Instruye al niño . . .

Conferencia General Octubre 1988logo pdf
Instruye al niño . . .
Por el Élder L. Tom Perry
Del Quórum de los Doce Apóstoles

L. Tom Perry«La primera y más importante cualidad del alma que podemos inculcar en el niño es la fe en Dios; la primera y más importante acción que el niño puede aprender es la obediencia Y el medio más poderoso con que contamos para enseñar al niño es el amor. «

«Instruye al niño en su camino», dice el autor de los Proverbios, «y aun cuando fuere viejo no se apartará de él.» (Proverbios 22:6.)

Esa admonición acudió a mis pensamientos hace poco mientras leía un artículo de una publicación reciente titulada «Nuestros desatendidos hijos» (U. S. News & World Report, 9 de ago. de 1982.) El artículo hacía notar que la mayoría de ellos están debidamente vestidos y alimentados, pero que algo hace falta en la vida de innumerables niños. Lo que muchos de ellos necesitan es más atención de sus padres, a quienes envuelven los apremios diarios.

El artículo dice: «En un país que profesa enorgullecerse de sus jóvenes, los cambios sociales están perjudicando física y sicológicamente a millones de niños. Para ellos, el crecer en los Estados Unidos se va tornando en una penosa experiencia más bien que en una alegría.

«Al bregar los padres por encarar las consecuencias de un divorcio, enfrentar uno de ellos solo la crianza de los hijos, el trabajar ambos fuera del hogar y una difícil economía, muchos de los más de cuarenta y siete millones seiscientos mil niños menores de catorce años pagan un precio que fluctúa entre la simple negligencia y el más completo abuso.

«Los padres están sumidos en un mar de valores opuestos», subraya el artículo. «Valoran a sus hijos, pero también valoran otras cosas, como tiempo para sí mismos, bienes materiales, nivel social y sus profesiones. Por motivo de esos conflictos, en muchos casos descuidan a sus hijos y no les dan la atención que merecen.»

Al viajar fuera de este país, me ha parecido ver manifestarse esos mismos problemas en otros sitios. Son señales de peligro para nuestros hijos. Vemos más madres que trabajan, más, hogares con uno solo de los padres, un aumento enorme de niños que nacen fuera del vínculo del matrimonio. Esos crecientes cambios sociales están causando mayores dificultades para los niños de nuestra sociedad actual.

Los artículos como el que he citado me afligen profundamente porque yo tuve una niñez agradable y feliz. El placer de ser padre siempre ha sido especial para mí. Es imposible expresar el amor que tengo a mis hijos y a mis nietos.

Me maravilla el milagro del nacimiento de un niño. Hace poco sucedió de nuevo en nuestra familia. Suena el teléfono y allí se oye la voz agitada del yerno, al otro lado de la línea, diciendo: «En este momento salgo rumbo al hospital con Linda Gay.» Luego, uno espera con avidez todo el día nuevas noticias, que por fin llegan: «¡Es varón!» Entonces uno deja todo a un lado y se apresura en llegar al hospital a dar la enhorabuena. Una vez allí, uno ve el bendito milagro: a su propia hija acunando a un bebé en los brazos con amor y ternura. Uno ve al yerno muy emocionado, que señala la nariz de la criatura y dice que es como la de la madre, que quizá la boca y el mentón se parecen a los suyos. Luego le mira las manos y dice: «Las manos son del lado de la familia Perry, ¡miren qué grandes son!»

Un amor profundo se anida en el pecho de uno al presenciar el bendito acontecimiento y comprender el gozo y la felicidad que tendrán esos nuevos padres al repetirse el suceso en sus vidas.

Ciertamente no soy una autoridad en crianza de niños. He tenido mis dificultades, tal como muchos otros padres. No obstante, desde que leí el artículo mencionado, mis pensamientos se han dirigido a las palabras de los profetas, del pasado y del presente, que recalcan la importancia de la responsabilidad de los padres de enseñar a los hijos.

En el Antiguo Testamento, en el relato de las instrucciones que el Señor dio a Moisés poco antes de darle los Diez Mandamientos, dice:

¡Jehová! fuerte, misericordioso y piadoso, tardo para la ira, y grande en misericordia y verdad;

«que guarda misericordia a millares, que perdona la iniquidad, la rebelión y el pecado, y que de ningún modo tendrá por inocente al malvado; que visita la iniquidad de los padres sobre los hijos y sobre los niños de los hijos,

hasta la tercera y cuarta generación.» (Éxodo 34:6-7.)

En el Nuevo Testamento, Pablo escribió a los efesios y les aconsejó:

«Y vosotros, padres, no provoquéis a ira a vuestros hijos, sino criadlos en disciplina y amonestación del Señor.» (Efesios 6:4.)

Al principio del Libro de Mormón, un hijo reconoce la enseñanza de sus buenos padres:

«Yo, Nefi, nací de buenos padres y recibí, por tanto, alguna instrucción en toda la ciencia de mi padre.» (1 Nefi 1:1.)

Las instrucciones que por conducto del profeta José Smith han llegado a los miembros de la Iglesia en esta época son explícitas con respecto a las responsabilidades de los padres para con los hijos:

«Y además, si hay padres que tienen hijos en Sión o en cualquiera de sus estacas organizadas, y no les enseñan a comprender la doctrina del arrepentimiento, de la fe en Cristo, el Hijo del Dios viviente, del bautismo y del don del Espíritu Santo por la imposición de manos, al llegar a la edad de ocho años, el pecado será sobre la cabeza de los padres.» (D. y C. 68:25. )

Cuando fui padre por primera vez, el presidente David O. McKay presidía la Iglesia. Sus consejos eran claros y directos referentes a nuestras responsabilidades para con nuestros hijos. El nos enseñó que la más preciosa dádiva que un hombre y una mujer pueden recibir es un hijo de Dios, y que la crianza de un niño es básica, fundamental y exclusivamente un proceso espiritual.

Nos indicó los principios básicos que debemos enseñar a nuestros hijos. La primera y más importante cualidad del alma que podemos inculcar en el niño es la fe en Dios. La primera y la más importante acción que el niño puede aprender es la obediencia. Y el medio más poderoso con que contamos para enseñar al niño es el amor. (Véase Instructor, vol. 84, dic. de 1949, pág. 620.)

Examinemos juntos esos tres principios básicos.

El presidente Brigham Young aconsejó a los padres diciendo: «Si todos y cada uno de los que somos padres reflexionáramos en nuestras responsabilidades, llegaríamos a la conclusión de que nunca debemos permitirnos hacer nada que no queramos que hagan nuestros hijos. Debemos darles el ejemplo que deseamos que imiten.» (Journal of Discourses, 14:192.)

Para inculcar la fe en nuestros hijos, ellos deben ver en sus jóvenes vidas una demostración de nuestra fe. Deben vernos de rodillas todos los días pidiendo bendiciones a Dios y expresándole nuestra gratitud. Tienen que vernos reverenciar a Dios en las reuniones sacramentales. Tienen que vernos dar con alegría y buena voluntad de nuestro tiempo y talentos para la edificación del reino de Dios en la tierra. Tienen que vernos demostrar nuestra fe mediante el pago de los diezmos y las ofrendas. Tienen que vernos estudiar y escudriñar las Escrituras con diligencia para aumentar nuestra fe y entendimiento.

Hace poco leí un artículo publicado en una revista para los Santos de los Últimos Días referente a un estudio que se hizo sobre los beneficios del leer a los niños. Decía que cuando la madre o el padre leen constantemente al niño, éste llega a la escuela mucho mejor preparado y sobresale en lectura durante esos primeros años. Si hay una correlación directa entre la enseñanza temprana que el niño recibe de los padres y la rapidez con que el pequeño aprende, ¡cuánto más importante será, entonces, que dediquemos tiempo a leer del Evangelio de Jesucristo a nuestros hijos para infundir en ellos, en los tiernos años de su infancia, fe en el Evangelio de nuestro Señor y Salvador!

El segundo principio que el presidente McKay señaló fue el de la obediencia, y el presidente Joseph Fielding Smith dijo: «Desde luego que debe haber oración, fe, amor y obediencia a Dios en el hogar. Es el deber de los padres enseñar a sus hijos esos principios salvadores del Evangelio de Jesucristo a fin de que éstos sepan por qué son bautizados, y que se fije en su corazón el deseo de seguir guardando los mandamientos de Dios después de su bautismo para que puedan volver a Su presencia. ¿Deseáis vosotros, mis buenos hermanos y hermanas, que vuestros hijos sean sellados a vuestros padres y antepasados? . . . Si así es, debéis empezar a enseñarles desde la cuna. Debéis enseñarles la obediencia por el ejemplo, así como por precepto.» (Conference Report del 3 de oct. de 1948. )

Recuerdo una ocasión en que me sobrecogió la necesidad de enseñar la obediencia. Yo tenía una nueva ocupación y trabajaba largas horas, y creo que había descuidado a mi familia. Mi hijo parecía anhelar que le diera tiempo y atención. Echó mano de todos los recursos para ser desobediente y atraer mi atención. Un día cuando llegué a casa, su madre lo tenía preparado para que me llevara al sótano a mostrarme la última travesura que había hecho. Tras bajar las escaleras, abrió avergonzado y tímido la puerta de la despensa. Entonces vi que había estado lanzando dardos para practicar su puntería sobre las provisiones. Captó mi atención, sin duda alguna, y me hizo comprender que lo que procuraba eran las restricciones que esperábamos de él en el gobierno de nuestra familia. Una vez delineadas, y cuando le hube dado la debida atención, fue obediente. ¡Cuán importante es que enseñemos a nuestros hijos a obedecer temprano en sus vidas, y especialmente, los mandamientos del Señor!

Por último, el presidente McKay nos enseñó la importancia del amor. Siempre me ha impresionado el hecho deque cuando el Señor enseñó a sus discípulos en aquellas últimas horas de su ministerio terrenal, en la Ultima Cena, tras enseñarles del servicio lavándoles los pies, les enseñó la importancia del amor. Les dijo:

«Un mandamiento nuevo os doy:

Que os améis unos a otros; como yo os he amado, que también os améis unos a otros.» (Juan 13:34.)

Me gustó otro artículo que leí hace poco en Reader’s Digest referente a los valores duraderos. Decía «. . . que el clima de nuestros tiempos favorece la idea de que el amor es como el viento de una temporada, que cuando llega, sopla con furia y luego se va. Eso es una lástima, dado que al niño le hace falta el tipo de amor tan seguro y constante como la diaria salida del sol. Para cuando el niño crezca y se le integre a la raza humana, es indispensable que sepa conservar vivo el amor.

«El niño debe aprender no sólo a amar, sino a ser una persona afectuosa: a dar al amor su sitio en el mundo. El amor puede llegar e irse, pero la persona afectuosa, al igual que el sol mismo, no pierde nunca su calidez.» (Reader’s Digest, junio de 1981, pág. 164.)

Recuerdo haber leído una vez de un experimento que se hizo con pollos. No recuerdo dónde lo leí. A los pollitos les daban, en los primeros ciclos de la vida, todo el alimento que necesitaban, sin exigirles ningún esfuerzo por obtenerlo. Después, cuando ya eran grandes, los trasladaban a un gallinero donde tenían que escarbar para buscar su alimento. Los pollos que nunca habían aprendido a escarbar de polluelos maduraban sin adquirir esa habilidad y se morían de hambre aun cuando tan sólo debajo de la superficie del suelo yacía todo el alimento que les hacía falta para sostener la vida.

En el artículo seguía una comparación entre ese ejemplo y el niño al que no se le enseña a adquirir la capacidad de amar temprano en la vida. Con toda probabilidad, según el artículo, el niño no podría adquirir esa selecta característica una vez que madurara y llegara a adulto. ¡Cuán trágico tiene que ser el privar a un niño de la capacidad de amar!

Ahora, quisiera que os detuvierais a pensar en el valor de un alma inmortal. especialmente en las almas de los hijos que se os han confiado. ¿Qué es más importante para vosotros? ¿Habéis tomado la resolución de dedicar el tiempo necesario y suficiente para enseñar a vuestros hijos?

El doctor Nick Stinnett, de la Universidad de Nebraska, dio un discurso muy Interesante en una reunión anual del Consejo Nacional de Relaciones Familiares. Se titulaba «Las características de la familia unida». Sus seis puntos eran:

1.Los miembros de la familia unida pasan juntos una cantidad considerable de tiempo en juegos, trabajo, comidas y recreación. Si bien todos tienen intereses fuera del hogar, se toman el tiempo adecuado para pasarlo juntos.

2.Los miembros de la familia unida tienen un sólido sentimiento de protección de unos por otros, lo cual indica no sólo el tiempo que pasan juntos, sino también su capacidad para trabajar unidos en una causa común.

3.Los miembros de la familia unida tienen buenas pautas de comunicación, lo cual lo indica el tiempo que se dedican a escucharse y a hablarse mutuamente en la conversación.

4.Tienen. además, un elevado grado de orientación religiosa.

5.Los miembros de la familia unida tienen la habilidad de encarar las crisis con actitud positiva gracias a que pasan largos ratos juntos, se interesan unos por otros y tienen buenas pautas de comunicación.

6.Y también, a menudo se elogian los unos a los otros, en forma sincera y nunca superficial.

Los que hemos abrazado el Evangelio de Jesucristo debemos tener la devoción y la determinación indispensables para establecer firmes unidades familiares. Que Dios nos bendiga para que podamos «organizarnos, preparar todo lo que fuere necesario y establecer una casa» (D. y C. 109:8) para aquellos que amamos, los cuales son dignos de llegar a formar una unidad familiar eterna, es mi ruego, en el nombre de Jesucristo. Amén.

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