EL SILENCIO EN LA LITURGIA

SILENCIOEl silencio sagrado

Uno de los signos más importantes de la liturgia cristiana es el silencio. No se trata de un silencio cualquiera, sino de un “silencio sagrado”. Romano Guardini lo describió así: «Si alguien me preguntase dónde comienza la vida litúrgica, yo respondería: con el aprendizaje del silencio. Sin él, todo carece de seriedad y es vano…; este silencio… es condición primera de toda acción sagrada.».

El silencio no se puede entender sin su polo opuesto, el hablar. El silencio sólo se puede dar en aquél que puede hablar. Los animales emiten sonidos pero no hablan, por eso en ellos no puede haber silencio. Esto indica que el silencio no es ausencia de sonidos sino una “no palabra”. En Una ética para nuestro tiempo, el propio Guardini dice: «Sólo puede hablar con pleno sentido quien también puede callar; si no, desbarra. Callar adecuadamente sólo puede hacerlo quien también es capaz de hablar. De otro modo es mudo.». Ambos polos son complementarios y se necesitan para existir. Si se elimina uno se elimina automáticamente el otro. Por eso nuestro mundo, que ha eliminado el silencio, ha matado también la palabra y lo que habitualmente escuchamos es su degeneración. No es una palabra vinculada a la verdad y que alimente la vida del hombre. Todo lo contrario, cuanto escuchamos hace que la existencia humana languidezca y se atrofie. «Entre el silencio y el hablar se desarrolla la vida del hombre en relación con la verdad» escribirá Guardini. Por ello, es necesario recuperar el silencio para recuperar la palabra, porque de la tensión entre ambos se engendra la verdad. Una imagen propuesta por el mismo Guardini nos puede hacer ver la importancia del silencio: «Quien no sabe callar, hace con su vida lo mismo que quien sólo quisiera respirar para fuera y no para dentro. No tenemos más que imaginarlo y ya nos da angustia. Quien nunca calla echa a perder su humanidad.».

Sólo en el silencio llego a Dios

Romano Guardini termina su reflexión sobre el silencio afirmando: «Sólo en el silencio llego a Dios.». Para explicarlo evoca dos conocidos pasajes. El primero es del libro de los Reyes (Re 19, 11-12). Elías busca a Dios en las fuerzas más violentas de la naturaleza y lo encuentra en la brisa ligera, en el silencio: «Así podríamos seguir reflexionando: la imagen de la vida de Dios resulta ser la infinita calma de un silencio que todo lo contiene.». El segundo pasaje es el prólogo del Evangelio de Juan: «En el principio existía la Palabra, y la Palabra estaba en Dios, y la Palabra era Dios. (…) A Dios nadie lo ha visto. El Hijo Único de Dios, que está en el seno del Padre, nos lo ha manifestado.». Ante estos pasajes comenta Guardini: «La primera imagen, la del silencio y la sencillez sin ruido, y la segunda, la del nacimiento hablante de la comunidad en el amor abarcan el misterio de la vida de Dios y su sagrado señorío. Pero ¡qué misterio hay también en el hombre, en que, por voluntad de Dios, se refleja su gloria prístina! Y ¡qué deber conservarlo en su pureza invulnerada!».

Silencio y Palabra, por tanto, son los dos signos de la liturgia que no podemos descuidar. Privilegiar uno frente a otro, como hemos dicho, es matar a ambos. Nuestras celebraciones suelen tener demasiada “verborrea” y adolecen del silencio necesario. Para conseguir la adecuada “emoción litúrgica” es necesario equilibrar ambas expresiones. Al Dios que habla le respondemos cantando y orando, pero ese mismo Dios, que es Palabra y va más allá de cualquier palabra, nos invita también al silencio. De hecho, Jesús es el «amén» de Dios, su última palabra; en él Dios lo ha dicho todo. A la Palabra, con mayúsculas, le sigue el silencio sagrado, espectante. Por tanto, nuestra actitud litúrgica debe ser la de «adoración» del Misterio, no la de intentar explicar con «palabras» aquello que celebramos y revivimos (para eso están otras acciones pastorales de la Iglesia, como la catequesis o los cursos de formación).

De la liturgia esperamos precisamente esto, que nos ofrezca el silencio activo en el que encontremos a Dios y nos encontremos a nosotros mismos. Por eso el silencio no es un gesto sino un signo. No es algo que podamos introducir en nuestras celebraciones como otra acción cualquiera. No se puede “hacer silencio” porque ahora no cantamos o no hablamos. El silencio en la liturgia lo envuelve todo, lo tamiza todo. Aun así, dentro de este ambiente de “silencio” que lo envuelve todo, en la liturgia hay dos breves momentos de silencio importantes: el que sigue a la homilía (cuántas veces el sacerdote termina la homilía y comienza a rezar el Credo de camino a la sede…) y el que sigue a la Comunión. Éste es el más significativo y útil ya que es un momento privilegiado de adoración íntima, de encuentro con el Cristo que se nos da en la Palabra y en su Cuerpo. En este momento de la celebración está todo dicho, ya no hay más palabras: Cristo se nos ha dado y se ha obrado el milagro de su consagración. No se puede interrumpir un momento así con nada que no sea el silencio y la oración. Si elegimos un canto para este momento tiene que garantizar este clima de silencio y oración por lo que tenemos que ser muy exigentes con el contenido del mismo y la tonalidad del canto; ha de ser un canto de acción de gracias de carácter íntimo, oracional, preferiblemente en tono menor. La asamblea está sentada, recogida en oración, degustando ese momento íntimo de comunión con el Misterio por lo que aquí sólo cabe la actitud que expresa santo Tomás de Aquino en el Pange lingua: «Que la lengua humana cante este misterio… Dudan los sentidos y el entendimiento, que la fe lo supla con asentimiento… Himnos de alabanza, bendición y obsequio…».

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7 comentarios

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7 Respuestas a “EL SILENCIO EN LA LITURGIA

  1. Lola

    ¡Qué difícil es guardar silencio! Al menos para mí que soy una habladora incontinente. Pero los silencios en música, ¡cuánta tensión crean! En las celebraciones lo noto menos, quizás porque son más breves; no lo sé. Tendrá razón Guardini, tenemos miedo a encontrarnos con nosotros mismos. Aprendamos a oírnos, a escuchar a los demás, a sentir a Dios. No es fácil, pero no hay nada que no se pueda lograr con paciencia y buena voluntad. Seamos pacientes con nosotros mismos y pongamos la mejor voluntad para oír a Dios en nuestro silencio interior.

  2. Elena

    Hay un canto de Mayte Losada que dice: «En el silencio oigo tu voz, en el silencio del corazón. Y su presencia te envolverá. Conocerás su plan. Podrás hacer después su voluntad.» ¡Qué fácil es sentirse amada por el Amado desde el silencio y el canto!

  3. Emilia

    En un libro de D. André Louf leí: «la oración es vida divina de Cristo resucitado que murmura suavemente en nuestro corazón.» Me pareció una forma preciosa para animar a hacer silencio tanto a solas como en celebraciones litúrgicas. Y los dos momentos que se nos indica en este artículo me parecen imprescindibles y conveniente que nos los recordéis.
    En algunas misas, incluidas las televisadas, me sorprende que durante el ofertorio se cante una Salve, Ave María o canto a la Virgen. No entiendo qué sentido tiene, pues parece como cuando era niña, que las señoras mayores rezaban el rosario durante la misa. ¿Me podéis decir por qué se canta esto en vez de otros cantos que a mí me parecen más apropiados para esos momentos?
    Gracias.

    • Emilia, tienes toda la razón. El momento del ofertorio pertenece al Propio de la Misa por lo que no podemos alterarlo caprichosamente. Es el momento en el que, una vez preparada la mesa del altar, se ofrece a Dios Padre el pan y el vino que vamos a consagrar en la liturgia eucarística. Hay quien, con poca formación litúrgica, cree que es un momento de transición que se puede rellenar con cualquier cosa que sea bonita. Nada más lejos de la realidad. Es un momento litúrgicamente muy importante, es el comienzo de la liturgia eucarística, el momento en el que la comunidad cristiana presenta sus ofrendas a Dios (en la comunidad cristiana antigua era el momento en el que se ponía encima de la mesa lo que cada uno donaba a la mesa común para que todos pudieran comer y participar de la única hermandad de Cristo). De hecho no se debería decir Ofertorio sino Liturgia de las ofrendas (no ofertamos nada sino donamos el fruto de la tierra y el trabajo de los hombres). Lo que comentas del Ave María conviene aclararlo pues no es verdad que no se pueda cantar; en la liturgia gregoriana el Ave María aparece como canto de ofertorio, pero sólo en las fiestas propias de la Virgen, como la Inmaculada Concepción, o en el 4º domingo de Adviento en donde se resalta la figura de María a las puertas de la Navidad. Sin embargo, en algunas celebraciones, como en las bodas, carentes con frecuencia de sentido músico-litúrgico, suele ser habitual cantar el Ave María en el ofertorio como parte del repertorio a veces incluso a petición de los novios. Son celebraciones en donde casi todo está al servicio de la estética y del capricho y en las que no existe una comunidad orante capaz de responder ya no a los cantos litúrgicos sino ni siquiera a las oraciones habituales o aclamaciones de la propia celebración. En este tipo de celebraciones la música no tiene casi nunca una función litúrgica, entre otras cosas porque se confunde el canto sagrado con el canto litúrgico. La música ameniza y embellece la celebración, nada más. El canto del ofertorio debe, como todos los cantos litúrgicos, acompañar el momento de la liturgia que le corresponde, en este caso la procesión de ofrendas; esa es su función y significación. Ahora bien, dicho esto, en una celebración de especial relevancia mariana tampoco creo que debamos rasgarnos las vestiduras si junto al pan y el vino le ofrecemos a Dios nuestro sentimiento de amor por María, la mujer que él eligió y consagró para traer al mundo la Salvación (ya hemos visto que no sólo es posible sino que en algunos momentos está incluso indicado; basta revisar el Gradual Romano). Pero también es verdad que, salvo en esos casos de especial relevancia mariana, hay otros momentos en los que se puede expresar lo mismo, como en la acción de gracias.
      En cuanto a lo de los rosarios que rezaban nuestros mayores en la misa sería mejor que le preguntaras a los que todavía pueden responder. Era una práctica muy común cuando las celebraciones se decían en latín, idioma que difícilmente entendían nuestros mayores. Una forma espiritual de unirse a lo que el sacerdote, vuelto de espaldas, hacía y decía, era el rezo del rosario. Pero eso no tiene nada que ver con cantarle a María, como asamblea, un canto de contenido mariano en un momento determinado de la celebración.

  4. Emilia

    Muchas gracias por la amplia e interesante información.
    Si me lo vais permitiendo seguiré preguntando cuando tenga alguna duda.
    Gracias.

  5. juan

    También me gustaría resaltar la importancia del silencio sagrado en la liturgia de las horas. No puedo entender ni comprender que recemos o cantemos la liturgia de las horas del modo que generalmente se hace; da la impresión de una carrera. Creo que es muy interesante preguntarnos cómo rezamos la liturgia de las horas.

  6. Iluminada Arias Gómez

    Mi enhorabuena por esta página web que nos ayuda a vivir la liturgia y es testimonio de personas cristianas que se encuentran a diario con Dios. El silencio en la liturgia es la toma de conciencia de saber dónde nos encontramos. Dios se hace presente, nos diponemos a escucharle y junto con María a «guardar todas estas cosas en el corazón». El silencio, imprescindible para la oración, es el momento, es el ambiente donde nos disponemos a escuchar a Dios. Como nos dice santa Teresa de Jesús, «orar es hablar con aquel que nos ama».

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