En las últimas décadas hemos asistido a un tiempo ambivalente para los derechos sociales y culturales. Por una parte hay que notar una mayor atención a nivel de desarrollo normativo y de políticas nacionales e internacionales acompañado de un mayor interés académico que consolida a partir de la Declaración de Viena de 1993 que establecía el carácter unitario, indivisible e interdependiente de todos los derechos humanos. Por otra parte, no podemos dejar de notar el avance de propuestas teóricas que en nombre de la crítica a la retórica y la ineficacia de los derechos humanos han presentado diversas alternativas supuestamente a la inflación y la proliferación de los derechos, excluyendo o degradando los derechos sociales en la jerarquía de los derechos humanos.

En el momento actual, además, este cuestionamiento tiene que ser confrontado con la situación de profunda crisis financiera y económica que estaría siendo utilizada para imponer estrategias neoliberales cuya repercusión en el retroceso de los derechos, en general, y en los derechos sociales, económicos y culturales, en particular, es más que evidente.

En este panorama han jugado y juegan todavía un papel muy importante los conceptos de igualdad y no discriminación. Íntimamente ligados a la idea de justicia y de justicia social, la idea de igualdad y la prohibición de discriminación han extendido su significado para cualificar también otros conceptos como democracia, participación, ciudadanía, etc. Con la introducción en el año 2000 de las nuevas Directivas europeas sobre igualdad los grupos discriminados por razón de raza, origen étnico, religión, orientación sexual, edad o discapacidad se han puesto de relieve el carácter múltiple que puede tener la discriminación de individuos pertenecientes a minorías y a grupos vulnerables dentro de las minorías.

Un tercer punto – ligado al desarrollo de la prohibición de discriminación extendida a motivos de raza, origen étnico o religión – se refiere a la crisis del modelo multiculturalista en Europa, que implica la necesidad de reconsiderar los mecanismos de reconocimiento de la diversidad o de las formas de integración, no sólo en relación a la inmigración sino – en general – al fenómeno de la diversidad autóctona o resultado de la “interpelación cultural” de los europeos descendientes de olas migratorias.