¿Experiencias de telemedicina hace 81 años? (II)

Después del post de ayer, sigo aportando lo que otros diarios publicaron sobre la comunicación por radioteléfono entre el doctor Montellano, de Buenos Aires, y el doctor Calandre, de Madrid, en junio de 1930.

Los prodigios de la ciencia
[El Siglo futuro. Diario católico, 26 de junio de 1930]

Ayer circuló por Madrid la sorprendente noticia de que el doctor Calandre había diagnosticado desde esta capital a unos enfermos de Buenos Aires. El hecho se realizó como sigue:

Cuando se disponía a salir para pasar su consulta del Hospital de la Cruz Roja, recibió un aviso telefónico el doctor Calandre, por el que se le comunicaba que el doctor Montellano, de Buenos Aires, quería transmitirle una demostración de ruidos y tonos cardíacos desde la capital del Plata por medio de la riotelefonía.

Trasladado el doctor Calandre a la Telefónica, por medio de una amplificador y con un micrófono puesto sobre el pecho del paciente, utilizando la radiotelefonía para la trasmisión a distancia, hizo el diagnóstico. La emoción de todos al escuchar los ruidos del primer corazón fue intensa; se oían claros, precisos, como si se auscultara directamente, sin ningún ruido intermedio que los desfigurara. Se trataba de un individuo normal, cuyo corazón mostraba una ligera taquicardia (velocidad en el ritmo, cien pulsaciones al minuto). Esta velocidad era debida al estado de emoción del sujeto con el que se hacía la experiencia.

Después el micrófono se apoyó sobre pechos enfermos. El asombro de todos fue grande cuando el doctor Montellano con voz emocionada, confirmó en absoluto que los diagnósticos auscultatorios de Calandre correspondían con las fichas clínicas que leyó a continuación.

Seguidamente el doctor Montellano presentó varios enfermos del aparato respiratorio, oyéndose claramente los ruidos clásicos de una bronquitis crónica y varios casos más de lesiones típicas pulmonares.

Terminó el doctor argentino por pronunciar unas cariñosas frases de saludo hacia la medicina española.

Por su parte, el Heraldo de Madrid mandó a un repórter (como se decía entonces) a que entrevistara a Calandre en su consultorio. Llama la atención la forma de plasmar el diálogo, muy diferente a la actual. Se publicó en portada con una fotografía de Luis Calandre Ibañez. Es es la transcripción:

El reporter en la sala de espera
El Doctor Calandre cuenta al Heraldo cómo ha oído latir desde Madrid el corazón de unos enfermos de Buenos Aires
La amplificación de los ruidos cardíacos no es precisamente un hecho nuevo
Ahora se harán con esos ruidos hasta películas sonoras
[J.L.S. Heraldo de Madrid, jueves 26 de Junio de 1930]

SALA DE ESPERA
Sala de espera del doctor Calandre. Aquí cabría aplicar ese procedimiento periodístico del sumario—tantas sillas, tantos almohadones, tantos cuadros—que no es grato a mi admirado amigo el Sr. Jiménez de Asúa. Pero esta sala no se presta a la literatura puntillista: de tal modo se halla desnuda de todo adorno suntuario. Aquí, un repórter, por enamorado del detalle que sea, tiene que resignarse a examinar, con ojos de indiferencia, a los demás enfermos que aguardan en esta tarde pesada de verano. Fíjese el amable lector en que hablo de los demás enfermos: de los demás. Es decir, que uno, en fuerza de esperar en esta salita llega casi a considerarse como otro enfermo que aguarda pacientemente su turno. Como a Espronceda, a uno empieza a dolerle el corazón.
Hasta que el doctor abre la puerta de su despacho:
—¡ Primero !
El repórter se pone en pie.
—¡ Servidor !
Y luego, un poco azorado:
—Perdóneme usted, doctor… Porque a mí no me duele nada… Sí; ahora que caigo… Yo venía a hacerle a usted una interviú.

INTERVIU
El doctor Calandre — menudo, afable, con unas gafas de concha que le dan cierto aire entre oriental y grave, de estudiante que acaba de venir de Kioto—me dice :
—Lo que cuenta Félix Herce en ‘El Sol’ es verdad. Efectivamente, ayer me avisaron de que el doctor Montellano, de Buenos Aires, quería transmitirme por medio de la radio-telefonía una demostración de ruidos y tonos cardíacos desde la ciudad del Plata. Y así fue Montellano, valiéndose de un amplificador, y con un micrófono puesto sobre el pecho del paciente, me transmitió, con ayuda de la radio, su auscultación. Primero escuché los latidos de un corazón normal, si acaso con una ligera taquicardia.
—Velocidad, precipitación en el ritmo, ¿no ?
El doctor asiente :
—En efecto.
—¿Y por qué?
—La emoción del instante. Compréndalo usted.
—De acuerdo.
—Después—sigue Calandre—el micrófono del doctor Montellano se apoyó sobre pechos enfermos. Los ruidos ya no eran normales. Yo, reloj en mano, fui diagnosticando, y le mentiría a usted si no le dijese que yo tampoco pude hurtarme entonces a la emoción del momento.
—¿Es ésta la primera vez que se realiza tal experiencia en España!
—La primera.
—¿Y qué valor le concede usted?
El doctor Calandre no se muestra, a lo que parece, muy entusiasmado.
—Pues un valor—dice—más científico que médico.
—¿Y por qué no médico?
—Sencillamente, porque ahora diagnosticar un proceso cardíaco no es bastante oír los ruidos del corazón. Haga usted hincapié en este punto. Me interesa. De Asuero a acá, la gente está siempre pidiendo milagros a la medicina. Además, que la amplificación de los tonos cardíacos no es una novedad. ¿Usted ha oído hablar de las experiencias de Philippson?
— No
— Pues Philippson, en Bruselas, amplificó los ruidos cardíacos por medio de lámparas de tres electrodos. Yo escuché esta amplificación en 1921. De modo que, para mí, la experiencia de ayer no ha sido precisamente un hecho nuevo. Lo nuevo sí ha sido la transmisión trasatlántica. Que ya está bien, ¿no le parece a usted?
— Y tanto.
—Otra cosa: las amplificaciones de los ruidos cardíacos pueden ser registradas ahora sobre discos de fonógrafo. Y, claro, así hasta se pueden hacer películas sonoras.
—En estas películas, ¿cómo suenan los ruidos del corazón?
—Pues cada ruido suena como un puñetazo contra la pared. Esto, naturalmente, no tiene sino un posible interés científico. Nada más.

Un golpe de nudillos en la puerta del despacho:
—Adelante.
El criado del doctor:
—Le llaman por teléfono desde Córdoba.
Calandire, al teléfono:
—Sí, sí… Es cierto. Pero, vamos, se trata de una experiencia sin valor médico… Créame usted. Una simple experiencia.
Cuelga el auricular y viene hacia mi:
—¿Ve usted por qué conviene dejar bien sentadas las cosas? Los enfermos sueñan siempre con el milagro que puede aliviarles, y es muy difícil llevar hasta ellos la certidumbre de que los milagros no caben en el siglo XX… Acaso dentro de una semana se repita la transmisión trasatlántica. Yo la espero ya con impaciencia. Pero sin demasiado entusiasmo, créame. En realidad, nada puede sustituir a lo que oye un clínico habituado.
Me levanto.
—Bien, doctor. Muchas gracias.
—¿Quería usted algo más?
—No, doctor. Me voy. Pero todavía oigo a Calandre en la puerta que da a la sala de espera:
—¡El primero!
Una voz:
—¡Yo!
Pausa. Al cabo, la misma voz:
—¡Enhorabuena, doctor! Ya me he enterado…

[Continuará…]

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