Sé feliz, vivirás más


En una entrada anterior de este mismo blog tuvimos ocasión de comentar los resultados de un espectacular estudio en el que se ahondaba en las bases moleculares que explican los conocidos beneficios de un entorno rico en actividad y vida social, en la prevención del cáncer. Concluíamos entonces con un “contra el cáncer, sonría”. La enorme relevancia de la felicidad sobre la salud humana forma parte de la sabiduría popular, aunque sólo recientemente encontramos ejemplos en los que los investigadores biomédicos se atreven a echar mano de las herramientas de laboratorio para intentar medir el fenómeno y a escudriñar en las moléculas que pueden estar detrás de esos efectos beneficiosos.

Mientras tanto, los psicólogos sociales Diener y Chan, han revisado toda la evidencia publicada a lo largo de años tratando de establecer una relación causal entre el bienestar subjetivo, que así de rimbombante denominan los investigadores a la felicidad, y su influencia sobre la longevidad. Ambos investigadores analizaron un total de 160 trabajos que utilizaron abordajes experimentales muy diversos, y concluyeron de manera rotunda que la felicidad tiene un efecto causal positivo sobre la salud física y la longevidad.

¿Cómo pueden los investigadores medir la influencia de la felicidad en la salud física y la longevidad? Una de las formas empleadas, y de mayor utilidad, es el estudio longitudinal, en el cual se sigue a los mismos individuos a lo largo del tiempo. Uno de estos estudios longitudinales que analizó la felicidad y su impacto sobre la longevidad fue realizado hace ahora ya una década y es conocido como “El Estudio de las Monjas” (“The Nun Study”).

El proyecto pretendía analizar la longevidad y la enfermedad de Alzheimer, utilizando para ello monjas de la orden de Notre Dame, en Estados Unidos. Las monjas representan un grupo de individuos especialmente valioso para este tipo de estudios, puesto que sus condiciones de vida son muy constantes y similares. Desde el año 1991 hasta 1993, todas las monjas de la congregación que hubieran nacido antes de 1917 fueron consultadas y se les pidió su consentimiento para formar parte de este estudio, aportar sus registros médicos y personales al mismo, ser objeto de exámenes cognitivos y físicos, y donar sus cerebros tras su fallecimiento. Un total de 678 monjas aceptaron su inclusión en el estudio.

Cuando los investigadores acudieron a indagar en los archivos de la congregación encontraron una carta de la madre superiora de la orden, datada el 22 de Septiembre de 1930, en la solicitaba de las hermanas la redacción de una autobiografía. Del total de 678 monjas reclutadas para el estudio, 218 habían recibido los votos en los conventos de Milwaukee, Wisconsin, y Baltimore, Maryland, entre 1931 y 1943 y, de estas, se conservaban las autobiografías escritas a mano de 180 monjas. Este material reunía unas características excepcionales para los investigadores, puesto que eran un fiel reflejo de la personalidad de las monjas. Poco podían haber sospechado las monjas que siete décadas después, sus escritos servirían para predecir su longevidad.

La psicóloga Deborah Danner de la Universidad de Kentucky y sus colegas analizaron los escritos de las monjas en busca de términos con contenido emocional y clasificaron las monjas en grupos según la abundancia de términos positivos o negativos. Cuando esos datos fueron puestos en relación con la supervivencia de las monjas, los investigadores quedaron sorprendidos al observar que las monjas pertenecientes al grupo que había usado mayor abundancia de términos positivos habían vivido un promedio de 7 años más que las que no los usaban. Si se seleccionaban de entre el grupo de “monjas positivas” las que demostraban un mayor optimismo por su abundancia y variedad de términos positivos, la diferencia en longevidad se incrementaba hasta los 10 años y medio, con respecto a las monjas menos positivas.

El estudio fue publicado en la revista de psicología Journal of Personality and Social Psychology en el 2001, y posteriormente el director del estudio, el epidemiólogo y neurólogo David Snowdon, publicó un libro titulado “Aging With Grace: What the Nun Study Teaches Us About Living Longer, Healthier, and More Meaningful Lives.” (“678 Monjas y un Científico”, es el sui géneris título de la edición en español), en el que describe todo el proceso de estudio.

Además del mencionado estudio longitudinal, los científicos cuentan con estrategias en laboratorio para alterar factores externos que incidan sobre el estado de ánimo y examinar su influencia en parámetros fisiológicos conocidos por afectar la salud y la longevidad. Manipular las emociones mediante el visionado de imágenes fotográficas o películas para posteriormente medir la presión sanguínea o tomar una muestras de sangre son técnicas habituales. En otras ocasiones son eventos dramáticos, como cataclismos naturales o situaciones sociales convulsas, los que son aprovechadas por los investigadores para tratar de analizar los cambios experimentados por los individuos ante acontecimientos que afectan a las emociones.

El análisis llevado a cabo por Diener y Chan de todos estos estudios concluye sin lugar a la duda que la felicidad tiene un efecto positivo sobre la salud y la longevidad. Sin embargo, hasta el momento no ha sido posible establecer un efecto específico de la felicidad sobre tipos concretos de enfermedades. Es evidente por tanto, que necesitamos seguir investigando para ahondar en los procesos detallados que son responsables de la mejor salud y mayor longevidad que confiere la felicidad.

De todos modos, vamos viendo cómo existen muchas cosas simples, al alcance de la mano, que todos podemos hacer para intentar mantenernos sanos durante más años. Además de una dieta equilibrada y variada, y hacer ejercicio físico moderado y continuo, hay que añadir este “sé feliz!”. A fin de cuentas recuerde que “… la felicidad está hecha de pequeñas cosas: Un pequeño yate, una pequeña mansión, una pequeña fortuna …Groucho Marx (1890-1977).

 

Para más información:

– El estudio de revisión de todo lo publicado al respecto de la conexión entre felicidad y salud y longevidad:

Diener E and Chan MY (2010). Happy People Live Longer: Subjective Well-Being Contributes to Health and Longevity. SSRN-working paper. Accesible online.

– El libro de David Snowdon : “Aging With Grace” en la página de la Universidad de Minnesota que alberga la información sobre “El Estudio de las Monjas”.

– El artículo original describiendo “El Estudio de las Monjas”:

Danner DD, Snowdon DA, & Friesen WV (2001). Positive emotions in early life and longevity: findings from the nun study. Journal of personality and social psychology, 80 (5), 804-13 PMID: 11374751

6 opiniones en “Sé feliz, vivirás más”

  1. Los estudios longitudinales tienen la gran ventaja de que sabemos que ocurre antes: las monjas primero se sienten mal, luego envejecen y mueren (o, en positivo, primero se sienten bien y luego envejecen poco y mueren tarde).

    Pero sigue sin quedar claro si el sentirse feliz o infeliz no es un indicador de problemas de salud no diagnosticados todavía, con lo que la estrategia de decir «¡sé feliz!» resultaría ineficaz, o incluso contraproducente si tenemos en cuenta que las órdenes sobre el estado de ánimo suelen dar resultados paradójicos.

    1. Muchas gracias por el comentario Josep. Efectivamente intentar «ordenarnos» nuestro estado de ánimo puede carecer de sentido. Sin embargo, ser conocedor de la influencia del estado de ánimo en nuestra salud nos puede ayudar a adoptar una postura más positiva y optimista ante la vida. Del mismo modo que en muchas ocasiones en la madurez, gracias a la experiencia, respondemos de manera más calmada y ponderada ante los problemas, el conocimiento nos puede llevar al convencimiento de lo beneficioso de una actitud más positiva.
      La posibilidad de que el estado de ánimo venga determinado por problemas de salud subyacentes no detectados, y que este hecho determine la observación de una correlación positiva entre felicidad y longevidad, es algo que se ha tenido en cuenta muy a menudo en este tipo de estudios y que parece poco probable pueda estar alterando las conclusiones de los mismos. A fin de cuentas, muchos de estos estudios longitudinales se inician en la juventud en grupos enormes a los que se sigue durante décadas, tras haber analizado su estado de salud al inicio y durante el transcurso del estudio, y parece por tanto difícil que existan problemas de salud no detectados que permanezcan latentes durante tan prolongados periodos de tiempo.
      Un saludo!
      Manuel

  2. En mi modesta opinión, no soy especialista en estos asuntos, creo que el estrés a que estamos sometidos en las sociedades desarrolladas es algo contra natura. No sé si ciertos tipos de enfermedades y dolencias son el «precio» que debemos pagar por la lucha de adaptación a un medio tan hostil. No sé qué credibilidad tienen algunas hipótesis que se formularon hace años sobre una posible correlación entre el elevado número de casos de cáncer sufrido por familiares de víctimas del terrorismo y el intenso sufrimiento sostenido durante el tiempo de secuestro a que fueron sometidos, por ejemplo. En otro tipo de dolencias de «reciente» preocupación por la investigación, porque hasta ahora se consideraban meras manifestaciones de origen psicosomático, como el síndrome de fibromialgia, se barajan como detonantes de las alteraciones neurológicas y químicas que implica que el sujeto afectado haya estado sometido a una situación de estrés anímico muy fuerte y prolongado (como el que originan los abusos físicos y el maltrato durante la infancia, etc.) o bien a un shock traumático como el que sufren las víctimas de accidentes de tráfico. También escuché que este tipo de enfermedades se dan en un número elevado entre soldados que han participado en guerras con un componente de «violencia» psicológica muy significativo (por ejemplo, la Guerra del Golfo, etc.)
    Quizá la desadaptación tan brutal que sufre el organismo sometido a esas condiciones «extremas», precisamente en su esfuerzo por adaptarse y sobrevivir a ellas, sea origen de alteraciones que ya no tienen «vuelta atrás», por así decirlo.
    Por otra parte, sería interesante saber si existe algún estudio que se haya encargado de comprobar esta muestra que representan las monjas en órdenes religiosas que promueven un tipo de vida muy extremo también, con prolongados ayunos, exposición a temperaturas muy frías sin mayor abrigo que un simple hábito, etc. No sé si quedarán comunidades religiosas con unas reglas de vida tan estrictas y extremas (por ejemplo, las antiguas órdenes del Císter) que pudieran ser objeto de estudios longitudinales, para hacer una comparativa. Al menos, como digo, sería curioso.

  3. Solo por añadir otro punto de vista (y llevarlo a mi terreno) a estos estudios que tratan de relacionar estado anímico y salud, creo que en este marco creado por Manuel encajaría perfectamente esa «nueva ciencia» conocida como la neuroendocrinoinmunología (se recomienda coger aire antes de lanzarse a pronunciarla). Basicamente se trata del estudio de como el cerebro se «comunica» con el sistema inmunitario, normalmente a través del eje hipotalamo-pituitaria-adrenal. Esta ciencia también hace incapie en el papel que podría jugar el sistema inmunitario en el envejecimiento via oxidación-inflamación, hecho más cercano al leitmotiv de este blog. Por lo tanto, a mi no extrañaría en absoluto que situaciones de estres extremo (como secuestros y guerras) o crónico (como depresiones y envejecimiento) sean las responsables de que se produzca una bajada de defensas a través del cerebro que aumente la susceptibilidad a todo tipo de patologías relacionadas o no con la edad.
    De todas formas, sea causa o resultado, ser feliz siempre es de gran ayuda no me cabe duda. Un saludo.

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