Juntos más allá de la muerte

No han de existir en este mundo muchas necropolis que puedan presumir de albergar el sueño eterno de un escritor célebre y sus personajes, pero el Cementerio de Colón habanero puede ostentar ese blasón. Cirilo Villaverde, consagrado como el primer gran novelista de Cuba y autor de nuestra novela fundacional Cecilia Valdés o la Loma del ángel, yace en un hermoso panteón de mármol adornado con un obelisco, y no muy lejos, en una tumba modestísima, los restos mortales de quien fue, quizá, la musa viviente del escritor tienen su ultimo reposo.

Panteón del escritor Cirilo Villaverde en el cementerio de Colón

La existencia real de Cecilia Valdés ha sido, desde la aparición de la novela en Nueva York, una tesis muy controvertida, pero no salió de la imaginación excitable de algún lector entusiasta o de los esfuerzos de un crítico literario prolijo e interesado en la Historia, sino de un fragmento de una carta escrita por el propio Villaverde a un conocido, donde confiesa que, para crear el personaje, se inspiró en “una mulata muy linda con quien llevó amores Cándido Rubio, mi condiscípulo y amigo, en La Habana”. Si la musa, quien sin duda se paseaba en chancleticas por los adoquines coloniales triturando corazones de todas las razas —como Villaverde la describe—, se llamaba o no Cecilia Valdés, es un enigma difícil de esclarecer después de tanto tiempo, aunque la tumba que en Colón lleva su nombre parece arrojar bastante luz sobre los hechos.

La lápida que corona la pobre sepultura fecha la muerte de su ocupante el 21 de mayo de 1893, lo que concuerda con la época en que se desarrolla la historia de la Cecilia literaria. La novela termina cuando Cecilia, enloquecida por la muerte de Leonardo que involuntariamente ha provocado, sufre las secuelas de su parto y es internada en un asilo para dementes. Es aún una mujer muy joven, no llega a los veinte años. Su destino acaba aquí para el lector, quien queda obsesionado por esta vida que se hunde en el silencio y el olvido. ¿Qué fue de Cecilia Valdés, privada del apoyo de su amante, desconocida por su padre biológico y ya sin su abuela Chepilla ni su amigo incondicional, el sastre José Dolores? La demencia borra la identidad. “No te rías de la locura, es peor que la muerte”, dice un personaje del dramaturgo norteamericano Tenessee Williams.

Pero si la locura no deja huellas del ser en el mundo, la muerte, paradójicamente, sí lo hace. En los libros de inhumaciones de la necrópolis de Colón consta que en esa fecha se dio sepultura a una mujer llamada Cecilia Valdés, natural de La Habana e hija de la Real Casa de Maternidad, tres datos que coinciden con el personaje creado por Villaverde. Un cuarto dato casi disipa ya cualquier duda residual: la fallecida era mestiza. Murió a la temprana edad de 39 años, lo que indica que sobrevivió por más de dos décadas a su final literario. Horroriza pensar que lo haya hecho en aquel asilo de dementes, donde como único Consuelo dice Villaverde que encontró a su madre Charo Alarcón. Una vida infernal sin ninguna semejanza con la existencia colmada de amor y placeres con que Cecilia soñaba. En vez del blanqueamiento que tanto anhelaba se hundió en la negrura más profunda. Su hija recién nacida tendría su mismo fatum: crecería sin su madre loca, quién sabe cómo y, para desgracia mayor, cargando sobre sus hombros el estigma de ser fruto de un incesto.

Pero hay otro lugar en La Habana donde Cirilo y Cecilia forman un dueto eterno, o al menos lo será mientras exista la ciudad. Es la iglesia del Santo Ángel Custodio, en la Loma del Ángel, en cuya plazoleta se alza una escultura en bronce del artista Eric Rebull que recrea la imagen de Cecilia. A pocos metros un busto de Cirilo Villaverde, colocado en 1946 en una hornacina de la fachada del templo, parece contemplarla sumido en meditación silenciosa que acompaña una vaga sonrisa.

Una reflexión sobre este emparejamiento que se mueve entre la ficción y la vida (o la  muerte) real, induce a un escritor a cuestionamientos un tanto metafísicos: ¿Qué lazos forja la escritura con las creaciones de nuestra imaginación? Y se puede ir aún más lejos: ¿acaso existen vasos comunicantes entre lo que escribimos los escritores y la manera en que se moldea la realidad? ¿Influye la materia literaria sobre la marcha de la existencia? ¿Somos, en verdad, demiurgos? Conan Doyle decidió matar a Sherlock Holmes para librarse del personaje, que lo acosaba, y nunca lo logró. La historia de la literatura abunda en casos de escritores que terminaron estableciendo una relación morbosa con alguno de sus personajes o con las historias que crearon para ellos. La sospecha da miedo, y aunque los escépticos digan que es muy lógico que Villaverde y Cecilia estén enterrados en el Cementerio de Colón porque eran habaneros y esa era, entonces, la única necropolis de la ciudad, y en definitiva no existen pruebas fehacientes de que esa muerta sea la musa del escritor, a mí el connubio me sigue impresionando, como todo lo que parece sobrenatural, aunque no lo sea..

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La magia de la música más allá de las fronteras del sonido

Lev Sergueievich toca su theremín

Hace muchos años, en el Onceno Festival de la Juventud y los Estudiantes celebrado en La Habana, vi y escuché por primera vez un sintetizador en acción. Un músico checo (o polaco, después de tantas décadas ya no recuerdo) ofreció una coral donde él era la voz veintiuno en vivo. Todo el resto del coro inmenso era su propia voz replicada por aquel instrumento. Me impresionó de tal manera que durante años guardé el recorte de diario donde se le anunciaba y estuve pensando en aquello. Mucho después, ya casada con mi esposo Benigno Delgado Hernández, guía de turismo, visitamos la casa de uno de sus amigos, quien tenía un sintetizador. Era un músico aficionado, algo que yo jamás me he considerado a mí misma, pero cuando me ofreció manipular el instrumento y comenzó a enseñarme la infinita cantidad de sonidos que encerraba en su interior, me hizo pensar con mucha fuerza en aquellas extraordinarias cajas mágicas de que hablan los cuentos de hadas, donde están encerrados todos los sonidos del universo. Luego pensé el El Aleph, de Borges, pero El Aleph encierra todas las imágenes posibles, mientras que el sintetizador guarda sonidos Había cantos de pájaros, ruidos de tormenta, entrechocar de espadas y cánticos de guerra, entre otras muchas cosas. Yo estaba por entonces escribiendo el guión de mi aventura Los Celtas, y la posibilidad de ser yo misma quien trabajara el sonido de la serie, de acuerdo con mis conocimientos de esa cultura extraordinaria, me provocó tal excitación que Benigno tuvo que sacarme de la casa de nuestros amables huéspedes casi a rastras. Recuerdo, como un dato aleatorio, que aquel matrimonio amigo había comido esa noche una gran cantidad de jamón de pierna y estaban intoxicados, pero yo no sentía piedad: el egoísmo del artista que acaba de hacer un descubrimiento capital me poseía sin dejar espacio para ningún otro sentimiento.

De más está decir que el sintetizador se agregó de inmediato —junto con perros pastores y huskies, un caballo, una cabaña cerca del mar, un telescopio, una colección de música y todo lo necesario para poder pintar —a la larga lista que conformaba y aún conforma el conjunto de mis sueños imposibles. A veces uno llega a resignarse a tantísimas renuncias, hasta que un día navega en internet y descubre…

El Theremín y el Tautronio

Carolina Eyck

El theremín a veces parece un instrumento del futuro de la Tierra o de otro mundo. Su música parece evocada de la nada, notas y tonos burlados y manipulados por movimientos hipnóticos de manos y dedos a través del aire.

Así aparece descrito en internet el único instrumento musical conocido hasta la fecha que se “toca”completamente sin contacto físico directo. Fue inventado alrededor de 1920 por el físico ruso Lev Sergeyevich Termen, conocido más tarde como Leon Theremin, cuyo apellido pasó a nombrar el instrumento de su invención.

Si yo tuviera que describirlo, diría que fue una especie de caja cuadrada en sus inicios, rectangular en sus versiones modernas, de la que sobresalen dos antenas que operan con los principios del electromagnetismo. Es más o menos así, pero recuerden los lectores que siempre fui ponchada en Física.

El theremín recuerda, a quien lo ve tocar, la leyenda del aprendiz de brujo, porque el músico mueve sus manos alrededor del instrumento como si hiciera pases mágicos, y entonces se produce el milagro de una música que no parece de este mundo. ¿El secreto? Los músicos controlan los sonidos moviendo las manos y los dedos alrededor de una antena vertical para subir o bajar el tono, y hacia arriba o hacia abajo sobre una antena en bucle para controlar el volumen. En realidad, las manos del ejecutante controlan y manipulan los campos magnéticos alrededor de las antenas. ¿No parece cosa de brujos?

Lev Sergueievich nació en San Petersburgo, Rusia Zarista, en 1896. A los siete años montaba y desmontaba relojes con una precoz habilidad ingenieril, y a los quince construyó un observatorio astronómico. Al igual que muchos jóvenes de familias pudientes de su país, tomó lecciones de violín, violonchelo y otros instrumentos musicales. Como en el caso de tantos descubrimientos científicos, por ejemplo el elemento radio de los esposos Curié, el theremín es fruto de una sorpresa tangencial. En 1920, Lev inventó un ingenio que permitía usar la nueva tecnología de las ondas de radio para medir algunas propiedades del elemento gaseoso, pero descubrió que su aparato emitía “un extraño gorjeo” que él podía moldear si movía sus manos alrededor del equipo. Como era un músico entrenado, es posible que desde el primer momento reconociera el potencial artístico de su nueva creación. Según declaró en una entrevista, su conversión del aparato en instrumento musical fue muy intencional: “No estaba —dijo— satisfecho con los instrumentos mecánicos que existían, de los cuales había muchos. Todos fueron construidos usando principios elementales y no estaban bien hechos físicamente. Estaba interesado en hacer un tipo de instrumento diferente. Por lo tanto, transformé equipos electrónicos en un instrumento musical que proporcionaría mayores recursos». Si este criterio de Lev Sergueievich era válido o no y qué hubieran dicho de él Bach, Bethoven, Chopin, Lizt y otros grandes compositores y concertistas de la historia musical de Occidente es algo que no sabremos nunca, porque no conocieron el theremín.

Tras semejante triunfo pronto Lev Sergueievich viajó a Estados Unidos, donde fue muy bien recibido y se le concedió un estudio en West 54th Street, en Nueva York. Pronto allí se dieron cita compositores y científicos. A los primeros los fascinaba el instrumento y a los segundos los intrigaba. El propio Einstein llegó a alquilarle a Sergueievich una habitación desocupada en el estudio del inventor para poder estudiar el fenómeno de la música celestial del theremín.

Sergueievich ganó mucho dinero con su instrumento en Estados Unidos , y comenzó a soñar con construirlo en serie para que todo el mundo pudiera tocarlo, pero su sueño no se pudo materializar debido a lo dificultoso que resulta tocar bien un theremín.

La extraña sonoridad del instrumento hizo que fuera usado en programas y películas que requerían efectos especiales. La más conocida de ellas, filmada en 1951, fue El día que paralizaron la Tierra, pero antes ya había sido usado en la banda sonora de Miklós Rózsa para la película Spellbound, de Alfred Hitchcock, ganadora del Oscar en 1945. 

 Después de un corto período el instrumento cayó en el olvido. Sin embargo, a partir del documental Theremin: An Electronic Odyssey, realizado en 1993, el theremín de Lev Sergueievichh está viviendo un gran renacimiento. Músicos de reconocido prestigio lo han adoptado y los conciertos se suceden. La música del theremín, que ciertamente deslumbra por su increíble registro de bajos y agudos y parece música de las esferas, la misma de la que hablaba el filósofo griego Pitágoras, ha sido empleada en filmes clásicos del cine como Star Trek, la usó el celebérrimo grupo Led Zeppelin en su conocida canción Whole Lotta Love, y The

Jimmy Page, de Led Zeppelin, toca el theremín

Rolling Stones la empleó en su álbum psicodélico Her Satanic Majesty Requests, de 1967. La artista islandesa Hekla Magnúsdóttir, quien combina el theremín con su voz en sus álbumes, ha dicho:  «Creo que tiene mucho potencial inexplorado, y también es fascinante visualmente». Violonchelista como Lev Sergueievich, a ella también le parece el theremín un instrumento que produce música de planos ajenos a este mundo. Carolina Eyck es otra maestra de theremín que busca difundir este instrumento único y está ampliando su escaso repertorio con nuevas composiciones como su pieza Ocean, de 2019. Ella ha dicho: «Cuando tocas el theremín, parece algo mágico, como si pudieras lanzar hechizos”. También ha confesado que la banda sonora de Spellbound, que escuchó en su infancia, tuvo tuvo en ella un impacto particular . El actor Keanu Reeves aprendió a tocar el instrumento en Bill & Ted Face the Music, la reciente tercera entrega de la trilogía de Bill & Ted. Se ha utilizado en temas para programas de televisión como la serie de ITV Los asesinatos de Midsomer, o el tema central de la serie de vampiros de los años 60 y 70 Dark Shadows, e incluso en discos icónicos, como Oxygène de 1976, de Jean Michel Jarre. Este instrumento se oye también, especialmente al final, en la película One Flew Over the Cuckoo’s Nest (Alguien voló sobre el nido del cuco) producida en 1975, que ganó numerosos premios internacionales y fue la segunda película en obtener los cinco principales premios Óscar: Película, director, actor (Nicholson), actriz (Fletcher) y guion adaptado.

¿Es realmente tan difícil de tocar el theremín?

No existe una enseñanza estructurada sobre cómo tocar un theremín, pero se requiere alguna clase de formación musical, aunque no sea imprescindible una escolarización de altos niveles. “Además de una buena percepción espacial, un músico necesita un oído brillante para tocar notas específicas. Necesita combinar movimientos corporales relajados con una concentración mental intensa”.

Los músicos de theremín emplean técnicas de expresión física y emocional, del mismo modo que procede un actor. La consecuencia de esta comunión de singularidades es que hay muy pocos virtuosos de theremín en el mundo, y cada uno tiene su propio estilo. «Cada músico aporta su propia personalidad distintiva al theremín, y estas diferencias pueden ser bastante fundamentales, casi como una firma sonora», dice Charlie Draper, un destacado músico británico de theremín que actúa tanto en solitario como con su colectivo orquestal Retrophonica. Yo diría que, además de instrumento musical, el theremín es un estado del alma.

Liev Sergueievich tuvo un triste final. Se cree que actuó en Estados Unidos como un agente doble del Kremlin. Fue llamado a la Unión Soviética, donde, víctima de las purgas stalinistas, fue enviado a una prisión para científicos, y allí fue obligado a trabajar en la creación de dispositivos electrónicos de espionaje. Su trabajo tuvo gran repercusión en el espionaje soviético en las altas esferas gubernamentales estadounidenses e inglesas. Murió a la edad de 97 años.  Su sobrina nieta, Lydia Kávina, también thereminista, creó la banda sonora del filme El maquinista, en 2004.

La indescriptible sonoridad del theremín ha hecho que se le asocie con situaciones inquietantes y con los géneros de misterio y terror,  pero sus ejecutantes también lo  emplean en la interpretación de música clásica, especialmente en música experimental y en música clásica contemporánea de los siglos XX y XXI; así como en géneros de música popular como el rock, el rock psicodélico y el art rock.

Los avances de la tecnología moderna han hecho sus aportes al theremín. Se ha llegado a producir theremines de manera más o menos artesanal con modos de interactuar muy distintos, como por ejemplo, theremines ópticos que miden la cantidad de luz que llega a un sensor. También la empresa Roland comercializa en algunos de sus módulos un sensor de infrarrojos llamado D-Beam, con el que se puede controlar, no solo el tono, sino alternativamente el parámetro que se elija. Actualmente existen incluso modelos que participan de la tecnología MIDI, lo cual posibilita que tengan, virtualmente, cualquier timbre que se desee utilizando un sampler, pero dicho efecto rara vez produce sonidos audibles, al no estar pensado el diseño original en ese sentido.

Un modelo actual de theremín

Actualmente, un gran número de thereministas buscan seguir el legado de los grandes virtuosos del instrumento, algunos de ellos son Jean Michel Jarre, Lydia Kavina, Barbara Buchholz, Carolina Eyck, Katica Illényi, Ernesto Mendoza, Peter Pringle, Robby Virus, o Pamelia Kurstin.

Trautonio

El trautoniofue inventado en 1929 por el ingeniero alemán Friederich Trautwein. El músico y compositor alemán Paul Hindemith escribió muchas piezas para él y así  los nazis tuvieron su versión del theremín ruso. El trautonio, del que Goebbels fue un apasionado admirador, parece una gran versión temprana de un sintetizador, pero no tiene un teclado, sino dos tablas que sostienen un cable de resistencia sobre una placa de metal, que puede ser presionada por los músicos y también pasar sus dedos sobre ella. Aunque el trautonio generó gran entusiasmo y la misma expectativa que el theremín de que pudiera llegar a convertirse en un instrumento de masas, durante más de siete décadas solo un joven músico, Oskar Salas, lo tocó en conciertos.

Oskar Salas

También tocaba en programas de radio especialmente concebidos para el instrumento, pero sus actuaciones terminaron cuando fue reclutado para la guerra. Cuando la contienda bélica terminó, Salas creó un estudio en Berlín donde trabajó en bandas sonoras para documentales, cortometrajes y comerciales. Desarrolló una nueva versión del instrumento, el mixturtrautonium, capaz de producir un sonido más rico y polifónico.También lanzó grabaciones de piezas de Paul Hindemith y Harald Genzmer, compuestas específicamente para el trautonio.

Es poco o nada conocido el hecho de que el director de cine de terror estadounidense Alfred Hitchcock quedó fascinado cuando escuchó el sonido del trautonio, al extremo de que lo utilizó en la banda sonora de su famosa película Los pájaros. Los chillidos de los ataques masivos de las aves fueron conseguidos con ese instrumento.

Hitchcock escuchando una partitura de theremín para la banda sonora de Los pájaros

Salas murió en 2002, pero un joven músico de Múnich, Peter Pichler, quien se había enamorado del trautonio «cuando era un estudiante de música y estaba viendo un film independiente con este sonido”, encargó un mixturtrautonium a la única compañía en Alemania que aún produce el instrumento. Pesaba 85 kilos y no había nadie que pudiera enseñarle a tocarlo. Perseveró y ya ha realizado varias presentaciones en Europa.

Yo he escuchado las sonoridades de los dos instrumentos, y pienso que el theremín es muchísimo más espiritual, verdadera música de mundos más elevados y trascendidos que el nuestro, aunque pueda llegar a ser auténticamente espeluznante en algunos momentos , mientras el trautonio puede conducir al oyente a los misterios del Inframundo, los recovecos de todos los infiernos inventados por el hombre desde el Orco etrusco al Hades griego, desde el Hell escandinavo hasta las moradas de fuego del Satán cristiano. Pero tan importante como las bellezas y misterios de estos instrumentos en sí mismos, está  su legado, porque en ellos, a pesar de su rareza o quizá por ella misma, se cumple una ley de la cultura y de la historia: nada queda sin continuidad. Ambos son los antepasados del sintetizador que me fascinó aquella lejana tarde de visitaciones, en que llegué a pensar que yo podría crear la banda sonora de una batalla en la Irlanda prehistórica entre los Thuatha de Danaan y los Fomore, entre rugidos de tempestad y alaridos de muerte. Yo, que no sé nada de música y mi única postura ante ese arte es de veneración.

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ENGAÑO: el octavo pasajero (V)

Este es el quinto de una serie de artículos que intentan advertir a las personas sobre el peligro de manipulación ideológica, cultural, religiosa, política y social que representan las noticias falsas y las teorías de la conspiración, fenómenos que han tomado al mundo por asalto desde que Donald Trump obtuvo la Presidencia de los Estados Unidos en 2016. Existen empresas que obtienen los datos que usted revela en sus redes sociales y los usan para personalizar sus estrategias de manipulación. Usted puede ser confundido y su mente manejada por narrativas que, en algunos casos, van dirigidas puntualmente a grupos vulnerables a determinados asaltos psicológicos. Usted debe ser consciente de que estas manipulaciones pueden provenir de aquellos en quienes más confía, incluso de sus líderes religiosos. Todos debemos ser objetivos e informarnos sin pasión antes de dejarnos llevar por la pasión. Si lo desea tome partido pero, primero, sepa por quién y por qué.

QAnon: el octavo pasajero

Un adepto de QAnon agita el logo del grupo en medio de un meeting de Donald Trump

Para mí todo empezó hace años, cuando algunos de mis amigos, interesados en la sanación por métodos de medicina alternativa y tradicional y en ciertos aspectos de la espiritualidad New Age, comenzaron a introducir en sus conversaciones, que hasta ese momento me habían sido muy familiares, conceptos nuevos, raros y desconcertantes unidos a nombres de gurús  de ahora mismo, algo muy común en este mundo de la alteridad en que se mueven de manera habitual aquellas personas que han perdido confianza en la ciencia y se sienten inconformes con las propuestas tradicionales de la cotidianeidad. Algunos de mis amigos seguían a ciertos gurús. Otros, solo manejaban los temas de un modo vago.

Los gurús suelen dividirse en dos categorías: los canalizadores, individuos que dicen estar en comunicación con deidades, seres extraterrestre y/o Maestros desencarnados que quieren ayudar a la evolución de la Humanidad, y son, por tanto, una mezcla de intérpretes y mensajeros de tales entidades; y los Maestros, conspicuos personajes con cierto grado de conocimiento esotérico y etiqueta de “Iniciados”, quienes irrumpen en escena portando la antorcha de “nuevas teorías” olvidadas o “reveladas”, que supuestamente arrojan luz sobre aspectos de la historia humana, la evolución del planeta y las leyes del universo.  Omito nombres porque algunos de estos “Maestros” tienen prestigio internacional, imparten conferencias en centros importantes y gozan, en ocasiones, de tolerancia y hasta de cobertura oficial por parte de los gobiernos.

Algunas de las teorías más espectaculares y excitantes expuestas por tales gurús y Maestros no son nuevas, y unas cuantas fueron expuestas en decenas de cuentos y novelas de ciencia ficción a partir de los años 30, y vistas en series como Expedientes X y Black Mirror.  Todos los aficionados al género las disfrutamos allí en sus formas más exuberantes y elaboradas. Sin embargo, detecté cierto sesgo en esas conversaciones que me llamó la atención por sus planteamientos abiertamente esperpénticos. Por ejemplo, varias veces escuché repetir que en una isla cercana a Jamaica, Hillary Clinton y un grupo de destacadas personalidades de la élite del partido Demócrata norteamericano, unidos a célebres  figuras de Hollywood y de la política internacional, tienen un templo o santuario dedicado a Satanás, en el que sacrifican niños a los cuales, previamente, han sometido a violaciones, y luego de sacrificados, devoran su carne y sus cerebros en medio de rituales tan macabros que ni pueden ser imaginados.

Algún amigo mío habla también de ciertos cuatro pilares del “sistema” que están cayendo: la economía, la religión, la ciencia y la política. El Gobierno Secreto del Mundo o Estado Profundo (que algunos identifican con los Iluminati) los ha sostenido por siglos para cegar a la Humanidad y poder dirigirla a su antojo, pero ya se acerca el momento en que nuestro planeta va a dar un salto cuántico a una zona de la galaxia donde la vibración es mucho más elevada, y quienes no hayan preparado sus cuerpos y sus mentes para este gran salto tendrán que morir. Todo el proceso está dirigido por los habitantes de la constelación de Las Pléyades (los enigmáticos pleyadianos), quienes tienen a su cargo la evolución de los terrícolas para que puedan integrarse en un anillo cósmico de gran espiritualidad, y cuando demos ese gran salto, comenzará en la Tierra una nueva Edad de Oro sin guerras, sin enfermedad. La Realidad perderá todos los afeites con que la ha invisibilizado el Estado Profundo y aparecerá ante nuestros ojos en toda su prístina y avasalladora desnudez, y entonces ¡SABREMOS!… ¿Qué? Hasta ahora nadie me ha proporcionado una idea clara de lo que sabremos..

Estos sesgos discursivos, tan parecidos a una burda emulsión de mala ciencia ficción con antiguas profecías muy distorsionadas provenientes de la Biblia, el pueblo maya y otras culturas desaparecidas, y de cierta literatura delirante cuyo género no podría precisar, pero en la que percibo ecos de un pensamiento mítico muy antiguo (la Edad de Oro es un concepto presente en los albores de civilizaciones tan antiguas y disímiles entre sí como la griega y la maya, por solo citar dos ejemplos), corren en paralelo en La Habana con un incremento de grupos religiosos de confesiones protestantes, entre los cuales no los más numerosos, pero sí los más vehementes son, sin duda, los pentecostales. Pero los protestantes y, aunque menos, también los católicos, hablan obsesivamente de Satanás, un personaje que, salvo en la teoría conspiranoica del templo pedófilo de Hillary Clinton, no aparece ostensiblemente en el imaginario de mis amigos (hasta donde sé, casi todos ateos). Creí percibir también fragmentos de narrativas de ciertas sectas foráneas, algunas ya extintas y otras no tanto, pero todo lo demás ¿de dónde está saliendo? No se trata solo de pensamiento mágico —reacción lógica en sociedades de la Posmodernidad donde han señoreado por décadas discursos muy materialistas con fuerte base tecnocientífica—. Tampoco de las típicas teorías conspiranoicas sobre naufragios extraterrestres ocultos en bases militares como Roswell, inmediatamente posteriores al fin de la Segunda Guerra Mundial. Hay algo más. ¿Cómo llega toda esa pseudoinformación a una isla rodeada de agua por todas partes, y tan tardía en su sintonía con el mundo que ya José Martí en el siglo XIX la llamó “la comarca demorada”?

Mis amigos solo tienen respuestas vagas. Es evidente que no conocen o no cuestionan las fuentes de este entramado de realidades alternativas en el que están hundidos hasta las cejas, al punto de que ya no son capaces de pensar en términos de la vida real. Solo he podido sacar en claro dos pistas: que ellos obtienen esos materiales en forma de audios, libros digitales y documentos de Word que otros serviciales (¿?) amigos y conocidos les pasan en flash y tablets, y que uno de mis amigos está convencido de que Hillary Clinton perdió las elecciones del 2016 frente a Donald Trump no por el voto de los colegios electorales, sino porque se descubrió su red internacional de pedófilos, en la que también están involucrados el Dalai Lama y… el Papa Francisco. Cuando le pregunté de dónde obtuvo esa información respondió muy sorprendido: “¡Todo el mundo lo sabe!”. Pero en 2016 la prensa oficial cubana solo se refirió a la imputación hecha a Hillary por el Senado y las más importantes agencias de Seguridad de los Estados Unidos por hacer uso de un servidor de correos privado para tratar asuntos oficiales, entre los cuales había varios temas de alta sensibilidad para la Seguridad Nacional. Ni entonces ni después nuestros medios de comunicación han mencionado la supuesta red de pedófilos satanistas.

La primera pista indica la fuente: la Internet de otros países o conexiones en Cuba de banda ancha capaz de descargar (¿gratis?) videos de larga duración. La segunda pista es más compleja y tiene que ver con una antigua frase latina de uso clave en la Abogacía: cui bono: ¿quién se beneficia? ¿Quién sacaría partido de lanzar al fuego en el mismo saco a Hillary Clinton, el partido Demócrata y la Iglesia Católica, uno de los monoteísmos más poderosos y numerosos de la Tierra? Mis pobres amigos cubanos, ingenuos en su aislamiento, sumidos de lleno en sus océanos de pensamiento mágico —proceloso para quienes carecen de la más mínima noción antropológica sobre la naturaleza del fenómeno—, no tienen idea de ser receptores involuntarios de una conspiración política de alcance internacional que, como ahora sí ya está claro para mucha gente en nuestro planeta, puede, por imposible que parezca, alterar la faz del mundo.

Ya me referí en posts anteriores de este seriado al fenómeno digital 4chan, el tablón de imágenes o imageboard creado en 2003 en la Internet oculta por un adolescente norteamericano que terminó convirtiéndose en gurú tecnológico de prestigio internacional. 4chan demostró ser una tierra muy fértil, una especie de Jardín del Edén donde han florecido frutos tan disímiles como el grupo Anonymous de cyberactivistas, surgido en  2008 casi junto con la plataforma Wikileaks; el rocambolesco movimiento llamado QAnon (por sus tufos sulfurosos alguien se ha referido a él como nacido en las cloacas de Internet), aparecido en 2017, y una de sus últimas plantas exóticas de cuatro hojas: los Boongaloo Boys, un grupo que defiende el derecho de portar armas en público y quiere otra Guerra de Secesión en los Estados Unidos que ponga fin al Estado Federal. Se identifican por vestir camisas hawaianas y ropa de camouflaje. No tienen estructura jerárquica ni ideología definida, hay entre ellos neonazis, supremacistas, partidarios del movimiento Black Lives Mathers, anarquistas y casi cualquier tipo de cosa. Como todo fenómeno nacido de Internet acaba por saltarse las fronteras de sus webs y salir a varias partes del planeta. Por ahora es todo lo que diré sobre él.

Pero QAnon merece más atención.

QAnon tiene su bandera, que de algún modo vago recuerda un poco a la de la Repúblilca Independiente de Texas, tal vez sean los colores…

La aparición de este grupo en 4chan recuerda a muchos analistas un juego de realidad alternativa que, como muchos saben, no es lo mismo que un juego de rol. En líneas generales, los juegos de rol tienen siempre una especie de Maestro de Ceremonias llamado Director de Juego, quien crea una trama y media entre los jugadores-personajes, los cuales, responden, en ocasiones, a estructuras arquetípicas aunque no siempre es así. Cada jugador tiene libertad para crear su personaje, lo diseña, define sus características, su personalidad, su vestuario que en algunos casos suele ser un disfraz verdadero, por ejemplo de mago, druida, guerrero o princesa en los juegos de fantasía heroica; de estadistas, reyes y héroes en los de corte histórico. Los jugadores toman apuntes, emplean dados para decidir acciones, mapas y tableros para simular situaciones, no hay un guión y todo se basa en la improvisación. Hay un consenso totalmente consciente entre los jugadores, quienes se reúnen, por lo general, en casas particulares con la única intención de pasar un rato agradable entre amigos. Todos saben que están participando en el juego de forma voluntaria, y el juego terminará en algún momento, bien porque la narrativa concluye o porque los jugadores tienen que volver a sus casas a ocuparse de sus vidas reales.

Amigos participando en un juego de rol
Dados y otros elementos empleados por los jugadores de rol. En ocasiones se usan disfraces.

Un juego de realidad alternativa es otra cosa. Aunque la imaginación humana es inagotable, este tipo de juegos suele responder casi siempre a la siguiente estructura: una persona recibe por mail, por una llamada telefónica, por una carta o por cualquier otro medio (puede ser hasta un subrayado en su periódico favorito) un mensaje anónimo que lo invita a jugar. Si acepta, recibirá otro mensaje donde se le ordena cumplir una misión. Cada mensaje contiene instrucciones para cumplir metas de la tal misión y, al mismo tiempo, instrucciones para alcanzar el próximo hito en el juego.

Jugador de realidad alternativa busca códigos encriptados y ppistas que le conduzcan a su nueva misión

Vea el lector  la definición que he tomado del sitio https://hipertextual.com/2015/06/juegos-de-realidad-alternativa:

La naturaleza de los juegos de realidad alternativa es permitir que los individuos se conecten y vayan integrando cada vez más personas a la experiencia, creando una comunidad.

La premisa más importante de los ARG ha sido acuñada en la frase “Esto no es un juego”, pues los participantes no deben ser capaces de distinguir entre el juego y la realidad. La línea que separa ambos universos debe ser muy fina, casi irreconocible. Las reglas del juego no deben ser específicas, sino que deben ser descubiertas por cada individuo. Asimismo, la historia del juego no se presenta de forma cronológica, el participante debe descubrirla juntando piezas dispersas en distintos medios, por lo que resulta imprescindible que todas las piezas tengan cierta concordancia y conexión.

Otra parte fundamental de los ARG es que se desenvuelven en múltiples espacios. Mientras que cuando juegas un videojuego estás limitado a un mundo imaginario en la consola, o bien la experiencia de un juego de rol se limita a un tablero o a un lugar y tiempo reducido en el caso del LARP; las piezas de los ARG se esconden dentro de la red, en los espacios públicos, en otros individuos; puede cobrar forma en un pasaje de la literatura universal, en las palabras de un extraño, en una llamada telefónica misteriosa y mucho más.

En los ARG, la vida real es un medio; no es necesario crear un alter ego, un avatar. Quienes participan deben ser ellos mismos dentro del juego, unas personas normales que se encuentran con un reto a superar y se verán obligados a buscar pistas en su cotidianidad. Es por esta característica que se convierten en experiencias comunitarias. A pesar de que los ARG son poco difundidos en un principio, la naturaleza del juego es permitir que los individuos se conecten y vayan integrando cada vez más personas a la experiencia, creando una comunidad.

No solo las personas mentalmente inestables, sensibles a la sugestión, solitarias o con personalidades mal estructuradas pueden llegar a confundir el juego con la realidad. Puede ocurrirle a cualquiera, porque estos juegos demandan de sus jugadores un muy elevado sentido del compromiso, de modo que si usted acepta jugar, juega y muy en serio, aunque jamás llegue a saber quién lo está dirigiendo, porque eso es parte (y muy excitante) de esta clase de juego. A mí se me parece al funcionamiento de la mente ezquizofrénica, en la que el enfermo recibe órdenes cuya fuente no siempre puede identificar, pero se siente obligado a cumplir inexorablemente. Puede darse el caso de que un jugador, sentado frente a su tele, crea descubrir un mensaje encriptado en las palabras del conductor de su programa favorito, que le envía a visitar de madrugada un cementerio, robar una tienda o caminar desnudo por su centro de trabajo. Es un encadenado de retos. La situación es tan fascinante como plástica y ha inspirado novelas, filmes, obras de teatro… Las redes sociales son mecanismos ideales para poner en marcha juegos de realidad alternativa, sobre todo si la red en cuestión es un sitio de la internet oculta que se caracteriza por tener el anonimato como su regla fundamental y una libertad de expresión casi total. Literalmente, un paraíso para troles.

En octubre de 2017, apenas un año después de que Donald Trump resultara electo Presidente, apareció en 4chan una cuenta a nombre de “Q Clearance Patriot” (Q patriota con permiso de seguridad). La letra Q, en el puesto 17 del alfabeto occidental, es la clave del más alto nivel de acceso de seguridad en el Departamento de Energía de la Casa Blanca vinculado con programas nucleares. Anon es el diminutivo de Anónimo, la firma que distinguió a 4chan y a otros muchos sitios de la internet sumergida. Q se convirtió en QAnon. ¿Quién era?  Un individuo o varios, un trol, un loco, pronto dejó de importar: en 4chan había desembarcado el Octavo Pasajero, que llegaba al mundo respondiendo algún comentario referente al Pizzagate —tan convenientemente estallado un mes antes de las elecciones presidenciales donde Hillary perdió la Presidencia—, y anunciaba:

La extradición de HRC [Hillary Rodham Clinton] ya está en marcha efectiva ayer con varios países en caso de huida por frontera. Pasaporte aprobado para ser señalado el 30/10 a las 12.01am. Esperar que ocurran disturbios masivos como respuesta y otros huyendo de EE UU. Marines dirigirán la operación mientas Guardia Nacional activada.

El tono del mensaje, calificado por el periodista Jordi Pérez Colomé de conciso, peliculero y críptico, se repitió en el segundo mensaje de QAnon:

¿Dónde está Huma [Abedin, asesora de Clinton]? Seguid a Huma. Esto no tiene nada que ver con Rusia (aún). ¿Por qué Trump se rodea de generales? ¿Qué es la inteligencia militar?.

Todo era un pastiche de gran incoherencia, pero… ¿quién dijo que el pensamiento racional suele imponerse en los asuntos humanos?

Ninguna persona en su sano juicio hubiera podido imaginar lo que sucedería a continuación. QAnon siguió comunicándose con sus cada vez más respetuosos y atentos seguidores, que se multiplicaron como amebas. A través de mensajes como los anteriores —que sus admiradores comenzaron a llamar “gotas” o “migas” que ellos debían amasar pacientemente hasta obtener un mensaje—, fue construyendo lo que podríamos llamar la trama maestra de este movimiento entonces naciente: un Gobierno Secreto o Estado Profundo, formado por una camarilla internacional poseedora de enormes riquezas, satanista, pedófila y caníbal gobierna el planeta. Los altos militares del Pentágono reclutaron a Donald Trump para enfrentarse a este grupo siniestro y maléfico y liberar al mundo de su tiranía, algo que, por supuesto, Trump no puede hacer público aún, pues en él se concilian las inconciliables condiciones de ser el Presidente de la primera potencia mundial y al mismo tiempo un luchador encubierto del Bien. Su misión es desbaratar y exponer toda esta red de miserables seres humanos y darles su justo castigo, además de “hacer grande a América otra vez” (slogan puntero de su campaña presidencial), salvando el Sueño Americano amenazado por la mezcla de razas, eliminando a los indeseables inmigrantes mediante la construcción de un muro a lo largo de los más de 3 mil kilómetros de frontera con México, y restaurando la economía hasta que de las cloacas americanas broten torrenteras de oro.

Pero QAnon fue más lejos: en 2016, la investigación sobre la posible interferencia de Rusia en las elecciones en favor de Trump, conocida como “la trama rusa” [1], llevada a cabo por Robert Muller, Fiscal Especial del Departamento de Justicia, era una tapadera, pues Muller, en realidad, trabajaba encubierto junto con Trump en esta Cruzada justiciera, y los dos contaban con el apoyo incondicional de las Fuerzas Armadas y la Agencia de Seguridad Nacional de Estados Unidos. El momento inmediato a la culminación de su misión, que QAnon llama El Gran Despertar, llegará cuando el mundo descubra la maldad del Estado Profundo, y la gran batalla que Trump desencadenará entonces para llevar a los culpables a su destino final en la base de Guantánamo, es llamada por los adeptos de QAnon La Tormenta. “Somos la Tormenta”, dicen, y “A donde va uno, vamos todos”. Son sus consignas insignia. Lo de tormenta proviene de un filme de Ridley Scott, Tormenta blanca, tal vez recordado por Trump en una ocasión en que se reunió con militares en la Casa Blanca y comentó a la prensa presente: “¿Saben a qué se parece esto? A la calma antes de la tormenta”, y cuando un periodista le preguntó qué significaban sus extrañas palabras, respondió sibilino: “Ya lo veréis”. Algunos jocosos, a su modo también teóricos de la conspiración, han querido ver en El Gran Despertar un recordatorio de la famosa píldora roja que, tomada por los protagonistas La Matrix, los ayuda a despertar del sueño-vida virtual en que vivían sumidos. La apoteosis de La Bella Durmiente.

Al decir de un analista de QAnon, su semejanza con un juego de realidad alternativa está dada porque sus narrativas “combinan diferentes elementos que dan a la gente sentido y placer: es en parte análisis, en parte juego, en parte fe. Los miembros descifran pistas, se conectan unos con otros y se inspiran para ver una versión de la verdad que es épica, religiosa y sensacionalista. Se sienten atraídos por tener estas revelaciones y por entrar en la lucha por la verdad”.

Para colmo de increíbles, Trump ha dado su aval públicamente a esta teoría de la conspiración llamada QAnon, en cuyo vientre se agitan mil y una pequeñas subtramas tan conspiranoicas como la trama madre. En medio de la pandemia causada por la Covid-19 y las protestas desatadas por el asesinado del afroestadounidense George Floyd, fue interrogado por la prensa sobre QAnon, algunos de cuyos miembros ya comenzaban a aparecer en sus mítines portando distintivos con la letra Q sobre pancartas y ropas. Estas fueron las respuestas presidenciales a la entrevistadora de Democracy Now:

D.T.: Bueno, no sé mucho sobre el movimiento, aparte de que, según entiendo, soy muy de su agrado, lo cual agradezco. Estas son personas que no les gusta ver lo que está pasando en lugares como Portland y lugares como Chicago y Nueva York y otras ciudades y estados. Y he escuchado que estas son personas que aman a nuestra patria y simplemente no les gusta ver lo que está pasando. Entonces, no sé realmente nada al respecto, aparte de que, supuestamente, soy de su agrado.

REPORTERA: En el centro de la teoría radica esta creencia de que usted está secretamente salvando al mundo de un culto satánico de pedófilos y caníbales. ¿Le parece que usted puede respaldar algo así?

D. T.: Bueno, no he escuchado eso, pero, ¿se supone que es algo malo o bueno? Me refiero a que, si puedo contribuir a salvar al mundo de sus problemas, estoy dispuesto a hacerlo.

Los anónimos seguidores de Q ya no tienen que conformarse con envidiar a sus tradicionales héroes modélicos Tarzán, Superman, Dick Tracy, James Bond o Batman: ahora ellos mismos son los héroes y esas conspiraciones falsas se han convertido en los ejes de sus vidas. Sienten que dejaron de formar parte del sumiso y oprimido cuerpo de baile de la sociedad: se han convertido en primas ballerinas.

Las hipótesis sobre la verdadera identidad de QAnon siguen en el candelero y no falta quienes estén convencidos de que se trata del propio Donald Trump. El dedo identificador también señala a un tal Timothy Charles Holmseth, supuestamente periodista laureado, colaborador encubierto del FBI y autoproclamado “cabeza de la Fuerza de Tareas del Pentágono Contra la Pedofilia”, quien ha revolucionado las redes sociales y algunos sitios productores de fake news con una sensacional noticia:  la operación llevada a cabo en Nueva York por las autoridades navales del Gobierno para liberar a miles de niños a quienes la red de pedófilos demócratas mantenía cautivos en unos túneles siniestros que conectan con la residencia de Hillary Clinton. Se me ocurre que el apellido Holmseth podría ser un constructo entre el del celebérrimo detective de ficción Sherlock Holmes y el nombre Seth, dios egipcio serpentiforme de remota antigüedad a quien hoy se le tributa un culto satánico en los Estados Unidos. He buscado en vano en Internet referencias a la carrera periodística de Holmseth, su  órgano de prensa, sus lauros y, por supuesto, sus datos biográficos, pero hasta ahora no he encontrado más que unas páginas donde aparece la foto de un hombre de aspecto desagradable, desaseado y torvo, una cara que uno nunca le pondría a un periodista en un juego de rol. Ni siquiera la prensa seria que cita su información sobre el rescate de los niños ofrece detalles específicos sobre él. Hay afirmaciones de check points acerca de que La Fuerza de Tareas del Pentágono contra la Pedofilia no existe. Siento que, de existir, dicho grupo tendría poco que ver con el Pentágono. Tendría más sentido encontrarla como un Departamento del FBI o la NSA. Y si este tal Holmseth realmente trabaja encubierto en una investigación del FBI sobre pedofilia, ¿cómo es posible que haya publicado información sobre el caso con fotos incluidas, explicando el papel que juega él mismo en esa investigación? ¿Por qué casi nadie se dedica a desmontar informaciones o, cuando menos, a cuestionarlas? Hasta este momento, Holmseth tiene toda la pinta de ser un bulo, y uno burdísimo, además. Sin embargo, su “noticia” del rescate de los niños cautivos ha sido replicada en mucha prensa seria más allá de las fronteras estadounidenses.  De cualquier modo los seguidores de QAnon no quieren saber mucho sobre Holmseth, porque prefieren seguir alimentando la esperanza de que su guía misterioso tenga un único nombre: Donald Trump, el redentor.

Pero el problema no radica exactamente en la identidad de QAnon, sino en el movimiento creado a partir de su aparición en 4chan.


[1] A pesar de que Trump se ha declarado públicamente “exonerado” de la acusación de estar coludido con Rusia en este caso, Las conclusiones del Fiscal Muller nunca lo declararon inocente. Por el contrario, la investigación concluyó haber hallado evidencia de interferencia rusa en esas elecciones, aunque no pruebas de que Trump estuviera coludido con el Gobierno ruso. Trump criticó duramente la investigación de Muller y conmutó la pena impuesta a su colaborador Robert Stone, acusado de entablar algún tipo de negociación con funcionarios rusos y condenado por manipulación de testigos, obstrucción de la justicia y mentir al Congreso. Después, Trump intentó destituir a Muller. (Continuará…)

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20 DE MAYO, FUNDACIÓN DE LA REPÚBLICA DE CUBA E HISTORIAS DEL CAPITOLIO

PARTE I

EL CAPITOLIO DE LA HABANA

Punto de atracción de cubanos y extranjeros, grandioso palacio destinado en sus orígenes a ser la sede del Poder Legislativo conformado por el Senado y la Cámara de Representantes, el Capitolio Nacional es todo un símbolo de identidad para los habitantes de Cuba, en particular los habaneros, quienes no ocultan el orgullo que les proporciona contar en su territorio con tan majestuoso inmueble, ubicado en la extensa manzana enmarcada por las calles Prado, Dragones, Industria y San José.

Sede actual del Parlamento cubano, el Capitolio albergó décadas atrás a la Academia de Ciencias de Cuba, y más tarde al Ministerio de Ciencia, Tecnología y Medio Ambiente. Ahora, ese majestuoso edificio, recién restaurado en todas sus estructuras, cumple este 20 de mayo el aniversario noventa y cinco de su inauguración, en 1929, ocurrida el mismo día en que se inició el segundo mandato presidencial de Gerardo Machado, quien el 12 de agosto de 1933 fue barrido del sillón presidencial por una gran ola revolucionaria.

Nuestro hermoso Capitolio es, sin duda alguna, uno de los sitios más fotografiados de Cuba,   pues resulta casi inconcebible, tanto para el cubano que llega a La Habana de alguna de las provincias del país como para el visitante extranjero, no guardar para el recuerdo una imagen de esta edificación colosal, con su bella fachada. La edificación, tan parecida al Capitolio de Washington, tiene, sin embargo, cuatro metros más de altura, si se suman los de  su imponente cúpula. ¿Motivo? El orgullo nacional.

El terreno donde se levanta el otrora llamado Palacio de las Leyes, con su impresionante escalinata, coronada a ambos lados con dos monumentales grupos escultóricos, fue propiedad de la Sociedad de Amigos del País hasta que en 1835 las autoridades españolas se las ingeniaron para hacer pasar a su dominio aquel terreno, en el que ya se había establecido un jardín botánico, que sucumbió cuando en aquel mismo año se comenzó a levantar en el lugar la estación de trenes de Villanueva. Décadas más tarde, en 1910, el Gobierno de José Miguel Gómez (1909-1913) permutó, en un turbio manejo con la Empresa de los ferrocarriles Unidos, el terreno de Villanueva por el del viejo Arsenal, dando lugar a uno de los mayores escándalos de la historia republicana. El objetivo del cambalache era construir en el área del Arsenal otra estación de trenes y posibilitar que se erigiera el Palacio Presidencial donde hoy se encuentra el Capitolio.

Uno de los dos grupos escultóricos que flanquean la escalinata a ambos lados de la entrada principal del edificio.

Esa idea no llegó a materializarse, y aunque se comenzó a construir en ese terreno la mansión ejecutiva, hubo sucesivos cambios de planes, de acuerdo con el criterio y capricho del Presidente de turno, hasta que en 1921 el mandatario Alfredo Zayas logró parar la obra.

Gerardo Machado, quien inició su primer período de Gobierno el 20 de mayo de 1925, impulsó un vasto plan de obras públicas que dio empleo a miles de cubanos, y enriqueció a unos pocos con las tajadas obtenidas “legalmente” de los presupuestos asignados a tales empresas.

Fue así como en 1926 se reanudaron las obras del Capitolio, que el régimen machadista había hallado a medio hacer y con aspecto ruinoso tras sucesivas demoliciones. Notables arquitectos cubanos rehicieron una y otra vez los planos para concluir el edificio en su gigantesca área de más de 40 000 metros cuadrados y a un costo de 17 millones de pesos, toda una fortuna en aquellos tiempos.

La magnificencia de la obra se hace evidente cuando se sabe que la cúpula, hoy restaurada con innegable preciosismo, es, por su diámetro y altura, la sexta mayor del mundo.

PARTE II

LA ESTATUA DE LA REPÚBLICA

Entre los muchos y muy valiosos tesoros que guarda el Capitolio de La Habana, el más vistoso es, sin duda, la Estatua de la República. Aunque el mérito de esta obra suele atribuirse por ignorancia al Presidente Machado, en realidad fue su Secretario de Obras Públicas Carlos Miguel de Céspedes y Quesada, hijo del Padre de la Patria, quien encargó la obra al célebre escultor italiano Angelo Zanelli, el artista que había dado a su país el magnífico Friso de la Patria.

El encargo inicial comprendía dos colosales figuras de bronce, una masculina y otra femenina de 6,50 metros de altura, que serían ubicadas en los flacos de la gran escalinata central que iba a dar paso a  la entrada principal del Capitolio, y una  tercera que debía ser más grande y se colocaría en el salón central del palacio.

Zanelli fundió en bronce las estatuas más pequeñas, en Nápoles, y la mayor en Roma. Aunque en un principio pensó tomar como modelo las estatuas de Pallas Atenea, diosa griega de la sabiduría y la guerra justa, desistió en parte de ese proyecto porque comprendió que los modelos griegos que tenía en mente no  guardaban relación con la belleza de la mujer cubana, que él admiraba, y terminó tomando como modelo nada menos que a una mulata de cuerpo sensual llamada Lilly Valti. Para el rostro, sin embargo, se inspiró en la esposa cubana de un amigo italiano, la señora Elena de Cárdenas. La postura de la estatua sí continuó estando inspirada en Atenea.

El trabajo demoró dos años, y cuando estuvo listo, la figura mayor tuvo que ser dividida en tres partes y embalada así rumbo a Cuba. El barco que la conducía llegó al puerto de La Habana el 17 de abril de 1929.

Las cajas con los tres fragmentos fueron izadas en hombros por la escalinata de granito del edificio, de 55 peldaños. Ya se había decidido con anterioridad que la escultura sería colocada en el llamado Salón de los Pasos Perdidos, cuyo nombre se debe a que el inmenso local poseía una acústica peculiar (más bien una ausencia de ella), debida tal vez a que se le considera “el más monumental de los espacios existentes en los edificios públicos del país, con casi 50 metros de largo 14.50 metros de ancho y casi 20 metros de puntal”. Se desembalaron las partes y se colocó la escultura sobre un pedestal  colocado días antes de que el edificio fuera inaugurado el 20 de mayo, fecha que coincidió con la segunda toma de posesión de Machado.

Salón de los pasos perdidos
El pedestal es de mármol egipcio antiguo, mismo material del pedestal que sostiene la figura de un Papa en la basílica de San Pedro, en Roma

La Estatua de la República, deslumbrante por su porte mayestático y su gigantismo, está hueca. Se yergue sobre una plataforma de 2,50 metros de altura tallada en mármol egipcio antiguo, mismo material utilizado en el monumento del Papa Eduardo VII en la basílica de San Pedro, en Roma. Desde la punta de su sandalia hasta la de la lanza que esgrime con conciencia total de su poder, mide 18,16 metros de altura, y tiene un peso total de 49 toneladas.

Su cabeza luce el gorro frigio, que entre los griegos simboliza la Libertad, y también fue llevado durante y después de la Revolución francesa por varias de sus más insignes figuras, además de ostentarlo igualmente la simbólica figura principal del gran óleo La libertad guiando al pueblo, debido al pincel del artista francés Eugene Delacroix. Su brazo izquierdo descansa sobre el escudo nacional, que se apoya en el pedestal. Las formas tropicales de la mujer mestiza que sirvió como modelo a Zanelli para el cuerpo de la estatua presentan marcada definición muscular, y aparecen apenas veladas por una finísima túnica. El conjunto estuvo al principio laminado por tres chapas de oro de 22 kilates.

La estatua tiene secretos, como por ejemplo los tensores que posee en su interior y que la mantienen  erguida. En la parte delantera del pedestal aparece esculpido un barco de remos con algunos signos zodiacales grabados en la quilla, cuyo simbolismo desconozco. Nuestra República de bronce se considera la tercera estatua más grande del planeta, después del gran Buda de Nara, en Japón, y la estatua erigida en memoria del presidente norteamericano Abraham Lincoln, en Washington.

La República ha sido reparada en dos ocasiones. La primera en 1983, debido a una inclinación hacia un costado, causada por fallos en sus tensores invisibles. La segunda ocasión solo incluyó su limpieza por medios mecánicos y químicos. En 2006, como la República ya había perdido casi todo el oro que la recubría, el doctor Eusebio Leal  gestionó labores para devolverle el lustre, trabajo que estuvo a cargo de un equipo de expertos rusos. Una labor aún más profunda fue llevada a cabo de nuevo por un equipo de especialistas rusos en 2018. La República fue nuevamente limpiada por medios mecánicos y químicos, se le restauraron algunas fisuras que presentaba el metal y fue laminada por segunda vez, en esta ocasión con oro de 24 kilates, totalmente puro y procedente de los montes rusos. El doctor Leal agradeció públicamente al presidente de Rusia, Vladimir Putin, el apoyo brindado a la restauración total del Capitolio.

Pero la Estatua de la República no solo señorea en el Salón de los Pasos Perdidos para recordar al mundo entero la inquebrantable decisión cubana de mantener por siempre su soberanía. Ella también es guardiana de otro de los más impresionantes tesoros que albergó una vez este emblemático edificio.

PARTE III

EL DIAMANTE DE LA REPÚBLICA

La imponente y majestuosa escultura nacida en la mente del artista italiano Zanelli, como representación de la independencia cubana, terminó alejándose del modelo inicial de la Atenea Parthenos para convertirse en la exposición del cuerpo de una mestiza criolla y el rostro de una dama cubana de la alta sociedad, que custodiaba uno de los mayores tesoros que ha poseído la Antilla Mayor: el fabuloso Diamante del Capitolio.

 La joya original, como tantas otras joyas legendarias del  catálogo de piedras preciosas enormes y valiosas de la historia humana, formó parte del tesoro imperial de los Zares de Rusia. Pero su destino no era permanecer demasiado tiempo expuesta a las miradas deslumbradas de los visitantes del Capitolio, mientras descansaba a los pies de la estatua en una urna de cristal herméticamente sellada.

El diamante fue colocado como perla en su ostra para marcar el kilómetro 0 de la Carretera Central, otra de las obras  emprendidas y terminadas por Gerardo Machado durante sus dos períodos presidenciales. Pero  protagonizó uno de los más rocambolescos episodios republicanos, cuando desapareció como por arte de magia el 25 de marzo de 1946, durante el gobierno del presidente Ramón Grau San Martín. Nunca se ha encontrado una explicación para aquel robo, digno únicamente del gran mago escapista Houdini. Sin embargo, de la misma forma inexplicable en que la joya abandonó su lecho, reapareció el 2 de junio de 1947 sobre el escritorio del mencionado mandatario.

Cómo el sabichoso señor Presidente accedió a entregar la custodia de la valiosa piedra al Banco Nacional de Cuba, es algo sobre lo que no poseo información. Solo sé que la joya continúa en una bóveda celosamente custodiada. Lo que hoy pueden ver los visitantes cubanos y extranjeros al pie de la Estatua de la República es una réplica, porque de no haberse tomado esa medida, probablemente el diamante original hubiera aparecido y desaparecido en otras ocasiones, hasta que hubiera decidido “por su propia voluntad” no regresar jamás a los pies de su insigne guardiana.

PARTE IV

QUIÉN CONSTRUYÓ EL CAPITOLIO

El Capitolio habanero, restaurado parcialmente en varias ocasiones, recibió recientemente su única restauración capital como parte de los homenajes programados para la celebración del aniversario 500 de la fundación de la villa de San Cristóbal de La Habana. El hermosísimo palacio, que visto hoy en las noches citadinas semeja una enorme  y deslumbrante joya capaz de cegar la vista bajo la luna habanera, guarda en su interior tesoros de gran valor y de índole variada.

Además de la Estatua de la República, entre las mayores del planeta, y en su día el enorme diamante colocado a sus pies, están, además, los grandes grupos escultóricos de fachada debidos al arte del italiano Ángelo Zanelli, mismo creador de la Estatua colosal. Estos grupos flanquean la gran escalinata que conduce a la entrada principal del Capitolio.

Pero además, y también debidos a Zanelli, existen siete frisos de mármol esculpidos en bajorrelieve para ornato del pórtico del palacio. En el interior del edificio más de sesenta tipos de mármoles italianos cubren los suelos de los espléndidos salones.

Hemiciclo del ala sur del Capitolio de La Habana
Hemiciclo del ala sur del Capitolio de La Habana

Otros tesoros del Capitolio son estancias magníficas, elevadores con bellas puertas de estilo art deco, escaleras con barandas del más exquisito torneado, relojes, lámparas y muebles de la época, elegantes y majestuosos, encargados a las mejores casas especializadas de Europa y los Estados Unidos, e incluso hay unos faroles de jardín que fueron realizados en una casa fundidora radicada nada menos que en Luyanó, detalle que me sorprendió muchísimo..

Puertas de bronce labrado
Lámpara del Salón de los Escudos

Y no solo son de gran belleza las áreas verdes exteriores que rodean el palacio. También fueron diseñados para el interior jardines más pequeños, pero igualmente bellos, que facilitan la ventilación e iluminación diurna de las estancias.

Uno de los más hermosos jardines interiores el Capitolio contiene la estatua en mi opinión más misteriosa de Cuba, conocida como El Ángel Caído, que representa nada menos que a Lucifer.

Esta estatua tiene una curiosa historia:

Fundida en bronce, se encuentra sobre un pedestal de mármol frente al Salón Simón Bolívar en el ala norte, su tamaño es aproximadamente la media humana. Se trata de una representación de Lucifer, líder de los ángeles que se rebelaron contra Dios antes de la creación del hombre y que fueron expulsados del cielo. Fue esculpida por el artista italiano Salvatore Buemi (1860-1916). Representa una alegoría a la independencia y la rebeldía.1

También se le conoce como El Ángel Caído, aunque al observarla es notable que, lejos de representar el momento de la caída del ángel rebelde, nos muestra el instante del levantamiento de Lucifer contra Dios y le vemos con un puño en alto y con la otra mano pegada al pecho, en una postura altanera, reivindicando el trono celestial. Buemi, en 1910, obsequió su obra a Orestes Ferrara, político cubano de origen italiano, que presidía entonces la Cámara de Representantes, en aquella época situada en la calle Oficios esquina a Churruca, en La Habana Vieja; donde después estuvo el Ministerio de Educación, que permaneció allí hasta después de 1959, y ahora se halla el Salón de la Ciudad.1

La pieza se emplazaría en el Capitolio en 1931, dos años después de su inauguración. Fue donada por el propio Ferrara, que había ganado en la Guerra de Independencia las estrellas de Coronel, y que en ese momento se desempeñaba como embajador cubano, durante la dictadura de Gerardo Machado, en Washington.

(Tomado de Wikipedia)

La mayor parte del edificio fue construido empleando piedra de capellanía, y otra parte de él es de granito. Valiosas pinturas murales decoran los hemiciclos. Hay lienzos de pintores muy importantes en la República, como Leopoldo Romañach, Armando Menocal, Enrique García Cabrera y Manuel Vega, entre otros.

Otro curioso monumento de este edificio es la «Tumba del Mambí Desconocido». Está ubicada en la parte baja de la escalinata principal; debajo y a ambos lados de esta es posible apreciar dos arcos que conducen a un pasaje cubierto donde se encuentran las entradas a este recinto, que contiene un sarcófago rodeado por seis figuras de bronce que representan cada una las seis provincias de la república. Atendiendo al volumen de su construcción se estima que es el tercero en importancia por su construcción monolítica en el mundo y el único de esas características construido en el siglo XX.  En mis frecuentes visitas al Capitolio nunca he visto este sitio.

Tumba del Mambí Desconocido. La llama votiva siempre arde
Félix Cavarrocas
Evelio Govantes

Vale señalar que el proyecto final de construcción del Capitolio fue encargado por Carlos Miguel de Céspedes, secretario de Obras Públicas de Gerardo Machado, a la firma cubana de arquitectos Govantes y Cavarrocas, tan prestigiosa que también habían diseñado las más bellas y lujosas edificaciones sociales y  residenciales de la alta burguesía criolla, entre ellas el magnífico y muy costoso palacete renacentista florentino que el hacendado Juan de Pedro Baró hizo construir en 17 y Paseo para su esposa, la célebre dama habanera Catalina Lasa del Río.

Forestier

Sin embargo, la inmensa envergadura del proyecto requirió la participación  de más implicados. Fue designada una comisión a cuyo frente se encontraba el arquitecto Raúl Otero, en la que participaron también los miembros de un equipo francés que se encontraba en La Habana trabajando en un Plan Director para su reordenamiento urbano, a cuyo frente estaba el urbanista y paisajista francés Forestier (quien también diseñó los jardines de la mansión Baró-Lasa), Estos aportaron un conjunto de nuevas soluciones, entre ellas muchos de los elementos exteriores del edificio, como la gran escalinata de granito y las logias laterales de la fachada principal. El arquitecto cubano Eugenio Raynieri Piedra fue nombrado Director Técnico a cargo de la ejecución y el presupuesto de la obra, y terminó por asumir, además, la parte artística del trabajo hasta su culminación.

Otro profesional a cuyo cargo estuvo el proyecto del Capitolio fue el arquitecto José M. Bens Arrate, quien también introdujo modificaciones importantes como la proyección exterior de los cuerpos laterales de los Hemiciclos, la segunda línea de fachada de las logias y la silueta general de la cúpula. La empresa norteamericana Purdi & Henderson Company tuvo a su cargo la construcción del edificio, lo cual realizó a partir de estructuras metálicas. El proyecto del Capitolio resultó tan extraordinariamente complejo que fue imposible asignarle una autoría exclusiva; constituye en sí una obra que desde su inicio fue recibiendo a través de estudios sucesivos un minucioso trabajo de diseño particular de los detalles del proyecto, que se hace evidente cuando se revisan los bocetos y dibujos originales, que constituyen verdaderas obras de arte en muchos casos.

Sobre la participación de Forestier añade EcuRed:

El proyecto para los jardines del Capitolio se concibió como un sistema de senderos floridos que se correspondían con los accesos de entradas de las diferentes fachadas del edificio, a la vez que conjugaban con las jerarquías de las vías que conformaban el trazado versallesco de su diseño. Estas sendas de terrazo integral en diferentes colores: blanco, gris y negro, emplean una composición con motivos decorativos de líneas y elementos geométricos que acentúan direccionales o destacan puntos o áreas determinadas. El estudio de la vegetación, desarrolló a partir del dominio y el conocimiento del paisajismo, las áreas exteriores y la jardinería, que Forestier poseía, un diseño encaminado a significar la monumentalidad del edificio en un juego sencillo de las especies utilizadas, partiendo de planos de césped, con acentos formados por macizos de plantas de fluoración como adelfas, lantanas moradas, cannas rojas y amarillas, embelesos, y un conjunto de palmas reales situadas en los cuatro ángulos del edificio como culminación del tratamiento, rematando el concepto con este elemento típico de la vegetación tropical y símbolo de la nacionalidad cubana. Resulta innegable lo positivo y destacado que significó para la ciudad el legado y la impronta clara y legible de los proyectos de remodelación que para la misma realizara el equipo de Forestier, porque estos marcaron al urbanismo de La Habana de una manera particular, reconocible e imperecedera.

Cuando uno  reflexiona sobre cuántas personas entre profesionales, arquitectos, artistas y administrativos intervinieron en la creación del Capitolio, no puede menos que reverenciar el espíritu de trabajo en equipo de este gran número de figuras destacadas en sus especialidades. Tiene, por fuerza, que haber existido alguna que otra disonancia en semejante reunión de talentos, pero el resultado, tan orgánico, demuestra que esos hombres fueron capaces de superar cualquier diferencia en aras de un resultado grandioso que hicieron suyo independientemente de si eran cubanos o de otros países, y eso merece gran respeto y mucha gratitud por nuestra parte.

He escuchado a muchos turistas extranjeros afirmar que la belleza y magnificencia de nuestro Capitolio es tal que, aunque no fuera más que por esa obra ciclópea, se pudiera pensar que den La Habana se está en Viena, en El Vaticano y aún en la mismísima Roma. Yo no seré quien ponga en duda semejante ilusión.

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Lo cubano en el vestir, un libro imprescindible

Allá por la década del 70, cuando era una estudiante de Literatura en la Escuela Nacional de Instructores de Arte (ENIA), conocí a una jovencita llamada Elizeth Godínez, de quien me hice muy amiga. Comencé a frecuentar su casa y allí encontré a su madre, la señora Menanda Barbarú, quien de inmediato se convirtió para mí en una especie de heroína, no solo por la tremenda mentora que supo ser para todas las amigas de Elizeth con sus consejos sabios y, cuando era necesario, con sus consuelos eficaces, sino porque de Menanda aprendí muchas cosas sobre la vida, pero ahora mismo viene muy bien con el tema de esta reseña rememorar un dictat que ella siempre nos hacía: “Una mujer no puede permitirse aparecer desarreglada o mal vestida. No importa si es pobre o rica: si lleva el pelo bien cortado y peinado, manos y pies cuidados y las uñas pintadas de un tono elegante, y zapatos limpios y en buen estado, ella lucirá elegante. Esas tres cosas son lo esencial en la apariencia de una mujer”. Una vez le pregunté: “¿Y el vestido, Menanda, no es importante?”. Ella respondió: “Sin las tres cosas que les digo, ni el vestido más fino las salvará de lucir desaliñadas”.

De más está decir que Elizeth siempre destacó en la escuela por ser muy atildada, y yo, desde entonces, comencé a cuidar hasta el último detalle de mi uniforme de becada, incluso abrillantaba mis zapatos “colegiales” como si fueran de charol. Hoy comprendo que Menanda representaba la más pura expresión habanera del concepto de elegancia femenina en el vestir, pero no porque fuera una fanática de la moda ni del fausto y las marcas costosas, sino porque había heredado la tradición de refinamiento y buen gusto que distinguió a las criollas desde que los primeros colonos españoles comenzaron a establecerse en las villas de la isla. Por eso los cubanos siempre y en todas partes han tenido fama de elegantes.

Aún en los últimos años de su vida, Menanda se mantuvo altiva y elegantísima, tal como ella siempre nos decía: «Dando el plante». Genio y figura supo ser esta cubana.

La historia del largo camino de la moda en Cuba es lo que cuenta el libro Lo cubano en el vestir apuntes esenciales, de Diana Fernández González, diseñadora de vestuario escénico, docente, investigadora, graduada de Diseño Teatral en la Escuela Nacional de Arte (ENA) y Licenciada en Teatrología por el Instituto Superior de Arte (ISA). Ha diseñado vestuarios para obras teatrales, largometrajes y series televisuales, ha participado en numerosos eventos nacionales e internacionales y publicado libros y artículos de su especialidad. Ha llegado a ser profesora en la Escuela de Cinematografía y del Audiovisual de la Comunidad de Madrid y la Universidad Carlos III de esa capital, y en universidades latinoamericanas, entre ellas la Escuela Internacional de Cine de San Antonio de los Baños.

En una reseña clásica esta presentación del autor debería ir al final del texto, pero la he adelantado para advertir al lector de la gran suerte que significa para nuestra historia cultural que una personalidad tan profesionalmente valiosa incursione en un tema sobre el que poco se ha investigado y menos se ha escrito: la historia del traje en Cuba. También debo advertir que este Premio de la Crítica fue publicado por la casa editorial UNIÓN en 2019, por lo que quedan pocos ejemplares en el mercado, y en las librerías digitales se encuentra agotado. Yo tuve la rara suerte de conseguirlo en la Calle del Obispo, en los anaqueles de la librería Fayad Jamis, sede emblemática de las publicaciones de la editorial Letras Cubanas y abanderada del Instituto Cubano del Libro.

El volumen comienza en tiempos de la Cuba aborigen describiendo el escaso vestuario de los nativos indocubanos, y avanza a través de los siglos sin dejar fuera de atención a ninguna de las clases sociales de la Antilla Mayor, para terminar analizando la influencia de la moda norteamericana sobre los cubanos hasta 1959.

En mi opinión este libro, además de su valor intrínseco como investigación profunda y detallada del tema del vestuario en Cuba, tiene dos valores añadidos. Uno de ellos es la abundante graficación, con reproducciones de cuadros de época realizados  por pintores españoles radicados en La Habana, quienes tuvieron el tema muy en cuenta y, en algunos casos, son considerados como especialistas en la pintura de costumbres. Esto en el caso de la colonia, pero también contiene gran cantidad de fotografías de la república y reproducciones de páginas de revistas de modas y costumbres. Gracias a la fecha temprana en que la fotografía llegó a nuestro país, se han conservado en álbumes de familia, en fotos de propaganda y en material de museo innumerables imágenes de hombres y mujeres de todas las clases sociales, las cuales poseen hoy un valor histórico inconmensurable.

En cuanto al segundo valor añadido, se trata para mí de mostrar la gran influencia que ejerció sobre el cubano la cultura francesa en todas sus manifestaciones, pero en este caso concreto, en la moda. Aunque fuimos colonizados por España y gobernados por ella durante siglos, la moda española se mantuvo entre los españoles de Cuba, pero los criollos, en especial los más adinerados, estaban por completo afrancesados, y ese es un aspecto de la historia cultural de Cuba al que no se le ha prestado la atención que merece, aunque en las últimas décadas de la república esa influencia fue cediendo ante la invasión de la moda norteamericana, caracterizada por su pragmatismo y por las producciones en serie. Con estos nuevos aires desaparecieron de la isla aquellas modistas francesas en cuyos atelieres las más diestras costureras creaban enteramente a mano, puntada a puntada, modelos exquisitos plenos de elegancia y únicos, por lo que era casi imposible que dos féminas aparecieran en público luciendo dos vestidos ni siquiera semejantes.

A no ser que tuviera lugar alguna treta malintencionada como la ocurrida entre dos de las más relevantes personalidades femeninas de la alta burguesía habanera de la república: la señora Catalina Lasa, bella entre las bellas y elegante entre las elegantes, y la señora María Luisa, marquesa de Revilla de Camargo, rivales eternas en cuanto a elegancia, fortuna y relaciones sociales se refiere: los tres principales factores de estatus en el mundo de las mujeres de entonces.El evento fue provocado por una fiesta de disfraces en la mansión habanera de María Luisa, hoy Museo de Artes Decorativas. Catalina, por pura malicia y deseos de divertirse, sobornó a una de las sirvientas de la marquesa para que le copiara el modelo del vestido que la anfitriona luciría en la celebración, y llegada la noche de la fiesta, mientras María Luisa desfilaba triunfal entre sus ilustres invitados, vio aparecer, con la consternación que es de suponer, a Catalina ataviada con idéntico atuendo, pero enriquecido por sus célebres joyas y, desde luego, por su belleza deslumbrante, don del que la naturaleza no fue pródiga con la marquesa, quien quedó en discreto ridículo, aunque desde luego no se escuchara en el salón ninguna carcajada.

Hoy nadie piensa en las modas del pasado, en gran parte por el desconocimiento y la desmemoria, pero nuestras elegantes vistieron modelos maravillosos de estilo art noveau y art deco, creaciones de los más afamados modistos galos del momento, y era tal la prestancia de las cubanas que llegaron a destacar en las cortes de Europa, donde rompieron muchos corazones y se alzaron con alguna que otra corona.

Aunque entre los cuatro hermanos Loynaz siempre fue Dulce María quien se llevó la palma de la elegancia y el buen gusto, en esta foto aparece su hermana Flor con un modelo francés de encaje, muy llevada esta moda en las dos primeras décadas de la República.

Este libro es, pues, un texto de consulta imprescindible, puntero en la historia del traje en Cuba, que resulta de gran ayuda para todos los especialistas que tienen relación con el teatro y el mundo audiovisual, pero en general con todas las artes y también con la literatura. En sus páginas encontrará el lector párrafos tan fieles referidos a la vestimenta de los esclavos y libertos de ambos sexos que parecen sacados de Cecilia Valdés. No tiene un solo momento superfluo y nada falta en él de principio a fin. Me considero sumamente afortunada por haber llegado a tiempo, aunque años después, al estante de la Fayad donde quedaban ejemplares de este tesoro de la historiografía cultural de mi país.

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«SUEÑO CON CLAUSTROS DE MÁRMOL DONDE REPOSAN LOS HÉROES»

Las cinco muertes de José Martí

Hace aproximadamente un año provoqué -sin proponérmelo- una tremenda trifulca en un grupo de Facebook de cuyo nombre no quiero acordarme, por afirmar que José Martí, Apóstol de Cuba, se suicidó en Dos Ríos, y no me valió de nada explicar que en dos ocasiones escuché ese acerto de labios del Doctor Eusebio Leal Spengler, Historiador de la Ciudad de La Habana. La primera fue en una conferencia transmitida por la Televisión Cubana, no recuerdo ya el año ni el canal ni el programa, donde incluso Eusebio indicó que la topografía del lugar donde cayó el héroe reúne todas las condiciones para conformar el Triángulo masónico, Orden a la que sabemos que perteneció Martí, aunque no podamos tener la seguridad absoluta de que haya sido un maestro masón del Grado 33.

La segunda ocasión en que Eusebio se refirió a la muerte de Martí como a un suicidio, tuvo lugar en un despacho de la emisora Habana Radio, mientras él ofrecía una entrevista sobre el tema al periodista Eduardo Vázquez, en la cual yo me encontraba presente porque, a mi vez, estaba esperando mi turno para entrevistar a Leal sobre la música medieval en La Habana. Recuerdo que nos habló de la vestimenta de Martí, su traje negro (“Iba vestido como para una boda” -dijo Leal) en gran contraste con el caballo blanco que le había regalado José Maceo, hermano de Antonio, y reflexionó sobre la imposibilidad de que aquel violento contraste hubiera podido pasar inadvertido para los tiradores españoles ocultos entre las hierbas altas del potrero. También analizó uno por uno todos los objetos hallados sobre el cadáver por los soldados españoles de la tropa del coronel Ximénez de Sandoval, y que ayudaron a identificar al portador: «Como si Martí no quisiera que hubiera dudas sobre su identidad en caso de caer en combate», murmuró.

La teoría de Leal, con la que otros historiadores no concuerdan, era que Martí se había inmolado en una especie de sacrificio muy acorde con su ideal masónico; se había ofrendado como víctima propiciatoria en el altar de la independencia («La patria es ara…» dictó en una de sus sentencias). También nos dijo aquella tarde que la turbulenta entrevista en La Mejorana, aún hoy un enigma sin resolver, porque el Generalísimo Máximo Gómez arrancó las tres páginas del Diario de campaña de Martí donde el Apóstol anotó lo ocurrido en aquel fatal encuentro, fue probablemente el detonante que impulsó a Martí a tomar semejante decisión de poner fin a su vida en combate, decisión que, a juzgar por las cartas que escribió luego de pisar tierra cubana y pocas horas antes de su muerte, no había tenido en mente. Eusebio, sin decirlo con todas sus letras, nos dio a entender que aquellas páginas estaban en su poder, enviadas a él junto con otros muy importantes documentos inéditos de nuestra Historia nacional, por la viuda de cierto historiador luego del fallecimiento del esposo y por voluntad expresa del mismo.

Eusebio creía que en La Mejorana el disenso entre Martí y Maceo se debió a dos motivos fundamentales: el primero habría sido la visión que tenía Martí sobre la república futura, coincidente con la de Agramonte, que llevó a este a enfrentarse a Céspedes en la primera Guerra y tanto influyó en la derrota cubana. Martí y Agramonte eran Doctores en Leyes, abogados, y querían prevenir la formación de autócratas militares dentro de las filas de la Revolución, para evitar lo cual abogaban por estructurar ya desde la manigua la separación de Poderes y la subordinación del poder militar al poder civil. Gómez y Maceo, militar de carrera el primero y de ejecutoria brillantísima el segundo, opinaban, como antes lo hiciera Céspedes, que primero había que ganar la Guerra y luego ya se vería que forma convenía más dar a la República libre y naciente. Por otra parte, mientras Maceo opinaba que Martí debía regresar a Nueva York para recaudar fondos con que financiar la contienda, Martí quería dirigirse al Camaguey para ponerse al frente de los restos del temible cuerpo de caballería formado por Agramonte y acéfalo tras su muerte, a lo que se opuso Maceo alegando la falta total de experiencia militar de Martí, quien nunca había pisado un campo de batalla. La única pregunta que me atreví a hacerle a Leal aquella tarde en medio de una entrevista que no me estaba destinada fue: «Si usted tiene esas páginas perdidas, ¿por qué no las publica?». Eusebio me miró un instante, como pesando sus palabras. «No, los cubanos necesitan a sus héroes tal como los conocen. No hace falta exhibir las debilidades humanas en hombres de esa talla». Palabras extrañas en boca de un historiador, pero comprensibles en labios de un patriota.

Esta es la teoría del suicidio que conozco y con la cual comulgo totalmente luego de haber estudiado por años la obra del Maestro, que destila, junto con su determinación inquebrantable de liberar a Cuba y un idealismo romántico a toda prueba, una profundísima y amarga decepción sobre la condición humana. Hay otras teorías, entre las cuales se cuenta un repentino acceso de hybris marcial, la convicción ética de que no merecería el título de Jefe de la Revolución que le había sido conferido hasta que hubiera tomado parte en uno o más combates, e incluso el deseo  de arengar a la tropa (lo que ya había hecho horas antes con un discurso del que no ha quedado memoria), lo cual me parece poco probable, ya que por orden expresa de Gómez dada a él, Martí debía permanecer en la retaguardia con la tropa de Bartolomé Masó sin moverse del campamento. De cualquier modo, con intención o sin ella, la temeridad de Martí al lanzarse en medio del fragor de las balas fue, técnicamente, un acto suicida.

A pesar de que en la escuela primaria nos enseñaron que el joven teniente Ángel de la Guardia fue el único mambí que siguió a Martí cuando este dejó atrás la retaguardia y se lanzó hacia los españoles, el propio Ángel dio testimonio de que con ellos iban otros guerreros cubanos, cuya identidad no he podido conocer ni, al parecer, Ángel reveló. Lo hubiera hecho, tal vez, de no haber muerto poco después. Tenía menos de veinte años cuando presenció el fin de Martí. Murió en combate a los veintidós.

Existen versiones distintas de la caída del Apóstol, como también de las muertes de Céspedes y Agramonte. Lo que vio Ángel de La Guardia fue que al salir al claro donde la fusilería era más nutrida, se produjo una descarga cerrada que hirió a su caballo, que cayó a tierra y arrastró consigo a su jinete, quien quedó atrapado bajo el peso del animal. Cuando se disipó la humareda de los disparos, Ángel vio a Martí yaciendo bocarriba sobre la tierra con el cuello, la barbilla y el pecho empapados de sangre. Logró arrastrarse hasta el Maestro e intentó rescatarlo, pero los varones cubanos de aquella época -salvo excepciones no muy abundantes como Ignacio Agramonte, Miguel Gerónimo Gutiérrez o los hermanos Maceo, hombres muy altos y de cuerpos robustos- eran de poca estatura y miembros magros, como el propio Martí. Ángel, aún imberbe, no tuvo fuerzas para arrastrar el cuerpo del caído y tuvo que huir en busca de ayuda.

Otras versiones dicen que Martí no murió de inmediato, y cuando los españoles llegaron a él aún respiraba. Fue reconocido por el mulato Antonio Oliva, desertor del Ejército Libertador y práctico cubano de la tropa de Sandoval, quien se dice que se inclinó riendo sobre el herido y exclamó: “¡Pero miren a quién tenemos aquí, si es el mismísimo Presidente Martí!”, y lo remató de un disparo a cambio de que los españoles le perdonaran la vida. Una tercera versión refiere que Martí, ya cadáver, fue reconocido por un soldado español que le había visto meses antes en Santo Domingo.

Una última versión[1] cuenta que:

Martí, sumado a un destacamento mambí -con el que se encuentra accidentalmente- que machetea a una avanzada española y persigue a los sobrevivientes hasta la casa de José Rosalía, donde buscan refugio; allí la esposa del campesino escucha al Apóstol cuando conmina a Ángel de la Guardia a marchar adelante, solos, y fue así que tropezó con la tropa enemiga que lo aniquiló. Si tal cosa hubiera ocurrido, alguno de los componentes de ese destacamento se hubiera convertido en testimoniante de los hechos; ninguno de los protagonistas principales de la acción de Dos Ríos aludió siquiera a ese pasaje.

Pero los detalles de la caída del Apóstol en aquella emboscada de Dos Ríos no son lo más espeluznante y doloroso de esa historia. Sobre el cuerpo fueron encontrados una escarapela bordada con mostacilla —que se dice llevó Carlos Manuel de Céspedes en la primera guerra—, un libro muy pequeño manuscrito con letras del Padre de la Patria y, en el dedo de la mano, una sortija en la que se leía la palabra «Cuba», elaborada con el hierro del grillete que llevó desde la cintura hasta el tobillo durante su estancia en el Presidio Político. Un detalle significativo fue aportado por el propio coronel Ximénez de Sandoval: Martí “tenía los ojos azules”. Murió el Apóstol como quería; de cara al sol. ¿Sus ojos quedaron abiertos, fijos en el astro de la Luz?

Pero aún hay más y es estremecedor para quienes le amamos a pesar de todo el tiempo transcurrido.

 Máximo Gómez, al recibir la noticia de la muerte de Martí, intenta desesperadamente recuperar el cadáver, pero al final tiene que renunciar, inmovilizado junto a sus hombres por una repentina tormenta que se desató desde los cielos con furia indetenible. Por su parte, Sandoval y sus hombres también tienen que guarecerse, y es aquí donde la sangre se agolpa en el corazón: bajaron el cuerpo de Martí de la mula sobre la que lo llevaban, lo colocaron, según cuenta Jorge Mañach en su biografía José Martí el Apóstol, sobre unas tablas y lo dejaron toda la noche “bajo el cielo negro”, o sea, ¡bajo el temporal!

A partir de aquel momento el cadáver del más grande de todos los cubanos emprende una odisea macabra. La columna de Sandoval avanza a marchas forzadas hacia el poblado de Remanganagua. Atravesado sobre el lomo de un caballo entra el cadáver al caserío. Es tirado en el patio del fuerte, donde a modo de recompensa se reparten entre la tropa los 500 pesos que le han saqueado; con ese dinero los soldados compran ron y tabacos en la bodega local. También le sustraen los papeles, la escarapela (de Céspedes, dicen), el cortaplumas, el cinto, el revólver, el reloj, el anillo… Botín de guerra. Todo se reparte.[2]

Martí mandó forjar este anillo con un eslabón del grillete que llevó durante su estancia en el Presidio Modelo

Perseguido de cerca por Máximo Gómez, quien hace lo imposible por rescatar el cuerpo de Martí, Ximénes de Sandoval acude al expediente de un entierro anónimo y rápido. Sepulta a Martí en tierra viva, en una fosa común del cementerio local y con el cadáver de un sargento español encima.

Monumento conmemorativo erigido en el sitio exacto de Dos Ríos donde cayó el Apóstol

Pero órdenes perentorias llegadas desde Santiago de Cuba, emitidas por el propio General Arsenio Matínez Campos, quien se encontraba en esa ciudad, conminan a Sandoval a desenterrar el cuerpo y conducirlo a Santiago para ser exhibido a la vista pública, de manera que no queden dudas sobre su deceso y la noticia no pueda ser desmentida por los espantados cubanos del exilio ni por el conmocionado Ejército Libertador. Para ello envía Martínez Campos al doctor Pablo Aurelinano de Valencia Forns, médico forense de Santiago de Cuba, natural de La Habana, de 23 años de edad, graduado en España y especializado en práctica forense, “que constituía en aquella época todo el alcance de la Medicina Legal”. Sus propósitos eran establecer la identidad de Martí y preparar el cadáver mediante embalsamamiento para su traslado a la Ciudad de Santiago de Cuba. Ante el avanzado estado de descomposición del cuerpo, el forense ordena dejar las vísceras enterradas en Remanganagua.

Antes de llegar a la Ciudad Primada, la tropa de Sandoval se detiene a descansar en Palma Soriano. Consigna la historia que allí ultrajaron los despojos mortales “al escupirlo y realizar actos de degradación”. Frente a ese espectáculo el pueblo protesta enérgicamente y de inmediato el cadáver es trasladado al cuartel de las milicias locales para redoblar la vigilancia.

Ya en Santiago, el ataúd abierto, mal claveteado y montado sobre parihuelas es mostrado durante horas, hasta que al fin se le da sepultura en el cementerio de Santa Ifigenia. En aquella ocasión Ximénez de Sandoval se consagra ante la Historia por haber pronunciado un discurso digno de la más alta hidalguía y el honor de los oficiales de carrera del Ejército español. El Coronel despidió el duelo con estas palabras:

Señores:

Cuando pelean hombres de hidalga condición, como nosotros, desaparecen odios y rencores. Nadie que se sienta inspirado de nobles sentimientos debe ver en estos despojos un enemigo. Los militares españoles luchan hasta morir; pero tienen consideración para el vencido y honores para los muertos.

Hay otra versión del discurso de Sandoval con ciertos detalles que corroboran su pertenencia a la masonería española:

Señores:

Ante el cadáver del que fue en vida José Martí y en la carencia absoluta de quien ante su cadáver pronuncie las frases que la costumbre ha hecho de rúbrica, suplico a ustedes no vean en el que a nuestra vista está el enemigo y sí el cadáver del hombre que las luchas de la política colocaron ante los soldados españoles.

Desde el momento que los espíritus abandonan la materia, el Todopoderoso apoderándose de aquellos los acoge con generoso perdón allá en su seno, nosotros al hacernos cargo de la materia abandonada cesa todo rencor como enemigo, dando a su cadáver la cristiana sepultura que los muertos merecen.

Curioso discurso, no solo por su nobleza e integridad, sino por el empleo de ese  “nosotros”. Para los españoles, José Martí Pérez, hijo de un valenciano y una nativa de las Islas Canarias, es un español de eso que hoy llamaríamos primera generación, aunque para ellos eso significaba ser un traidor. Criollo, sí, nacido en Cuba, pero criado por españoles, educado en España, titulado en España… Hoy la Genética da la razón a Ximénez de Sandoval, y decreta sin apelación lo que el militar español afirmaba entonces por intuición. Vale recordar que Sandoval, además de un alto militar era, también un masón, y las cosas poco honorables que hizo al inicio de esta historia las llevó a cabo presionado primero por Gómez, y luego por el general Quintín Banderas, quien también perseguía con su tropa a los secuestradores del cadáver, y Banderas era un jefe mambí temidísimo por los españoles por sus famosos desmembramientos de cuerpos en unas cargas  al machete de las que no escapaba nadie vivo.

Aunque siempre se ha hablado de una autopsia, lo que realizó el forense españolen aquel primer momento, en que Martí ya llevaba cuatro días bajo tierra, fue un embalsamamiento, que Cubadebate describe así:

Con el objetivo de atenuar el proceso de descomposición, el forense extrae las vísceras y el corazón –y los tira envueltos en la fosa abierta–. Luego procede a administrarle en las partes blandas unas 300 inyecciones de solución de bicloruro al uno por ciento, rellenarlo con algodón desinfectado y suturar el tórax. También pone algodones en la boca. Con otra solución de alumbre y ácido salicílico preparada en agua hirviendo, aplica una especie de barniz al difunto. Más o menos así lo describe un reportaje del corresponsal Eduardo Varela Zequeira, en La Discusión del 31 de mayo de 1895.

«Una vez listo, lo introducen en el féretro encargado al carpintero Pedro Ferrán con Jaime Sánchez como ayudante. Les pagan ocho pesos por el servicio. Es un ataúd tosco de tablas de cedro, con tirillas de lata para flejarlo, cera amarilla en los huecos y tachuelas de las usadas para forrar taburetes. Un cristalito en la tapa hace de ventana para ver el rostro inanimado».
Herramientas empleadas por De Valencia en el embalsamamiento del cadáver de José Martí, y conservadas por el forense.

Un resumen del resultado de una autopsia posterior realizada al cadáver de Martí consigna:

– Una herida de bala penetrante en el pecho cuyo orificio de entrada parecía corresponder a la parte anterior del pecho, a nivel del punto del esternón, que había sido fracturado; al parecer dicha herida presentaba un orificio de salida por la parte posterior del tórax en el cuarto espacio intercostal derecho, a unos diez centímetros de la columna vertebral.

– Otra herida de bala a unos 15cm de la misma y a 4cm de la rama del maxilar inferior, lado derecho, cuyo orificio de salida se encontraba por arriba del labio superior, que estaba destrozado.

– Otra herida igualmente de bala en el tercio superior del muslo derecho y hacia su parte interna; además, presentaba contusiones en el resto del cuerpo.10 En la primera herida localizada en la región torácica se afectaron el pulmón derecho, el manubrio del esternón y, posiblemente, el paquete vascular -en estas circunstancias se pudiera haber planteado un hemotórax; en la segunda se afecta el paquete vasculonervioso del cuello y en la tercera, localizada en el tercio superior del muslo del miembro inferior derecho, no se describe la profundidad a la que estaba; si de hecho se hubiera hallado en planos profundos, la arteria femoral hubiera estado dañada, con la posible hemorragia a este nivel.

Muchas de estas teorías no pudieron ser determinadas en el momento en que se hace la exhumación del cadáver pues se encontraba en avanzado estado de descomposición.

Luego de la inhumación en el cementerio de Santa Ifigenia, los restos fueron nuevamente exhumados para darles un entierro oficial, lo que tuvo lugar  en mayo de 1895, con la presencia de una pequeña concurrencia integrada básicamente por oficiales colonialistas y algunos cubanos, entre ellos Antonio Bravo Correoso y Joaquín Castillo Duany.  

Una tercera exhumación ocurrió el 24 de febrero de 1907. En aquella ocasión  los restos fueron examinados por el doctor Virgilio Zayas-Bazán, por su apellido probable pariente de Carmen, la esposa de Martí. Terminado este peritaje, fueron depositados en una urna de plomo y sepultados en una galería de nichos de la misma necrópolis. Ese día acudieron su hijo José Francisco y veteranos de la Guerra de Independencia. El general Rafael Portuondo Tamayo dijo las palabras de la ceremonia.

Durante las primeras décadas de la República se decide que los restos de Martí no deben continuar en la galería de nichos de Santa Ifigenia, ya casi derrumbada por exigencias sanitarias, y nace el proyecto de construirles un mausoleo, por lo que en 1947 la urna funeraria es trasladada al Retablo de los  Héroes mientras se termina la nueva construcción, y allí permanece hasta el 29 de junio de 1951, fecha en que es llevada a la sede del Gobierno provincial para iniciar los honores del quinto entierro, al que fueron convocados todas las fuerzas políticas, el cuerpo diplomático, masones y personalidades de la cultura. En aquella ubicación  permanece la urna hasta junio de 1951. Ese mismo día es trasladada a la sede del Gobierno provincial para hacer los honores del quinto entierro, al que asisten todas las fuerzas políticas, el cuerpo diplomático, masones y destacadas personalidades de la cultura.

El cortejo fúnebre partió en un armón de artillería y recorrió las calles céntricas de Santiago de Cuba. A su paso el pueblo dejó caer rosas blancas. En la necrópolis lo esperaron los veteranos de la Guerra de Independencia, quienes entregaron la urna al presidente Carlos Prío Socarrás para colocarla en la cripta donde hasta hoy reposan.

La forma hexagonal del mausoleo se corresponde con el número de provincias de la Isla de entonces, representadas cada una por sus atributos. En el interior se observan el emblema patrio y los escudos de las naciones americanas, tras los cuales hay un puñado de tierra de cada país en cuestión.

Los mármoles del piso conforman una estrella como expresión de los rasgos fundamentales de su pensamiento: independencia, soberanía, unidad, libertad y coraje. Las piedras de Jaimanitas con las que fue edificado hacen referencia a la parte occidental de la isla que lo vio nacer, los mármoles de la Isla de Pinos a su prematuro cautiverio y los 28 monolitos que lo custodian a algunos campamentos martianos desde el desembarco en Playita de Cajobabo hasta su caída en combate en Dos Ríos.

Sobre la cripta donde reposan sus restos siempre incide un rayo de luz. Desde 2002 en el mausoleo se realiza una guardia de honor permanente que comienza al amanecer, termina con el ocaso y cambia cada 30 minutos.[3]

Mausoleo que guarda los restos de José Martí, Apóstol de la independencia de Cuba y el hijo más insigne de esta isla

El práctico traidor Antonio Oliva, ejecutor o no del supuesto disparo de gracia que segó la vida de Martí, fue ajusticiado poco después del fin de la guerra por veteranos que le escucharon vanagloriarse de su acción en una taberna de Palmarito del Cauto. Aquel fue el último día de su existencia. Culpable o no, que en Gloria no esté, que su alma jamás tenga paz.


[1] file:///C:/Users/USUARIO/Downloads/715-1335-2-PB.pdf

[2] http://www.cubadebate.cu/especiales/2021/05/19/jose-marti-y-las-reliquias-de-la-muerte-fotos/

[3] https://www.diariolasamericas.com/america-latina/jose-marti-los-cinco-entierros-del-apostol-n4199405

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ENRIQUE ARREDONDO, MONARCA DEL DISPARATE Y SOBERANO DE LA RISA

Alguien me ha preguntado por qué quiero escribir sobre el gran cómico cubano Enrique Arredondo. Mi interlocutor es muy joven, no recuerda a Cheo Malanga ni a Bernabé ni al Doctor Chapotín, las grandes creaciones humorísticas de Arredondo, y le he respondido que precisamente porque muchos como él tampoco recuerdan, es que quiero recordarlo yo, pues esa es la labor del cronista: mantener viva la memoria de una nación.

Pero de la nada sale nada, me dijo un día cierto personaje, y tenía razón, por lo que no se puede hablar de Arredondo sin antes poner en contexto qué fue el teatro bufo, dónde se originó, cómo nació en Cuba y hacer un poco de su historia, tan ligada a la sustancia misma de la cubanía.

La palabra bufo, derivada de bufón, nació de la célebre Comedia del Arte, un fenómeno de la cultura popular italiana del siglo XVI, dicen unos, y XVIII afirman otros. No era una compañía de actores tal como hoy las conocemos, sino un género popular con personajes fijos que representaban  a las diferentes clases sociales. Los actores eran mimos consumados y salían a escena con máscaras perfectamente identificables que caracterizaban a los personajes, y vestuarios muy coloridos que hoy nos parecerían extravagantes o circenses, pero se derivaban de los grupos de volatineros medievales que actuaban en las ferias de pueblos y ciudades, sobreviviendo de la caridad pública. Wikipedia describe así la dinámica estructural de la Comedia:

Los argumentos más típicos, tramas muy sencillas, suelen relatar las aventuras y vicisitudes de una pareja de enamorados (por ejemplo Florindo e Isabella) ante la oposición familiar (Pantaleone o Il Dottore) o tipos del entorno social como Il Capitano. Las intrigas, mimos y acrobacias corren a cargo de los «zanni» (‘criados’), que encarnan personajes tipo como Arlequín y su novia Colombina, el astuto Brighella, el torpe Polichinela o el rústico Truffaldino.

Las puestas en escena tenían parlamentos, pero también instrumentos musicales, canciones, bailes y acrobacias, en los que los actores eran diestros. Las obras eran muy breves y las historias descabelladas, y en ellas se hacía burla, en ocasiones soez, de los grandes temas del intelecto y el espíritu, la política y, de alguna manera no siempre explícita, la vida licenciosa de monjas y frailes. Se representaban por lo general en plazas y plazuelas de las villas, el público gustaba mucho de esos espectáculos y solía rodear el estrado donde tenían lugar las cabriolas y diálogos de los actores.

EN CUBA

Existe constancia de que la primera obra teatral cubana fue representada en La Habana, en un ranchón rústico junto a la costa, por un grupo de jóvenes. Se titulaba Los buenos en el cielo y los malos en el suelo, y era una comedia con elementos de sátira y parodia que más tarde, al separarse, dieron lugar a géneros como la parodia, el sainete y el apropósito. Este último no puedo describirlo porque no tengo idea de lo que significó. Ello ocurrió en 1598 y ese año se cita como el nacimiento no solo del teatro en Cuba, sino del bufo cubano, que con el tiempo desarrollaría tipos y temas muy propios que contribuirían a la conformación y reafirmación de nuestra nacionalidad. A mediados del siglo XIX el bufo cubano ya tiene fisonomía propia.  Sus personajes: el Negrito, ya no un esclavo precisamente, sino un criollo vaguísimo,  picarón y con mucho gracejo; el Gallego inmigrante, serio, trabajador, obstinado y con muy pocas luces; y la Mulata linda y zalamera que se alía con el Negrito para embromar o aprovecharse del Gallego. Su lugar fue el teatro Martí.

Arquímedes Pous, nacido en 1891, iba a estudiar Medicina por orden de su familia, pero amaba las tablas. Una noche, mientras se encontraba ayudando a montar el escenario de un teatro, vio a un familiar suyo que le buscaba. Se tiznó con carbón rostro y manos y se escondió para no ser reconocido y devuelto a casa. Tenía entonces 15 años, pero su carrera había comenzado y pronto fue contratado por el teatro Martí, de cuya compañía de actores  llegó a ser director. Además, en su condición de coreógrafo, sobresalió en los bailes típicos cubanos y norteamericanos. Actuó en teatros de Boston, Nueva York, Filadelfia y otras ciudades de los Estados Unidos y de Montreal, Toronto y Ottawa, Canadá. Pasó a la historia del teatro cubano como el mejor Negrito, mas no era solo un gran actor y excelente bailarín de rumba y danzón, pero murió prematuramente a los 34 años. Nunca estuvo vinculado al Alhambra.

EL ALHAMBRA

Finalmente el género, tan gustado por el público, llegó, como todo lo humano, a su decadencia. Es entonces cuando va en su auxilio el libretista Federico Villoch, nacido en La Habana en 1869 y educado en España. Estudió la carrera de Leyes, que no terminó por su amor al teatro, era muy culto y  ejerció también el periodismo de costumbres. Emigró del teatro Martí al Alhambra, seguido por un grupo de actores entusiastas y experimentados en el género. Escribió para la compañía más de 400 obras de lo que hoy llamamos teatro vernáculo (que no es exactamente el bufo), entre las cuales se encuentra La isla de las cotorras, que sí recuerdan todos los cubanos que hayan visto el antológico filme La bella del Alhambra, de Enrique Pineda Barnet. Entre las revistas musicales más destacadas que creó aparece La danza de los millones.

Fotograma de La Bella del Alhambra

El Alhambra, un teatro en principio solo para hombres, descrito como “templo al cuerpo viviente de las bellísimas y nada pudibundas vedettes cubanas, reino de la picaresca y del arte popular en toda su carnal y espontánea plenitud”, fue la sede de los bufos cubanos, también llamados caricatos. Allí se representaron las mejores obras del género y se dieron a conocer los teatristas más sobresalientes. Además del propio Villoch, se encontraban en el equipo los hermanos Robreño y compositores del talento de Jorge Ankerman y Eliseo Grenet. No hubo suceso político que no fuera convertido allí en motivo de burla, sarcasmo y crítica, y entre el público que abarrotaba su lunetario, platea y “gallinero” se contaron visitantes tan ilustres como Rubén Darío, Blasco Ibáñez, Valle Inclán, Jacinto Benavente y García Lorca, aunque la lista fue mucho más nutrida, pues era internacionalmente conocida la recomendación: “Si vas a La Habana no te pierdas el Alhambra”.

Y de este linaje ilustre en el teatro cubano musical, en el que se incluye el género bufo, desciende Enrique Arredondo, nacido en 1906, quien, además de en la escena, trabajó en el cine, la radio y la televisión, y creó los mejores personajes del humor en la segunda mitad de la república.

“MENTIRA, TÚ MESTÁ ‘NGAÑÑÑÑÑAAAANDO…”

Arredondo, por el contrario de Pous, no comenzó en el teatro, sino que antes trabajó como mensajero, repartidor de pomos de leche en carretilla, conserje, cartero, descargador de ladrillos, pelotero, vendedor de ropa, zapatero y cualquier cosa que se le presentara. En 1923 ya lo encontramos actuando en varias compañías que recorrían la isla, pero no solo actuaba, bailaba y cantaba, sino también fue libretista como Villoch. En 1934 fue contratado por el Alhambra para sustituir al actor Sergio Acébal en el personaje del Negrito.

Cuenta una anécdota que su padre, quien soñaba con verlo convertido en un dentista respetable, conociendo su verdadera vocación trataba siempre de desanimarlo diciéndole que él no servía para el teatro, que no tenía vis cómica, etc., y una noche en que le repetía una vez más su discurso, le puso como ejemplo de humor magistral la actuación de un Negrito que recién había visto en el Alhambra (o tal vez en otro teatro), a lo que Arredondo le respondió con modestia: “Ese negrito que usted vio era yo”. El padre, entonces, le regaló dos costosas camisas de seda “para que se presentara en escena con prestancia”. Y se acabaron las oposiciones familiares.

En 1940 fundó su propia compañía y realizó presentaciones en Tampa, en Puerto Rico y en varias ciudades de México como Mérida, Veracruz, Campeche, Oaxaca, Chiapas y México D.F., donde fue contratado para actuar en una revista musical junto a cómicos mexicanos de la talla de Tin Tan y «Palillo».

En la radio interpretó varios personajes, y durante diez años fue el Chicharito del famoso dúo Chicharito y Sopeira. También para la emisora CMQ creó el personaje del Doctor Chapotín, y hasta ssus últimos años se mantuvo como parte del elenco de programas tan gustados como Alegrías de sobremesa.

Para el cine trabajó en los filmes Que suerte tiene el cubano, Nuestro hombre en La Habana con Noel Coward, Alec Guinness y Mauren O’Hara, y en 1977 actuó en Son o no Son, película del ICAIC dirigida por Humberto García Espinosa.

Pero fue en 1956, al comenzar en la televisión, donde Arredondo brilló en todo su esplendor. Ya vamos siendo menos quienes recordamos al bravucón pero en el fondo cobardísimo Cheo Malanga de San Nicolás del Peladero, con su hilarante bocadillo: “¡Aguántame, que lo mato!”, que vociferaba agitando los brazos como si fuera a boxear, pero caminando hacia atrás mientras otros dos actores hacían como que lo sujetaban. En el 69 entró a formar parte del elenco del programa Detrás de la fachada, conducido por Consuelito Vidal y Cepero Brito, quienes con su inolvidable aviso: “Mira para allá”, dirigían las cámaras hacia los actores, y estos, en ocasiones, se salían del set para interactuar con ellos, como aquella vez divertidísima en que Arredondo-Bernabé le fue arriba a Consuelito y le estampó un sonoro beso en el cuello bravuconeando después: “¡Cuando yo quiero besar, beso!”, y ella, cogida totalmente por sorpresa, se quedaba inmóvil mirando a cámara. Arredondo, sorprendido al verla de momento sin saber qué hacer, le dio un compás de segundos para que se repusiera, para lo cual se arrancó su eterno sombrerito y lo arrojó al suelo mientras gritaba: “¡Y lo tiro porque es mío!”.

Bernabé: «¡Cuando yo quiero besar, beso!»

Eran tiempos de gloria en la televisión cubana, con sus sets “de palo”, una sola cámara y unos actores tan brillantes y creativos que eran capaces de salirse de libreto e improvisar un programa únicamente auxiliados por su imaginación. En San Nicolás… Arredondo tuvo momentos sublimes de humor junto al también actor cómico Germán Pinelli, tan versátil, en su papel del estirado, ridículo y lamebotas plumífero Eufrates del Valle. Sus “morcillas”, como se llama en la jerga actoral al parlamento o frase improvisados, se hicieron célebres y pasaron al habla popular. Todavía se escuchan de vez en cuando en alguna boca que por culpa de la edad no conserva ya su dentadura original.

Cheo Malanga, bravucón de El Peladero

“Monarca del disparate y del absurdo, soberano de la risa”, lo llamó en 1981 el periodista Mario García  del Cueto. Yo no me creo capaz de describir su ingenio verbal, que era mucho más que una apología del disparate, pero sí recuerdo que Arredondo tenía una expresión corporal única. No solo era un consumado bailarín, sino un mimo de primera categoría, y creó un estilo de movimiento para sus personajes que era una mezcla de espatapájaros con muñeco de palo y juguete de cuerda. Tenía una forma inolvidable de subirse la cintura del pantalón hasta casi la mitad del pecho, de un golpe y usando solo los codos, y un modo inimitable de batir los brazos rígidos de arriba a abajo, vertiginosamente, para reafirmar algo que estaba diciendo con gran convicción. Nadie podía controlar la carcajada al verlo hacer aquellas locuras. Yo era una niñita, pero jamás me perdí un programa donde él apareciera, ni mis padres tampoco, y nuestras risas atronaban la salita de nuestro apartamento. Nadie se le podía resistir a aquel cubano nacido para obligar al mundo entero a “sacar la cajetilla” cada vez que él quisiera.

Dicen que su carrera sufrió un opacamiento cuando, durante un programa en el que actuaba su personaje de Bernabé, este amenazó a “su nieto” con castigarlo a ver los muñequitos rusos si se portaba mal. Dicen también que él siempre lo negó. Yo vi aquel programa y realmente dijo lo que dijo, pero era lo mismo que decían entonces muchos cubanos, pues al menos durante tres generaciones habíamos sido educados en la estética de los Muñes de Disney, con su dibujo impecable, sus movimientos enteramente naturales, el dinamismo arrollador de sus historias, sus bandas sonoras geniales, sus argumentos tremendos y aptos para cualquier edad, y sus personajes de caracterizaciones –antológicas- tan variadas que iban desde lo puramente picaresco, con personajes como el pragmático y astuto Rico McPato y su familia, el osado e impredecible Pájaro Loco y Las Urracas tramposas y un poco perversas, hasta el intenso dramatismo de una madre pájaro que llora la muerte de su polluelo helado sobre la nieve o la desolación del Patito Feo rechazado por todos. Tuvo que pasar el tiempo y nacer otra generación que no conoció el mundo gráfico de Disney, para que hoy tantos cubanos añoren los muñequitos rusos como nosotros clamamos todavía por el regreso del Pájaro Loco.

No hay error más grande en el diseño e implementación de una política cultural que obviar el peso de los contextos sociológicos de una época, porque son más reales que la misma realidad, y su presencia no puede ser borrada de un conglomerado humano solo por obra y gracia de un decreto que promueve su abrupta abolición.

Arredondo escribió su autobiografía, que tituló La vida de un comediante, publicada en 1981 por la editorial Letras Cubanas. En esas páginas el lector podrá descubrir que además de amante de la actuación fue un fanático de la pelota, como legítimo cubiche. Y verá, además, que su ídolo fue siempre Arquímedes Pous. Él declaró en entrevista a la prensa que durante la presentación de la obra tuvo que firmar miles de ejemplares. No lo dudo y no creo para nada que fuera una de sus antológicas exageraciones.

Durante los últimos años de su vida participó en varios proyectos y revistas satírico-musicales, en colaboración con los prestigiosos humoristas Enrique Núñez Rodríguez, Héctor Zumbado y Alberto Luberta. Falleció en 1986, tras una larga y penosa enfermedad. Y esta es la historia de un cubano icónico que creyó firmemente en el poder de la risa, y en la absoluta necesidad de ella para mantener sanos y lúcidos el corazón y el alma de los hombres.

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FINA GARCÍA MARRUZ, SOMBRA SILENTE, MISTERIO ESCRITURADO

Y si a ese rostro, como a un espejo, nos volvemos, y si sólo a él lo creemos verdadero, es porque él participa de algo incorruptible y mantiene su velada promesa a la que nos aferramos como a la fe. No, no es razonable que ese anciano irreconocible siga aferrándose al joven que alumbra todavía como una lámpara la vieja fotografía amarillenta, pero por poco juicioso que parezca sólo a ella se referirá para decirnos: yo era así.

La dicha

Fina García Marruz

La gente de Orígenes era de hierro y oro, sobrados de luz y generosidades, de talento y poesía. […] Un tiempo de platino para la poesía cubana y de toda la lengua española.

J.J. Armas Marcelo

POR QUÉ NUNCA FUI A VISITAR A LOS VITIER-GARCÍA MARRUZ

En dos ocasiones coincidí con Cintio Vitier, una vez en el Movimiento Cubano por la Paz, donde él impartía una conferencia sobre Martí, y la segunda en el Centro de Estudios Martianos, donde fui a entrevistarlo para la revista Clave sobre el compositor sinfónico hispano-cubano Julián Orbón, miembro de Orígenes y gran amigo suyo, o hermano, como definiera Fina a todos los miembros de la gran familia que fue ese fenómeno grupal de la cultura republicana en Cuba e Hispanoamérica.

En ambos encuentros Cintio me invitó a visitar su hogar, lo que hubiera sido, tal vez, el preámbulo para mi entrada al círculo íntimo de los Vitier, pero nunca cumplimenté sus cordiales invitaciones. ¿Por qué?  No lo sé. Mi Maestra y mentora Beatriz Maggi dijo en la clase inicial que impartió a mi grupo de primer año de la carrera de Filología, en cuya aula me encontraba: “Hay cosas en la vida que nunca se llegan a saber”. Lo dijo recostada al escritorio sobre el estrado de los profesores, mientras su mirada erraba en el vacío, y puede que mientras escribo estas líneas y recuerdo aquella sentencia, mis ojos tengan la misma expresión ausente, propia de quien se ha preguntado algo infinidad de veces sin encontrar jamás una respuesta.

Pero tengo la vaga impresión de que si me paralizó algún motivo recóndito, probablemente estuvo relacionado con la figura de Fina, porque su retraimiento me intimidaba. La única vez que la vi en persona fue en el Centro Dulce María Loynaz, donde presentaba yo una muestra colectiva de pintura en la que participaba José Adrián Vitier, nieto de la pareja, y mientras al final Cintio agradeció mis palabras con un cálido apretón de manos y unas frases muy estimulantes y renovó por tercera vez su invitación, ella solo mostró su aprobación con una sonrisa dulce y apacible. Igual sentimiento inexplicable me frenaba cuando alguien me proponía: “Vamos a conocer a Dulce María Loynaz”.

Por qué ciertas personas que no nos han hecho ningún mal y a las que apenas conocemos nos intimidan de tal modo, es un tema que merece análisis, mucho más en el caso de Fina García Marruz, una mujer que nunca mostró un ataque de ego, altanería o arrogancia, “adornos” lamentables de tantas personalidades de la cultura, porque era la sencillez misma, con su cabello de aspecto desarreglado, sin una gota de maquillaje sobre sus facciones ni el menor intento de camuflar sus años, amén de discreta y sobria en el vestir. Pero por alguna razón, supongo que por decisión propia, Fina se mantenía siempre como una especie de sombra misteriosa, silente, escriturada, apareciendo en todas partes junto a Cintio, los dos como bicéfalo de un único cuerpo, pero cediendo ella, con la mayor discreción, todo el espacio y toda la luz al esposo, como la luna al sol.

FINA

Fina nació en La Habana un 28 de abril de 1923, por lo que hoy celebramos su llegada a la Tierra. Quienes han escrito sobre su persona recalcan que fue hija de la gran pianista Josefina Badía y hermana del músico Felipe Dulzaides, y la música fue  lo primero que conoció en su hogar. También se ha contado, a veces por la pareja misma, cómo ella conoció muy joven a Cintio, cuyo amigo inseparable era ya, desde entonces, el poeta Eliseo Diego, y cómo nació de aquellos encuentros un noviazgo por partida doble, ella con Cintio y su hermana Bella con Eliseo. 

¿Fue casualidad que Cintio por entonces estudiara violín? Quién sabe. La doble pareja de enamorados se reunía por las noches en la casa de las hermanas, célebres entre los estudiantes y conocidos de la familia por ser ambas muchachas bellas y gráciles, aunque Fina parecía más tímida e introvertida que Bella. Usaban por entonces ropas semejantes y boinas ladeadas al estilo bohemio de París, y así aparece Fina no solo en las fotos de familia, sino en un óleo donde la retrató nada menos que el gran pintor Fidelio Ponce de León, aunque en un inicio su madre manejó el nombre de Víctor Manuel, creador de la célebre Gitana tropical. Fina ha contado que Ponce, a quien describió como “desdentado y cruzando la sala con su gran sombrero alón”, la hizo probarse una gran cantidad de tocados y sombreros antes de decidirse por la boina, y nunca la miró mientras la pintaba. Ella tenía entonces quince años.

El retrato es, o al menos a mí me resulta, muy desconcertante. Como puede apreciarse, no hay rostro, solo un trazo que evoca labios apretados, y la boina le oculta la mirada. Un traje amarillo que se ha descrito como de esgrimista completa la imagen. No es lo que por definición se esperaría del retrato de una adolescente, sino algo de lo que emana un aura un poco oscura y bastante melancólica. Sin embargo, Fina se reconoció en él, y no solo eso, sino que la pintura la impresionó tanto que le dedicó poemas, entre ellos estos versos:

Envuelta en una luz verdosa
de fantasmal  marina, aparecía en el lienzo,
con solo un toque grana en los labios fruncidos,
sin que se vieran los ojos
y sí la sombría mirada,
una mirada como la que debían tener
los muertos que hemos olvidado demasiado pronto.
Qué estanque tan quieto y tan lleno de limo era
yo allí algunas tardes!
Tras la albura aparente de la edad
la corrupción devoraba los blancos

Como solía ocurrir con los miembros de la alta y media burguesía cubanas, Fina –como también Dulce María Loynaz y su hermano Enrique- se doctoró en Derecho por la Universidad de La Habana, aunque la sequedad propia de la carrera no dejó huella alguna en su sensibilidad poética.

La íntima, indestructible relación entre los amigos y las hermanas sobrevivió a las bodas y perduró hasta sus muertes. Fueron un cuarteto visceral que reunía a sus hijos los fines de semana en la famosa quinta de Arroyo Naranjo, propiedad de Eliseo, y tanto los hermanos Vitier como los Diego guardaron nostálgicos recuerdos infantiles de aquellos días mágicos.

FINA Y EL MUNDO INTERIOR DE ORÍGENES

Cintio, Fina y Eliseo formaron parte del grupo de intelectuales y artistas que se nucleó en torno al poeta Lezama Lima, cuya vocación de animador cultural le llevó a fundar no solo el grupo y la revista Orígenes, considerados el acontecimiento cultural más importante de su tiempo en América Latina junto

con la revista argentina Sur, liderada por Victoria Ocampo, sino también otras publicaciones como Clavileño, Espuela de plata y Nadie parecía. Fina fue una de las dos mujeres que integraron la generación de Orígenes. La otra fue la pintora Cleva Solís. Al final, luego de la muerte de Eliseo, solo Cintio y Fina quedaron como sobrevivientes, y tras el fin de Cintio Fina se convirtió en la última representante viva de aquel extraordinario suceso cultural que no ha tenido réplica en la historia de esta isla. Mientras yo investigaba y recopilaba material para el presente trabajo, me pregunté una vez más por qué jamás, never more, como el cuervo de Poe, ha surgido entre nosotros algo semejante, pero un libro –La virtud doméstica, de Rigoberto Segreo- me ofreció una posible y muy significativa explicación: entre los parámetros que definen una generación, analizados por sociólogos, antropólogos e investigadores culturales nacionales e internacionales, resalta una condicional: que la interrelación social entre los integrantes sea fluida y sostenida.

El Grupo Orígenes

Eso fue lo que, además del talento individual de los origenistas, creó esa aura –el alma- tan singular que caracterizó a Orígenes. Fueron, como Fina afirmó en más de una oportunidad, una gran familia, pero no solo una gran familia, sino un grupo que creó entre sus miembros vasos comunicantes de afectos y sentimientos muy fuertes, muy sinceros, al extremo de que se movían juntos, se reunían juntos, tertuliaban juntos, e incluso cada domingo viajaban a Bauta para almorzar con uno de los miembros, el sacerdote Ángel Gaztelu, cuya parroquia se encontraba en esa localidad, como si todos estuvieran conectados a una infinita, invisible, enigmática fuente de nutrición espiritual, y no pudieran sino respirar el mismo oxígeno a riesgo de no ser. Cuando uno lee esas historias siente que un elemento raro e  innombrable sirvió como adhesivo entre aquellos jóvenes. Algunos estudiosos de Orígenes han mencionado la religión como causa probable, pues todos eran católicos fervientes, pero yo no lo creo. Hubo mucho más: un desinterés, una hermandad, una solidaridad, un gozo de cada uno en las glorias de los demás, una ausencia total de mezquindades y miserias humanas… Una misma calidad de la sustancia que los conformaba, unida a una incuestionable pureza de intención. ¿Que fueron hijos de una misma circunstancia histórica: el complejo panorama político republicano? ¿Y qué panorama político de cualquier época y país no  ha sido complejo? Otros muchos intelectuales de la isla lo fueron también, pero no fueron origenistas, y aunque muchos colaboraron con los proyectos editoriales de Lezama nunca llegaron a integrar el corazón del grupo. Como dice un hermoso y muy profundo versículo bíblico: “Andaban entre nosotros, pero no eran de los nuestros”.

Es posible que a los grupos y  “generaciones” que han venido después les hayan faltado en primer lugar el talento, y en segundo lugar la humildad y la autenticidad de los origenistas. Tal vez por esas carencias solo han pasado a los libros de crítica literaria y las antologías, pero está por ver si pasarán a la Historia con mayúscula.

Los lazos de amistad dentro del grupo eran tan poderosos que sobrevivieron a los enormes y turbulentos cambios que removieron los cimientos de Cuba en 1959. Como puede leerse en “Julián Orbón, la música inocente”, mi entrevista a Cintio, esos lazos se mantuvieron incluso cuando el exilio comenzó a separar a los miembros. La relación entre Cintio, Fina y Julián nunca terminó y sobrevivió incluso a la muerte de este último, porque siguió viviendo entre los memoriosos, como también ocurrió con la desaparición física del doctor Agustín Pí, apodado “el miembro silencioso de Orígenes”. Esas muertes provocaron en los vivos duelos tales que jamás fueron superados, y una ausencia tan llena de dolor que renovaba la pena cada día. Recuerdo cómo Cintio, en conversación al margen aquella tarde de mi entrevista, me confesó que le seguía doliendo que Carpentier hubiera excluido a Orbón de su tratado La música en Cuba. Aún después de tantos años, seguía sintiendo la ofensa como una llama que no cesaba de quemarle la mejilla. “Cobarde”, sentenció.

No quiero extenderme en este trabajo sobre las anécdotas que Cintio y Fina contaron acerca de la vida interna de los origenistas, que funcionaban como una falange macedonia, porque escribiré sobre eso en otros trabajos. Solo diré que durante la larga vida de Eliseo, atacado por muy penosas crisis de intensa depresión, siempre tuvo a su lado a Cintio y Fina sosteniéndolo, queriéndolo tanto como él los quiso.

EL BICÉFALO PIENSA Y EJECUTA

Siento, en cambio, que este texto debería hablar más sobre Fina, ya que es su natalicio el que se conmemora. Debo entonces referirme a la intensa labor que el matrimonio desarrolló en la Biblioteca Nacional, donde crearon la sala José Martí. Contra lo que pensé encontrar mientras investigaba esa etapa de sus vidas, fue Fina quien impartió las conferencias y condujo las visitas guiadas al público, mientras Cintio se mantenía en su labor de investigación, y al decir de quienes les conocieron y trabajaron con ellos en aquel tiempo, ella abandonaba su habitual timidez y se entregaba con verdadera pasión a esas tareas. Creo que Fina era un cofre liso y poco llamativo en su apariencia exterior, discretamente cerrado por pudor, pero cuando se abría mostraba un interior lleno de joyas preciosas que esparcían la más intensa Luz. Es como si Martí la hubiera presentido cuando escribió (en orden inverso) su sentencia: “Poca tienda, mucha alma”. Ya dijo Jorge Luis Borges que los escritores vivos son a la vez descendientes y antepasados de los escritores muertos. Y tenía razón.

EL CENTRO DE ESTUDIOS MARTIANOS

Luego crearon ambos el Centro de Estudios Martianos, que Cintio dirigió durante muchos años. Eran eruditos en la vida, obra y pensamiento de José Martí, al que dedicaron ensayos y libros agudísimos, estudios invaluables para la comprensión de la figura más alta y venerable que ha producido esta isla. Recuerdo que descubrí de un modo totalmente fortuito que se interesaban, además, en otras disciplinas del conocimiento no relacionadas con Martí, la literatura y la cultura cubana.

Una tarde llegué a la Biblioteca Nacional para mis estudios habituales sobre las culturas celtas  precristianas y la importancia en ellas de la sangre y los sacrificios, y en el tarjetero correspondiente encontré un título que de inmediato me interesó. Trataba sobre la importancia que atribuían a la sangre los griegos anteriores al período clásico y al surgimiento de su panteón de dioses tal como hoy le conocemos; tiempos ancestrales de hechicería y magia muy bien plasmados por Homero en el capítulo de La Ilíada donde Ulises sacrifica un toro para invocar con su sangre el alma de su padre difunto. Llené enseguida mi ficha y solicité el volumen. Las bibliotecarias tardaron bastante en responderme, y al fin me anunciaron que no podían entregármelo porque Cintio y Fina “estaban trabajando con él”, y el libro no se encontraba en el edificio.  Recuerdo aquello porque me sorprendió muchísimo saber que les interesaban temas tan alejados de la cubanidad y tan estrechamente ligados a la Antropología.

Y OTRA VEZ FINA…

Mientras buscaba anécdotas que faciliten a mis lectores un acercamiento a la personalidad de Fina, encontré una muy curiosa, narrada por su nieto José Adrián. Era una compulsiva escritora de cartas, incluso algunas las tecleó sin cintas en su máquina y hoy resultan ilegibles. Montones de cartas, pero… muchas nunca las enviaba. Una de ellas, que llegó a arrojar a la basura como a tantas otras, la recuperó al día siguiente de la papelera, la desarrugó, la corrigió y volvió a botarla. Ella y Bella se escribían a diario misivas interminables, a pesar de que se veían con frecuencia y hablaban por teléfono varias veces al día.

Eliseo, Bella, Fina y Cynthio

Era una mujer tan sencilla que dijo muchas veces que su mayor orgullo eran sus hijos. No su obra ni la de su marido, sino sus hijos, a quienes consideraba su mejor creación.

Sin embargo, mientras leía para este trabajo su breve ensayo La dicha,[1] llegué a sospechar que en el fondo, o para ser más exacta, en uno de los fondos de su personalidad (pues todos tenemos más de uno) se empozaba una tristeza latente que la ataba al pasado con férreas cadenas, condenándola a revivirlo sin cesar en la memoria como el tiempo del Paraíso perdido y, tal vez, nunca reencontrado, al que percibía como una sucesión de instantes fugaces, volátiles como suspiros, experiencias intransferibles de sabor único imposible de ser compartido. Un coctel que, me parece, empuja a quien lo bebe directamente a los dominios de la Soledad interior más desgarradora:

 Y cuál es la sustancia de la dicha, de la rara dicha, de cuerpo glorioso, a la que no le pedimos, como a la muerte o a la vida, una justificación, sino que por su naturaleza parece bastar por sí sola, ser suficiente como un dios? Nunca le preguntaríamos a ella para qué existe o de dónde ha venido, pues ocupa el cuerpo mismo del instante con una plenitud tal que arrasa la posibilidad de una continuación, a la vez que la hace, para pena nuestra, imposible. Puede residir, como la poesía misma, en cualquier cosa, sin consistir esencialmente en ella. Por eso, intentar que otro comprenda por qué fuimos tan dichosos un instante cualquiera, es un intento de una naturaleza semejante al de contar el argumento de un poema a alguien que no tuviera noticias de su cuerpo mismo. Es un conocimiento que no puede transmitirse de oídas o que, mejor, no puede ser objeto de ninguna clase de intercambio. Reclama la persona única y consiste en su propia aparición, en su intransferible instante. Sin darnos cuenta, quizás hemos nombrado, uno por uno, los atributos del ángel.

¿“¡QUÉ BUENO, UNA MENOS!”? ESTULTICIA CONTRA DISCERNIMIENTO

Hay otro aspecto de la personalidad de Fina que me interesa analizar: su desasimiento, su “indiferencia” ante la realidad que muchos le reprochan e identifican con apatía ideológica, y otros, paradójicamente, le enrostran como una culpa, acusándola de alguna supuesta filiación política. Y digo supuesta porque no encuentro una palabra más adecuada en este instante. Pero yo observo la misma característica en

Dulce María Loynaz y sobre todo en Beatriz Maggi. Las tres compartieron, no me cabe duda alguna, una intensa vocación por el bienestar de la humanidad en pleno, por el Bien, la Justicia, la Verdad  y por todas las virtudes que conforman el lado solar sin manchas de la naturaleza humana. Pero estar de parte de lo mejor de nuestra especie no significa para todos por igual militar activamente en las filas de alguna ideología. Dulce tenía más de un motivo para no sentirse identificada con los abruptos cambios sociales ocurridos en Cuba a partir de 1959: su elevada clase social, la aristocracia, destronada por la Revolución, era uno de ellos, pero quién sabe si en esa incapacidad de adaptación pesó lo mismo, o tal vez más, la

nostalgia lacerante por un mundo que vio agonizar y morir, y había sido el suyo y el de todos los seres que amó. Fina y Beatriz provenían de estratos sociales menos encumbrados, pero en las tres se da una cualidad singular: una sustancia del alma, de la sensibilidad y del ánimo (las tres fueron profundamente melancólicas) tan sutil, tan etérea, tan sublimada que se aviene mal con los crudos contornos de la realidad, que en ocasiones pueden resultar hasta imposibles de asimilar. No quiero insinuar que fueran seres angélicos ni nada semejante, eran las tres muy humanas, pero no eran criaturas hechas para los avatares de la Historia y los enfrentamientos de los hombres. Sus espíritus habitaban en otra dimensión. Puede que para muchas personas mi afirmación resulte incomprensible; no importa, yo sé que no me equivoco.

Pero -como me dijera hace mucho la escritora cubanoamericana Sonia Rivera- “la vida no se termina hasta que se termina”, y quien no se encuentra a sí mismo en un lugar y en un tiempo precisos, o no acierta con un camino acorde con sus circunstancias objetivas, pero tampoco tiene en proyecto desarraigarse de su mundo personal ni abandonar la existencia física, cambia las moradas terrenales por las espirituales, donde puede realizar mejor la que considera su misión. Prueba de lo que digo es que seres como ellas suelen no ser reconocidos como suyos por ningún bando, y cada bando les endilga las etiquetas y les achaca los pecados que atribuye al bando contrario, y se acude al expediente de la cancelación. Parafraseando a Benny Moré, yo pienso que, tanto por sus vivos como por sus muertos, las tres sobrevivieron heridas de sombras, un modo muy poco común e incomprendido de ser paria, y el reino de esta clase de seres no es de este mundo. Que me perdone Alejo por robarle el título de la novela que más le amo, pues a su vez él le robó esa frase a Jesús de Nazaret. Al final, todo es préstamo lingüístico. Tengo cien años de perdón.

LA CASA VITIER-GARCÍA MARRUZ, UN MONUMENTO MERECIDO EN LA MEMORIA DE CUBA

Creo una enorme justicia cultural y humana que a principios de este año se haya hecho realidad el sueño concebido por el Doctor Eusebio Leal, Historiador de la Ciudad, de crear un espacio para albergar el legado no solo de Cintio y Fina, sino de Medardo Vitier, padre de Cintio, y de los hijos de la pareja, Sergio y José María, dos de los músicos más importantes posteriores a 1959, y que el centro, llamado Casa Vitier García Marruz, esté bajo la dirección de José Adrián, pintor, escritor, traductor y editor, con quien mi hija tuvo la oportunidad de trabajar durante un tiempo lamentablemente breve en la revista La isla infinita, concebida en estrecha complicidad almística por abuelo y nieto, la publicación de cultura universal más interesante y singular que ha nacido en la Cuba posrevolucionaria.

Fina y Cintio con su nieto José Adrián

El nuevo centro cultural se encuentra en la intersección de las calles O’Relly y San Ignacio, donde antaño se alzaba la casa Galván-Lobo, la más importante corredora de azúcar del siglo XIX. Su remodelación fue posible gracias a la colaboración de la Oficina del Historiador con la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco) y la Agencia Suiza para el Desarrollo. Fue el último proyecto de Leal que, tristemente, la muerte le impidió ver convertido en realidad. Hay varias salas dedicadas a diferentes actividades culturales, entre ellas un salón de conferencias, una galería para exposiciones y un taller de serigrafía.

Un detalle impresionante es que en la Casa se conserva el viejo piano de Josefina Badía,  “en el que posiblemente se tocó por primera vez la Guantanamera con los versos de Martí, gracias al español Julián Orbón, la más inteligente de todas las personas que conoció mi madre, me lo dijo un día”, ha declarado José María Vitier.

Fina tiene en su haber una profusa obra de ensayo y poesía. Fue una de las mayores poetas del idioma español. Sus versos están recogidos principalmente en tres libros: Las miradas perdidas, Visitaciones, y Habana del centro, y su obra ensayística incluye, entre muchos otros trabajos publicados e inéditos, Temas martianos, Hablar de la poesía, Quevedo, y La familia de Orígenes.

Recibió muchos premios nacionales e internacionales, cuya enumeración haría este trabajo demasiado extenso, lo mismo que la de todas las distinciones que le fueron otorgadas. Pero merecen señalamiento muy especial los premios de poesía Federico García Lorca, Iberoamericano de Poesía Pablo Neruda 2007 y el Reina Sofía de Poesía Iberoamericana 2011. Para ella no hubo un Cervantes, omisión imperdonable según estudiosos de su obra.

Tras su muerte, ocurrida en La Habana en 2022, Fina fue velada en el Centro de Estudios Martianos, en el mismo lugar donde pocos años antes ella había velado el cadáver de su compañero de vida. He sabido por personas allegadas a la familia que hasta el final Fina continuó dialogando con un Cintio invisible, consultándole cosas, contándole cosas, un amor y una unión que ni la Muerte pudo deshacer. Sí, no la conocí, no la traté, pero ese detalle, junto con toda su obra y su actitud ante el mundo, me hacen percibir en ella, con mucha transparencia, una de las espiritualidades femeninas más vigorosas y, al mismo tiempo, más delicadas, elevadas y profundas de la cultura hispanoamericana.


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[1] file:///C:/Users/USUARIO/Desktop/RADIO%20CIUDADS%20TODOS%20LOS%20A%C3%91OS/RCIUDAD%202024/mayo%202024/FINA/La%20dicha%20%E2%80%A2%20Peri%C3%B3dico%20de%20Poes%C3%ADa.htm

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BREVÍSIMA HISTORIA DEL CAMPO DE MARTE

En toda familia que se respete, los viejos cuentan anécdotas del pasado remoto, a veces un poco raras e indemostrables. Yo escuché muchas en mi casa, entre ellas una historia según la cual el Campo de Marte había sido un terreno enclavado en una propiedad de nuestra familia, aunque no puedo recordar por qué rama. Yo era demasiado pequeña, la memoria no va tan lejos ni es tan prolija a esa edad.

Lo que los cubanos conocieron como Campo de Marte es la zona donde está enclavado el actual Parque de la Fraternidad, puede que el área fuera un poco más extensa, no lo sé con exactitud.  Según el maestro Ciro Bianchi, Cronista Mayor de La Habana luego de 1959, el espacio era un cuadrado que abarcaba  desde la explanada de La Punta hasta la actual Estación Central de Ferrocarriles, “y limitaba por el este con la estacada de los fosos municipales, mientras que por el oeste hacía frontera con los barrios de Jesús María, Guadalupe y La Salud”.

¿Y qué de interesante ocurría allí? Pues que a partir de 1740 la guarnición de la Villa de San Cristóbal hacía sus ejercicios militares. Imagine el lector una ciudad aún sin esplendor ni mayor desarrollo, donde las posibilidades de recreación no abundaban, lo que significaba para la población asistir a estas maniobras de los uniformados, en especial para los jóvenes varones, muchos de los cuales soñaban con la carrera militar, y para las jovencitas, que podían soñar con los apuestos guerreros sin escandalizar a nadie, porque los pensamientos y los deseos inconfesados no se escuchan.

Pero antes de aquello el lugar no era tan glamoroso, sino una ciénaga anegada y cubierta de manglares, descripción que se parece mucho a un pantano. La vegetación abundaba en cocales y otros árboles frondosos que hacían el área prácticamente intransitable. Sin embargo, poco después se erigió en esos predios la ermita de Guadalupe, más tarde se instaló un molino de viento, y después entre dos y tres plazas de toros, dato que no queda muy claro para mí, pero según interpreto no todas coexistieron al mismo tiempo. Qué horror saber que los superficiales, alegres y bailones habaneros fueron alguna vez público entusiasmado con la matanza crudelísima de esos nobles y hermosos animales.

En 1801 había en el lugar una estructura, si es que así se la puede llamar, que hacía las veces de un proto teatro, donde actuó por primera vez la primera compañía de teatro que existió en Cuba, dirigida por el actor Francisco Covarrubias, un habanero. La compañía no agradó a aquel público rústico e inculto, se disolvió y los miembros se fueron a otros países, pero Covarrubias permaneció en la ciudad y tuvo una vida artística que se extendió por medio siglo. Se cuenta que estudió la carrera de Medicina, que abandonó contra la voluntad de su familia para hacerse actor, y sus parientes vistieron luto riguroso para hacerlo sentir mal por haberlos defraudado en sus expectativas de verlo como un brillante médico enriquecido. De sus obras se ha conservado muy poco,  pero lo suficiente para conjeturar que no era un buen dramaturgo, aunque sí muy buen actor, muy solicitado por los habaneros.

Francisco Covarrubias

No sé si asociado a la existencia del teatrucho, pero un buen día surgió una especie de café que vendía sambumbia, “esa bebida fermentada, elaborada con melado de caña, ají, una mazorca de maíz quemada y agua”, cuenta Bianchi. Qué asco, diríamos hoy, pero según Ciro en la época el cafetín era muy frecuentado por gente ociosa de baja estofa, lo que me recuerda esos cafés turcos de la parte más vieja y pobre de Estambul, donde los hombres se reúnen a fumar sus narguiles mientras miran a la nada sin decir palabra, o se cuentan chismes sobre naderías.

El Capitán General don Miguel Tacón, tan odiado por los habaneros, pero a quien tanto debió su desarrollo La Habana de entonces, cercó el perímetro con un muro de poca altura rematado por una cerca de lanzas de hierro que permitía a los curiosos seguir disfrutando de los ejercicios militares. Ciro cree que aquellas lanzas se encuentran hoy en la Quinta de los Molinos, ese enclave fatídico, misteriosísimo, desconocido cementerio devenido hermoso jardín de ensueño, cuyas flores crecen sobre montones de cadáveres nada menos que de muertos por epidemias de cólera que azotaron la capital.

También ordenó Tacón colocar placas conmemorativas con los nombres de Cristóbal Colón, Hernán Cortés, Francisco Pizarro y… de él mismo, por chusca que pueda parecernos la ocurrencia, pero ya se sabe que los megalómanos tienen la mala costumbre de no mirarse al espejo como no sea para verse más grandes, importantes y bellos de lo que en realidad son. ¿Los defectos…? No hay, gracias.

Más tarde se quiso erigir en el Campo un monumento a Colón, pero el entonces Obispo de la capital se negó a entregar los restos del Gran Almirante, que se suponía yacían en el interior de la Catedral. Hubo, además, otra razón menos elevada para que no se erigiera el monumento: algunos vecinos que habían cedido terrenos para las maniobras militares amenazaron al Cabildo con reclamar su devolución si cesaban los entrenamientos militares.

La República quiso levantar en el otrora Campo de Marte una estatua al Generalísimo Máximo Gómez. El monumento fue encargado al escultor italiano Aldo Gamba, pero por designios del azar confluyente, como diría Lezama, fue a parar a la Avenida del Puerto. De todas maneras no quedó el Campo sin estatua, porque más tarde en sus alrededores fue erigida, también por artistas italianos, la Fuente de la India que, según los chismes sabrosos contados por cronistas de aquel tiempo, fue el fruto de una ordenanza del habanero Marqués de Pinillos, importantísimo y muy influyente funcionario al servicio de España y enemigo declarado de Tacón. La estatua, pues, fue una forma elegante de sacarle la lengua el habanero al espadón hispano.

Hermoseado en tantas ocasiones y otras tantas convertido en lodazal por la incuria de las autoridades y la locura de los habaneros, durante la Primera Ocupación norteamericana el Campo  volvió a ser escenario de ejercicios militares, y hasta acamparon tropas sobre su suelo.

Durante las siguientes décadas se llevaron a cabo obras que embellecieron el área y hasta se llegó a instalar un pequeño zoológico que hizo las delicias de los capitalinos por un breve tiempo, hasta que el ciclón del 26 arrasó con él y con los pocos animales que allí había, entre ellos dos cocodrilos que cuyo destino final es, hasta hoy, incierto.

Así quedó la zona tras el ciclón del 26

Finalmente Carlos Manuel de Céspedes, descendiente del Padre de la Patria y Ministro de Obras Públicas del dictador Gerardo Machado, decidió construir el Parque de la Fraternidad o Plaza de la Fraternidad Americana, en saludo a la Conferencia Panamericana de 1928, que se celebró en la capital de Cuba.

Dicen que Machado hizo plantar allí una enorme ceiba y que enterró en sus raíces monedas, periódicos y otros cachivaches de la época, y no ha faltado quien cuente que también alguna brujería para proteger su vida y su Presidencia. No le sirvió de mucho, como demostró la Historia.

Así conocemos hoy al Parque de la Fraternidad.

¿Y dónde queda mi familia en todos estos sucesos? Tal vez en la nómina de los vecinos que cedieron terrenos de su propiedad para que Tacón hiciera de las suyas por allí, pero ¿quién podría averiguar eso después de haber corrido tanta agua?

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«Hace muchos años, en el Café París, una orquesta de negros viejos tocaba el mejor jazz del mundo…»

Hace muchos, muchos años, cuando aún yo era corresponsal de Radio Metropolitana en el municipio Centro Habana, una tarde me paseaba por la Calle del Obispo en busca de material periodístico para una de mis crónicas, cuando descubrí una orquesta de músicos negros ancianos que tocaba en un café llamado París. Andaba yo por entonces muy interesada en el jazz, y me detuve para preguntarles si podían tocar esa música, a lo que accedieron sonriendo con seguridad. Gracias a mi carnet de periodista pude sentarme sin consumir y ellos comenzaron a tocar. No habían pasado ni tres minutos cuando por todas las calles que desembocaban allí comenzó a llegar una marea humana. La gente que no pudo entrar ni acercarse lo suficiente se subió a las ventanas enrejadas, sobre los muros cercanos, y en cualquier parte desde donde pudieran disfrutar aquellos acordes tremendos que estremecían la tarde a un ritmo tan contagioso que hasta yo, patona consumada, quería mover mi cuerpo de alguna manera. Mejor jazz no he escuchado ni siquiera en La zorra y el cuervo.

Poco después, leyendo las crónicas de La Habana colonial y republicana, encontré que el Café París es un lugar de larga existencia y fue muy célebre en el pasado. Los periodistas de la célebre revista La Habana Elegante, aquella pléyade de plumas brillantes y pensamiento osado, entre quienes se contaba el mordaz escritor y gran poeta Julián del Casal, fundador del movimiento modernista, solía reunirse en los cafés de Obispo, aunque al parecer el preferido fue el Café Europa, donde ha quedado memoria de que Casal iba cada tarde a beber su té en un tazón japonés legítimo. Muchas tertulias de aquel grupo vieron los cafés de la Calle del Obispo, muchas discusiones, muchos nacimientos de ideas que se oponían a los ya trillados caminos representados en la literatura y la filosofía, como Enrique José Varona, quien a menudo no comprendió aquellos ímpetus juveniles que anunciaban los albores del siglo XX con sus vanguardias y sus renovaciones.

Casal y sus compañeros también frecuentaban el Café del Louvre, o de la acera del Louvre, como se le conoce, donde se reunían estudiantes y jóvenes intelectuales habaneros fuertemente independentistas, y donde se dice que Casal se encontró por primera vez con el General Antonio Maceo.

Pero volvamos al Café París, donde el paseante hoy ve mayormente a turistas en buena compañía. Situado en la esquina de las calles Obispo y San Ignacio, no fue el primero que existió en La Habana, pues hay noticia de que en 1772 ya existía el Café de La Taverna, nombre sin el mismo glamour que el del Café París. Todas las capitales de Occidente tenían algún café con ese nombre, donde se reunían escritores, poetas pintores, lo mismo que en la capital gala. Eran estos cafés al aire libre y también con local bajo techo, mesitas de mármol con sombrillas, y tertulias que comenzaban ya muy tarde en las noches cuando arribaban los bohemios, y terminaban al amanecer, con la concurrencia saturada de absenta y apestando a tabaco barato. El poeta peruano César Vallejo y el pintor español Pablo Picasso fueron algunos de los habituales de estos lugares.

La expansión de los cafetales y del grano traído por los franceses, quienes llegaron al oriente de Cuba huyendo de las matanzas de la revolución de Haití, pronto incorporaron la taza de café negro y humeante a la oferta de chocolate caliente a la española y el té. Con la llegada del hielo aparecieron los sorbetes, helados, granizados, jugos y batidos de frutas y otras creaciones para halagar el paladar de los comensales, y proliferaron los cafés en la villa de San Cristóbal, que no tardaron en sumar a sus menús la deliciosa repostería pastelera, debida, también en buena parte, a la influencia francesa. Hubo muchas de estas casas para disfrute de los habaneros: la Dominica, El Brazo fuerte, La Taberna, Noble Habana, el Crystal Palace, Legrand, La Diana, El Louvre, De Marte y Belona, La Lonja… Dicen que esta última fue la más elegante, y que el Cristal Palace era el paraíso de las familias que llevaban a sus críos a disfrutar de un amplio surtido de sabores de helados.

Eduard Otto, botánico y cronista alemán y viajero que visitó La Habana, escribió:

Los cafés tienen una gran importancia en la Habana porque son las únicas diversiones y hay algunos muy elegantes; entre estos, el llamado La Lonja es el primero. No recuerdo haber visto uno más grandioso en París. Tiene ocho grandes salas y cinco bonitos billares. Los pisos están embaldosados de granito, las paredes ornadas por hermosas pinturas en marcos preciosos y por espejos; no faltan arañas, candelabros y relojes de mesa. El edificio tiene dos entradas principales y dos mostradores donde se sirven bebidas calientes y frías de todas las clases posibles, así como pasteles; pero los helados solo se sirven hasta las siete de la noche. Esta Lonja, desde las 6 de la mañana, se ve concurrida por criollos; allí se toma una taza de café o chocolate con pan blanco, y durante el día, se leen los periódicos de todos los países y se toman refrescos.

Todo parece indicar que el Café París era más pequeño, modesto e íntimo, y quizá por eso fue preferido por cierta parte de la bohemia habanera, entre quienes se contaban los periodistas. Eran los cafés por ese entonces, con independencia de sus lujos, sitios preferiblemente para ser frecuentados por hombres, y las pocas mujeres que allí acudían debían hacerlo siempre acompañadas por caballeros. Otra cosa no era de buen tono.

Ya las estatuas humanas no se ven por el centro de la Ciudad Vieja, se fueron…

El Café París tiene al respecto una leyenda que ya está casi por completo olvidada, y cuenta que allá por finales del XIX apareció una dama bella y distinguida, de unos treinta años, y se sentó sola a una mesa.

Tanto los señores serios como los picaflores no tardaron en crearle diversas leyendas a la atrevida: que si esperaba a un hombre en una cita de dudosa moral, que si espiaba a un marido infiel…, en fin, pero ella, aún en su reserva de modales, despertaba el deseo de muchos. No faltó algún decidido o irrefrenable chismoso que se acercara a la mujer, pero ella lo ahuyentó con una sonrisa protocolar y fría. Y siguió volviendo, siempre sola y casi al caer la noche, sin que nunca nadie adivinara el motivo que la llevaba allí. No tardó en proponer algún gracioso o malintencionado una apuesta para ver quién lograba la atención de la señora, y durante varios días una copa puesta en el mostrador para recoger los dineros fue llenándose hasta rebosar, pero sin resultado. Ni los más apuestos lograban nada de la hermosa.

Así quedó descrito lo que ocurrió después:

Alrededor de un mes después, entró en escena “el inglés”. Nadie sabía su nombre, le llamaban así porque era un caballero vestido como un verdadero “dandy” londinense, tan bien parecido como atlético, y con las maneras de un lord inglés, quien solía pasar por el café al regreso de uno de sus muchos viajes.

Nada más llegar y ver a la dama, le impusieron de la historia y la apuesta. El inglés sonrió enigmáticamente, pero no se acercó a ella esa tarde. Sin embargo, días después regresó con un libro bajo el brazo, tomó asiento en una mesa al lado de la dama, pidió un “bull” (cerveza fuerte con azúcar que sí, se tomaba en aquellos tiempos) y abrió su libro, sin dedicar a la mujer ni una mirada.

Al poco rato, uno de los lechuguinos no resistió más la curiosidad y se acercó para preguntar qué leía con tanto interés. El “inglés” le respondió lacónicamente: “Cartas de Amor.” – ¿Cartas de amor? Pero eso es lectura para damiselas – dijo el lechuguino.

-No lo creas. Algunas de estas cartas pueden enseñar a cualquier hombre cómo amar de verdad a una mujer. Escucha esto:

 “La próxima vez que te vea te cubriré con amor, con caricias, con éxtasis. Te atiborraré con todas las alegrías del espíritu y la carne hasta hacerte desmayar. Quiero que te sientas maravillada, y que te confieses a ti misma que ni siquiera habías soñado con ser transportada de esa manera. Cuando seas vieja, quiero que recuerdes esas pocas horas, quiero que tiembles de alegría cuando pienses en ellas”.

Entonces, y ante el asombro de los presentes, la dama misteriosa habló en voz alta, dirigiéndose al “inglés”: “Es de Gustave Flaubert.” El caballero dedicó a su interlocutor una sonrisa triunfal, y luego se volvió a la dama con gesto caballeresco y su mejor acento británico: “En efecto, bella señora. ¿Lo ha leído usted?” – Es mi poeta favorito- fue la respuesta.

Y se produjo el milagro: El “inglés” se levantó de su mesa, y con un breve “me permite” tomó asiento junto a la dama, extendiéndole el libro. “Creo que disfrutará hojearlo.” Ella, con una sonrisa nada fría esta vez, lo aceptó, y a partir de ahí la conversación continúo en tonos bajos y con alguna que otra sonrisa cómplice, ante la estupefacción de los parroquianos.

Cayendo la noche, el caballero extrajo su reloj del chaleco y anunció su intención de marcharse. La dama dijo que también tenía que irse, y el “inglés”, galantemente, se hizo cargo de la cuenta de ambos; después salieron a la calle Obispo conversando amigablemente.

Al día siguiente, el dueño del café estaba encantado, más temprano que nunca comenzaron a acudir los parroquianos en número cada vez más crecido, evidentemente con la idea de ver al inglés, que debería acudir a cobrar el “bote”. Pero no regresó, ni ese día, ni el siguiente, ni tampoco la dama. En verdad, a ella nunca más la vieron, ni en el café ni en ninguna otra parte.

Para no alargar demasiado la historia, la dama nunca regresó, y el inglés no quiso dar ninguna explicación sobre lo que había ocurrido entre los dos aquella tarde ya lejana, hasta que un día los parroquianos lograron que se pasara de tragos, y por fin confesó que no había ocurrido nada, porque la bella dama, la elegante dama, la hermosa mujer, culta y refinada, era, en realidad… un hombre. Después de semejante confesión, también el supuesto inglés desapareció del mapa.

Si usted va por la Calle del Obispo no deje de mirar en la dirección del Café París, y si no le agrada lo que ve, trasládese con su imaginación a lo que fue. Yo lo he hecho y no me arrepiento, pero de algo sí que me arrepiento amargamente: no haber preguntado su nombre a aquella maravillosa orquesta de jazz. Nunca la pude volver a encontrar, y tuve que conformarme con inmortalizarla en uno de mis relatos, JazzCuba, donde narré la historia de aquella tarde mágica con todos sus pormenores.

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«LO QUE FUE Y NO ES, ES COMO SI NO HUBIESE FUESESIDO» (Cheo Malanga*)

Cinco años después de la pandemia regresamos a la Ciudad Vieja y…

Ante la cruda desnudez de la verdad,

el manto diáfano de la fantasía

Eca de Queiroz

Dedico este reportaje a mis hermanas del alma Esther Vázquez, hija de Galicia y amor entrañable de mi gran amigo Alberto Mesa Comendeiro, llevado tan temprano por la Muerte, y Tatiana Ribeiro, la sílfide brasileña que ama a Cuba como si hubiera nacido en ella. A los vivos y a los muertos los llevo siempre en mi corazón y en mi pensamiento. No hay olvido.

Después de varios años sin salir de casa por temor a la pandemia, hicimos nuestro primer paseo y, eternamente fieles a la memoria de Eusebio Leal, Historiador de la Ciudad, elegimos el Casco Histórico, como siempre solíamos hacer.

Comenzamos por el Paseo Marítimo, que no habíamos podido conocer. Es un espectáculo impresionante, nuestra bahía es hermosa, y las construcciones a lo largo del muelle son ciclópeas, impactantes, responden a la memoria de una ciudad en sus mejores momentos de auge, riqueza y poderío comercial.

Mi hija disfruta la hermosa vista de la bahía habanera

Es una pena que la erosión marítima haya estropeado algunos tablones del Paseo, y lo es también que salvo dos o tres pescadores que faenaban para obtener unos pecesitos diminutos y algún que otro joven que, de espaldas al mar, miraba deprimido hacia la Alameda de Paula, el lugar se veía muy vacío. Es un espacio que se podría aprovechar con fines turísticos, colocarle algunos quioscos, algunas mesitas. Es verdad que hay una especie de restaurante-cafetería-bar de dos plantas, edificio encristalado, justo junto al Paseo, pero no es lo mismo comer o beber un trago mirando el mar a través de un cristal que hacerlo contemplando el océano casi dentro de sus aguas, disfrutando de la brisa marina y del olor a sal. Pienso en una especie de café al aire libre, como los vimos después en otras zonas del Centro Histórico; un café como los he visto en el Paseo del Prado madrileño, en el Barrio Latino de París, en Lisboa y hasta en la isla de Madeira, y como solía haberlos en La Habana de la república a lo largo del Paseo del Prado hasta llegar casi al mar, con sus sombrillas de colores y su alegría perpetua… Sería muy atractivo para cubanos y extranjeros, porque la vista de nuestra bahía como puerto de mar, enamora el alma.

Continuamos hasta la Iglesia Ortodoxa Griega, ubicada en los jardines del convento de San Francisco de Asís, cuya plaza sigue siendo igual de majestuosa aunque convivan en desconcertante cercanía estatuarias de estilo antiguo y ultramoderno.

Los jardines del templo ortodoxo, con su rica vegetación, sus bancos y sus sepulturas de destacados representantes de la cultura cubana, son lugar maravilloso donde reina una gran paz, además de albergar esculturas muy originales, como el grupo La mesa del silencio. La Habana tiene muchas estatuas espectaculares, pero esa es mi preferida, con sus tres personajes sumido cada uno en su propia actividad, en su mundo interior, y tan ajenos unos a otros. Siempre me ha inspirado un sentimiento peculiar, misterioso, profundo, y me hace pensar en la soledad.

Los jardines vistos desde el interior del templo

Otra escultura de gran carácter presente en esos jardines es la de Madre Teresa de Calcuta, la monja albanesa que se dedicó al cuidado de enfermos y pobres en la India. Su figura tan pequeña, engurruñadita por la carga de sus años, gozó en vida de un prestigio extraordinario no solo entre los católicos, sino en el mundo entero, por la obra piadosa que realizaba. Después de su muerte ha devenido una personalidad polémica con muchos detractores, pero me abstengo de cualquier juicio de valor negativo, porque Madre Teresa y sus labores están muy lejos de mi conocimiento. Lo que no pongo en duda es que cualesquiera fueran sus ideas, su proyección dentro de la iglesia Católica y la forma en que entendió la religión a la que se consagró, ella creía que estaba haciendo lo correcto, fue fiel a sí misma y a su fe, y hasta su muerte mostró una gran coherencia de propósito y carácter, rara virtud.

También pudimos ver, y nos entristeció muchísimo, la lápida que señala el último lugar de reposo de Eusebio Leal, mármol blanquísimo honrado con flores frescas. Yo lo veneraba, y saber que yace bajo tierra y nunca volveremos a verlo con su safari gris recorriendo las callejuelas a las que dio vida y dignificó, es un sentimiento difícil de soportar.

No había guardianes en el lugar y, lamentablemente, el sacerdote que siempre atiende la iglesita, el padre Nicolás, nuestro amigo desde hace mucho, no se encontraba ese día. Nos sorprendió ver que, en el umbral del templo, en lugar de las vitrinas donde antes se ofrecían en módica venta a los visitantes íconos de todos los tamaños y objetos del culto ortodoxo, hay ahora dos o tres mesas que venden bisutería nacional, abalorios…

Hay también una especie de pizarra exhibidora donde se muestran banderitas cubanas recreadas de muy diversos modos (sellos de solapa que se llevan sobre el pecho, en sombreros, bolsos y echarpes), y otras chucherías que suelen comprar los turistas como souvenires. Esto nos pareció muy impropio, y debo decir que, en mi caso, hirió mi sensibilidad aunque no soy exactamente una creyente. Dolió.

Y en una de las vitrinas descubrimos, al precio delirante de un dólar cada una, las mismas velas delgadas, finas, de color hueso subido que siempre estuvieron disponibles en los oratorios interiores del templo para que los fieles pudieran encenderlas y hacer sus peticiones o, simplemente, orar.

Velas a un dólar, velas a un dólar, velas a un dólar…

Hay quien va a los templos buscando a Dios en alguna de sus manifestaciones, ya sea en una mezquita, una sinagoga, una iglesia, una logia;  hay quien va en busca de paz, hay quien necesita un momento de silencio para conectar con su Yo profundo, y quien acude para estar relativamente a solas y reflexionar. Pero cualquiera que sea el motivo por el cual una persona entra a un espacio sagrado, pocas veces se debe a una razón comercial. No pude evitar recordar el pasaje bíblico del Nuevo Testamento donde Jesús, armado con un látigo, echa a los mercaderes y cambistas del atrio del templo en Jerusalén.

Finalmente entramos al templito, pequeño como una arqueta, reservorio, en verdad, de tesoros artísticos exóticos que hacen sentir al visitante como si se embarcara en un viaje al pasado, a países y culturas muy lejanos, pero que, indiscutiblemente, son la cuna de la civilización occidental. Y allí reconectamos de inmediato con lo místico, esa magia del espíritu por lo regular ausente en las rutinas cotidianas.

Las iglesias ortodoxas en todo el mundo han sido siempre famosas por la perfección en el arte de la pintura de íconos, que heredaron de Bizancio, y seguramente muchos cubanos de mi generación recordarán aquella joya de la cinematografía soviética, Andrei Rubliov, biopic del cineasta Andrei Tarkovsky sobre gran monje de La Rus, genio medieval de la iconografía.

La Trinidad, obra maestra de Andrei Rubliov

Nuestro templo ortodoxo no desmerece en ese sentido, y las obras que allí se guardan son cuidadas con celo por el padre Nicolás. Aunque crecí en una familia católica de raíz española, yo prefiero el arte de los íconos grecoeslavos, porque la pintura religiosa cristiana es demasiado trágica y turbulenta para mi gusto, mientras que los íconos bizantinos reflejan la grandeza, la paz y la serenidad del que fuera, en el esplendor de su gloria, el mayor imperio griego de todos los tiempos.

Pintor de iconos trabajando en su taller. Un arte mayor.

Hay íconos especialmente hermosos y con una historia conmovedora. Hace siglos, cuando los griegos chipriotas cayeron bajo el dominio de los turcos selyúcidas, estos quemaban sus templos, pero en uno de ellos los iconos conservaron intactos sus rostros y sus manos. Este hecho, interpretado por los fieles como un milagro, desde entonces se ha visto replicado en un estilo iconográfico cuyos personajes tienen rostros y manos de plata labrada, en memoria de aquellos que el fuego enemigo no logró consumir. Esta clase de obras son de tal belleza que solo quienes consiguen contemplarlas de cerca pueden apreciar enteramente su maravilla.

Tuvimos la oportunidad de retratar muchos de los tesoros que se guardan en el pequeño recinto: el altar principal o iconostasio, de labrado primoroso; un ícono espectacular en el que antes no habíamos reparado o quizá no estaba donde hoy, cuya imagen representa a la Teotokos, la Madre de Dios, como llaman los ortodoxos a la Virgen María, en un marco dorado elaborado como filigrana; los enormes lampadarios de bronce con sus velas encendidas, que recuerdan la majestad de los basileus, palabra griega que designaba a los emperadores bizantinos. El mobiliario, perfectamente conservado, fue tallado y labrado por artesanos griegos especialmente para La Habana. La silla del Obispo, de alto respaldo y con escabel, a algunos puede parecer un trono. Todas las sillas destinadas a los fieles lucen en su espaldar el águila bicéfala que Bizancio, el Imperio romano de Oriente, heredó de la Roma de los Césares. La puerta principal parece una obra de arte ejecutada en madera. Nuestro templo ortodoxo está bajo el patrocinio de San Nicolás, obispo griego del siglo IV, patrón de niños, marineros, pescadores, gente de mar y viajeros, e inspiró la legendaria figura de Santa Claus, en castellano Papá Noel, el mismo que lleva una gran bolsa de cuero repleta de regalos y viaja en un trineo tirado por renos.

Águila bizantina de los emperadores de la dinastía Paleóloga
San Nicolás de Bari, patrón ortodoxo de Cuba

En justicia, el esplendor de la Iglesia Ortodoxa habanera no debe atribuirse únicamente a los griegos, pues también el doctor Leal participó en su diseño.

En el jardín, a la entrada del templo, hay un gran tazón labrado en alguna clase de piedra, que podría tener un uso bautismal o lustral. Todo allí es exquisito, refinado, perfecto.

Luego seguimos camino hacia el café El escorial, en la Plaza Vieja, nuestro establecimiento preferido en el Casco Histórico. Allí solíamos pasar largas horas degustando, mi hija el Irish Coffee, variedad preparada con wiski y crema, y yo un Capuccino, además de las tortas deliciosas: Bosque Negro, Torta de Leche y la muy deliciosa de tiramisú… El Escorial tiene mesas al aire libre sobre la calle de adoquines y también mesas dentro, más recoletas, más íntimas, en una discreta y agradable penumbra.

Antes…
…y antes…

Allí coincidí en más de una ocasión con Leal, quien había hecho sembrar en una finca cuatro variedades de granos de café, (una de ellas la robusta), el resultado de cuya fusión era espectacular no solo por su exquisito sabor, sino por su potentísimo aroma. Molido y tostado allí mismo con máquinas antiguas como las que usaron los franceses que desarrollaron nuestros cafetales en las faldas de la Sierra Maestra, se podía comprar en bolsas de papel de distinto pesaje, y cuando uno llegaba a su casa y abría la mochila para sacar el paquete, la fragancia inundaba la vivienda por muy grande que esta fuera, y enseguida la familia empezaba a gritar: “¡Tú fuiste a El Escorial, fuiste a El Escorial!”, y yo, delatada, corría a la cocina a hacer la primera colada que todos deseábamos con ansia.

Café molido y tostado ante los ojos del cliente, que ya se saboreaba por adelantado…antes…

Por desgracia, en esta ocasión la felicidad gustativa que esperábamos disfrutar se vio frustrada por la pedestre razón de que el suministro de agua no había llegado aún a las instalaciones del local.

Decidimos regresar, retrocediendo hacia la Calle del Obispo para visitar La Casa de las Especias, el Bazar Oriental, la Tienda de los Muñecos poblada por hadas y elfos, y La Casa del Chocolate, ubicada en la antigua mansión colonial conocida como Casa de la Cruz Verde. Nos ilusionaba bebernos un chocolate azteca, variedad de cacao caliente con pimienta, pero como solo había batidos fríos y chocolate tibio sin acompañamiento, preferimos no entrar, pues para quienes descendemos de peninsulares no tiene gracia beber chocolate sin alguna pastelería añadida.

Seguimos caminando y encontramos heladerías, cafeterías y otros negocios particulares, algunos amplios y elegantes y otros que eran solo mostradores, pero… las cartas del menú nos desanimaban en todas partes, porque los precios, incluso los mínimos (dos mil pesos por una copa con dos bolitas de «gelatto» nos parecieron delirantes, obscenos, ofensivos y abiertamente descarados. No cuestiono que existan motivos para ello, pero de todos modos son cifras francamente humillantes para quien vive de un salario escuintle ganado con el sudor de su frente e incapaz, incluso, de cubrir la compra de la mermada canasta familiar. Casi todos los negocios más pequeños solo ofrecían tragos, que los pocos turistas que vimos consumiendo degustaban despacio bajo el sol.

En el Bazar Oriental, donde antaño se vendían objetos de procedencia siria e hindú  como joyas, inciensos, velas perfumadas, aceites esenciales, perfumería exótica, adornos, deliciosas variedades de té desconocidas para el paladar criollo -como el de rosas de El Cairo-, mantelería primorosa, vestuarios de hombre y de mujer y otros artículos, ahora  se ofrece mayormente bisutería artesanal que no enamoró nuestra sensibilidad habituada a productos más sofisticados y con una mayor carga cultural.

Antes…
… y antes…

Después de esta experiencia decidimos no ir a la Casa de las Especias, porque nos pasó como al poeta habanero Julián del Casal, quien habiéndose embarcado en un viaje hacia el París de sus ensueños, se detuvo en Madrid y regresó corriendo a La Habana, por miedo a que la capital de los franceses no resultara, en realidad, tal como él la había imaginado. Para algunos seres humanos es difícil renunciar a sus mundos creados. Por la misma razón preferimos no visitar la Tienda de los Muñecos. Tuvimos miedo de que los elfos y las hadas hubieran huido volando  a otra ciudad vieja más acogedora y acorde con sus naturalezas tan etéreas. Tampoco pisamos la perfumería Habana 1791, donde trabajaba nuestra amiga Yanelda, Alquimista de la Oficina del Historiador (un cargo oficial creado por Leal), quien elaboró por métodos naturales y tradicionales toda una gama de esencias provenientes de La Habana colonial, y ayudaba a muchas personas ofreciendo también servicios desinteresados de aromoterapia. Ella obsequió a mi hija como regalo por sus quince años un frasco de perfume de sándalo de Arabia. ¿Estará aún allí la Alquimista de los ojos verdes…?

Ya en Obispo, otro de nuestros descubrimientos tristes fue comprobar la no existencia de la Casa del Agua, parada obligatoria para nosotras cuando mi hija era muy pequeña, pues le encantaba la frescura del agua almacenada en tinajas de barro. El dependiente, quien ya nos conocía y era siempre muy amable, llenaba nuestros pomitos para complacer a mi niña. Pero ahora no hay nada allí.

Sin embargo, nos alegró el corazón comprobar que La Casita de la Natilla sigue funcionando. Era un sitio que nunca dejábamos de visitar en nuestros paseos de fin de semana, y esta vez pudimos saborear unas deliciosas natillas de coco y unos coffeecakes en miniatura bañados en almíbar y canela, todo a precios muy módicos. Fue grato estar sentadas de nuevo allí.

Mi hija saluda desde el interior, feliz de estar de nuevo en la Casa de la Natilla.

Seguimos hasta la antigua Casa de las Infusiones, que, me dicen, ha cambiado su nombre por el de Café Eça de Queiroz. Importante escritor, pensador, diplomático y abogado portugués, fue cónsul de su país en La Habana desde 1874 hasta 1874, y frecuentaba con asiduidad ese lugar, que entonces se llamaba La columnata egipcíaca.

Es un sitio mágico, con sus murales que no son de teselas como los mosaicos, sino de azulejos, uno de los cuales reproduce a línea la figura del poeta, y el otro, la de cinco caballeros con trajes de época, muy sentados cual si posaran para un daguerrotipo.

Queiroz es el primero de la izquierda.

Todo allí tiene sabor al viejo Portugal, con sus tradicionales murales de azulejos en monocromías de azul y blanco, como que la decoración y ambientación estuvieron a cargo de la firma portuguesa Amorim.

Imágenes con elementos arquitectónicos de estilo mudéjar portugués y paisajes de aquel país.

En el centro del local hay un pequeño jardín interior con bellas plantas colgantes y, en su pared de fondo, un enorme trampantojo a color de La Habana con tranvías. Quien quiera tener una idea lo más aproximada posible de lo que fueron estos vehículos debe ver ese mural.

Hay también puertas como mamparas decoradas estilo Art Nouveau, de diseño y tonos pastel sumamente delicados, y tres celosías de sabor mudéjar, aunque de estilo Art Nouveau, todas de gran belleza.

Los precios son muy módicos y el menú muy bien surtido. El local estaba lleno de cubanos y extranjeros. Siempre fue un espacio ideal para tertulias de artistas y bohemios, para leer, escribir o simplemente pasar un rato sin pensar en cosas desagradables. A veces, cuando yo transitaba por la calle frente al establecimiento, distinguía en su interior alguna mesa con figuras relevantes de nuestro mundo cultural como el escritor Anton Arruffat, el crítico literario Víctor Fowler, el crítico de arte Rufo Caballero, el actor Alexis Díaz de Villegas, la pintora Flora Fong y muchos otros escritores y artistas… Solo un detalle nos causó pena profunda: el piano bonito, cerrado, mudo. La pianista que solía tocarlo, una joven egresada de la ENA, complacía a todos tocando lo que se le pidiera, ya fuera un concierto de Rashmaninof, El bueno, el malo y el feo, El bolero de Ravel, La lista de Schindler, Romeo y Julieta… cualquier cosa, y siempre ejecutaba con gran arte. Pero a pesar de las pérdidas ese lugar conserva intacto su espíritu romántico, exótico, vital.

Nos despedimos con grande nostalgia, y no sabemos cuándo podremos volver.

Han sobrevivido los zancudos, con sus trajes coloridos  de orishas y su fanfarria colosal, aunque los músicos que los seguían vestían esta vez de cualquier modo. Nos llamó la atención que aunque antaño eran seguidos durante todo el día por una auténtica y nutridísima cohorte de turistas, niños y habaneros variopintos, ahora iban más bien solos, como si la población no reparara en  ellos. Nunca fueron de mi agrado por su sonoridad estruendosa y violenta, pero me dolió verlos así, como un cuadro que ha perdido el brillo de sus tintas olvidado en la humedad de algún rincón. Fantasmas de un pasado rutilante que la pandemia nos robó, me temo, para siempre.

El pequeño café que quedaba exactamente frente a la Universidad de San Gerónimo, donde siempre se podía beber esa aromática infusión y refrescos varios, y disfrutar unos bocaditos tibios y crujientes de atún, mayonesa y jamón y queso, tenía un hermoso mostrador de excelente madera cubana, y dentro del local un restaurante que nunca frecuentamos, pero lo que se ofrecía en la barra hacía las delicias de los estudiantes y de muchos paseantes que querían tomar un rápido refrigerio y continuar su camino. Ahora es un local cerrado por una reja que se alza del piso al techo, completamente vacío, y en el suelo desnudo se ven restos de basura. Las mesitas de la acera no están más, y el mostrador tiene ahora una oscura semejanza con un sarcófago.… No queda nada allí.

Terminamos por entrar a la librería Fayad Jamis, emblemática del Instituto Cubano del Libro. Aunque me explicaron que no hay publicaciones nuevas por falta de recursos (yo misma tengo atascado mi último libro desde hace años en la editorial Letras Cubanas), encontré en sus estanterías libros procedentes de los almacenes de las editoriales. Compré cinco que me parecieron exactamente un autorregalo muy merecido tras tantas renuncias y la pérdida de tantos sueños.

¡A que sí me los merezco!, como dice mi hermana gallega Esther Vázques Otero

De todos modos regresamos a casa convencidas de que volver a los lugares que recordábamos y fueron tan importantes para nosotras, fue una decisión acertada de la que no nos arrepentimos en absoluto, aunque tras la muerte de Leal, el alma más inspirada de esta ciudad, y la de Rufo Caballero, el mejor de nuestros críticos de cine y uno de los cubanos más brillantes, hago mía la frase de mi hija: “Falta un pedazo en el aura de La Habana”. Los habaneros de corazón nunca nos consolaremos de tan profundas, dolorosísimas ausencias. Nuestra cultura perdió con ellos dos de sus más sólidos pilares y ya nunca será la misma. Vimos cosas que nos dejaron gran nostalgia y otras nos provocaron mucho dolor, pero aunque los recuerdos a veces pueden entristecer, siempre son lo mejor que atesoramos. Por eso escribo estas páginas, para que no se pierda del todo en la memoria lo que se ha perdido ya en la realidad.

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*Enrique Arredondo, gran humorista cubano.

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¿SEXUALIDADES ALTERNATIVAS ADMITIDAS POR EL ISLAM?

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FERNANDO ORTIZ, HOMBRE-NACIÓN, HOMBRE-CUBA

… el asesinato de la niña Zoila debe interpretarse como un caso de simple hechicería; así como se cree en África que comiendo el cerebro de un caudillo enemigo se adquiere todo el valor de éste, y que el niño amamantado por muchas mujeres poseerá numerosas dotes intelectuales, así se habrá creído que el corazón de una niña, comido por una mujer estéril, había de ocasionar la fecundidad de ésta. Todo lo cual no impide la verosimilitud del hecho de haber sido ofrendados los miembros de la infeliz niña ante las imágenes de Santa Bárbara y del Anima Sola, de Shangó y de Eleguá. 

 (Los negros brujos)

La sobrehumana, multiubícua movilidad de las grandes personalidades intelectuales de la República deja sin aliento al periodista cuando tiene que hacer una semblanza de vidas y obras, y en este sentido don Fernando Ortiz bate records, pues da la impresión de que durante toda su existencia fue su mayor empeño no permanecer más de cinco minutos en un mismo lugar, según se deduce del curriculum de cargos, responsabilidades, viajes, reconocimientos, interacciones sociales y obra realizada. Su formación, de corte renacentista humanista, le permitió desempeñarse en muy disímiles territorios de la cultura. Fue etnólogo, antropólogo, jurista, arqueólogo, periodista, criminólogo, lingüista, musicólogo, folklorista, economista, historiador y geógrafo. Bien merecido tuvo el calificativo de polímata, más que ninguna otra figura del arte, la literatura o el pensamiento en la Cuba republicana. ¿Émulo de Leonardo Da Vinci? Equiparable en todo caso por su versatilidad. Su biografía cobra los tintes de una intensa aventura.

Nacido en La Habana el 16 de julio de 1881 y fallecido en la misma ciudad el 10 de abril de 1969, pareció vivir las vidas de diez personas a la vez. Vástago de una casa pudiente, a los dos años de edad fue enviado a la isla de Menorca al cuidado de la familia materna. Allí se graduó de bachiller, y en 1985 regresó a La Habana, donde matriculó la carrera de Derecho en nuestro más alto centro de estudios. En 1998 viajó a Barcelona para obtener la licenciatura en Derecho, y en 1901 recibió el título de Doctor en Derecho en Madrid.

De Barcelona Don Fernando viajó a Italia, cuna por aquel tiempo de la Escuela de Criminología fundada por el gran criminólogo Cesare Lombroso. No sé si el cubano llegó a conocer al maestro, pero se formó en su enseñanza. Regresó a Cuba y de inmediato fue enviado a Europa como Cónsul en La Coruña, Génova y Marsella. Tenía unos escasos veinte años. Pronto fue nombrado Secretario de la Embajada de Cuba en París, donde permaneció poco tiempo antes de regresar a La Habana. Aquí ejerció por tres años como abogado fiscal en la Audiencia capitalina, hasta que en 1909 obtuvo la plaza de Profesor en la Facultad de Derecho de la Universidad de La Habana, en cuyas aulas impartió por espacio de nueve años las asignaturas de Derecho Constitucional y Economía Política. Fue miembro del Grupo Minorista y se relacionó con intelectuales y artistas de renombre, como Juan Ramón Jiménez, Federico García Lorca, Nicolás Guillén, Wifredo Lam, Alejo Carpentier, Rita Montaner, María Zambrano y Fernando de los Ríos.

En el Aula Magna de la Universidad de La Habana, flanqueado por Alicia Alonso y Merceditas Valdéz

Su oposición visceral a la dictadura de Gerardo Machado lo obligó a exiliarse en Washington, donde permaneció desde 1931 hasta 1933, y siempre se mantuvo denunciando la situación política de Cuba.

Una vez más, y para preservar el espacio de estas páginas en interés de un análisis personal de su figura inmensa, apelo a una cita tomada de Wikipedia para conseguir un breve resumen de su incansable actividad:

Fernando Ortiz creó y/o dirigió varias instituciones cubanas de importancia a lo largo de su vida. En 1907 pasó a ser miembro de la Sociedad Económica de Amigos del País, de la cual resultó elegido presidente en 1923 y recibió la condición de Socio de Mérito en 1931. En 1924 fundó, junto con José María Chacón y Calvo, la Sociedad del Folklore Cubano y en 1928 intervino de forma definitiva en la adopción del acuerdo que constituyó el Instituto Panamericano de Geografía. Fue miembro y luego presidente de la Academia de la Historia de Cuba. Igualmente, fundó y dirigió la Institución Hispanoamericana de Cultura (1936), la Sociedad de Estudios Afrocubanos (1937) y el Instituto Cubano Soviético (1945).

Paralelamente, fue fundador, editor y colaborador de un gran número de revistas científicas. Reanudó la publicación de la Revista Bimestre Cubana a partir de 1910, siendo el director hasta 1959, año del comienzo de la Revolución cubana. Fue editor de la Revista de administración teórica y práctica del Estado, la provincia y el municipio (1912) y del Boletín de Legislación (1929). Fundó, en 1924, la Revista Archivos del Folklore Cubano, la cual dirigió por espacio de cinco años. Entre 1930 y 1931 dirigió la Revista Surco y entre los años 1936 y 1947 la Revista Ultra, participando en la creación de ambas revistas. Publicó artículos en varias revistas de importancia, entre ellas se pueden citar: The Hispanic American Historical Review (Carolina del Norte, Estados Unidos), Revista Científica Internacional, Revista de Administración, Revista de Arqueología y Etnología y Revista de La Habana.

Además, colaboró activamente en varios órganos de prensa, tanto en Cuba como en el extranjero, entre ellos se pueden destacar: Archivos Venezolanos de Folklore, Bohemia, Casa de las Américas, Cuba Contemporánea, El Cubano Libre, El Diluvio (de Barcelona), Derecho y Sociología, el Diario de la Marina, Diario Español, El Fígaro, Heraldo de Cuba, Ilustración Cubana, La Gaceta de Cuba, La Nova Catalunya.

No cabe en una semblanza, en realidad casi un obituario, un despliegue más detallado de las actividades de Ortiz. Más interesante me parece intentar un acercamiento a su persona para poder, de alguna manera, imaginar cómo fue ese hombre que aún para sus contemporáneos revestía un aire extraño, como de otro siglo. Miguel Barnet, quien durante años trató de entrevistarlo, cuando al fin lo consiguió dejó plasmada esta imagen, volátil como las figuras temblorosas y casi inmateriales que vemos a través del vapor de una hoguera, pero es lo más que podremos conseguir del personaje, dada la distancia temporal y la infranqueable barrera de la muerte.

El acento catalán me pareció significativo. Aquel cubano de tan enraizada estirpe nacionalista, tan gustador del refranero, tan conocedor del folclor popular, hablaba como todo un hidalgo español. Esto no hacía más que darle un tono de cosmopolitismo y gracia a su conversación y denotaba una educación y una formación muy complejas. Su tono, desprovisto de empaque, coloquial y casi íntimo lo hacía humano, lo acercaba a su interlocutor. Hablaba bajo, casi susurraba. No daba órdenes sino que sugería, observaba, acotaba en justa sapiencia. Y sus preguntas eran siempre: “¿cómo ve usted esta idea?, ¿qué cree usted de tal o cual cosa?, ¿estaría usted de acuerdo con calificar este hecho así?…”.

Para quienes nos empeñamos en el conocimiento de la persona humana, la forma de hablar es un dato sumamente importante, y en el caso de Ortiz sus largos años de residencia en Menorca, isla conquistada y poblada por catalanes, le habían dejado en su habla un marcado acento catalán, un poco gutural y engolado. Seguramente era esta pincelada la que ponía al cuadro orticeño los colores de “caballero español”. Entiendo a Barnet cuando escribe en esa misma entrevista que Ortiz lo intimidaba.

Don Fernando ha merecido de la posteridad el sobrenombre de Tercer Descubridor de Cuba, habiendo sido el primero el Gran Almirante Cristóbal Colón y el segundo el naturalista alemán Alejandro de Humboldt, pero esto es ya cosa muy dicha. Fue el creador del concepto transculturación, que, concebida como proceso, “es la denominación con la que enriqueció el cuerpo teórico de la Antropología cultural al estudiar la conformación de la nacionalidad cubana como resultante de una mezcla de culturas y extensible a otras regiones del continente”.  O para enunciarlo de un modo más simple: Es la recepción por un pueblo o grupo social de formas de cultura procedentes de otro, que sustituyen de un modo más o menos completo a las propias. Este fue su gran aporte a la antropología social.

Sin embargo, hay aquí un punto muy interesante.  Se le ha achacado a Ortiz (todos tenemos detractores) que su visión  de los negros en Cuba fue clasista, elitista y otros adjetivos. Pero hay que tener en cuenta que la antropología social no era en su época lo que es hoy, y además, Ortiz no era un hombre de baja extracción ni un hijo del pueblo, por lo que su mirada, forzosamente, no podía ser del todo objetiva ni desprejuiciada. Se suma a lo anterior su formación como criminalista. Yo he estudiado las teorías de Cesare Lombroso y sé la enorme influencia que ejercieron sobre sus contemporáneos en toda Europa y las Américas. Toda la literatura criminalística del período está completamente permeada por las teorías de Lombroso. Por eso no me extraña que Ortiz haya comenzado su acercamiento a la población negra cubana, a sus usos y costumbres, como criminólogo, empezando por lo que se ha dado en llamar la mala vida, lo que explica que su primer libro se titule Los negros brujos. Yo nací mucho después, pero aún tuve tiempo de escuchar –y de temblar- con las historias siniestras y consejas de lo más tenebrosas sobre la demoníaca maldad de los negros brujos, los gitanos y los judíos. Los primeros y los últimos arrastraban desde hacía siglos fama de hacer sacrificios humanos, en especial de niños, y se les acusaba en España de un término que no fue muy conocido en Cuba: “sacamantecas”, mientras que los gitanos eran reputados como ladrones de niños,  a quienes luego de raptar criaban como suyos.

Pero lo que sí cuchicheaban los criollos blancos era cuán peligrosos resultaban los negros, cuán asesinos y cuán brujos, y como secuestraban niños, los mataban y luego los ofrendaban a sus deidades tan espeluznantes, con sus desnudeces, sus máscaras y sus abalorios que los blancos se asustaban de solo mirarlos, y cuando los diablitos y los iremes aparecían en los carnavales, las damas palidecían y los padres de familia agarraban bien duro a sus críos, mal disimulando un estremecimiento y una cierta humedad bajo la camisa.

Muy osado fue don Fernando al atreverse a penetrar en aquellos ambientes de ñáñigos, abakuas y otras sectas, siendo no solo un hombre blanco, sino un caballero de alta cuna y modales refinados, siempre impecablemente trajeado de negro. Asombra que se lo permitieran. Eso fue una hazaña, y mientras más se empeñaba en ella, hurgando cada vez más en el submundo negro de la isla, su pensamiento fue evolucionando, aunque tal vez no pudiera llegar hasta la casi hermandad de sangres que sí tuvo la también etnóloga, antropóloga, escritora y pintora Lydia Cabrera, quien se crio en la hacienda de sus padres entre tatas y taitas negros que, junto con el nodrizaje, le dieron de mamar su cultura más recóndita y secreta. Cierta anécdota que se clona a sí misma cuenta que en el Prefacio escrito por Ortiz para una obra de Lydia, este se presentó a sí mismo como quien la había introducido en los estudios  afrocubanos, algo que ella siempre negó, reconociéndole el mérito a los esclavos entre quienes creció y fueron más tarde sus amigos y colaboradores incondicionales. Se habla también de cierto celo profesional entre ambos y se insiste en presentar a Lydia como discípula de Ortiz, algo que no parece del todo exacto. Ella era hija del intelectual Raimundo Cabrera, y Ortiz se casó con la hija mayor, Esther. Eran, pues, parientes, estuvieron siempre cercanos en sus estudios e investigaciones, a algunos de los cuales Lydia lo acompañó, pero ella carecía de intereses académicos y era, en realidad, una artista. Su emblemático libro El monte ha trascendido y ocupado un sitio más destacado en el imaginario popular que las obras de Ortiz, las cuales pertenecen al ámbito académico especializado. Aunque me cuesta creer la historia del celo profesional, sí me parece que, con certeza, ella no fue su discípula. Tenía esta mujer una individualidad tan marcada, un intelecto tan poderoso y una tan salvaje independencia que probablemente no lo habría sido de nadie. Las penosas circunstancias de su salida de Cuba le impidieron ocupar el lugar que tanto merece en la cultura nacional, algo que por fortuna ya ha empezado a ser revalorizado.

En la foto, Ortiz y Lydia Cabrera

Ortiz, por el contrario, se mantuvo trabajando y recibió muchísimos reconocimientos, entre los que se cuentan la medalla de socio de mérito de la Sociedad Económica de Madrid. Además, fue merecedor de los títulos Doctor Honoris Causa en Humanidades por la Universidad de Columbia, en Etnografía por la Universidad de Cuzco y en Derecho por la Universidad de Santa Clara. Su obra abarca más de treinta volúmenes publicados, entre los cuales son los más conocidos Los negros brujos, Contrapunteo cubano del tabaco y el azúcar, El engaño de las razas, Los instrumentos de la música afrocubana, Los cabildos afrocubanos, La historia de la inmigración vista desde la criminología -ensayo que lleva la impronta del pensamiento de José Antonio Saco-, y otros.

A pesar de las limitaciones que le impuso a Ortiz el desarrollo del conocimiento en su época y de las disciplinas en las que se desempeñó, su labor fue titánica. Fue un ardiente defensor de la causa de los negros e identificó a la sociedad como causal mayor  del estancamiento económico y social de los afrocubanos en la isla. También fue un reivindicador de la herencia indigenista. Su conciencia cívica y su ética como investigador pasaron por encima de su origen de clase y de cualquier prejuicio que hubiera podido opacar su lucidez y acortar su visión, todo lo cual sitúa a Ortiz como uno de nuestros antirracistas más fervorosos, como dejó claramente plasmado en su libro El engaño de las razas, en cuyas páginas abogó por lo insostenible, inhumano y anticientífico de las posiciones relacionadas con la discriminación por motivo del color de la piel. Su concepto de transculturación está considerado como uno de los mayores aportes a la antropología social de todos los tiempos.

Los avances de la ciencia antropológica, la biología genética y otras disciplinas afines ponen hoy en tela de juicio las afirmaciones de Ortiz, algunas de las cuales han sido superadas a la luz de nuevos descubrimientos e investigaciones, y hoy muchos estudiosos admiten la existencia de razas y sus diferencias biológicas, sin que ello implique que deban determinar desigualdades sociales, económicas, históricas, políticas ni humanas.

Incluso el propio concepto de transculturación, que sigue siendo válido para las etapas colonial y republicana, podría ser ahora cuestionado o quedarse incompleto en su eficacia descriptiva, pues las religiones afrocubanas tampoco son ya lo que fueron en tiempos de Ortiz, el panorama definitivamente ya no es el mismo que él conoció, dado que los religiosos  más viejos, poseedores de secretos en muchos casos traídos de África en estado puro, murieron, y gran parte de las enseñanzas no solo se ha perdido al pasar de una generación a otra, sino que ha sufrido mutaciones importantes, observación que ya hizo el Abimbolá de Nigeria cuando visitó Cuba hace décadas, aunque admitió que las lenguas africanas se conservaban mejor en la isla que en ninguna otra parte.

Otro tema que queda sobre la mesa y pendiente de análisis socioantropológico, es cómo la religión católica, única en la isla desde su colonización e incontaminada durante siglos, y cuya aceptación se impuso a la gran masa esclava, es hoy practicada por una parte minoritaria de la población, la cual, sumada a los fieles de las diferentes confesiones protestantes llegadas a Cuba desde los Estados Unidos en fecha reciente, no supera el constante crecimiento del número de adeptos de los cultos sincréticos afrocubanos. La transculturación que se operó con violencia sobre los negros traídos de África, viaja desde hace tiempo en una deriva que recuerda la doble flecha del tiempo, pues las religiones traídas por los esclavos, el estrato más bajo de la sociedad cubana, son hoy asumidas por negros, blancos, mulatos y hasta chinos, con independencia de a qué estrato social, nivel económico o educacional pertenezcan. Religiones que fueron de los pobres, cuando se pagaba una consulta ofrendando un centavo al monte, hoy demandan de sus seguidores fuertes sumas de dinero e impresionantes matanzas de animales, algo que no era común en tiempos de Ortiz. Y esta nueva situación ha traído consigo una alteración -en mi criterio- muy alarmante en el seno de nuestra sociedad: la pérdida, olvido, anulación, mutilación, borramiento -o como quiera llamársele- de nuestras raíces españolas, las cuales, conjuntamente con las africanas y en menor medida pero no menos importantes, las francesas, italianas, árabes y hebreas que conformaron nuestra identidad nacional. ¿Qué habría pensado el maestro ante tal hecatombe sociológica?

Pero de su enseñanza aún podemos extraer una inmensa verdad que nada ni nadie puede cambiar: Somos una humanidad multirracial, multicultural y multiétnica, y como tal debemos asumirnos, respetarnos y hacer nuestra cierta prédica bíblica: “Amaos los unos a los otros”,  y “Ama a tu prójimo como a ti mismo”. Son preceptos que se encuentran en todas las religiones poseedoras de un código ético, y, en mi modesta opinión, esa conciencia de unidad e identidad entre los hombres importa más, aporta más que la creencia en una deidad, cualquiera que esta sea. Esa conciencia de interconexión con la Otredad es la más necesaria, la única que puede garantizar la supervivencia de nuestra especie sobre La Tierra. No importa si esa prédica nació en el secreto  de una catacumba o entre las dunas de un desierto; no importa si se predica desde el púlpito de una catedral, una mezquita o una sinagoga; si se grita en una plaza pública o en el Senado de una nación, porque siempre será La Verdad en cualquier boca que la pronuncie, y la voz que clame podrá no ser escuchada en ciertos momentos oscuros de la Historia del mundo, pero al final será la más potente y alcanzará las nubes, y se transformará, como soñó Cintio Vitier, en el sol de nuestro mundo moral.

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