Posted: 12 Dec 2013 06:00 AM PST
Por: Jorge Gómez Barata
Un saludo protocolar no es un armisticio ni un tratado de paz, aunque sí un precedente, puede ser un comienzo y tal vez un punto de no retorno; sobre todo cuando se trata de Barack Obama y Raúl Castro, líderes de quienes depende la solución del único conflicto de la Guerra Fría vigente en su formato original.
De alguna manera el hecho de que el saludo entre presidentes de países que protagonizan un largo y enconado conflicto que ocupó la mitad del siglo XX y se adentra en el XXI haya tenido lugar durante el homenaje a un adalid de la reconciliación, tiene un significado especial, aunque uno de los geniecillos que siempre tenemos de guardia se haya sentido obligado a recordarnos que: “Mandela no es un apóstol del pacifismo ni una Madre Teresa de Sudáfrica”. ¡Para enmarcar!
Tan absurdamente intolerante es el distanciamiento entre países, tan cercanos que apenas hay agua entre ambos que, en 50 años solo en dos ocasiones sus líderes estuvieron cerca. No obstante reclamaciones mutuas, la asimetría coloca el balón en cancha norteamericana.
Cuba no bloquea a Estados Unidos ni podría hacerlo, no ha aprobado leyes que impidan la buena vecindad, las relaciones y la colaboración ni realiza acciones contra aquel país. De Cuba no ha salido nunca un hombre armado para actuar contra ningún norteamericano en ninguna parte del mundo. La Isla jamás amenazó la seguridad de los Estados Unidos y cuando hubo en su territorio misiles soviéticos con prestaciones nucleares, fueron evacuados sin haberse desplegado completamente y dispararlos nunca fue atribución cubana.
Para comenzar, sin desmentir los objetivos de su política exterior, ni comprometer su seguridad nacional, Estados Unidos pudiera levantar toda restricción al comercio de alimentos, medicinas, materiales para la construcción de viviendas, poner fin a la prohibición de los norteamericano para viajar a Cuba y permitir que líneas aéreas comerciales de ambos países operen el tráfico de pasajeros.
Un paso decisivo sería devolver la base naval de Guantánamo a la soberanía cubana, proponiendo crear en esa zona una reserva de biosfera administrada por instituciones científicas. Obama pudiera decretar la liberación de los cuatro cubanos presos en Estados Unidos y preparar para el día después el recibimiento de Alan Gross.
Tal vez mucho de lo ocurrido se hubiera ahorrado si en lugar de excusarse para jugar un partido de golf, el presidente Dwight Eisenhower hubiera recibido a Fidel Castro que en abril de 1959, estuvo en Estados Unidos, esmerándose por esclarecer la ausencia de vínculos de la Revolución con el comunismo internacional. En lugar de eso, de mala gana el líder revolucionario fue acogido por Nixon que no hizo ningún esfuerzo por comprenderlo.
Tuvieron que pasar 41 largos años para que en el 2000, en el marco de la Cumbre del Milenio, en Nueva York, Bill Clinton y Fidel Castro se saludaran y otros 13 para el fugaz encuentro entre Barack Obama y Raúl Castro. Lo diferente hoy es la coyuntura, el perfil del presidente estadounidense y sus observaciones respecto a la política de su país hacia Cuba que, según ha dicho, debe ser actualizada y creativa. Es exactamente a lo que aspiramos.
La Revolución Cubana es más madura, ha resistido al imperialismo norteamericano pero derrotarlo no es ahora su tarea ni su prioridad. El tiempo hará lo suyo y, en cualquier caso, será obra de otros tipos con otras espadas. Allá nos vemos.
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