Editorial Excursiones

«En la memoria de un pueblo», reseña de Federico Capobianco para revista Polvo. 23 de mayo de 2017.

Por Federico Capobianco

Se pueden escribir textos autónomos. Textos sueltos que, cuando salen de uno y pasan por otros, podrían tomarse realmente como autónomos; pero si se atraviesan esas palabras y se miran en detalle, detrás del revoque fino del texto, la forma de pegar los ladrillos es la misma. No hay posibilidad de que los textos de un mismo escritor no tengan un mínimo anclaje entre sí.

Hernán Ronsino fue escribiendo textos autónomos, ensayos, pequeñas notas, y, como narra, con el tiempo encontró “los puntos de conexión, ineludibles” entre ellos. Es por eso que los reunió y, a través de Editorial Excursiones, los publicó en sus Notas de Campo.

¿Qué es un escritor sin sus lecturas? Nada. Absolutamente nada. Cucurto una vez me dijo que tenía intenciones de hacer otra cosa con su vida porque había pasado mucho tiempo leyendo. No dijo escribir, al menos no en aquella oración. La mayor parte de su tiempo lo pasaba leyendo y luego, ahora sí, escribiendo. Algo que, se supone, forma parte del “explorar el mundo” de todo escritor que Ronsino escribe en su apartado dedicado a Conti y Wernkick.

Cita el autor a Hemingway, cuando dice en Muerte en la Tarde, que “hay que escribir cuando se ha logrado saber algo”. Claro está: no es la lectura el enlace directo con la realidad que permite saber algo. Pero si, para con la realidad de un escritor, es la herramienta que moldea el cristal por el cual, a través, vemos e interpretamos dicha realidad. No es algo espontáneo. Un escritor se encuentra, frente al texto que lee, con el arduo trabajo de absorber la utilidad intelectual del mismo. De encontrar la chispa que encienda la fogarata interna y mueva los mecanismos internos: del análisis, la reflexión, el inicio de la propia escritura.

Ronsino lo hace con Scott, Beckett, Proust, Martínez Estrada, los citados Wernick y Conti, Saer, Gómez Morel y Piglia. Es a través de ellos que Ronsino desentraña los porqués de su escritura, y aunque, como alguna vez declaró, su llegada a la literatura fue algo azaroso, se interpreta, una y otra vez, a través de sus lecturas. Re interpretando, también, ese pueblo que moldeó su experiencia y que, percibiéndolo ahora a la distancia, se volvió imposible de evadir a la hora de narrar. Como bien cita de Conti, escribí “cuando todo aquello adquirió pasado y se hizo historia para mí”. Y como bien dice el autor, hace falta un pueblo, la experiencia que otorga y su pérdida.

Marx solía utilizar el concepto desarraigo para determinados análisis. Lo hizo al referirse al desclasamiento del proletariado pero también para analizar los movimientos forzados de las poblaciones antiguas. En forma simple, expresaba que lo peor que podía sucederle a los habitantes de un pequeño pueblo cuando eran conquistados –y absorbidos- por otro mayor, era la extracción -y alejamiento- obligada de su tierra.

Salvando las distancias, los pueblos del interior supieron someter al exilio a jóvenes de distintas épocas. Desde el boom del empleo fabril en la década del ’40 que arrastró a abandonar sus pueblos agrarios –sin ninguna expectativa de progreso laboral- hacia las grandes ciudades (Tankel, el cineasta de Lumbre, la última novela de Ronsino, tiene una película sobre el tema); hasta hoy –aunque la situación es distinta- de chicos y chicas que dejan sus pueblos para poder continuar una carrera universitaria.

Uno se encuentra con “la experiencia que otorga” el pueblo en un lugar de dimensiones mayores que no brinda, al principio, ningún punto de amarre. Ese desarraigo, ese abandono de la tierra, “y su pérdida”, si no es sometida al duelo no se digiere jamás. Y así, como se va, se vuelve.

Ronsino declaró hace unos meses que irse de Chivilcoy le llevó cuatro libros. He aquí su duelo. Sus tres novelas: La Descomposición, Glaxo y Lumbre; y Notas de Campo,aportan las dos miradas que puede ofrecer un chivilcoyano al narrar Chivilcoy. Desde adentro y sobre ella. Sus tres novelas transcurren en el pueblo, que puede ser cualquier pueblo, pero es éste: Chivilcoy. Y en este libro, su último libro, el autor lo reconoce como una de sus obsesiones.

Otra de sus obsesiones es la lectura, por eso, el pueblo pasa a ser obsesión a través del descubrimiento del libro El pueblo de Sarmiento de Mauricio Birabent. Tiene razón, como cuenta, que “hay un relato”, cualquiera que haya transitado la escuela en esta ciudad lo escuchó. Exactamente el mismo relato: ese que incluye a Rosas, Sarmiento y su “Haré cien Chivilcoy”, a Chivilcoy como copia de Baltimore, a Birabent, etc. Pero se escucha eso y no se escucha nada más.

Quizás de ahí parta la obsesión de Ronsino por el pueblo y por el libro de Birabent. Tal es así que en la última redición del libro, del año 2012, Ronsino lo prologa. Lo analiza y desembrolla para que se convierta en “un documento mucho más rico, mucho más trascendente para la memoria de la ciudad” (también lo hace recopilando toda la obra de y sobre Carlos Ortiz, el poeta local, y, con ayuda de la Biblioteca Nacional, lo vuelve un Raro, lo vuelve nacional). Dice también, que el libro de Birabent es “el primero que narra la historia de Chivilcoy”. Es verdad. Pero como dije, el relato se corta en la escuela y después ya no hay nada; y es con Ronsino donde ese lapso silencioso se rompe y la historia local vuelve a tener voz. En la literatura se puede comenzar a entender la historia profunda, decía Bayer, y en los libros de Ronsino –más aún en sus novelas, Notas de Campo es el análisis de esa escritura, “una búsqueda que brota en el reverso de otra escritura”- reaparece la historia profunda de este pueblo llamado Chivilcoy.

Notas de Campo es entonces un adiós, una carta de despedida en la que Ronsino pone al pueblo, su pueblo, como el generador de experiencias que se transforman en memoria. El pueblo en la memoria del escritor. Y al revés.

Fuente: Revista Polvo.

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Esta entrada fue publicada el 07/07/2017 por en Prensa.