PRI fue el equivalente a seis tortillas. Por su parte, el Congreso de la Unión, aprobó la nueva ley del trabajo que legalizó el outsourcing (subcontratación) y el despido barato.
En plena Cruzada Nacional contra el Hambre, desde Europa nos informan que México es el país que registra el mayor incremento de precios en alimentos, tanto que resulta cinco veces mayor al crecimiento promedio que en el mismo renglón reportan los 34 países integrantes de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos. De esa manera es imposible combatir el hambre. Cómo, si los alimentos cada vez menos accesibles para los pobres.
Por cierto, ese programa oficial carece de recursos presupuestales propios, es una especie de “Caritas” pero sin caridad cristiana. La economía tiene sus leyes, igual que el universo.
Ningún programa electorero puede evitar que haya inflación, pobreza y hambre en el sistema-mundo capitalista. Pero resulta hasta ofensivo que los sucesivos gobiernos federales sean incapaces de lograr mínimos de bienestar social.
En efecto, no hay una sola nación perteneciente a la OCDE, al Grupo de los 7, a la Unión Europea y/o a Europa toda que registre un crecimiento tan abultado en los precios de los alimentos como el que reporta México. Es absurdo, pues se han gastado millones de millones de pesos desde hace por lo menos 30 años para abatir la pobreza alimentaria, en la que oficialmente sobreviven alrededor de 28 millones de habitantes, es decir, no les alcanza siquiera para comer.
En México, el crecimiento de los precios en alimentos duplica el incremento de la inflación en su conjunto (y el del aumento a los salarios mínimos), y casi triplica el del avance de los indicadores generales que no incorporan el impacto de alimentos y energía.
Los intelectuales avispados se preguntan con razón: ¿Sirve de algo una Cruzada Nacional contra el Hambre que opera sin presupuesto propio, que recurre a las trasnacionales y a las buenas conciencias para allegarse apoyos, que, sin recursos, debe hacer frente al permanente cuan vertiginoso encarecimiento de los alimentos, que pasivamente observa cómo se incrementa la importación de aquellos y que nada hace para aminorar, por medio de la producción interna, la terrible sangría de divisas y la pérdida de soberanía que implica la masiva adquisición externa de alimentos? (alrededor de la mitad de lo que, poco o mucho, los mexicanos llevan a sus respectivos estómagos).
La respuesta es obvia. No hay punto de comparación, pero notar las diferencias nos ayuda para empezar a soñar en que un día recuperemos las esperanzas de Hidalgo, de Morelos y Juárez. Y aunque suene trillado debo repetir que el crecimiento que registra México en los precios de los alimentos supera con mucho a la que de forma conjunta acumulan los países integrantes de la Unión Europea, Estados Unidos, Australia y Reino Unido (8.7 por ciento), en los que –hasta donde se sabe– no existen cruzadas nacionales contra el hambre, sino abundante producción interna de alimentos y poder adquisitivo del salario (éste, en México, con una pérdida real de 85 por ciento en las últimas tres décadas).
El gobierno interino y el PRI deberían ocuparse de los problemas reales de Michoacán, como lo que se señala arriba, porque Aureoles y Cocoa ya son historia.
El que mira para atrás se convierte en estatua de sal. Lo peor es que ese cloruro de sodio no sirve para condimentar los alimentos, y menos en los que tanto hacen falta en las mesas de las familias del estado de Ocampo.

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