Ingrid reseña a Alberto Garrandés (Cuba)

Alberto Garrandés. Días invisibles. Santiago de Cuba: Editorial Oriente, 2009. 362 pgs.

Una cita de Georges Bataille: “El lento verterse del placer es, en un punto, el mismo que el de la angustia.” Así se abre Días invisibles, última novela (que yo sepa) del prolífico escritor y ensayista cubano Alberto Garrandés. A Bataille, lo confieso, no he empezado a leer sino recientemente. Lastima el no haberlo hecho antes, por supuesto, y por supuesto que no puedo dejar de notar las relaciones entre ese aclamado oficiante de los “bajos sentidos” y la novela que nos presenta el escritor cubano. Pero a Bataille llegué por cuenta de mi investigación, la eterna labor de ubicar referencias y alusiones, y hace mucho no tenía el simple placer de leer algo, bueno, por puro y simple placer. Y referencias aparte (que no faltan referencias y alusiones en esta novela), Días invisibles es ante todo una novela para disfrutarse. Para chuparse los dedos, si queremos seguir con lo de los (en este caso no tan) bajos sentidos. De esas novelas que uno empieza y no puede dejar de leer hasta que llegue a la última línea, y que cuando llega hasta nos da una cierta tristeza. O nos daría sino no fuera que esta novela es para partirse de la risa. Eso, más que nada, es lo que quisiera decir sobre esta novela (y bien podría terminar mi reseña por aquí): una novela para disfrutarse, para reírse, “verterse” si uno quiere, sin por eso carecer de esas cualidades literarias (¿es que proporcionar placer no es cualidad literaria suficiente?) que el lector exigente espera de una buena novela.

Pero hay que darle al futuro lector una idea de por dónde va la novela, se dijo. Y la trama en realidad es bastante simple: un joven pintor y un mulato chino que vive del negocio del maní se chocan por casualidad en las calles del Barrio Chino, en el corazón de La Habana, en la tentativa de encontrar un taxi para regresar a casa a la caída de la noche. Los taxis, tú sabes, sólo abundan donde hay turistas, y cuando hay turistas. Se acerca un carro: “¡Víbora-La Palma, vamos!”. El joven pintor y el vendedor de maní se meten adentro. “Había mucho espacio: era un Chevrolet del 56”, comenta el pintor. Pero los dos nunca llegan a casa: interpelado por el misterioso Papo, con el que parecía tener cualquier tipo de negocio pendiente, el chofer le entrega su carro (negocio ilegal, claro), pasajeros adentro y todo. Papo prosigue el viaje, pero se detiene en el medio del camino para tomarse una cerveza en una barra cualquiera (un “tiro”, para ser más exacta). A falta de mejor opción, nuestros dos personajes lo acompañan a la barra, y luego de la barra a la cama de una mujer que andaba por allí (vendedora de flores de maíz si bien me acuerdo). Chiste de mal gusto, la infeliz se muere esa misma noche, en los brazos de los dos desconocidos. La vieja historia de estar en el lugar equivocado a la hora equivocada. Pero es aquí que empieza realmente la novela. Juan y Pedro (que así se llamaban pintor y vendedor de maní, respectivamente), dos absolutos desconocidos, “inocentes culpables” de la muerte de otra desconocida, caen en las manos de chantajistas (Papo entre ellos), y de pronto se ven involucrados en el mercado de pornografía. Eso, y algo más.

La novela es el perfecto ejemplo de lo que yo llamaría una “novela episódica” (en el buen sentido del término): capítulos cortos, acción y suspense a cada página, abundancia de diálogos, buen juego entre lenguaje oral (mucha jerga urbana) y el recurso (paródico) a otros registros. Alternados a los episodios que narran la trayectoria (o desandanzas) de los dos protagonistas, recuerdos de la juventud de Juan – que juega el rol de narrador en la mayor parte de la novela -, entre la pintura y el sexo (más sexo que pintura), y claro, la omnipresencia del “dildo” de Moctezuma, o más bien, la fidelísima reproducción de su pene en alabastro cuya venta los dos chantajeados habían sido encargados de facilitar (“una pesada pingona de piedra”, pieza original según los chantajistas). Y travestis, y prostitutas, y otra vez, abundancia de escenas sexuales, sin mencionar la parodia de crónicas de la conquista, que yo tanto aprecio. Pero que no se deje engañar el lector por la mera absurdidad de la trama (igualmente apreciada por esta humilde lectora), y ni tampoco los aparentes clichés casi cinematográficos que componen esta novela (hay mucho de cinematográfico en la narración). El trasfondo, de pronto, es casi tan importante como la trama misma, esa Habana que “ya no sirve” (he escuchado de una viejita en la calle), en la que “lo maravilloso es cotidiano, siempre fue cotidiano” (o no), y donde dos desconocidos, ¿por qué no?, terminan involucrados en una red de mafiosos del mercado pornográfico en el intento de tomar un simple taxi de vuelta a casa. Una Habana que hace mucho no es La Habana de Reinaldo Arenas, ni tampoco la de Cabrera Infante, ni mucho menos la de Alejo Carpentier (¿y esa acaso existe?). Una Habana donde ni siquiera figura Fidel (aunque sí el bigote de Martí), y cuyas manifestaciones literarias si no me equivoco son todavía poco conocidas del lector de afuera. “Ya Gúnter Grass había pasado por La Habana y había comentado que las calles y los edificios le recordaban bastante a Calcuta. Había preguntado si La Habana estaba así, tan ruinosa, debido a la guerra, y le habían contestado que no, que aquí la guerra no era más que una referencia lejana y que, en todo caso, se trataba de la Guerra del Tiempo.” Me parto.

Se podría hablar de realismo sucio, se podría (como en cierto sentido lo he hecho) recordar lo que de más placentero, de más creativo creo yo, derivó de eso que se llamó el neobarroco, se podría por supuesto enfocar el gran pornógrafo (y lo digo como un cumplido) que se revela Alberto Garrandés en esta novela. El que diga que poco importan las escenas sexuales estará mintiendo. Y hasta se podría citar a Bataille, o acudir a los teóricos de lo queer, y “queerizar” hasta las comas de la novela. Vuelvo a insistir en mi punto, sin embargo. Días invisibles es, ante todo, una novela para disfrutarse, una novela con un sentido de humor y un “grafismo” (porno y no porno) que es casi como un paseo de taxi (al garete) por esa Habana imaginaria (pero no tanto) que sólo un escritor de la generación y calibre de Alberto Garrandés podría haber pintado con tantos colores. Y en lo que escribo eso me recrimino, porque no de realismo, ese que se llama realismo, no de “representar a Cuba” se trata. De pronto, trama y escenario en sí mismos no son sino una excusa para hacer reír, para hacer gozar. Y tal vez por eso es que Días invisibles se nos presenta como una novela tan disfrutable. Una novela que parece haber aprendido lo mejor de la tradición literaria cubana, sin necesariamente caer en las mallas de los (a veces aburridos, a veces inevitables) compromisos de otrora, y que cumple a la perfección lo que, entiendo yo, es la función principal de la novela: el verter lento de placer que “es, en un punto, el mismo que el de la angustia.” Mis cumplidos.

P.S.: Me pregunto si he hecho algún tipo de justicia a esta novela. Me temo que no. Creo que me quedé entre el resumen de una mala película hollywoodiana y la eterna insistencia en lo de que la literatura cubana tiene necesariamente que bregar con las realidades cubanas. “Uno de los televisores de oía sin verse y el otro se veía pero sin oírse.” Eso, y algo más. Que lean la novela. Y se (di)viertan.

Ingrid Robyn (São Paulo, 1981) es estudiante de doctorado en el Departamento de Portugués y Español de la Universidad de Texas, Austin. Actualmente, se dedica a la escritura de una tesis provisionalmente titulada Rostros del reverso: José Lezama Lima en la encruzijada vanguardista, y una novelita paródico-policiaca que jamás llegará a publicarse. En su tiempo libre se dedica a la bloguería, además de coleccionar cajitas de madera y gatos callejeros.

12 comentarios sobre “Ingrid reseña a Alberto Garrandés (Cuba)

  1. Querida Ingrid: agarrar al lector por el cuello y no soltarlo, mostrarle algo de lo que es la vida, mostrarle (además… y especialmente si es un lector «literario») cómo se despliega una polifonía novelesca (un espacio intervocálico), fueron mis propósitos. Lo demás es pura tejeduría narrativa, maña y maraña de ese grafismo divertido, pero urdido lo mejor posible, en torno a un fascinus de alabastro, un rollizo —risas, risas— pene imperial. Un beso,
    Alberto Garrandés

    1. Ne5 har det begynt e5 bli litt kjf8ligere, man me5 i htlrvfael ha en litt tykk jakke! Det er LCF jeg ge5r pe5 ja 🙂 Er veldig fornf8yd, og har hf8rt at masterene holder hf8yt nive5!

  2. Querido Alberto: cuando me dijo Luis que habías comentado la reseña me puse un poco nerviosa. La polifonía novelesca (espacio intervocálico, como dices) a lo mejor debería haber enfatizado más. Pero leo tu comentario (lo de «agarrar el lector» por el cuello), y el de Margarita («me dieron ganas de leerla»), y pienso: mission accomplished. Que gran novela, de hecho. Gracias por la novela («pene imperial» incluido), por el café Godzilla, por el buen rato.
    Beso,
    Ingrid

  3. Garrandés quizás sea el heredero esencial de otro grande de las letras cubanas: Ezequiel Vieta, injustamente olvidado. «Dias invisibles» es sólo una fuerte muestra del talento, ingenio y cultura de este novelista y sagaz crítico literario. Ingrid Robyn logra interesar al lector, aunque su reseña merece una dura limpieza estilística: detalles que indican falta de revisión con el «mierdómetro» de Hemingway. Espero que no ocurra lo mismo con Lezama y su tesis, a la que estaré atento. Además, los escritores cubanos que sobreviven bajo la dictadura de los Castro, en un país arruinado espiritual y materialmente, necesitan mucho más estímulos que los exiliados como yo. Y una buena recensión, siempre alimenta. Así que gracias a Ingrid y que perdone al teacher.

  4. Muchas gracias, profesor, por el comentario. A Ezequiel Vieta desafortunadamente no lo he leído. Otra de las muchas lacunas que me toca llenar. En cuanto al estilo, bueno, realmente no me preocupé demasiado. Que me perdone Alberto, definitivamente uno de los grandes intelectuales que todavía quedan en Cuba. Y también el lector refinado. Dejo las interminables revisiones para la tesis. Aunque, lo confieso, también en la tesis hay algo del «descuido» de esta humilde reseñista…

    Abrazo,
    Ingrid

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