CAPÍTULO XVI: Razones por las que algunos creyeron que el Espíritu Santo era una criatura

CAPÍTULO XVI

Razones por las que algunos creyeron que el Espíritu Santo era una criatura

Algunos creyeron que el Espíritu Santo era una criatura superior a las otras, y se sirvieron de testimonios de la Sagrada Escritura para afirmarlo.

[Objeciones.]

Se dice en Amós, según la versión de los Setenta: “El que formó los montes, y creó el espíritu, y pone al desnudo ante el hombre los pensamientos de éste”. Y en Zacarías: “Palabra de Yavé, que tiende los cielos, funda la tierra y que forma el espíritu del hombre dentro de él”. Parece, según esto, que el Espíritu Santo es una criatura.

Dice el Señor, hablando del Espíritu. Santo: “No hablará de sí mismo, sino que hablará lo que oyere”; de lo cual parece seguirse que nada dice apoyándose en su propia autoridad, sino que sirve como siervo a quien le manda; porque el decir lo que uno escucha parece ser cosa propia de siervos. Luego, al parecer, el Espíritu Santo es una criatura sometida a Dios.

Igualmente, parece que el “ser enviado” es propio de un inferior, pues quien envía cuenta con autoridad para hacerlo. Ahora bien, el Espíritu Santo es enviado por el Padre y el Hijo, pues dice el Señor: “El Espíritu Santo Paráclito que el Padre enviará en mi nombre, ése os lo enseñará todo”; y “Cuando venga el Paráclito que yo os enviaré de parte del Padre”. Luego parece que el Espíritu Santo es menor que el Padre y el Hijo.

También la Escritura divina, al asociar Padre e Hijo en lo que parece ser propio de la Divinidad, no hace mención del Espíritu Santo, como se ve cuando dice: “Nadie conoce al Hijo sino el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo”, sin hacer mención -como vemos- del Espíritu Santo. Y San Juan dice: “Esta es la vida eterna, que te conozcan a ti, único Dios verdadero, y a tu enviado Jesucristo”; en donde tampoco se hace mención del Espíritu Santo. Dicen también el Apóstol: “La gracia y la paz con vosotros, de parte de Dios nuestro Padre, y del Señor Jesucristo”; además: “Para vosotros no hay más que un Dios Padre, de quien todo procede y para quien somos nosotros, y un solo Señor Jesucristo, por quien son todas las cosas y nosotros también”; tampoco aquí se alude al Espíritu Santo. En consecuencia, parece que el Espíritu Santo no es Dios.

Todo lo que se mueve es creado; pues demostramos en el libro prime ro (c. 13) que Dios es inmóvil. Mas la divina Escritura atribuye movimiento al Espíritu Santo, porque se dice en el Génesis: “El Espíritu del Señor se movía sobre las aguas”. Además: “Derramaré mi espíritu sobre toda carne”. Luego parece que el Espíritu Santo es una criatura.

Todo lo que puede sufrir aumento o división es mudable y creado. Es así que las Sagradas Escrituras atribuyen, al parecer, estas mismas cosas al Espíritu Santo, porque dice el Señor a Moisés: “Elígeme a setenta varones de los ancianos de Israel, y tomaré del espíritu que hay en ti y lo pondré sobre ellos”. Y en el 4 de los Reyes se dice que Eliseo pidió a Elías: “Que tenga yo dos partes de tu espíritu”; y Elías respondió: “Si cuando yo sea arrebatado de ti me vieres, así será”. Luego parece que el Espíritu Santo es mudable y no Dios.

En Dios no puede darse la tristeza, porque es cierta pasión, y Dios es impasible (l. 1, cc. 16, 89). Sin embargo, en el Espíritu Santo se da, pues dice el Apóstol: “Guardaos de entristecer al Espíritu Santo de Dios”. E Isaías dice: “Ellos enojaron su Santo Espíritu y lo afligieron”. Según esto, el Espíritu Santo no es Dios.

A Dios no le conviene rogar, sino más bien ser rogado. Mas al Espíritu Santo sí que le conviene, pues se dice: “El mismo Espíritu aboga por nosotros con gemidos inefables”. Luego parece que el Espíritu Santo no es Dios.

Nadie da convenientemente sino lo que es de su dominio. Es así que Dios Padre y también Dios Hijo dan el Espíritu Santo, porque dice el Señor: “Vuestro Padre el Espíritu Santo a quienes se lo piden”. Y San Pedro dice: “Dios otorgó el Espíritu Santo a los que le obedecen”.

Esto, pues, parece demostrar que el Espíritu Santo no es Dios.

Si el Espíritu Santo es verdadero Dios, tendrá necesariamente naturaleza divina; y así, como el Espíritu Santo “procede del Padre” -según dice San Juan-, es preciso que de Él reciba la naturaleza divina. Ahora bien, lo que recibe la naturaleza de quien lo produce es engendrado por él, pues es propio de lo engendrado el ser producido en la especie semejante a la de su principio. Luego el Espíritu Santo será engendrado y, por tanto, hijo. Lo cual es contrario a la verdadera fe.

Además, si el Espíritu Santo recibe del Padre la naturaleza divina, y no como engendrado, la naturaleza divina tendrá que comunicarse necesariamente de dos maneras, es decir: a modo de generación, como procede el Hijo, y por aquel otro según el cual procede el Espíritu Santo. Pero, consideradas todas las naturalezas, se ve que a ninguna le puede convenir el comunicarse de dos maneras. Luego parece que, no recibiendo el Espíritu Santo la naturaleza por generación, tampoco debe recibirla de otro modo. Luego, al parecer, no es verdadero Dios.

Esta fue la opinión de Arrio, el cual afirmó que el Hijo y el Espíritu Santo eran criaturas; sin embargo, dijo que el Hijo era superior y que el Espíritu Santo era su ministro; como sostenía también que el Hijo era menor que el Padre. -Y en lo referente al Espíritu Santo le siguió Macedonio: “Quien pensó rectamente que el Padre y el Hijo tienen una misma substancia; cosa que no atribuyó al Espíritu Santo, por considerarlo una criatura”. Y por esto algunos llamaron a los macedonianos semiarrianos, porque en parte convienen con los arrianos y en parte discrepan.

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