Chucho Chucho Chucho

Admitámoslo, sin eufemismos.

¿Cuántas veces opinamos en contra de Christian Benítez porque, supuestamente, no era capaz de hacer los goles que la selección nacional necesitaba para ganar los partidos?

¿Cuántas veces, desde los graderíos, fuimos racistas, fuimos arrogantes, fuimos discriminatorios, hicimos bromas de mal gusto, le pedimos al entrenador que sacara de la cancha a “ese paquete”?

¿Cuántas veces nos creímos directores técnicos y gritamos que el Chucho se comía demasiadas anotaciones y que en la Tri no era el gran goleador que sí era en México?

¿Cuántos linchamientos mediáticos hicimos al Chucho desde nuestra particular manera, tan ecuatoriana, de buscar culpables para arrojar sobre ellos todos los dardos de nuestras frustraciones y amarguras?

Seamos coherentes, entonces. Que nos duela, que nos haga falta, que nos golpee el vacío, que nos conmueva la tragedia. Sí, por supuesto.

Pero no idealicemos demasiado. No nos llenemos de retórica absurda (que algunos se atrevieron a llamar “poesía”). No lleguemos a sublimar al héroe al punto de decir que el Chucho se fue «porque el equipo de Dios necesitaba un goleador».

El súbito fallecimiento de Christian Benítez en un lejano país fue una oportunidad de oro para que el periodismo ecuatoriano se graduara de periodismo (contextos, referencias, fuentes, análisis médicos, historia) pero esta vez, como otras cuando hemos cometido errores graves, perdimos la asignatura.

Sin entender que mientras más relevante es el hecho que conmueve a la sociedad, mayor es nuestra responsabilidad mediática, muchos optamos por la especulación y la visceralidad y no por la información concreta, relevante, no especulativa.

Por eso, por gracia divina, desde ayer el Chucho dejó de ser el ídolo controversial que siempre fue.

Olvidamos que él era esencial para la Tri y para el proyecto Brasil 2014, pero nos costó reconocer que como ser humano y como profesional podía equivocarse, podía sufrir la intensa presión que pesaba sobre él para que convirtiera goles decisivos.

Y así dejamos fuera el análisis de la muerte del futbolista ecuatoriano este 29 de julio de 2013.

Lo dejamos fuera no solo porque la tristeza llegó al corazón de la enorme hinchada tricolor, sino porque el periodismo dejó de ser periodismo y se convirtió en cualquier cosa.

Con razón, el radiodifusor Ramiro Diez reclamaba, indignado, que un locutor y un reportero de televisión dijeran que «Dios quería un delantero en su equipo».

Porque fue periodismo que caminó entre lo cursi y lo ridículo. Y no por culpa del Chucho, sino de nosotros, que caímos en lo fácil, en lo sentimentaloide, en el lugar común (sentida ausencia, el gran vacío, luto en la Tri, el último adiós, la cristiana sepultura).

¿Cómo fue posible que un canal escribiera en su cuenta de twitter: “Gracias, Chucho, por tantos momentos de alegría al país. Tu baile después del gol seguirá en el cielo”?

Ha sido un campeonato de muletillas, frivolidades y frases huecas.

Un torneo de egos.

¿Qué periodista se tomó la última foto con el Chucho? ¿Quién fue el último que lo entrevistó?

Dejamos a un lado el periodismo y hasta nos atrevimos a declararnos deudos, víctimas, perjudicados, huérfanos.

Y,  lo peor, nos convertimos en protagonistas.

Como decía Silvana Estacio en su twitter, en vez de informar sobre las causas de la muerte, concursamos sobre quién fue el periodista que más conoció al Chucho. Y competimos para saber quién tuvo la primicia.

Lorena Pástor, otra twittera, lo reafirmó así: “Gente que empieza con ‘yo lo entrevisté, yo lo acompañé, yo lo apoyé…’. ¿No se dan cuenta de que no es sobre ustedes el tema?”.

En lugar de decir boberías como que el Chucho se fue al cielo porque Dios quería un delantero y lo contrató, debería preocuparnos lo mal que  ejercemos nuestro oficio, tan mal que a veces tendríamos que asumir -en la misma línea de esa retorcida poética- que Dios no nos contrataría para trabajar en sus medios de comunicación.

Admitámoslo, sin eufemismos.