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45 años (45 years, 2015)

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Era Febrero y estábamos empezando la Berlinale cuando entramos en el CinemaxX para ver 45 años, la última película del británico Andrew Haigh, que había puesto el listón muy alto con su conmovedora y naturalista Weekend (2011), y participaba en la Sección Oficial. Al salir de la proyección, parecía que en la capital alemana hacía aún más frío, y una canción de The Moody Blues resonaba en la cabeza. Así es el desolado poso que deja una obra que habla de las emociones de forma absolutamente auténtica, sin asomo de impostura o de trampa; unos días más tarde, se vería recompensada obteniendo dos Osos de Plata para sus intérpretes, más sorprendente el de Tom Courtenay, y obligatorio el de Charlotte Rampling, que desde entonces ha estado presente en casi todos los certámenes europeos, culminando con el premio a la mejor actriz en los EFA el pasado sábado. Sin duda, esto es una manera también de alabar el trabajo de construcción y comprensión de personajes que ya es habitual en el cine de Haigh.

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Si en Weekend, Haigh se centraba en la veloz historia de amor homosexual de dos jóvenes, desarrollada de manera más (aparentemente) espontánea (propia de la edad de los protagonistas), en 45 años continúa su interés por el drama intimista desde una perspectiva mucho más madura, tanto argumental como en su tono. Ya no tenemos solo un fin de semana, sino un arco de casi medio siglo en el que, de forma más pausada, se nos presenta la apacible convivencia que ha ido construyendo el matrimonio formado por Kate y Geoff. Nos encontramos con ellos la semana que están a punto de celebrar una fiesta por su aniversario, y todo transcurre con aparente normalidad… Hasta que llega una carta que lo cambia todo. Sin ánimo de dar más información que las estrictamente necesaria, la película disecciona cómo puede el pasado irrumpir y arrasar con la cotidianidad. O quizás somos nosotros los que dejamos que lo haga.

Los interiores en el cine de Haigh tienen una elocuencia que en este caso se identifica con el terror; aunque cotidiano, este género posee elementos propios con los que el director sabe jugar: desvanes misteriosos, puertas que se abren y se cierran, oscuridad, espejos… No hay nada sobrenatural en el filme (más allá del fantasma de otra época), y sin embargo, un miedo interno recorre su médula espinal: los celos y la inseguridad. «No voy a enfadarme por algo que pasó antes de lo nuestro», afirma Kate (una Rampling merecedora de todos los elogios que está recibiendo), «pero…». Ese «Pero» que se queda en el aire sin continuación será el desencadenante de una serie de negaciones y frustraciones generadas por la falta de comunicación, de no querer afrontar las cosas cara a cara o solucionarlas simplemente hablando. Para Kate, la imágenes (las reales y las que ella tiene en su cabeza) valen más que las palabras, y del mismo modo que Haigh prefiere transmitir más con ambientes que con diálogos. Los silencios irán dominando el metraje junto con la sombra de un amor congelado que nunca acabó, solamente se cortó a la fuerza, y que va convirtiendo a la pareja en dos desconocidos.

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Así, lo que parece una conclusión perfecta con un baile y Smoke get in your eyes de The Platters, revela la ruptura del espejismo romántico, que impedirá que Kate pueda volver a ser feliz del mismo modo que antes. 45 años es un golpe al corazón, que habla de sentimientos que pueden aparecer en cualquier momento de la vida, los cuales son insinuados por Haigh con una sutileza que se confirma no solo como una figura clave dentro del actual cine realista británico, y sino además como un explorador privilegiado del alma humana.

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Esta entrada fue publicada en 16 diciembre, 2015 por en Cine inglés y etiquetada con , , .